Mostrando entradas con la etiqueta amor de dios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta amor de dios. Mostrar todas las entradas

sábado, 9 de febrero de 2019

DUC IN ALTUM


HOMILÍA DEL V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

            Si el domingo pasado, leíamos el relato de vocación del profeta Jeremías y destacábamos la singularidad de cada uno de nosotros desde la concepción en el seno materno y cómo Dios nos llama desde ese momento para una misión importante en medio del mundo; hoy, se nos presenta el testimonio vocacional del profeta Isaías, cuyo relato nos ofrece aspectos nuevos que pueden ayudarnos a crecer en nuestra vida espiritual y a profundizar en la vocación cristiana.

            El contexto en que se desarrolla la escena es el de una celebración litúrgica solemne acaecida en un templo. La majestad divina, la presencia de la gloria de Dios, está caracterizada por una inmensa orla del manto del Sumo Sacerdote, “que llenaba el templo”, y que no es otro que el mismo Dios; el coro de ángeles y serafines que proclaman con profusión de voz la santidad del lugar y de Dios hasta el punto de hacer temblar las paredes y puertas del templo; y el incienso, cuyas espesas volutas de humo copaban el aula sacra presentando las libaciones y oraciones de los justos que honran a Dios en su presencia.

            Ante aquel espectáculo tremendo y fascinante al que es arrebatado Isaías, la reacción de aquel no es otra que la del santo temor divino, la del estupor y la inefabilidad por algo que le supera y trasciende. Hermanos, se podría decir que lo que le ocurre al profeta, no es otra cosa sino lo que vivimos los fieles católicos cada domingo cuando acudimos al templo a celebrar la sagrada liturgia en la que de un modo eficaz, singular y único se hace presente la gloria de Dios en Jesucristo eucaristía. Hermanos, solo quien es capaz de reconocer a Dios y su trascendencia en estas funciones solemnes de la Iglesia, puede experimentar el estupor que agita el alma del profeta y de los apóstoles y discípulos del Evangelio de hoy.


            Ahora bien, es, precisamente, en este contexto donde su produce la llamada de Isaías por parte de Dios, para ser profeta de los pueblos, para ir al mundo y ante los ángeles tañer para Dios. El profeta Isaías, al igual que el apóstol Pedro, reconoce su indignidad e impureza frente a la misión que les es encomendada. Se cuestiona a si mismo su vida y su origen. Podríamos decir, que Isaías y Pedro entran en una crisis existencial y vocacional, hasta el punto de preguntarse, de una manera u otra: “¿Quién soy para Dios?”, “¿Hasta ahora qué he hecho por Él, para agradarle?”, “¿Estoy dispuesto a entregarme a Él y a su causa?”.  

            Ante esto, se hace apremiante una purificación previa, una preparación o catarsis espiritual que limpie nuestras vidas de la inmundicia del pecado y repare nuestras almas infundiendo en ellas el valor y la confianza teologal para emprender la empresa de ser instrumento al servicio de Dios. A tal fin, será un serafín quien purifique al profeta con un ascua incandescente que abrasa los labios de Isaías obteniendo la purificación deseada. San Pedro obtiene su purificación por las ascuas de las Palabras del Señor.

            Este ascua fue tomada del altar del templo del Señor. Hermanos, ¿Acaso en nuestra liturgia no tomamos del altar un ascua aún más eficaz que aquella? ¿Acaso de nuestra celebración litúrgica no brotan ascuas de gracia y misericordia, de vida y eternidad?


Hermanos, vuelvo al tema primero, es aquí, en la sagrada litúrgica donde Dios purifica a su pueblo, lo prepara y lo envía. Es aquí donde Dios nos hace aquella pregunta “¿A quién mandaré?, ¿Quién irá por mí?”. El Señor hoy nos interpela “¿A quién haré pescador de hombres?”, “¿Habrá niños y jóvenes con corazón generoso que quieran entregarse a mí?”, “¿Habrá familias que fomenten y permitan la posible vocación sacerdotal de sus hijos?”, “Y mis laicos, ¿querrán ser mis testigos en medio del mundo?”, “Estarán dispuestos a santificarse en medio de sus tareas y ocupaciones profesionales diarias?”.

Ante estas preguntas, hoy, los cristianos, los que participamos de la celebración litúrgica y experimentamos el poder de su presencia gloriosa entre nosotros, solo podemos decir: “Aquí estoy, Señor, mándame. Mándame para ser un pescador de hombres. Conoces, Señor, que soy un pecador, un cacharro inútil que sin ti no puede hacer nada. Aun así, Señor, mándame a mis hermanos los hombres a quienes, en tu nombre, anunciaré tu nombre; a quienes por tu palabra, anunciaré tu palabra. Para ir convenientemente, Señor, necesito que me purifiques con las ascuas que surgen de tu altar: el ascua de la Eucaristía; el ascua de tu perdón. Sólo así seré eficaz en tu misión y mis hermanos, los hombres, volverá a agolparse a tu alrededor para oírte, conocerte, amarte y seguirte”.

            ¿Y qué hemos de anunciar? -se preguntará alguno- el mensaje esencial de nuestra predicación nos lo ha dado san Pablo en la segunda lectura: que Cristo ha muerto y resucitado por nosotros y para nosotros y ahí reside nuestra vida y nuestra eternidad. Así sea.

Dios te bendiga

sábado, 20 de octubre de 2018

EN RESCATE POR MUCHOS

HOMILÍA DEL XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Queridos hermanos en el Señor:

Hoy vivimos en un mundo donde se da gran importancia al liderazgo: ser líderes de opinión, líderes de audiencia, líderes en youtube, líderes en el trabajo, en definitiva, buscamos el liderazgo en todo. Hoy estan, también, muy de moda los llamados "coach" o los "personal trainer". alguien que nos dice qué hacer, cómo actuar, qué vestir, y es que ante la inseguridad de la vida, enseguida buscamos quien nos dicte lo que hemos de decir y lo que creemos que nos conviene.

El Evangelio de hoy, a raíz de una atrevida petición de Santiago y Juan, nos ofrece una triple enseñanza sobre el liderazgo cristiano: en primer lugar, a un real seguidor de Cristo no se le ahorran sufrimiemtos en esta vida, más aún se le aseguran, y bastante desagradables, de ahí la imagen del cáliz y del bautismo que Jesús emplea en su respuesta. La segunda enseñanza es que el gozar del Reino de Dios no es algo que se consigue por méritos propios o como pago por un servicio, sino que es puro don y gracia del Padre eterno, dueño soberano de la Gloria. Y como tercera enseñanza encontramos el aserto (logion) del rescate: la misión de Jesucristo es la de dar su vida por la salvación de los hombres. Vemos pues, que Jesús hace suya la profecía de Isaias que leíamos en la primera lectura.

Jesús, ofreciendo su vida por la liberación de los hombres en manos del demonio, esta ejerciendo su oficio sacerdotal mostrando, así, su capacidad de compadecerse de nuestras debilidades, y para que alcanzaramos el trono de la gracia donde reside la misericordia y la gracia oportuna frente a la debilidad de la vida humana.

Así pues, el liderazgo cristiano que Jesús nos propone va más allá del mérito humano y de nuestras fuerzas, se trata de imitar su abajamiento a nuestro mundo y a nuestra flaquezas. Jesús confronta la actitud de los poderosos y jefes de la tierra que ejercen un liderazgo desde el dominio y la opresión, con respecto a los miembros de la Iglesia que deben ejercer su liderazgo desde el servicio y la humildad de saber que solo queremos servir a Cristo en los hermanos. Ell evangelista define el servicio de Cristo con dos palabras griegas bastante duras: "diakonos" y "doulos": la primera se refiere al servidor como tal, al que sirve las mesas, el que ejerce un oficio; la segunda palabra es aun más dura, pues se refiere al esclavo, al oficio servil, al que depende enteramente de la retribución y magnanimidad de su amo.

Pues bien, hasta este punto llega Cristo: el no quiere que sus seguidores se conformen con servir al prójimo como lo podría hacer cualquiera. No. El quiere que nuestro servicio sea real, generoso, incluso si llegara el momento de tener que dar la vida por la persona que menos se lo mereciera. Este evangelio que hemos leido, queridos hermanos, es una fuente de consuelo para nosotros por lo que Jesucristo está dispuesto a hacer por nosotros, pero es tambiñen una llamada al compromiso cristiano serio y radical. Consecuencia moral extrema de nuestro ser cristiano. Así sea.

Dios te bendiga 

viernes, 1 de junio de 2018

MISSA AD POSTULANDAM CARITATEM


MISA PARA PEDIR LA CARIDAD


I. Misterio

            Afirma san Agustín: «La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos» (In ep. Io, 10, 4).

Sabemos que la caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios (cf. CEC 1822). Para los cristianos supone la suprema ley de su obrar, dado que es el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34) dado por Jesús en la Última Cena. De este modo, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos.

Ese mismo amor que Jesús pidió para nosotros fue el que le llevó a dar su vida por los demás, sobre todo, cuando por el pecado, éramos todavía “enemigos” (Rm 5, 10). El Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos, al prójimo, al lejano; que amemos a los niños y a los pobres como a Él mismo, pues lo que hacemos con ellos es como si se lo hacemos a él (cf Mt 25, 40.45).

La caridad es la primera de las virtudes teologales (1 Co 13,13). El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por ella; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino (cf. CEC 1827).

En este sentido, es importante la consecuencia que marca el Catecismo de la Iglesia: «La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del “que nos amó primero” (1 Jn 4,19)» (1828).

Los frutos de la caridad son: el gozo, la paz y la misericordia. La caridad necesita la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión (cf. CEC 1829).

Veamos como ha tratado el formulario litúrgico la cuestión de la caridad como virtud teologal vertebradora de todo el universo espiritual del cristiano.

II. Celebración

La misa “Para pedir la caridad”, cuyo formulario es de nueva creación aunque esta misa también se recogía en el misal anterior, tiene su uso legislado por las normas generales para las misas ad diversa. Puede ser celebrada con los ornamentos blancos o del color del tiempo litúrgico. Conviene emplear, también, la segunda plegaria eucarística para las misas por diversas necesidades.


La oración colecta nos presenta la caridad como fruto de la acción del Espíritu Santo en nosotros, que nos mueve a buscar agradar a Dios mediante el amor sincero a los hermanos. En la oración sobre las ofrendas, al ser inflamados por el fuego del amor divino, somos movidos a amar a todos los hombres, prójimos de cada uno, como si del mismo Cristo se tratase. La oración para después de la comunión resume todo lo anterior con el concepto de “caridad perfecta”, esto es amor a Dios y amor al prójimo.

Los textos bíblicos asignados son: Ez 36, 26-28 para el introito, donde se recuerda la promesa hecha por Dios a su pueblo – y por prefiguración – a nosotros, de cambiar nuestro corazón esclerotizado por un corazón de carne que sienta y padezca. Para la antífona de comunión se ofrece 1Cor 13, 13, donde san Pablo nos recuerda, a la hora de comulgar, que la virtud principal e imperecedera es el amor de caridad, pues la comunión es alimentarnos de Cristo, amor de los amores y caridad misma.

III. Vida

Tras el análisis del formulario, podemos sacar algunos puntos fundamentales para entender qué es la caridad y cómo podemos vivirla cada día mejor:

La caridad, virtud teologal: es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma, con la que amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Como virtud teologal, la caridad se va desarrollando y creciendo a medida que vamos conociendo el bien y el mal, lo bueno y la malo, pero, sobre todo, en la medida en que ejercemos y nos guiamos por la piedad cristiana que nos impulsa a amar a todos, con especial dedicación a los más necesitados y, con amor genuino, a los enemigos y a los que más cuesta amar. Pero es que ahí está la excelencia de la virtud cristiana: en amar a los enemigos, a los que se nos hacen más odiosos.


Amar a Dios: en el primer mandamiento, Dios nos ordena que le reconozcamos, adoremos, amemos y sirvamos a Él solo, como a nuestro supremo Señor. También podemos amar a Dios a través de estas prácticas: 1. La adoración: adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. 2. La oración: la oración es una condición indispensable para poder obedecer los mandamientos de Dios. 3. El sacrificio: el sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. 4. Promesas y votos: por devoción personal, el cristiano puede también prometer a Dios un acto, una oración, una limosna, una peregrinación, etc. La fidelidad a las promesas hechas a Dios es una manifestación amor hacia el Dios fiel.

Amar al prójimo: es consecuencia del amor a Dios, a la vez que el fundamento para amar a Dios. Una paradoja más de la fe. La caridad cristiana para con el prójimo no es altruismo ni filantropía, tal vez éstas pudieran ser lo básico que a todo el mundo se le exige, pero no. La caridad cristiana supone un salir de uno mismo para ir al encuentro del otro, ser servidores de los demás y procurar sembrar el bien y la felicidad por donde nos movamos. El amor al prójimo supone reconocer la imagen de Dios en el otro; el prójimo no me es extraño, sino un hermano, un hijo de Dios al que me unen lazos espirituales. La caridad horizontal es presencia de Dios en el mundo, santificación del alma a la cual, al volcarse con la imagen moral de Dios, le son perdonados los pecados.

Así pues,  la caridad perfecta supone, ante todo, amar en cruz, amar a Dios, travesaño vertical que une el cielo y la tierra, haciéndonos hijos de Dios, filiación divina adoptiva por el bautismo; y el amor al prójimo, travesaño horizontal que une a los hombres entre sí, fundiéndonos en una fraternidad universal. La fraternidad humana es el correlato necesario y lógico de la filiación divina, concentrando en sí toda la realidad teologal y última de la Iglesia como sacramento de salvación. La oración del Padrenuestro, recogida en la versión del evangelio según san Mateo, aúna estas dos dimensiones en un sintagma nominal: “Padre” (filiación divina) y  “nuestro” (fraternidad cristiana). Vivamos, pues, esta doble dimensión de la caridad para alcanzar la santidad, que es el gran regalo de Dios a los hombres.

Dios te bendiga

sábado, 26 de mayo de 2018

HAREMOS MORADA EN ÉL


HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


Queridos hermanos en el Señor:

            Celebramos hoy el misterio Fontal de nuestra fe, esto es, el origen de donde dimanan el resto de Verdades de fe y acciones apostólicas de la Iglesia. Decir “Santísima Trinidad” es decir corazón íntimo y profundo del Dios único y verdadero que existe en el cielo y en la tierra y que por amor nos ha creado y elegido, constituyéndonos como pueblo suyo para que fuéramos felices por medio del cumplimiento de sus preceptos y mandamientos. Así pues, la Santísima Trinidad nos lleva a confesar la fe en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. En Dios creador, Dios redentor, Dios santificador. Esta confesión de fe nos la planteaba el libro del Deuteronomio al formular una serie de preguntas al pueblo de Israel “¿Puede haber una Palabra tan grande como ésta?” como quien pregunta si hay o puede haber en este mundo algún discurso persuasivo, convincente, honesto y veraz como es la Palabra de Dios; como quien pregunta si el corazón del hombre puede ser sanado con las leyes humanas, o con cualquier autoridad de este mundo. “¿Se puede oír la voz de Dios y no morir?” porque la Palabra trinitaria es palabra de vida y salvación para todo aquel que la oye y la acoge. “¿Hay algún Dios que sea fiel a sus hijos?” frente a la idolatría de los paganos, los cristianos sabemos que solo existe un Dios que se ha comprometido con su pueblo rescatado, y que espera de éste una respuesta de fe, fidelidad y compromiso.

            Por otra parte, este Dios trinitario que es insondable misterio de amor personal, no se pierde en el vacío sino que por fuerza de ese mismo amor, y en libertad, decide comunicarse con la criatura racional y de conciencia que es el hombre. Por tanto, con razón, diremos que el hombre es un ser capaz de Dios, y que Dios puede, y además quiere, vivir con él, cohabitar con él. A la presencia de Dios en el corazón de las personas en gracia, la llamamos “Inhabitación de la Trinidad”. Esto es posible por la acción del Espíritu Santo que transforma el alma del hombre en una preciosa recamara, llena de virtud, para que lo eterna pueda tener asiento. Esta inhabitación es una de las obras hacia fuera que la Trinidad hace con nosotros garantizando, así la presencia del Resucitado con nosotros hasta el fin del mundo. Junto a ella, el Espíritu Santo hace posible, también, la filiación divino, esto es, que podamos ser llamaos y ser, en verdad, hijos de Dios en Cristo; y como efecto parejo, gozar de la herencia eterna.

            Pero esta inhabitación de la Trinidad en el justo conlleva, no solo un efecto estático o de fruición espirituales; sino, también, un efecto dinámico que impulsa al hombre a ejercer el bien, a practicar la caridad, a anunciar a Jesucristo de palabra y de obra. Cuando uno abre su corazón a Dios y permite que Éste viva en él no puede, por menos, que buscar cualquier ocasión para comunicar a otros la alegría que lleva dentro, la felicidad que ilumina el horizonte de su vida.


La confesión de fe en la Trinidad Santa supone conformar la vida según el modelo que ésta propone: respetar las diferencias de los demás y valorar lo que nos une con otros, lo que nos hace iguales. Basar nuestras relaciones sociales en el amor y la libertad, sin querer imponer nada a nadie; saber cooperar en las actividades que se realizan en pro del bien común. La Trinidad, por ser Dios mismo, infunde en nuestra alma las virtudes teologales que sostienen la existencia humana, esto es, la fe, la esperanza y la caridad. ¿Se puede vivir, acaso, sin amor, sin esperanza o sin fe en algo o en alguien? No. La vida, así, se hace aburrida; una vida así no merece la pena ser vivida. Dios hace nuevas todas las cosas, lo renueva todo, lo ilumina todo y a todo le da un sentido nuevo y distinto. Por eso, con razón, pudo santa Teresa de Jesús decir: “a quien Dios tiene nada le falta” porque el Dios, uno y trino, colma las aspiraciones más profundas del hombre y la mujer de hoy; porque el Dios, uno y trino, abarca, sana, redime y ama todas y cada una de las dimensiones del ser humano.


Dirijamos, pues, queridos hermanos, en este domingo, nuestro corazón al Dios vivo y verdadero; al Dios que es, que fue y que vendrá; al Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Imitemos las relaciones de amor que tienen entre sí las tres Divinas Personas y conformemos nuestra sociedad según aquel perfecto modelo que vive eternamente. En esta jornada “pro orantibus” oremos, también, por todos aquellos conventos y monasterios de religioso y religiosas que han hecho de su vida una ofrenda a Dios, gastándose en la oración contemplativa por la Iglesia y la humanidad entera. Así sea.


Dios te bendiga

sábado, 19 de mayo de 2018

SE LLENARON DEL ESPÍRITU SANTO....Y HABLARON


HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS



Queridos hermanos en el Señor:

            Ponemos hoy punto y final al tiempo de Pascua. Cincuenta días de gozo y júbilo intenso por la alegría que da el saber que nuestro Señor ha vencido a la muerte y vive eternamente. Pero aún más alegría da el tener la certeza de que, sentado a la derecha del Padre, en lo más alto de los cielos, Él intercede por nosotros y nos asegura la perenne efusión del Espíritu Santo.

            Y aquí es, precisamente, donde nos encontramos: en el envío del Espíritu Santo por parte del Padre y del Hijo para dar vida y eficacia a todas las acciones de la Iglesia bien sean litúrgicas, bien sean apostólicas, caritativas o asistenciales. El Espíritu Santo esta en todo, lo impregna todo y lo aviva todo. Nada hay en la comunidad de los discípulos de Jesús que no esté inspirado, acompañado, sostenido y culminado por la eficacísima fuerza y auxilio del Paráclito.

            De esta manera, la Iglesia vive inmersa en un continuo Pentecostés que, como hace dos mil años, hoy sigue llenando a los cristianos de Espíritu para hablar y proclamar el mensaje de Salvación legado por nuestro Señor Jesucristo.


En primer lugar, hoy como ayer, queremos llenarnos de la acción del Espíritu Santo y sentir los efectos de su amor. Necesitamos el Espíritu de unidad para crecer y vivir la comunión con Dios y con el prójimo. La unidad, que es signo del amor cristiano, solo puede ser real cuando está habitada por los frutos del Espíritu, que nos ha recordado la Carta a los Gálatas: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Es el Espíritu de la Verdad plena que, trabajando en nuestra alma, va sembrando en nosotros el gusto por la Verdad; gusto que nos impulsa a buscarla denodadamente para hacer de ella el principio motor de nuestra vida. El Santo Espíritu hace arraigar la Verdad en nuestra conciencia, en nuestro corazón y a la puerta de nuestros labios para hablar y dar testimonio de la misma.

Para hablar y testimoniar ¿qué decir? ¿De qué hablar? En primer lugar, la efusión del Espíritu Santo nos mueve a bendecir a Dios por toda su obra creadora, redentora y santificadora. El hombre debe aprender a bendecir a su Señor y Dios por todo cuanto existe y hace por él. En segundo lugar, nos dice la Escritura que nadie puede decir “Jesús es Señor” si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Pues bien, esto es lo que principalmente debe decir el hombre y mujer imbuidos del Espíritu Santo: que Jesús es el Señor, el rey de la Gloria, el alfa y el omega, principio y fin de todo lo que existe, ha existido y vendrá a la existencia. El Espíritu Santo es el principio de toda predicación apostólica y de toda proclamación kerigmática. Porque es, precisamente, el Paráclito el que posibilita el oído de los habitantes de todas las naciones de la tierra para entender el mensaje de salvación.

Así pues, queridos hermanos, renovemos este Pentecostés nuestra fe en Dios, abramos nuestro corazón a la acción suave del Paráclito para que sus dones hagan fecunda nuestra vida en buenas obras, frutos del Espíritu. Recordemos que solo llenos del Espíritu Santo podremos pertrecharnos al mundo como testigos verdaderos del Resucitado para proclamar, a todas las naciones de la tierra, las maravillas que ha hecho por los hombres y solo en Él podemos hallar salvación. Así sea.

Dios te bendiga

sábado, 5 de mayo de 2018

AMIGOS DE JESÚS


HOMILÍA DEL VI DOMINGO DE PASCUA


Queridos hermanos en el Señor:

            En el sexto domingo de la Pascua, la liturgia nos ofrece la segunda parte del Evangelio que ya iniciamos en el domingo anterior. Si en la primera parte se nos invitaba a permanecer unidos a Jesucristo como los sarmientos a la vida, en este domingo se nos invita a considerar la consecuencia más extrema y radical de esta permanencia amorosa: la entrega de la vida por los demás.

            En la primera lectura, encontramos el pasaje donde se nos ofrece el punto de arranque de la universalización del mensaje evangélico. El Espíritu Santo se derrama indistintamente sobre judíos y paganos siempre y cuando estos crean en Jesucristo y practiquen las buenas obras que brotan de la fe. De esta manera, el Evangelio, al revelarse a las naciones, se va abriendo camino por el mundo entero hasta llegar a todos los rincones de la tierra. Durante dos mil años el mensaje ha sido siempre el mismo: que Dios es amor y que su amor se ha manifestado a nosotros enviándonos a su Hijo Jesucristo para morir por nosotros.


            En ese Cristo enviado, muerto y resucitado, es en quien hemos puesto nuestra esperanza y nuestra vida. Es el que ha traído la alegría al mundo entero y ha construido sociedades y civilizaciones.  Y es en ese mismo Mesías y Señor glorioso en el cual nosotros, por el bautismo, estamos injertados como los sarmientos a la vid.

            El mensaje de Cristo para este domingo es muy directo: “así os he amado yo: dando la vida por mis amigos, vosotros sois mis amigos porque yo os he elegido para que permanezcáis en mi amor y deis fruto abundante y duradero. Porque solo así vuestra alegría será plena”. Y esta plenitud reside en la apertura universal que adquiere el mensaje evangélico: que Dios es amor y nos ha mostrado su amor enviado a su Hijo al mundo para entregar su vida por nosotros.


            Somos, por tanto, fruto de una elección divina, una elección realizada en el amor. Elegidos por Dios, desde la eternidad, para ser amigos suyos, para agradarle en medio del mundo, o lo que es lo mismo, para ser santos e irreprochables ante Él por el amor. Ser amigos de Dios no es otra cosa que ser santos en medio del mundo, cristianos que transformen sus ambientes según Dios. pero esto solo podemos vivirlo en la medida en que estemos muy unidos a Jesús y amemos a los hombres y mujeres de este mundo tal como les ama el Señor, tal como nosotros hemos sido amados por el Señor: entregando la vida por ellos.

            Queridos hermanos, es un reto precioso el que Jesucristo nos propone en este domingo. Es un camino de santidad maravilloso, apasionante y contagioso el que Jesús quiere que transitemos unidos a su amor. Ojalá estemos dispuesto a ellos. Así sea.

Dios te bendiga

sábado, 24 de febrero de 2018

POR LA OBEDIENCIA A LA GLORIA


HOMILIA DEL II DOMINGO DE CUARESMA



Queridos hermanos en el Señor:

            Si el domingo pasado éramos llevados por el Espíritu al desierto, lugar inhóspito y alejado de Dios para enfrentarnos a las fuerzas del mal; en este segundo domingo de Cuaresma es Jesús quien nos toma de la mano y nos lleva a lo alto de una montaña, lugar del encuentro con Dios y espacio donde se producen las grandes teofanías.

            Abrahán sube a la montaña a sacrificar a su hijo Isaac, por mandato divino; y será allí, en lo alto del monte donde Dios le sale al paso impidiéndole dar muerte a su hijo y estableciendo una alianza con él: la descendencia numerosa que se prolongará por todas las edades. La obediencia de Abrahán era el verdadero sacrificio y no tanto el de Isaac que fue indultado. Del mismo modo, para nosotros la obediencia a las disposiciones divinas, a los mandatos divinos supone un verdadero sacrificio agradable a Dios. Esta es la cuestión: obedecer siempre cuesta, sobre todo, cuando supone afrontar circunstancias difíciles y desagradables en la vida: una muerte, una enfermedad, una situación precaria, etc. y aquí se pone en juego toda la dinámica espiritual, la fe se pone en jaque y solo una especial intervención divina puede darnos alivio y consuelo, así como impedir errar el camino.

            Sin embargo, como hemos recordado otras veces, nada hay en nuestra vida que le sea ajeno al corazón de Dios. Si el monte de Abrahán suponía obediencia y sacrificio, el monte donde Jesús nos lleva es lugar de gloria y revelación. La Transfiguración es cambio de forma, es transformación a un estado superior. Jesús, asumiendo lo humano en su encarnación y el polvo del camino en su vida pública, sube a la montaña alta y allí se transfigura delante de los tres discípulos más íntimos. Jesús en su transfiguración da una nueva iluminación, un nuevo sentido a todas las realidades humanas, los mismos vestidos que habían logrado la curación de enfermos con solo tocarlos, ahora se vuelven de un blanco deslumbrante. La Transfiguración, pues, en último término, es anticipo del estado  de exaltado y glorificado de Cristo tras su muerte en Cruz.


            Tras el sufrimiento de la obediencia viene la paz de la gloria, expresada por la intervención incauta de Pedro “¡qué bien se está aquí!”. Ciertamente, solo cuando nos abandonamos en Dios podemos encontrar y gozar de la verdadera paz y bienestar. Solo quien se deja envolver por la nube del Espíritu Santo y guiar por la voz del Padre que nos invita a reconocer a Jesús como el Unigénito Hijo de Dios y Dios verdadero, puede caminar por el país de la vida sin temor a verse separado del amor de Dios. Es importante dejar que Jesús tome nuestra vida y la transfigure, la cambie de forma haciéndola más santa y religiosa, preocupada por agradar a Dios mediante la vivencia activa de la caridad con los más pobres y enfermos.

            Así pues, queridos hermanos, subamos con ánimo al monte de la Salvación y dejémonos iluminar interiormente por la luz transfigurante del Señor a quien, resucitado de entre los muertos, podremos contemplar tal cual es, glorificado y exaltado a la diestra del Padre. En definitiva obediencia y gloria son las dos caras de una misma moneda, tanto en la vida de Cristo como en la de cada cristiano particular. Queda, tan solo, vivirlo en medio de dificultades, pero poniendo nuestro pensamiento y corazón en quien sabemos que no se ahorró nada para darnos la verdadera vida, la vida eterna.

Dios te bendiga

viernes, 23 de junio de 2017

LITURGIA DEL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO




Antífona de entrada

«El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su Ungido. Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad, sé su pastor por siempre». Del salmo 27, versículos del 8 al 9. Este domingo, la Iglesia abre la celebración invocando al Señor como su única fortaleza frente a la debilidad que tiene ésta como pueblo que camina por esta vida sujeto a las flaquezas humanas y a los envites de los perversos poderes que gobiernan el mundo. Con esta antífona, la Iglesia se reconoce como pueblo ungido, crismado, es decir, un pueblo sacerdotal, profético y regio pero que necesita, constantemente, de la guía de un pastor que lo conduzca por los caminos del Evangelio y lo defienda de los peligrosos lobos que lo asedian.  

Oración colecta

«Concédenos tener siempre, Señor, respeto y amor a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo». Tomada del sacramentario gelasiano de Angoulemme (s.IX) y presente, también, en el misal romano de 1570. La primera carta de san Juan nos recuerda que Dios es amor, que el nombre de Dios es amor. Este texto eucológico es un desarrollo concentrado de esta tesis neotestamentaria. Estamos pidiendo el “respeto y amor” al nombre de Dios. Un nombre cuya invocación supone la salvación. Un nombre que tiene la presunción de ser un “sólido fundamento” para la vida de los cristianos. Y aquí radica el epicentro de la oración: confianza en el amor de Dios e invocación de su nombre porque es lo mismo, Dios es amor, Dios se llama amor.

Oración sobre las ofrendas

«Acepta, Señor, este sacrificio de reconciliación y alabanza y concédenos que, purificados por su eficacia, te ofrezcamos el obsequio agradable de nuestro corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor». Con algunos cambios de expresión, está presente en la compilación veronense (s. V), en los gelasianos (ss. VIII-IX) y en el misal romano de 1570. Esta oración antiquísima romana recoge los dos fines principales de la santa misa: sacrificio expiatorio (reconciliación) y laudativo (alabanza). Mediante esto el hombre obtiene dos frutos: la santificación personal (purificados por su eficacia) y la gloria de Dios (ofrezcamos el obsequio de nuestro corazón)

Antífona de comunión      

«Los ojos de todos te están aguardando, Señor; tú le das la comida a su tiempo». Tomada del salmo 144, versículo 15. En este momento de la celebración, la atención de los fieles debe concentrarse en el mismo Señor-Jesucristo quien se nos da como alimento en el tiempo para fortalecer nuestro camino.

«Yo soy el Buen Pastor, yo doy mi vida por las ovejas, dice el Señor». Del evangelio según san Juan capítulo 10, versículos 11 y 15. Efectivamente, en la Eucaristía, Cristo se da a los fieles como vida; Él entrega su vida en cada comunión. Por nuestra parte, solo queda acercarnos con confianza y con buena disposición para hacer que esa vida tenga fruto en nosotros.

Oración de pos-comunión

«Renovados por la recepción del Cuerpo santo y de la Sangre preciosa, imploramos tu bondad, Señor, para obtener con segura clemencia lo que celebramos con fidelidad constante. Por Jesucristo, nuestro Señor». De nueva incorporación. Cada domingo es un nuevo comienzo, un nuevo impulso para nuestra vida cristiana; porque cada domingo somos renovados por la comunión sacramental en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y no solo eso, sino que la santa misa la celebramos en una perspectiva escatológica, es decir, proyectándonos hacia la eternidad de ahí que esta oración implore obtener lo que celebramos. 

Visión de conjunto

Seguramente, señores lectores, habrán tenido, igual que yo, la experiencia de haber tenido que caminar por el campo un día de lluvia. Cuando el agua empapa la tierra, el suelo se hace inestable, se forma barro y caminar por él es harto difícil pues corremos el riesgo de resbalar y hacernos daño. Pues bien, en el camino de la vida ocurre un tanto de lo mismo. Hay situaciones en que podemos caminar por caminos inestables, sin fundamento. Son situaciones movidas por modas imperantes, por ideologías que parten del pensamiento único y líquido, por formas de espiritualidad endebles,… que, prometiendo una feliz inmediata, en realidad ofrecen una insatisfacción a largo plazo.

Ante esta inestabilidad, precisamos de caminar por senderos firmes y seguros. La seguridad que viene del pensamiento maduro, de una idea clara de la realidad alejada del nominalismo actual, de una espiritualidad seria que busca la trascendencia y no la introspección egoísta. En definitiva, en la vida necesitamos el fundamento sólido del amor de Dios. ¿Qué significa esto? ¿En qué se traduce? Ante todo en una actitud de confianza, en un ademán de entusiasmo vivo en la acción de Dios en nosotros.  

El amor de Dios es un fundamento sólido porque, en primer lugar, es el que hace posible las relaciones intratrinitarias y, en segundo lugar, ha sido el que le ha movido para crear al mundo, en general, y al hombre, en particular. El amor de Dios no es un mero pensamiento espiritual, y que a veces adquiere tintes “meapilísticos”, sino que es la verdad fundamental que se halla en la Trinidad.

Las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se basan en el amor y crean amor. En el seno de la Trinidad no hay rivalidades ni decisiones egoístas sino que la libertad y el amor lo ocupan todo. Por tanto, en este sentido, hablar del amor de Dios es hablar del misterio más profundo e íntimo de la vida divina. Esto hace que el amor de Dios sea algo a lo que aspiramos gustar y disfrutar puesto que el fin de la vida cristiana es la divinización o participación en la vida divina.

Pero este amor y libertad entre las tres divinas personas no podía quedarse ahí, por eso en un movimiento libérrimo de su designio y voluntad, la Trinidad sale de su clausura y crea el mundo y al hombre. De aquí que digamos que la creación es obra de la Trinidad “ex amore” (= por amor) y libre. No fueron obligados por nada ni por nadie sino su generosa iniciativa de comunicar su amor a las criaturas, en concreto, a una criatura que es conciencia refleja respecto a Dios. ¿Qué significa conciencia refleja? Pues que el hombre se entiende a sí mismo como humano en cuanto se siente interpelado y amado por el Dios trinitario que le ha dado la impronta de su ser, es decir, que lo ha creado a imagen y semejanza suya.

Esta conciencia refleja ha dado lugar al llamado “humanismo cristiano”, esto es, una concepción del mundo y del hombre desde la Revelación obtenida. Este humanismo se concreta en la conservación y respeto del medio ambiente como creación de Dios, la defensa de la familia y la vida y el respeto a las libertades fundamentales de los hombres y mujeres del mundo por ser creaturas de Dios y llevar la impronta de su imagen y semejanza.  

En conclusión: el sólido fundamento del amor de Dios es, ante todo, una verdad que brota de la vida divina y que se comunica al hombre, libremente, dejando en él la impronta de su ser. El primer fruto del amor de Dios en el hombre es el haber sido creado a imagen y semejanza. Lo que supone una realidad que hoy vivimos pero que un día se realizará plenamente en la eternidad. El amor de Dios, pues, es algo que excede nuestra capacidad de comprensión. El amor de Dios es algo muy difícil, si no imposible, de definir. El amor de Dios solo se capta por experiencia, parafraseando aquellos versos de Lope de Vega: “esto es amor, quien lo probó lo sabe”.

Dios te bendiga