I.
Misterio
«La vida
consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el
Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu»
(VC 1). Con estas palabras del papa san Juan Pablo II en su exhortación
apostólico postsinodal, Vita Consecrata,
pretendemos poner de relieve la identidad más profunda de la consagración
religiosa. Estas diversas formas de vida que buscan la perfección y la
exigencia cristiano tiene un profundo arraigo en la historia de la Iglesia y
del cristianismo, como lo revelan estas palabras del Concilio Vaticano II: «Ya desde los
orígenes de la Iglesia hubo hombres y mujeres que se esforzaron por seguir con
más libertad a Cristo por la práctica de los consejos evangélicos y, cada uno
según su modo peculiar, llevaron una vida dedicada a Dios, muchos de los cuales
bajo la inspiración del Espíritu Santo, o vivieron en la soledad o erigieron
familias religiosas a las cuales la Iglesia, con su autoridad, acogió y aprobó
de buen grado» (Decreto Perfectae
Caritatis 1b).
Durante
la renovación de la Iglesia que supuso el Concilio Vaticano II, la vida
religiosa fue tratada con el intento de asegurar a los religiosos un lugar
específico en la constitución de la Iglesia y en la realización de su misión en
el mundo. Para este objetivo se había elegido la categoría de “santidad” como
especificadora de su misión. El quicio de la comprensión de esa forma de vida
eran los consejos evangélicos. Sobre la marcha de la reflexión y de las
intervenciones en el aula se percibió que ese método no era correcto. ¿Por qué?
La respuesta es sencilla y lógica conforme a la nueva eclesiología que se
estaba gestando: no se podía identificar la misión específica de los religiosos
desde algo que era esencial a toda vida cristiana, la vocación a la santidad.
Así,
el estatuto teológico de la vida consagrada lo sistematizó de manera perfecta
el mismo Concilio cuando dice: «El cristiano, mediante los votos u otros vínculos sagrados
—por su propia naturaleza semejantes a los votos—, con los cuales se obliga a
la práctica de los tres susodichos consejos evangélicos, hace una total
consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas, de manera que se
ordena al servicio de Dios y a su gloria por un título nuevo y especial. Ya por
el bautismo había muerto al pecado y estaba consagrado a Dios; sin embargo,
para traer de la gracia bautismal fruto copioso, pretende, por la profesión de
los consejos evangélicos, liberarse de los impedimentos que podrían apartarle
del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino y se consagra más
íntimamente al servicio de Dios. La consagración será tanto más perfecta
cuanto, por vínculos más firmes y más estables, represente mejor a Cristo,
unido con vínculo indisoluble a su Iglesia» (LG 44).
De
la Constitución dogmática Lumen Gentium,
emanaron otros documentos monográficos que venían a explicar algún aspecto
apuntado en dicha Constitución. Uno de estos documentos es el decreto para la
vida religiosa Perfectae Caritatis. En
este decreto se recogen los principios de renovación de la vida religiosa para
una nueva evangelización en un mundo nuevo. Son los siguientes:
A) “Como la última norma
definitiva de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo, tal cual lo
propone el Evangelio, todos los Institutos han de considerar esto como su regla
suprema” (PC 2a). Este es el
primer principio de renovación que enuncia el decreto. El elemento fundamental
y distintivo del religioso es la “sequela
Christi” o seguimiento de Cristo. En esto se resuelve la vida del religioso
y esto ha de ser su criterio y norma última.
B) “El que los Institutos
tengan su carácter y función propios contribuye al bien mismo de la Iglesia.
Por eso hay que conocer y conservar fielmente el espíritu de los fundadores,
los fines propios, las sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio
de Instituto” (PC 2b). El segundo
punto de renovación es la fidelidad al carisma particular del instituto, a la
propia vocación y misión dada en la Iglesia. Según este principio, a cada
instituto le toca reconocer y mantener fielmente lo que constituye el
patrimonio de cada uno, es decir, el espíritu de los fundadores, finalidades
propias y las sanas tradiciones. Se trata de una finalidad dinámica que adapte
fielmente tal patrimonio a las circunstancias e Iglesia de hoy.
C) “Todos los Institutos han
de participar en la vida de la Iglesia y hacer suyos y favorecer, según sus
posibilidades y carácter propio las iniciativas y proyectos de la misma en
materia bíblica, litúrgica, dogmática, pastoral, ecuménica, misionera y social”
(PC 2c). Este principio es el que
de alguna manera evita cualquier clase de extrinsecismo en la vida religiosa
como algo ajena a la vida de la Iglesia. Mediante esta tercera norma se quiere
poner en sintonía la vida religiosa con la vida de la Iglesia, que debe estar
en el centro de la vida de cada religioso, que debe tener con la Iglesia un
vínculo especial, reflejo y expresión del vínculo particular que tiene con
Jesús.
D) “Los Institutos han de
promover en sus miembros un conocimiento adecuado de las condiciones de los
hombres y de los tiempos así como de las necesidades de la Iglesia. Por tanto,
sabiendo juzgar las circunstancias del mundo actual a la luz de la fe e
inflamados de celo apostólico, serán capaces de ayudar más eficazmente a los
hombres” (PC 2d). Para una eficaz
renovación de la vida religiosa, los religiosos han de tener presente las
circunstancias en las cuales la Iglesia vive y obra en el mundo. Esto se
alcanza con una mayor formación de los religiosos sobre las condiciones
temporales y humanas circundantes y necesidades de la Iglesia con respecto a
esas.
E) “La vida religiosa tiene,
ante todo, como finalidad el que sus miembros sigan a Cristo y se unan a Dios
por la profesión de los consejos evangélicos. Por eso hay que considerar
seriamente que las mejores adaptaciones que puedan hacerse a las necesidades de
nuestro tiempo no surtirán efecto si no las anima una renovación espiritual.
Esta ha de juzgar el papel principal siempre, incluso cuando se trata de
impulsar obras externas” (PC 2e).
Este último principio se funda en lo que la vida espiritual es para el
religioso y sobre el lugar que debe ocupar en él. En este principio, lo que se
tiene en cuenta es el retorno a las fuentes de la vida espiritual.
Estas
son las cinco características de la renovación de la vida religiosa. Como
acabamos de decir anteriormente, el fin de todas estas disposiciones es la
santidad. Entremos ahora a examinar el formulario de la misa.
II.
Celebración
El
formulario de esta misa es de nueva creación y está inspirado en las
directrices emanadas de los documentos sobre Vida consagrada del Concilio
Vaticano II, que se vieron anteriormente. Para esta misa se recomienda usar la segunda
plegaria por diversas necesidades. También puede usarse el prefacio para la
Profesión religiosa (p. 976) con las plegarias I, II o III. Debe usarse
conforme a las normas generales establecidas para estas misas. Esta misa tiene
dos formularios, el A para la misa por los religiosos en general; y el B para
el XXV o L aniversario de la profesión religiosa, aunque este último no lo
abordaremos.
Para
el formulario A, la oración colecta sitúa la vida religiosa en la voluntad
salvífica de Dios. También ofrece unas pinceladas sobre qué es la vida
consagrada. La oración sobre las ofrendas nos recuerda que el cumplimiento de
los votos religiosos debe hacerse con sincero corazón. La oración de
post-comunión es un programa para la vida comunitaria, tan esencial en la vida
consagrada: unidos en el amor, alimentados por un mismo pan, animarse
mutuamente,…son claves para una sincera comunidad fraterna.
Los
textos bíblicos seleccionados para este formulario son Sal 36, 3-4 para la
antífona de entrada donde se invita a los consagrados a confiar en Dios y hacer
de él, el centro y la delicia de su vida. Para la antífona de comunión se
proponen dos antífonas a usar indistintamente, aunque la del Antiguo Testamento
se aconseja usarla fuera de Pascua. La de 1Re 19, 7 invita al religioso a la
perseverancia. La vida religiosa es un camino largo y duro, lleno de pruebas y
renuncias pero el pan eucarístico garantiza la fuerza para llegar a la meta. El
texto de Ap 22, 17.20 acentúan la dimensión esponsal de la vida religiosa, pues
la Iglesia orante y contemplativa, imbuida del Espíritu Santo, pide sin cesar
la venida de su Señor.
III.
Vida
Una
vez analizado el formulario veamos algunos puntos para una lectura vivencial
sobre la vida religiosa:
a)
Retrato de un religioso: es idea sostenida y repetida por nosotros que
la liturgia es el espejo donde se refleja de manera concisa y bella la
conciencia que la Iglesia tiene de si misma. Así, si uno, en este caso, quiere
saber cómo la Iglesia concibe la vida consagrada o el cómo ha de ser el
religioso, no tiene más que acercarse a los formularios eucológicos para
comprobarlo. De este modo, el religioso es una persona entregada a Dios que, abandonándolo
todo quiere seguir muy de cerca a Cristo renunciando a las pompas y lisonjas de
este mundo para, mediante la vivencia de los consejos evangélicos, servir mejor
a Dios y a los hermanos, con un corazón humilde y pobre de Espíritu. Lo que
implica un estilo de vida propio y único que le impulsa a ser en la Iglesia un
signo profético de la llegada del Reino.
b)
Misterio de elección: como toda vocación en la Iglesia, la vida
consagrada es un misterio de elección divina que llama a una forma de estar y
vivir en la Iglesia de una manera concreta. La vocación religiosa es un santo
propósito inspirado y sostenido por Dios, quien está al principio y al final de
este modo de ser en la Iglesia. este modo de elección se concreta por la
profesión y vivencia de los llamados consejos evangélicos, a saber, pobreza,
castidad y obediencia. Profundicemos en ellos desde las virtudes teologales y la vida en
comunidad:
A. La obediencia:
referencia a la fe. Conectada con la fe y la Palabra de Dios, es la forma
concreta de vivir la virtud teologal de la fe: es vivir la vida desde la
voluntad de Dios, no desde la nuestra. Es buscar comunitariamente, autoridad y
súbdito, la voluntad del Padre. La obediencia es signo escatológico. Habla a
los hombres de que llegará un cielo en el que la voluntad de Dios será la vida
de todos los salvados. Por eso, la obediencia es signo que pone en crisis al
hombre de hoy, que ha hecho de la propia voluntad, basada en el capricho y la
apetencia, el criterio último de la verdad. Viviendo la obediencia en el seno
de una comunidad, mostramos al mundo cómo la voluntad de Dios puede transformar
la comunidad humana.
B. La pobreza:
referencia a la esperanza. Es la libertad suprema de no estar atados a nada
para poder servir en plenitud al Evangelio: es mucho más que el no tener dinero
o posesiones, aunque lo incluya. Es, sobre todo, una actitud de vida que se
manifiesta en la alegría, el servicio generoso. La pobreza es también signo
escatológico. Habla a los hombres de que llegará un día en que solamente Dios
colme todos los deseos humanos. Viviendo la pobreza en el seno de una
comunidad, mostramos al mundo cómo romper la dinámica de la injusticia y vivir
con el corazón saciado sin poseer cosas de este mundo.
C. La castidad,
referencia al verdadero amor. La castidad es: amor y libertad que permiten la
apertura, el diálogo, el afecto y la entrega total a los otros, rompiendo así
con toda forma de ensimismamiento y clausura en el propio yo. No atarse a nadie
para que la propia vida se ponga al servicio de todos, mostrando así que nadie
puede quedar fuera de la comunidad de la casa del Padre. La castidad es también
signo escatológico. Habla a los hombres de que al final llegará la hermandad y
la comunión en la casa del Padre y de que esta comunión en el amor será lo
definitivo, pues todo lo demás cesará. Viviendo la castidad en comunidad,
mostramos al mundo cómo se pueden crear lazos de amor mucho más profundos que
los de la sangre y cómo este amor se ofrece continuamente a los demás.
c)
La vida en común: algo fundamental en la vida religiosa. No existe modo
de vida consagrada que pretenda comprenderse a sí misma como individual y sin
referencia a otro religioso. No. El religioso debe tener conciencia de haber
sido congregado de entre las gentes del mundo, por el mismo Señor, para vivir
en mutua caridad en una vida comunitaria que es signo profético, de nuevo, de
esa humanidad nueva que el Señor logrará al final de los tiempos. Los religiosos,
compartiendo el mismo pan, la misma mesa, el mismo hábito y el mismo y singular
carisma, esta unido en el amor a sus hermanos de comunidad y a la Iglesia
universal.
En
conclusión, con este formulario se nos invita a valorar la vida religiosa como
algo propio y esencial en la Iglesia. La vida religiosa es la manera más
radical de vivir la consagración bautismal, su fundamento primero y básico. Los
religiosos y consagrados tienen hoy dia una importante misión dentro de la
Iglesia y del mundo. La vida religiosa, como forma de estar dentro de la
Iglesia, es un tesoro de un valor inestimable por los muchos frutos que ha dado
y las actividades contemplativas o de apostolado que abarca. Así, el Espíritu
ha suscitado en cada una de ellas unos carismas específicos en función de las
necesidades y de los campos que la Iglesia debía evangelizar.
Oremos
pues y tengamos siempre presentes a los religiosos ya que ellos han recibido de
Dios orar por nosotros y cuidarnos a nosotros.
Dios
te bendiga
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