Antífona
de entrada
«Pueblo de
Sión: el Señor vendrá a salvar a los pueblos y hará resonar la majestad de su
voz con alegría en vuestro corazón». Confeccionada a partir del capítulo 30
del profeta Isaías, versículos 19 y 30. Con esta antífona, la liturgia pretende
mantenernos en la tensa espera que supone este tiempo de Adviento. Dios ha
prometido venir y no se desdice de su palabra. Jesucristo, Dios y hombre
verdadero, viene a este mundo con un propósito: como su propio nombre indica,
salvar a su pueblo.
Cada vez que la Iglesia clama “Marana-Tá” vuelve su corazón a llenarse de alegría porque sabe que
su salvación está cerca. Él es fiel a sus promesas y la Iglesia lo sabe. Al
inicio de la celebración renovamos esta confesión de fe y de esperanza obrando
las obras del amor con las que queremos salir al encuentro de nuestro Señor
Jesucristo.
Oración
colecta
«Dios
todopoderoso, rico en misericordia, no permitas que, cuando salimos animosos al
encuentro de tu Hijo, lo impidan los afanes terrenales, para que, aprendiendo
la sabiduría celestial, podamos participar plenamente de su vida. Por nuestro
Señor Jesucristo». Con importantes variaciones sintácticas aparece, y fue tomada, en los sacramentarios
gelasianos antiguo (s. VIII) y angoulenme (s. IX). Ante el Dios que viene,
nosotros debemos salir a su encuentro pero puede ser que nuestra debilidad o
pereza impidan la prontitud que debiéramos tener para ello por eso necesitamos
la ayuda de la gracia, “sabiduría
celestial”, para que fracasemos en este esperado encuentro de amor.
Pero la oración va más allá del encuentro místico en
que nos sumerge el tiempo de Adviento, con la expresión “podamos participar plenamente de su vida” se nos está indicando que
el verdadero encuentro se producirá al final de los tiempos cuando poseamos
plenamente la vida íntima de Dios que nos ha alcanzado Jesucristo en su
victoria pascual.
Oración
sobre las ofrendas
«Que los
ruegos y ofrendas de nuestra pobreza te conmuevan, Señor, y al vernos
desvalidos y sin méritos propios acude, compasivo, en nuestra ayuda. Por
Jesucristo, nuestro Señor». Aparece en los sacramentarios gelasiano antigu0
(s. VIII), Angoulenme (s. IX), el sacramentario gregoriano del papa Hadrianno
(s. X) y conservada en el misal romano de 1570. Esta oración refleja un craso
realismo antropológico, en concreto, la condición pre-lapsaria del hombre, o dicho de otra manera, el hombre caído
por el pecado original y la concupiscencia que le inclina a los pecados
personales. Ante esta debilidad que humilla a nuestra humanidad, solo Dios
puede venir en nuestra ayuda para levantarnos y restituirnos a la gracia.
Antífona
de comunión
«En pie,
Jerusalén, sube a la altura, contempla la alegría que Dios te envía».
Tomada del profeta Baruc, capítulo 5, versículo 5 y capítulo 4, versículo 36.
La liturgia al interpretar la expresión Jerusalén hace referencia la Iglesia,
la nueva Jerusalén. Así pues, esta antífona de comunión es una exhortación a la
comunidad reunida a sentirse Iglesia, a que, como Iglesia, suba hacia el
presbiterio y contemple la sagrada Hostia que al comerla, llena el corazón de
los fieles de alegría y regocijo espiritual. La comunión sacramental es
denominada con el sustantivo “alegría”, el mismo que sirve como verbo para
saludar a la Virgen en la Anunciación.
Oración
después de la comunión
«Saciados con
el aliento espiritual, te pedimos, Señor, que, por la participación en este
sacramento, nos enseñes a sopesar con sabiduría los bienes de la tierra y amar
intensamente los del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor». Aparece los
sacramentarios gelasiano antiguo (s. VIII), el de Angoulenme (s. IX) de donde
ha sido tomada, mantenida en el sacramentario gregoriano de Adriano (s. X) y el
misal romano de 1570. Aparece en el actual misal de Pablo VI con ligeros
cambios semánticos. Estamos en la misma línea escatológica de la oración de
post-comunión del domingo pasado donde se nos recuerda que los bienes
materiales tienen una importancia relativa en tanto en cuanto nos ayuden a amar
y aspirar a los eternos.
Visión
de conjunto
El tiempo de Adviento es tiempo de ponerse en pie y
recibir la salvación. En Adviento es Jesucristo, la gracia increada de Dios, la
que nos visita, el que quiere poner su tienda entre nosotros y renovar nuestro
corazón para fortalecer la fraternidad humana. Por eso, en este sentido,
podemos decir que el Adviento es, también, tiempo de Iglesia porque es la
Esposa la que dice “Ven, Señor”. Porque es la Iglesia la que espera en
comunidad el re-encuentro con su Señor.
La liturgia hispano-mozárabe llama a la Iglesia “Universa fraternitate”, esto es,
hermandad universal, en la oración de los dípticos, que vendrían a ser como
nuestra actual oración de los fieles. Efectivamente, la Iglesia, en Adviento,
se muestra como una hermandad universal que se une en torno a una espera gozosa
de esa gracia increada que tiene que venir a restaurar la fraternidad perdida o
dañada por el pecado.
Como hermandad universal, la Iglesia en Adviento
renueva, también, su dimensión misionera, pues que la humanidad conozca a
Cristo, del uno al otro confín, depende, en parte, de su empeño evangelizador,
sin prejuicios, y con ánimo renovado.
Como Iglesia, vivimos el Adviento celebrando la
Eucaristía ya que ésta es, como nos recuerda la monición al Padre nuestro, “signo de reconciliación y vínculo de unión
fraterna”. Cada Eucaristía no es solamente la actualización de la redención
de Cristo sino el recuerdo perenne de que el que se hace presente, viniendo,
cada día en el altar, vino un día en carne mortal y vendrá al final de los
tiempos a salvar a su Iglesia, a dar plenitud a la comunidad de fieles que en
este mundo, movidos por el Espíritu Santo, camina hacia la Pascua eterna.
Vivamos, pues, intensamente este Adviento con gran
esperanza de sabernos amados y guiados por aquel que viene a nuestro encuentro
en cada persona y en cada acontecimiento para que al final de la historia lo
sepamos reconocer como hermano más pequeño a quien ya hicimos todo el bien
posible que estuvo en nuestras manos. La vida es un continuo Adviento, vivamos
la vida, vivamos el Adviento.
Dios te bendiga
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