MISA EN TIEMPO DE HAMBRE O POR LOS
QUE PADECEN HAMBRE
I.
Misterio
Presentamos
hoy el comentario a la misa que tiene como objeto de su plegaria uno de los
grandes males que acucian al mundo y al hombre de hoy: el hambre y las
hambrunas. Un problema, lamentablemente hoy estructural, que aqueja a grandes
masas de población en las regiones de la tierra situadas en el hemisferio sur. Es
un problema muy unido al Medio ambiente y a la distribución de los
bienes de la tierra. Los
números dedicados a este asunto en el Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia (481- 485) dan buena cuenta de
ello.
Los bienes de la tierra han sido creados por Dios
para ser sabiamente usados por todos: estos bienes deben ser equitativamente
compartidos, según la justicia y la caridad. Los actuales problemas ecológicos, de
carácter planetario, pueden ser afrontados eficazmente sólo gracias a una
cooperación internacional capaz de garantizar una mayor coordinación en el uso
de los recursos de la tierra.
El principio del destino universal de los bienes ofrece una orientación
fundamental, moral y cultural, para deshacer el complejo y dramático nexo que
une la crisis ambiental con la pobreza. La actual crisis
ambiental afecta particularmente a los más pobres, bien porque viven en tierras
sujetas a la erosión y a la desertización, están implicados en conflictos
armados o son obligados a migraciones forzadas, bien porque no disponen de los
medios económicos y tecnológicos para protegerse de las calamidades.
El estrecho vínculo que existe entre el desarrollo de los países más
pobres, los cambios demográficos y un uso sostenible del ambiente, no debe
utilizarse como pretexto para decisiones políticas y económicas poco conformes
a la dignidad de la persona humana. En el Norte del planeta
se asiste a una caída de la tasa de
natalidad, con repercusiones en el envejecimiento de la población,
incapaz incluso de renovarse biológicamente, mientras que en el Sur
la situación es diversa. Es importante que cualquier discusión sobre políticas
demográficas tenga en cuenta el desarrollo actual y futuro de las Naciones y
las zonas. Todo desarrollo digno de este nombre ha de ser integral, es decir,
ha de buscar el verdadero bien de toda persona y de toda la persona.
La utilización del agua
y de los servicios a ella vinculados debe estar orientada a satisfacer las
necesidades de todos y sobre todo de las personas que viven en la pobreza. El
acceso limitado al agua potable repercute sobre el bienestar de un número
enorme de personas y es con frecuencia causa de enfermedades, sufrimientos,
conflictos, pobreza e incluso de muerte: para resolver adecuadamente esta
cuestión.
El agua no puede ser tratada como una simple mercancía más entre las
otras, y su uso debe ser racional y solidario. Su
distribución forma parte, tradicionalmente, de las responsabilidades de los
entes públicos, porque el agua ha sido considerada siempre como un bien
público, una característica que debe mantenerse, aun cuando la gestión fuese
confiada al sector privado. El derecho al agua es un derecho universal e
inalienable. Veamos cómo lo trata la vida litúrgica de la Iglesia.
II.
Celebración
Esta
misa presenta dos formularios, ambos simples y completos, para la celebración.
Puede elegirse entre uno u otro. Se rige por las normas generales para las
misas por diversas necesidades y puede ser completado el formulario con la
cuarta plegaria eucarística para la misa por diversas necesidades.
El
formulario A: es de nueva creación. La oración
colecta está basada en la providencia divina que cuida de todas las criaturas a
las que da comida a su tiempo (cf. Sal 145, 15). Ante las situaciones de
injusticia y hambre en la humanidad, no cabe otra opción que una caridad
eficaz, operativa y concreta para acabar con el hambre y que, saciada las
necesidades primarias del hombre, el hombre pueda servir mejor y de buen grado
a Dios. L a oración sobre las ofrendas
exhorta a los cristianos a una equitativa distribución de los bienes naturales
que son figura y tipo de la abundancia divina. La oración para después de la
comunión está basada en Jn 6, 51 para pedir que Dios nos provea cada día del
pan vivo bajado del cielo que es alimento para el alma, pero también del
necesario para alimentar el cuerpo.
El
formulario B: es de nueva creación. La oración
colecta, siguiendo la línea del formulario A, se pide que Dios aleje el hambre
para que el hombre pueda alabar mejor a Dios. Como rasgos particulares
destacamos dos: 1. La invocación inicial está redactada en forma negativa
indicando que Dios no hizo la muerte, o
lo que es lo mismo: Dios es el Dios de la vida, mientras que la muerte es
consecuencia del pecado y del mal, lo que Dios no es. La muerte que produce el
hambre es consecuencia de la transgresión del mandato divino del amor al
prójimo, del no codiciarás, del no robarás y del no matarás. 2. Mientras que en
la colecta del formulario A está más centrada en la cuestión antropológica (el
hombre actúa contra el hambre con caridad eficaz), la colecta del formulario B
es de corte más teológico (Dios es el que aleja el hambre de sus hijos).
La
oración sobre las ofrendas opone la pobreza humana que presenta dones a Dios, a
la generosidad salvadora de Dios que transforma estos pobres dones en primicias
de Cristo para nosotros. La oración para después de la comunión presenta como
gesto de providencia divina el que podamos comulgar con la Eucaristía a la que
llama “alimento del cielo”. Esta es la fuente de la “esperanza y fortaleza”
para que la obra humana pueda proveer el pan a los hermanos hambrientos,
ejerciendo eficazmente una caridad generosa.
Los textos bíblicos
asignados a estos formularios: para la antífona de entrada tenemos el Sal 73,
20.19 donde se suplica a Dios que no se olvide los que más le necesitan: los
pobres, menesterosos, huérfanos, viudas, etc. Por otra parte, para la antífona
para la comunión encontramos Mt 11, 28: según el cual, Dios es consuelo y
alivio para aquellos que tienen que cargar con el peso de la vida agravado por
las injusticas, la pobreza y el hambre.
III.
Vida
Una
vez analizado el formulario litúrgico de esta misa veamos que ideas principales
podemos extraer para una mejor y justa valoración del problema del hambre y de
las soluciones católicas que podemos dar:
1.
Pobreza impuesta y pobreza optada: cierto es que en la predicación de la
Iglesia, el tema de la pobreza ha estado, y está, muy presente. Pero esto debe
ser bien entendido: la pobreza que la Iglesia predica es aquella que se acepta
de buen grado como modo de vida desprendido y sin más aspiración y riqueza que
Dios mismo; pero es radicalmente opuesta a aquella pobreza injustamente
impuesta a personas y pueblos contra su voluntad. Ésta última es un pecado
grave que clama al cielo y vindica la justicia divina para quien es explotado y
privado de lo esencial para vivir. Así pues, la Iglesia invita a sus hijos a
vivir la pobreza evangélica para solidarizarse con aquellos a los que la suerte
ha mirado mal. La pobreza evangélica, sobre todo la praxis ascética del ayuno,
es el mejor acicate para combatir la pobreza estructural que tantas regiones
del mundo viven, traducida en hambrunas, epidemias y enfermedades. Como bien
dice el Compendio de Doctrina Social: «la
pobreza manifiesta un dramático problema de justicia: la pobreza, en sus diversas
formas y consecuencias, se caracteriza por un crecimiento desigual y no
reconoce a cada pueblo el igual derecho a “sentarse a la mesa del banquete
común”. Esta pobreza hace imposible la realización de aquel humanismo pleno que
la Iglesia auspicia y propone, a fin de que las personas y los pueblos puedan ser
más y vivir en condiciones más humanas» (CDSI 449).
2.
La caridad eficaz: en todo el formulario, la idea de actuar eficazmente
frente al hambre no cesa de repetirse. El amor cristiano va mucho más allá de
esquemas burocráticos o procesos regulatorios. La caridad del cristiano no
entiende de razas ni colores ni sexo ni religiones. Los cristianos estamos
llamados a amar al prójimo como Cristo les ama. La caridad cristiana ha de ser
operativa, constructora de puentes. Una caridad que se preocupe por la persona
en su integridad, esto es, cuerpo y alma. Saciar el alimento del cuerpo y el
alimento espiritual. Es en definitiva una caridad guiada por esta máxima de 1
Jn 3, 17: «Pero si uno tiene bienes del
mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a
estar en él el amor de Dios?» o esta otra de Santiago: «Suponed que en vuestra asamblea entra un
hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra también un pobre con traje
mugriento; si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís: «Tú
siéntate aquí cómodamente», y al pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o
«siéntate en el suelo, a mis pies», ¿no estáis haciendo discriminaciones entre
vosotros y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos?» (Sant 2,2-4).
3.
Distribución equitativa: dice el compendio de Doctrina Social: «La lucha contra la pobreza encuentra una fuerte motivación
en la opción o amor preferencial de la Iglesia por los pobres.
En toda su enseñanza social, la Iglesia no se cansa de confirmar también otros
principios fundamentales: primero entre todos, el destino universal de los bienes.
Con la constante reafirmación del principio de la solidaridad, la doctrina social insta a pasar a la acción
para promover «el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente
responsables de todos». El principio de solidaridad, también en la lucha
contra la pobreza, debe ir siempre acompañado oportunamente por el de subsidiaridad, gracias al cual
es posible estimular el espíritu de iniciativa, base fundamental de todo
desarrollo socioeconómico, en los mismos países pobres: a los pobres se
les debe mirar no como un problema, sino como los que pueden llegar a ser
sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y más humano para todo el mundo»
(449b).
Así
pues, frente al hambre del mundo, el cristiano tiene que actuar con una caridad
eficaz y operativa que le impulse a una distribución equitativa de los recursos
propios en cada país. Las constantes hambrunas, que padece una parte de la
humanidad, reclaman de los hijos de la Iglesia un compromiso serio y definitivo
por apaliarlas en la medida en que podamos. Los pobres y hambrientos siempre
esperan de la Iglesia una respuesta de palabra y obra. No podemos, pues,
defraudar las expectativas de los fieles ni dejarnos arrastrar por los
criterios y juicios del mundo, nuestra respuesta debe ser católica e ilimitada,
sin más límite que el que Dios quiera conceder.
Dios
te bendiga
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