HOMILIA
DEL V DOMINGO DE CUARESMA
Queridos hermanos en el
Señor:
Entramos en la recta
final de la cuaresma. Tras meditar sobre Jesús como el portador del agua
de la vida, sobre Jesús-luz del mundo, llegamos hoy al tercer elemento: Jesús
es la vida del mundo. Agua, luz y vida han marcado nuestro itinerario
espiritual.
Las lecturas de este domingo confluyen todas en esta
idea: la nueva vida. El profeta Ezequiel, profeta de la época del exilio, habla
de la vuelta del pueblo de Israel a Jerusalén y lo hace precisamente en
términos de vida y espíritu. Dios será quien muestre su gloria al pueblo
haciéndolos salir de las cadenas de la muerte y la opresión (los sepulcros)
para llevarlos a la libertad de la verdadera vida que se adquiere con el
espíritu de Dios.
Esta experiencia de cautividad del pueblo judío puede ser
experimentada por cada uno de nosotros en diversas ocasiones cuando el pecado,
el error, el miedo u otras cosas, nos oprimen y no nos dejan ser libres. En definitiva,
la redención operada por Dios respecto de su pueblo no es otra cosa que
devolverles a la libertad de los hijos de Dios, esto es, salir del pecado para
orientar nuestra vida hacia Él. Este es el secreto de la verdadera libertad: la
que está regida por la acción de Dios y no por los caprichos humanos.
Pues bien, aquella profecía, perdida en la sucesión de
los tiempos, es cumplida por Jesús en el pasaje que acabamos de escuchar. Para mejor
comprender el relato de la resurrección de Lázaro debemos partir de Jn 5, 24-29
donde Jesús dice que los muertos oirán su voz y unos resucitarán para la vida y
otros para la muerte eterna. La intención de estos dos pasajes es presentar a Jesús como la vida del mundo.
Jesús siente profundamente la muerte de su amigo (gr. fileis) de su amigo Lázaro. Vemos,
hermanos, como el Señor se conmueve y está sujeto a los sentimientos, emociones
y pasiones humanas. Dios no es ajeno, por tanto, a nuestra vida y nuestras
circunstancias sino que Él ríe con nosotros y llora con nosotros. Pero la
muerte de Lázaro, como ocurre con cada suceso de nuestra vida, ha sido
permitida para “gloria de Dios”, “para que el Hijo de Dios sea glorificado por
ella”. Qué bueno sería si viviéramos con esta certeza: saber que todo lo
nuestro puede ser ofrenda que glorifique a Dios y nos santifique a nosotros
mismos. De este modo viviríamos el culto en espíritu y verdad de una manera
concreta.
Jesús vuelve a autodenominarse “luz del mundo” cuando
para hablar de su pronta muerte usa el símil de las doce horas del día: así
como la luz del día dura doce horas y luego viene la noche, el Señor viene al
mundo y mientras esta en él es su luz luego cuando parta cesará ésta. Sin embargo,
los cristianos estamos en el mundo para prolongar su luz hasta el final. Si somos
cuerpo de Cristo y Cristo es la luz con su cuerpo, los cristianos hemos de
iluminar por nuestras palabras y nuestras obras.
Pero entremos en el meollo del relato evangélico. Lázaro
lleva ya cuatro días muerto, no tres sino cuatro. ¿Por qué este detalle? Según
la tradición rabínica hasta el tercer día no salía el alma del cuerpo
totalmente y comenzaba el proceso de putrefacción del cadáver. De ahí que Marta
diga que huele mal porque lleva cuatro días muertos. Con este detalle se reafirma
el estado mortuorio de Lázaro, no está en coma, para que no haya ninguna
confusión, Lázaro esta total y realmente muerto.
Frente
a esta dramática y amarga realidad, que a todos acaece, Jesús entabla un
dialogo de fe con Marta. Jesús afirma, con palabras bien medidas, que Él es la
resurrección (gr. anastasis) y la
vida (gr. zoé). Y aquí pivota todo el
pasaje: “quien haya muerto vivirá; y el
que está vivo y creen en mí, no morirá para siempre”, y la gran pregunta
que Jesús dirige a Marta y hoy nos dirige a nosotros: “¿Crees es esto?”
Hoy
Marta quiere hacer de portavoz de todos nosotros cuando afirma que cree (gr. pisteika) que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios y el que tenía que venir al mundo (gr. erjómenos). Sin embargo, el evangelista pone en boca de Marta el
verbo griego “erjómenos” que es
simplemente desplazarse de un lugar a otro. Marta aún no tiene una fe completa
e intensa. Pero esta intervención de Marta dará pie al gran milagro que está
por venir: que Lázaro vuelva a la vida.
Jesús
pronuncia una oración al Padre para hacer el milagro. Esta oración es eminentemente
eucarística: una acción de gracias por la comunión divina de las tres personas.
La misma oración señala el motivo del milagro: ser acicate para mover la fe y
la adhesión de los espectadores “para que
crean que tu me has enviado (gr. apesteilas)”.
A diferencia de Marta, el evangelista usa, en boca de Jesús, el verbo “apostello” en imperfecto. Jesús ha
venido al mundo porque ha sido enviado para algo ¿para qué? Para darnos vida. Para
ser la vida del mundo; para ser portador de vida para ti y para mí. Hoy como un
día a Lázaro vuelve a decirnos “sal fuera” sal de tus miedos, sal de esos
sepulcros en que tienes enterrada tu vida: tus dolencias, la mentira, la
timidez, la desafección, la frustración, las decepciones de la vida… Recobra
hoy las ganas de seguir viviendo, de ser libre, de proyectarte a la eternidad.
Hoy
Cristo quiere ser tu agua, tu luz, tu camino, tu verdad y tu vida. Aprovecha el
momento. Agárrate fuerte a Cristo y desátate de las vendas y sudarios con que
has envuelto tu alma.
Dios
te bendiga
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