viernes, 11 de mayo de 2018

MISA PRO PROFUGIS ET EXSULIBUS


MISA POR LOS PRÓFUGOS Y LOS EXILIADOS


I. Misterio

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dice «Una categoría especial de víctimas de la guerra son los refugiados, que a causa de los combates se ven obligados a huir de los lugares donde viven habitualmente, hasta encontrar protección en países diferentes de donde nacieron. La Iglesia muestra por ellos un especial cuidado, no sólo con la presencia pastoral y el socorro material, sino también con el compromiso de defender su dignidad humana: “La solicitud por los refugiados nos debe estimular a reafirmar y subrayar los derechos humanos, universalmente reconocidos, y a pedir que también para ellos sean efectivamente aplicados”» (505b).

Esta solicitud de la Iglesia por este drama social que hoy golpea nuestro mundo con tanta crudeza, le ha llevado a componer un formulario de misa para presentar esta realidad como una ofrenda agradable a Dios de tal modo que Éste tenga compasión por estos hermanos nuestros que viven una suerte más desfavorable que la nuestra.


Hoy, raro es el día en que en nuestras televisiones y radios no asaltan noticias dramáticas de gran parte de la población mundial que se ve obligada a desplazarse de sus tierras de origen, por causas diversas, en busca de mejores condiciones de vida. Desde el origen del mundo, el hombre ha viajado de allá para acá buscando nuevas tierras para el cultivo o manadas para la caza; han sido forzados al exilio por los grandes imperios de la historia (Persia, Babilonia, Roma, Egipto, etc) dando lugar así a nuevas culturas, mestizajes y civilizaciones. Sin embargo, el exilio y la huida ante causas diversas (políticas, económicas, culturales o raciales) no deja de ser una realidad sangrante que no ha cesado nunca de cobrarse vidas inocentes.

Por ello, pues, es más necesario hoy que nunca rezar por todos ellos, por los habitantes de campos de refugiados, los navegantes de pateras y cayucos, los refugiados que huyen de la guerra, del hambre y de la destrucción para que Dios ponga todos los medios para que no tengan que salir, obligatoriamente de sus tierras, sino que puedan cultivar y hacer progresar sus países en orden, paz, trabajo, justicia y amor.  

II. Celebración

            Este formulario que analizamos hoy ajusta su uso a las normas universales dadas para las misas “ad diversa”. Puede ser completada con la cuarta plegaria por diversas necesidades. Los ornamentos pueden ser del color propio del tiempo litúrgico que se empleé (normalmente Tiempo Ordinario). Es un formulario simple de nueva creación, compuesto por una oración colecta, otra sobre las ofrendas y una oración para después de la comunión.

            La oración colecta, no de corte romano, dada su extensión, presenta una anamnesis muy desarrollada que expresa los sentimientos de extrañeza, lejanía y desprotección de quien ha tenido que salir, forzosamente, de su tierra. El objeto de la plegaria son: exiliados, prófugos, hombres discriminados y niños perdidos. La petición o aitesis es el regreso a su tierra y la caridad cristiana.


La oración sobre las ofrendas es profundamente rica en significados: “congregar en la unidad a tus hijos dispersos” fruto del exilio; llama a la Eucaristía “ofrenda de paz” ya que el sacrificio de Cristo en la cruz, objeto que se actualiza místicamente, es el fundamento de nuestra paz con el Padre eterno; con la expresión “la unión de las voluntades” se recuerda al necesidad de poner fin a todo conflicto; y con la expresión “nuestra caridad fraterna” se concentra la súplica en lo específicamente cristiano ante cualquier drama humano.

La oración para después de la comunión: frente a la dispersión que supone el exilio y la emigración, la liturgia es una llamada a vivir la unidad de la fe, la comunión con las cosas sagradas (pan y cáliz). La oración demanda una virtud humana: “humanidad para acoger” que debe estar imbuida de otra divina “con amor sincero”, la unión de ambas es un continuo reto para los cristianos. La perspectiva escatológica de la caridad hacia los emigrantes tal como la propone Mt 25, 35, se ve reflejada en la oración indicando que el hombre es un continuo caminante hasta llegara a la verdadera patria: la tierra de los vivos, donde nos espera Dios.

Los textos bíblicos asignados a este formulario son: para la antífona de entrada se han seleccionados dos textos: a) Sal 90, 11 donde se recuerda que los caminos que el hombre transita en este vida están protegidos por los ángeles de la guarda; b) Jer 29, 11-12.14 el hombre disperso por el mundo entero, obligado a salir de su tierra por causas diversas puede seguir confiando en Dios, quien le ha prometido designios de paz y la vuelta al lugar natural de origen. Para la antífona de comunión, tenemos el sal 90, 2 donde se enseña al hombre a que invoque y se refugie en Dios en cada circunstancia de su vida.

III. Vida

            Una vez analizado el formulario extraigamos algunas ideas teológico-morales que puedan ayudarnos a vivir cristianamente las situaciones precarias de emigrantes, prófugos y exiliados:


a) Dios fue emigrante: no diremos que la emigración sea un lugar teológico, pero si que podemos afirmar, según se desprende de la Sagrada Escritura, que Dios conoció indirecta y directamente la emigración y el exilio. Dios estaba tan unido a su pueblo que participó de la emigración de este a Egipto y su regreso a la tierra prometida; fue exiliado con su pueblo cuando éste fue invadido por potencias extranjeras (v.gr. exilio de Babilonia). Pero aún fue mucho mayor su experiencia de emigración cuando al tomar naturaleza humana en la Encarnación de su hijo Jesucristo, Verbo Divino, tuvo que emigrar de Belén a Egipto; y volver del exilio, pasado el tiempo, de Egipto a Nazaret. Jesucristo, en su vida pública, tuvo que caminar de un lado a otro, ciertamente por causa de la predicación del Reino, pero también, por la persecución y hostigamiento a que le sometían las autoridades terrenas. Por tanto, Dios, que conoce el drama de la emigración y el exilio, no es ajeno a esta dramática realidad que hoy se vive con insólita crudeza.    

b) El regreso a la patria: que la gente tiene derecho a salir de su tierra y buscar condiciones mejores de vida en otros países es algo que no se puede negar ni calificar moralmente como malo. Pues el movimiento demográfico es un derecho de todo hombre. Pero el que alguien tenga que desplazarse forzosamente, impelido por causas externas a él, es lo que se debe reprobar enérgicamente. Este último caso es el que corresponde al exilio, a los refugiados. La actitud de la Iglesia, en este sentido, es la vindicación justa de promover el desarrollo y progreso de aquellos países para que la gente no tenga que huir de ellos. La comunidad internacional está llamada a promover un orden social y unas condiciones mínimas que favorezcan el crecimiento económico, social, político y cultural en aquellos países para que sus habitantes puedan realizar sus aspiraciones y contribuir al progreso humano y espiritual y material de sus naciones. Solo cuando se consigue lo anteriormente expuesto, los que tuvieron que salir de sus casas forzados por las condiciones pésimas en que vivían, podrán volver a sus hogares y recuperar la vida que les fue arrebatada.

c) Leyes y condiciones para la emigración: estableciendo como premisa que la marcha forzosa del lugar de origen de una persona nunca es buena, el exilio no es bueno, el destierro no es bueno, se hace necesario la confección de leyes que, conjugando la misericordia con el extranjero y la justicia social, permitan no solo la acogida de aquellos sino la posibilidad de que pronto vuelvan a sus hogares con todas las garantías. En este sentido se debe estar alerta y discernir las causas de la entrada de multitudes a los diversos países del llamado “primer mundo” u occidente desarrollado. Siempre ha habido emigraciones y movimientos demográficos que por necesidad han tenido que salir de sus hogares buscando trabajo, asilo político, etc. pero sería muy estúpido ignorar las mafias que se aprovechan de los pobres y los embarcan en precarias navegaciones a riesgo de morir en el mar; otras veces se produce la trata de blancas, repugnante comercio de seres humanos. Y más casos que si se expusieran harían excesivamente largo este artículo.  

Así pues, como cristianos debemos mostrar una acogida amorosa y fraterna ante el hermano que viene de fuera, independientemente de su nación, religión o ideología; en este sentido, hablamos de un amor verdaderamente católico, esto es, universal y sin límites. Pero también los gobiernos de las naciones tienen una responsabilidad, no menor, en este campo, puesto que deben procurar la mejor atención posible a los refugiados, extranjeros e inmigrantes pero evitando toda legislación injusta que pudiera resultar gravosa para los autóctonos. Así se evitará toda tentación de racismo, xenofobia u odios y malestares sociales. También los emigrantes que son acogidos en un país tienen el deber de comprometerse al bien estar de la nación. Deben contribuir con el trabajo, compartiendo y respetando la cultura y no reivindicar nada más de aquello que le es debido y ofrecido, siempre que esto no menoscabe su dignidad humana.

e) Unidad de los hijos de Dios: es el fin de la humanidad. A pesar de las dispersiones demográficas por los países y la erección de fronteras y barreras, el género humano está llamado, por Dios, a construir una única familia humana.  Con razón podemos decir que el hombre es un constante caminante, un hombre en camino cuya peregrinación no cesará hasta llegar a la patria del cielo, a la tierra de los vivos, donde todos seremos ciudadanos de la misma ciudad celeste, sin distinción de raza, naciones, sino hijos de un mismo Dios y Padre de todos que lo transforma todo y lo conduce todo a su realidad última e infinita.

Por tanto, cuando la Iglesia nos propone rezar por esta realidad dura y triste de la humanidad, significa que los cristianos tenemos el deber evangélico de acoger al emigrante, al solo, al desamparado. Ojalá que nuestro corazón no se cierre al extranjero sino que crezcamos en la caridad fraterna y en la ayuda mutua. Con leyes justas y no discriminantes para ninguna de las partes, podremos apaliar, un poco, esta desagradable situación.

Dios te bendiga

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