sábado, 29 de abril de 2017

"MANE NOBISCUM, DOMINE"


HOMILIA DEL III DOMINGO DE PASCUA



Queridos hermanos en el Señor:

            Si el domingo pasado el libro de los Hechos de los apóstoles nos describía, de una manera idealizada, la vida de la Iglesia primitiva; hoy nos permite escuchar el primer discurso de Pedro tras recibir la fuerza del Espíritu Santo. Pedro expone de una manera telegráfica el misterio escondido de Cristo, el Hijo de Dios, el Mesías prometido al que las autoridades judías han dado muerte pero Dios lo ha exaltado y lo ha constituido en Señor glorioso. Dios no se resignó a ver morir a su propio Hijo y por eso, como nos refiere el salmo, le ha enseñado el sendero de la vida.  

            Ese mismo Cristo resucitado es el que hoy camina al lado de sus discípulos, de su nuevo Israel que es la Iglesia. El texto evangélico exclusivamente lucano, nos ofrece algunos puntos de meditación que nos pueden ayudar a profundizar en el misterio de la Resurrección. Es un pasaje que engloba los temas fundamentales del evangelio de Lucas: el camino, la fe como visión, el discipulado. El marco de la narración es el camino “iban de camino”, sin embargo estos dos discípulos estaban desanimados, dada su frustración y su expectativas fracasadas, tomaron un camino errado; Jesús sale a su encuentro para reconciliarlos y enderezar su rumbo, por eso al final del relato cogerán el camino hacia la comunidad, el de la Iglesia.

            ¿Cuántos hermanos nuestros van transitando por derroteros nada halagüeños? ¿Cuántos se han desviado de la senda trazada por la fe bautismal? También, Jesús quiere ser para ellos la brújula que los devuelva a la vida original, es decir, que vuelvan a la Iglesia, porque es ella la única depositaria de los bienes espirituales de Dios en medio del mundo. La Iglesia, cuerpo místico de Cristo, es quien puede guiarnos en la escalada hacia Dios. Pero, queridos hermanos, cuánto nos cuesta dejarnos guiar por la Iglesia; con qué facilidad miramos a la Iglesia como una madrastra antes que como una madre cariñosa. Pero Jesús, aun así, sigue siendo nuestra reconciliación con el Padre.

            El mismo texto nos ofrece el modo con qué Jesús endereza el rumbo confuso de la vida: “empezando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”. La brújula espiritual que puede enderezar nuestro torpe caminar es la Palabra de Dios, la misma que hará que los corazones de aquellos discípulos arda de gozo y alegría. ¿Cuánto tiempo le dedicamos a éstas? Así pues, el camino del cristiano esta jalonado por textos de la Palabra de Dios, porque ésta siempre tiene algo que decirnos, que iluminarnos. Muchas veces caminamos por la vida como sin rumbo, sin sentido, sin esperanza; buscando una razón para vivir, para seguir esperando…y pocas veces caemos en la cuenta de que la respuesta a estos interrogantes se halla, precisamente, en pasajes de la Palabra de Dios.

            Los dos discípulos, aún dentro de la conmoción y de la confusión, no consienten que el extraño peregrino siga solo por el camino en plena noche. Obran con él un acto de hospitalidad: dar posada al peregrino, al emigrante, al extranjero. Y es que, realmente, este es el primer fruto de aquel que ha re-emprendido el camino de vuelta a la casa paterna: abundar en frutos de buenas obras. El inicio de la fe se manifiesta por la caridad generosa. Pero este hospedaje no se queda aquí, sino que es prólogo de una cena que, seguramente, jamás olvidarían.

            El mismo evangelista, cuando contó la última cena, puso en labios de Jesús “os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios […] no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios” (cf. Lc 22, 16.18). Lo que da a entender que Jesús con esta cena en la casa de los discípulos de Emaús nos muestra un signo de la llegada del Reino de Dios tras su Resurrección. El Reino de Dios ya ha llegado. Por eso, los discípulos con la Escritura y la cena eucarística han sido introducidos en la lógica y dinamismo del Reino de Dios. Es más, esta experiencia de aquellos dos es la misma que hoy podemos tener los cristianos porque en cada celebración de la santa misa se nos ofrece la Palabra de Dios y el pan eucarístico partido. Y será el Espíritu Santo quien encienda nuestros corazones para saber reconocer a Jesús en ambos. De este modo, Emaús no es solo un acontecimiento del pasado, sino un presente continuo donde podemos ser insertados por la fuerza de los sacramentos de la Pascua.

            Queridos hermanos, ante este regalo de amor, solo podemos responder como aquellos discípulos: “mane nobiscum, Dómine” (= quédate con nosotros, Señor). Quédate a nuestro lado, en nuestra vida. Quédate en mi casa, con mi familia. Quédate, Señor, en mis penas y alegrías, en mis éxitos y fracasos. Quédate, Señor, conmigo y con los míos. Sé nuestro huésped, parte para nosotros, pobres pecadores, tu pan, tu alimento de vida eterna. Quédate para siempre con nosotros, Señor Jesús. Amén.

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