HOMILÍA DEL VI DOMINGO DE PASCUA
Queridos
hermanos en el Señor:
En el sexto domingo de la Pascua, la
liturgia nos ofrece la segunda parte del Evangelio que ya iniciamos en el
domingo anterior. Si en la primera parte se nos invitaba a permanecer unidos a
Jesucristo como los sarmientos a la vida, en este domingo se nos invita a
considerar la consecuencia más extrema y radical de esta permanencia amorosa:
la entrega de la vida por los demás.
En la primera lectura, encontramos
el pasaje donde se nos ofrece el punto de arranque de la universalización del
mensaje evangélico. El Espíritu Santo se derrama indistintamente sobre judíos y
paganos siempre y cuando estos crean en Jesucristo y practiquen las buenas
obras que brotan de la fe. De esta manera, el Evangelio, al revelarse a las
naciones, se va abriendo camino por el mundo entero hasta llegar a todos los
rincones de la tierra. Durante dos mil años el mensaje ha sido siempre el
mismo: que Dios es amor y que su amor se ha manifestado a nosotros enviándonos a
su Hijo Jesucristo para morir por nosotros.
En ese Cristo enviado, muerto y
resucitado, es en quien hemos puesto nuestra esperanza y nuestra vida. Es el
que ha traído la alegría al mundo entero y ha construido sociedades y
civilizaciones. Y es en ese mismo Mesías
y Señor glorioso en el cual nosotros, por el bautismo, estamos injertados como
los sarmientos a la vid.
El mensaje de Cristo para este
domingo es muy directo: “así os he amado
yo: dando la vida por mis amigos, vosotros sois mis amigos porque yo os he
elegido para que permanezcáis en mi amor y deis fruto abundante y duradero. Porque
solo así vuestra alegría será plena”. Y esta plenitud reside en la apertura
universal que adquiere el mensaje evangélico: que Dios es amor y nos ha
mostrado su amor enviado a su Hijo al mundo para entregar su vida por nosotros.
Somos, por tanto, fruto de una
elección divina, una elección realizada en el amor. Elegidos por Dios, desde la
eternidad, para ser amigos suyos, para agradarle en medio del mundo, o lo que
es lo mismo, para ser santos e irreprochables ante Él por el amor. Ser amigos
de Dios no es otra cosa que ser santos en medio del mundo, cristianos que
transformen sus ambientes según Dios. pero esto solo podemos vivirlo en la
medida en que estemos muy unidos a Jesús y amemos a los hombres y mujeres de
este mundo tal como les ama el Señor, tal como nosotros hemos sido amados por
el Señor: entregando la vida por ellos.
Queridos hermanos, es un reto
precioso el que Jesucristo nos propone en este domingo. Es un camino de
santidad maravilloso, apasionante y contagioso el que Jesús quiere que transitemos
unidos a su amor. Ojalá estemos dispuesto a ellos. Así sea.
Dios te bendiga
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