HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE LA
SANTÍSIMA TRINIDAD
Queridos
hermanos en el Señor:
Celebramos hoy el misterio Fontal de
nuestra fe, esto es, el origen de donde dimanan el resto de Verdades de fe y
acciones apostólicas de la Iglesia. Decir “Santísima Trinidad” es decir corazón
íntimo y profundo del Dios único y verdadero que existe en el cielo y en la
tierra y que por amor nos ha creado y elegido, constituyéndonos como pueblo
suyo para que fuéramos felices por medio del cumplimiento de sus preceptos y
mandamientos. Así pues, la Santísima Trinidad nos lleva a confesar la fe en
Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. En Dios creador, Dios redentor,
Dios santificador. Esta confesión de fe nos la planteaba el libro del
Deuteronomio al formular una serie de preguntas al pueblo de Israel “¿Puede
haber una Palabra tan grande como ésta?” como quien pregunta si hay o puede
haber en este mundo algún discurso persuasivo, convincente, honesto y veraz
como es la Palabra de Dios; como quien pregunta si el corazón del hombre puede
ser sanado con las leyes humanas, o con cualquier autoridad de este mundo. “¿Se
puede oír la voz de Dios y no morir?” porque la Palabra trinitaria es palabra
de vida y salvación para todo aquel que la oye y la acoge. “¿Hay algún Dios que
sea fiel a sus hijos?” frente a la idolatría de los paganos, los cristianos
sabemos que solo existe un Dios que se ha comprometido con su pueblo rescatado,
y que espera de éste una respuesta de fe, fidelidad y compromiso.
Por otra parte, este Dios trinitario
que es insondable misterio de amor personal, no se pierde en el vacío sino que
por fuerza de ese mismo amor, y en libertad, decide comunicarse con la criatura
racional y de conciencia que es el hombre. Por tanto, con razón, diremos que el
hombre es un ser capaz de Dios, y que Dios puede, y además quiere, vivir con
él, cohabitar con él. A la presencia de Dios en el corazón de las personas en
gracia, la llamamos “Inhabitación de la Trinidad”. Esto es posible por la
acción del Espíritu Santo que transforma el alma del hombre en una preciosa
recamara, llena de virtud, para que lo eterna pueda tener asiento. Esta
inhabitación es una de las obras hacia fuera que la Trinidad hace con nosotros
garantizando, así la presencia del Resucitado con nosotros hasta el fin del
mundo. Junto a ella, el Espíritu Santo hace posible, también, la filiación divino,
esto es, que podamos ser llamaos y ser, en verdad, hijos de Dios en Cristo; y
como efecto parejo, gozar de la herencia eterna.
Pero esta inhabitación de la
Trinidad en el justo conlleva, no solo un efecto estático o de fruición
espirituales; sino, también, un efecto dinámico que impulsa al hombre a ejercer
el bien, a practicar la caridad, a anunciar a Jesucristo de palabra y de obra.
Cuando uno abre su corazón a Dios y permite que Éste viva en él no puede, por
menos, que buscar cualquier ocasión para comunicar a otros la alegría que lleva
dentro, la felicidad que ilumina el horizonte de su vida.
La confesión de fe en la Trinidad Santa supone
conformar la vida según el modelo que ésta propone: respetar las diferencias de
los demás y valorar lo que nos une con otros, lo que nos hace iguales. Basar nuestras
relaciones sociales en el amor y la libertad, sin querer imponer nada a nadie;
saber cooperar en las actividades que se realizan en pro del bien común. La
Trinidad, por ser Dios mismo, infunde en nuestra alma las virtudes teologales
que sostienen la existencia humana, esto es, la fe, la esperanza y la caridad.
¿Se puede vivir, acaso, sin amor, sin esperanza o sin fe en algo o en alguien? No.
La vida, así, se hace aburrida; una vida así no merece la pena ser vivida. Dios
hace nuevas todas las cosas, lo renueva todo, lo ilumina todo y a todo le da un
sentido nuevo y distinto. Por eso, con razón, pudo santa Teresa de Jesús decir:
“a quien Dios tiene nada le falta”
porque el Dios, uno y trino, colma las aspiraciones más profundas del hombre y
la mujer de hoy; porque el Dios, uno y trino, abarca, sana, redime y ama todas
y cada una de las dimensiones del ser humano.
Dirijamos, pues, queridos hermanos, en este domingo,
nuestro corazón al Dios vivo y verdadero; al Dios que es, que fue y que vendrá;
al Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Imitemos las relaciones de amor que
tienen entre sí las tres Divinas Personas y conformemos nuestra sociedad según
aquel perfecto modelo que vive eternamente. En esta jornada “pro orantibus” oremos, también, por
todos aquellos conventos y monasterios de religioso y religiosas que han hecho
de su vida una ofrenda a Dios, gastándose en la oración contemplativa por la
Iglesia y la humanidad entera. Así sea.
Dios te bendiga
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