sábado, 9 de diciembre de 2017

PARARE VIAS DOMINI


HOMILÍA DEL II DOMINGO DE ADVIENTO



Queridos hermanos en el Señor:

«Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos». Este es el núcleo del mensaje que nos transmite la liturgia del II Domingo de Adviento. Una invitación que ya empieza 600 años antes de Cristo, y con la cual, el profeta Isaías que nos exhorta a sentirnos consolados por el anuncio esperanzador de aquel que grita en el desierto un tiempo nuevo en que la gloria de Dios se nos manifestará y la podrán ver “todos los hombres juntos”. Se vislumbra el anhelo de Dios de crear un solo pueblo en una sola fe y en una sola fraternidad.

Se nos anima a preparar en estas fechas el camino para el Señor Dios que llega con poder. Pero… ¿Cómo ejerce Dios este poder? Como un Pastor que apacienta al rebaño. La imagen del Dios-Pastor vuelve hoy a hacerse presente en nuestra celebración como el domingo anterior para recordarnos que ese consuelo de Isaías solo puede venir de aquel que conoce a su pueblo. Es el Dios que nos pastorea con su misericordia y nos muestra el camino, la vereda, de la salvación. Pero fijémonos en esta idea: Dios conoce a su pueblo. Él sabe quiénes somos cada uno de nosotros, al ser hechura de sus manos, barro moldeado por su amor bien sabe cuáles son nuestra virtudes y defecto y aún así no deja de mostrarnos su amor ¿se puede esperar más? no creo porque el saber esta certeza divina infunde en el alma cristiano una confianza grande que nos dispone a preparar su venida con más ahínco y a esperarla con más ansia.

De este modo, al fiarnos de Él, hemos respondido en el salmo «muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación». Pero hoy san Pedro nos enseña otra característica de Dios: la paciencia. Dios no quiere que nadie perezca sino que se convierta y viva, por eso Dios no destruye, aunque corrija, porque es un Dios paciente. San Pedro, además, nos recuerda algo que ya se anunció el domingo pasado: la destrucción de todo. Pero a su vez nos invita a la esperanza. Nos invita a esperar “un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia”.


Pero la profecía de Isaías no es algo que quede lejano y perdido en el pasado, sino que se cumple en el Evangelio de hoy. Aparece un nuevo personaje, una voz que anuncia, grita y denuncia en el desierto. Esa voz es Juan el Bautista que ya nos señala la proximidad del Salvador, la inminente llegada del Mesías que nos dará el bautizo nuevo del Espíritu Santo.

En este domingo segundo de Adviento os propongo esta oración para que la Palabra de Dios que hemos escuchado cale en lo más hondo de nuestro corazón y nos disponga a una mejor preparación de las fiestas que se avecinan:

«Muéstranos, Señor, tu misericordia para que preparando tu camino, allanando los senderos y siguiendo la voz del Bautista, que hoy nos llama a la conversión y al perdón de los pecados, podamos oír la majestad de tu voz. A ti, que un día llegarás con poder y como un Pastor a apacentar a tu pueblo, se dirigen nuestras súplicas, invocando tu nombre desde la tierra, para que tu salvación llueva desde el cielo. De modo que todos los hombres juntos, esperando un cielo nuevo y una tierra nueva, podamos ser bendecidos con tu paciencia y ver la gran manifestación de tu Hijo Jesús. Amén».

Dios te bendiga

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