MISA POR LOS PRÓFUGOS Y LOS
EXILIADOS
I. Misterio
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
dice «Una categoría especial de víctimas
de la guerra son los refugiados,
que a causa de los combates se ven obligados a huir de los lugares donde viven
habitualmente, hasta encontrar protección en países diferentes de donde nacieron.
La Iglesia muestra por ellos un especial cuidado, no sólo con la presencia
pastoral y el socorro material, sino también con el compromiso de defender su
dignidad humana: “La solicitud por los refugiados nos debe estimular a
reafirmar y subrayar los derechos humanos, universalmente reconocidos, y a
pedir que también para ellos sean efectivamente aplicados”» (505b).
Esta solicitud de la Iglesia por este drama social
que hoy golpea nuestro mundo con tanta crudeza, le ha llevado a componer un
formulario de misa para presentar esta realidad como una ofrenda agradable a
Dios de tal modo que Éste tenga compasión por estos hermanos nuestros que viven
una suerte más desfavorable que la nuestra.
Hoy, raro es el día en que en nuestras televisiones
y radios no asaltan noticias dramáticas de gran parte de la población mundial
que se ve obligada a desplazarse de sus tierras de origen, por causas diversas,
en busca de mejores condiciones de vida. Desde el origen del mundo, el hombre
ha viajado de allá para acá buscando nuevas tierras para el cultivo o manadas
para la caza; han sido forzados al exilio por los grandes imperios de la
historia (Persia, Babilonia, Roma, Egipto, etc) dando lugar así a nuevas culturas,
mestizajes y civilizaciones. Sin embargo, el exilio y la huida ante causas
diversas (políticas, económicas, culturales o raciales) no deja de ser una
realidad sangrante que no ha cesado nunca de cobrarse vidas inocentes.
Por ello, pues, es más necesario hoy que nunca rezar
por todos ellos, por los habitantes de campos de refugiados, los navegantes de
pateras y cayucos, los refugiados que huyen de la guerra, del hambre y de la
destrucción para que Dios ponga todos los medios para que no tengan que salir,
obligatoriamente de sus tierras, sino que puedan cultivar y hacer progresar sus
países en orden, paz, trabajo, justicia y amor.
II. Celebración
Este formulario que analizamos hoy
ajusta su uso a las normas universales dadas para las misas “ad diversa”. Puede
ser completada con la cuarta plegaria por diversas necesidades. Los ornamentos
pueden ser del color propio del tiempo litúrgico que se empleé (normalmente Tiempo
Ordinario). Es un formulario simple de nueva creación, compuesto por una
oración colecta, otra sobre las ofrendas y una oración para después de la
comunión.
La oración colecta, no de corte
romano, dada su extensión, presenta una anamnesis muy desarrollada que expresa
los sentimientos de extrañeza, lejanía y desprotección de quien ha tenido que
salir, forzosamente, de su tierra. El objeto de la plegaria son: exiliados,
prófugos, hombres discriminados y niños perdidos. La petición o aitesis es el
regreso a su tierra y la caridad cristiana.
La oración sobre las ofrendas es profundamente rica
en significados: “congregar en la unidad
a tus hijos dispersos” fruto del exilio; llama a la Eucaristía “ofrenda de paz” ya que el sacrificio de
Cristo en la cruz, objeto que se actualiza místicamente, es el fundamento de
nuestra paz con el Padre eterno; con la expresión “la unión de las voluntades” se recuerda al necesidad de poner fin a
todo conflicto; y con la expresión “nuestra
caridad fraterna” se concentra la súplica en lo específicamente cristiano
ante cualquier drama humano.
La oración para después de la comunión: frente a la
dispersión que supone el exilio y la emigración, la liturgia es una llamada a
vivir la unidad de la fe, la comunión con las cosas sagradas (pan y cáliz). La oración
demanda una virtud humana: “humanidad
para acoger” que debe estar imbuida
de otra divina “con amor sincero”, la
unión de ambas es un continuo reto para los cristianos. La perspectiva
escatológica de la caridad hacia los emigrantes tal como la propone Mt 25, 35,
se ve reflejada en la oración indicando que el hombre es un continuo caminante
hasta llegara a la verdadera patria: la tierra de los vivos, donde nos espera
Dios.
Los textos bíblicos asignados a este formulario son:
para la antífona de entrada se han seleccionados dos textos: a) Sal 90, 11
donde se recuerda que los caminos que el hombre transita en este vida están
protegidos por los ángeles de la guarda; b) Jer 29, 11-12.14 el hombre disperso
por el mundo entero, obligado a salir de su tierra por causas diversas puede
seguir confiando en Dios, quien le ha prometido designios de paz y la vuelta al
lugar natural de origen. Para la antífona de comunión, tenemos el sal 90, 2
donde se enseña al hombre a que invoque y se refugie en Dios en cada
circunstancia de su vida.
III. Vida
Una vez analizado el formulario
extraigamos algunas ideas teológico-morales que puedan ayudarnos a vivir
cristianamente las situaciones precarias de emigrantes, prófugos y exiliados:
a) Dios fue emigrante: no diremos que la
emigración sea un lugar teológico, pero si que podemos afirmar, según se
desprende de la Sagrada Escritura, que Dios conoció indirecta y directamente la
emigración y el exilio. Dios estaba tan unido a su pueblo que participó de la
emigración de este a Egipto y su regreso a la tierra prometida; fue exiliado
con su pueblo cuando éste fue invadido por potencias extranjeras (v.gr. exilio
de Babilonia). Pero aún fue mucho mayor su experiencia de emigración cuando al
tomar naturaleza humana en la Encarnación de su hijo Jesucristo, Verbo Divino,
tuvo que emigrar de Belén a Egipto; y volver del exilio, pasado el tiempo, de
Egipto a Nazaret. Jesucristo, en su vida pública, tuvo que caminar de un lado a
otro, ciertamente por causa de la predicación del Reino, pero también, por la
persecución y hostigamiento a que le sometían las autoridades terrenas. Por tanto,
Dios, que conoce el drama de la emigración y el exilio, no es ajeno a esta
dramática realidad que hoy se vive con insólita crudeza.
b) El regreso a la patria: que la gente tiene
derecho a salir de su tierra y buscar condiciones mejores de vida en otros países
es algo que no se puede negar ni calificar moralmente como malo. Pues el movimiento
demográfico es un derecho de todo hombre. Pero el que alguien tenga que
desplazarse forzosamente, impelido por causas externas a él, es lo que se debe
reprobar enérgicamente. Este último caso es el que corresponde al exilio, a los
refugiados. La actitud de la Iglesia, en este sentido, es la vindicación justa
de promover el desarrollo y progreso de aquellos países para que la gente no
tenga que huir de ellos. La comunidad internacional está llamada a promover un
orden social y unas condiciones mínimas que favorezcan el crecimiento
económico, social, político y cultural en aquellos países para que sus
habitantes puedan realizar sus aspiraciones y contribuir al progreso humano y
espiritual y material de sus naciones. Solo cuando se consigue lo anteriormente
expuesto, los que tuvieron que salir de sus casas forzados por las condiciones
pésimas en que vivían, podrán volver a sus hogares y recuperar la vida que les
fue arrebatada.
c) Leyes y condiciones para la emigración: estableciendo
como premisa que la marcha forzosa del lugar de origen de una persona nunca es
buena, el exilio no es bueno, el destierro no es bueno, se hace necesario la
confección de leyes que, conjugando la misericordia con el extranjero y la
justicia social, permitan no solo la acogida de aquellos sino la posibilidad de
que pronto vuelvan a sus hogares con todas las garantías. En este sentido se
debe estar alerta y discernir las causas de la entrada de multitudes a los
diversos países del llamado “primer mundo” u occidente desarrollado. Siempre ha
habido emigraciones y movimientos demográficos que por necesidad han tenido que
salir de sus hogares buscando trabajo, asilo político, etc. pero sería muy estúpido
ignorar las mafias que se aprovechan de los pobres y los embarcan en precarias
navegaciones a riesgo de morir en el mar; otras veces se produce la trata de
blancas, repugnante comercio de seres humanos. Y más casos que si se expusieran
harían excesivamente largo este artículo.
Así pues, como cristianos debemos mostrar una
acogida amorosa y fraterna ante el hermano que viene de fuera,
independientemente de su nación, religión o ideología; en este sentido,
hablamos de un amor verdaderamente católico, esto es, universal y sin límites. Pero
también los gobiernos de las naciones tienen una responsabilidad, no menor, en
este campo, puesto que deben procurar la mejor atención posible a los
refugiados, extranjeros e inmigrantes pero evitando toda legislación injusta
que pudiera resultar gravosa para los autóctonos. Así se evitará toda tentación
de racismo, xenofobia u odios y malestares sociales. También los emigrantes que
son acogidos en un país tienen el deber de comprometerse al bien estar de la
nación. Deben contribuir con el trabajo, compartiendo y respetando la cultura y
no reivindicar nada más de aquello que le es debido y ofrecido, siempre que
esto no menoscabe su dignidad humana.
e) Unidad de los hijos de Dios: es el fin de
la humanidad. A pesar de las dispersiones demográficas por los países y la
erección de fronteras y barreras, el género humano está llamado, por Dios, a
construir una única familia humana. Con razón
podemos decir que el hombre es un constante caminante, un hombre en camino cuya
peregrinación no cesará hasta llegar a la patria del cielo, a la tierra de los
vivos, donde todos seremos ciudadanos de la misma ciudad celeste, sin distinción
de raza, naciones, sino hijos de un mismo Dios y Padre de todos que lo
transforma todo y lo conduce todo a su realidad última e infinita.
Por tanto, cuando la Iglesia nos propone rezar por
esta realidad dura y triste de la humanidad, significa que los cristianos
tenemos el deber evangélico de acoger al emigrante, al solo, al desamparado. Ojalá
que nuestro corazón no se cierre al extranjero sino que crezcamos en la caridad
fraterna y en la ayuda mutua. Con leyes justas y no discriminantes para ninguna
de las partes, podremos apaliar, un poco, esta desagradable situación.
Dios te bendiga
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