HOMILIA
DEL III DOMINGO DE PASCUA
Queridos hermanos en el
Señor:
Si el domingo pasado el libro de los Hechos de los
apóstoles nos describía, de una manera idealizada, la vida de la Iglesia
primitiva; hoy nos permite escuchar el primer discurso de Pedro tras recibir la
fuerza del Espíritu Santo. Pedro expone de una manera telegráfica el misterio
escondido de Cristo, el Hijo de Dios, el Mesías prometido al que las
autoridades judías han dado muerte pero Dios lo ha exaltado y lo ha constituido
en Señor glorioso. Dios no se resignó a ver morir a su propio Hijo y por eso,
como nos refiere el salmo, le ha enseñado el sendero de la vida.
Ese mismo Cristo resucitado es el que hoy camina al lado
de sus discípulos, de su nuevo Israel que es la Iglesia. El texto evangélico
exclusivamente lucano, nos ofrece algunos puntos de meditación que nos pueden
ayudar a profundizar en el misterio de la Resurrección. Es un pasaje que
engloba los temas fundamentales del evangelio de Lucas: el camino, la fe como
visión, el discipulado. El marco de la narración es el camino “iban de camino”, sin embargo estos dos
discípulos estaban desanimados, dada su frustración y su expectativas
fracasadas, tomaron un camino errado; Jesús sale a su encuentro para
reconciliarlos y enderezar su rumbo, por eso al final del relato cogerán el
camino hacia la comunidad, el de la Iglesia.
¿Cuántos hermanos nuestros van transitando por derroteros
nada halagüeños? ¿Cuántos se han desviado de la senda trazada por la fe
bautismal? También, Jesús quiere ser para ellos la brújula que los devuelva a
la vida original, es decir, que vuelvan a la Iglesia, porque es ella la única
depositaria de los bienes espirituales de Dios en medio del mundo. La Iglesia,
cuerpo místico de Cristo, es quien puede guiarnos en la escalada hacia Dios. Pero,
queridos hermanos, cuánto nos cuesta dejarnos guiar por la Iglesia; con qué
facilidad miramos a la Iglesia como una madrastra antes que como una madre
cariñosa. Pero Jesús, aun así, sigue siendo nuestra reconciliación con el
Padre.
El mismo texto nos ofrece el modo con qué Jesús endereza
el rumbo confuso de la vida: “empezando
por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en
toda la Escritura”. La brújula espiritual que puede enderezar nuestro torpe
caminar es la Palabra de Dios, la misma que hará que los corazones de aquellos
discípulos arda de gozo y alegría. ¿Cuánto tiempo le dedicamos a éstas? Así
pues, el camino del cristiano esta jalonado por textos de la Palabra de Dios,
porque ésta siempre tiene algo que decirnos, que iluminarnos. Muchas veces
caminamos por la vida como sin rumbo, sin sentido, sin esperanza; buscando una
razón para vivir, para seguir esperando…y pocas veces caemos en la cuenta de
que la respuesta a estos interrogantes se halla, precisamente, en pasajes de la
Palabra de Dios.
Los dos discípulos, aún dentro de la conmoción y de la
confusión, no consienten que el extraño peregrino siga solo por el camino en
plena noche. Obran con él un acto de hospitalidad: dar posada al peregrino, al
emigrante, al extranjero. Y es que, realmente, este es el primer fruto de aquel
que ha re-emprendido el camino de vuelta a la casa paterna: abundar en frutos
de buenas obras. El inicio de la fe se manifiesta por la caridad generosa. Pero
este hospedaje no se queda aquí, sino que es prólogo de una cena que, seguramente,
jamás olvidarían.
El mismo evangelista, cuando contó la última cena, puso
en labios de Jesús “os digo que ya no la
volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios […] no beberé desde
ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios” (cf. Lc 22,
16.18). Lo que da a entender que Jesús con esta cena en la casa de los
discípulos de Emaús nos muestra un signo de la llegada del Reino de Dios tras
su Resurrección. El Reino de Dios ya ha llegado. Por eso, los discípulos con la
Escritura y la cena eucarística han sido introducidos en la lógica y dinamismo
del Reino de Dios. Es más, esta experiencia de aquellos dos es la misma que hoy
podemos tener los cristianos porque en cada celebración de la santa misa se nos
ofrece la Palabra de Dios y el pan eucarístico partido. Y será el Espíritu
Santo quien encienda nuestros corazones para saber reconocer a Jesús en ambos. De
este modo, Emaús no es solo un acontecimiento del pasado, sino un presente
continuo donde podemos ser insertados por la fuerza de los sacramentos de la
Pascua.
Queridos hermanos, ante este regalo de amor, solo podemos
responder como aquellos discípulos: “mane
nobiscum, Dómine” (= quédate con nosotros, Señor). Quédate a nuestro lado,
en nuestra vida. Quédate en mi casa, con mi familia. Quédate, Señor, en mis
penas y alegrías, en mis éxitos y fracasos. Quédate, Señor, conmigo y con los míos.
Sé nuestro huésped, parte para nosotros, pobres pecadores, tu pan, tu alimento
de vida eterna. Quédate para siempre con nosotros, Señor Jesús. Amén.
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