MISA POR EL PERDÓN DE LOS PECADOS
I.
Misterio
Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su
oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y
de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre.
La Penitencia, que se llama también Confesión, es el
sacramento instituido por Jesucristo para perdonar los pecados cometidos
después del Bautismo. La vida
nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la
debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición
llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que
sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la
gracia de Dios. Esta lucha es la de la conversión con miras a la
santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos.
La llamada de Cristo a la conversión sigue resonando
en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea
ininterrumpida para toda la Iglesia. Este esfuerzo de conversión no es sólo una
obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal
51,19), atraído y movido por la gracia a responder al amor misericordioso de
Dios que nos ha amado primero.
Por todo ello, el formulario litúrgico que abordamos
en este artículo pretende ser un corolario al sacramento específico para el
perdón de los pecados, esto es, el sacramento de la penitencia o de la
reconciliación.
II.
Celebración
Esta
misa se compone de dos formularios (A y B) que corresponde a la misa “de orationibus diversis” del misal
romano de 1962, número 22 del mismo nombre y la 23 llamada “Para pedir la
compunción del corazón” y cuyos formularios han sido tomados del misal romano
de 1570. Su uso depende de las normas generales establecidas para estas misas.
Puede ser completada con las plegarias eucarísticas para la reconciliación. Los
ornamentos convienen que sean morados por el tono penitencial de la misma.
Conviene su uso en tiempos penitenciales o para la Cuaresma, con permiso del
ordinario.
Formulario A:
Oración
colecta, tomada del sacramentario gelasiano del s. VIII[1] y
presente en el sacramentario gregoriano del papa Adriano[2],
ambas con variaciones. Es una oración claramente romana dado que reúne los
aspectos de brevedad y concisión. La línea teológica que desarrolla es la
relación misericordia y perdón en Dios cuyo efecto en nosotros es el perdón y
la paz, tal como se afirma en la actual fórmula de absolución.
La
segunda colecta es de nueva creación. Es semejante a la anterior tanto en la
forma como en el contenido. La diferencia reside en que la primera está escrita
en primera persona del plural y la segunda en tercera persona del singular para
acabar en un giro hacia la primera del plural. Aquí la misericordia viene a
perdonar todo aquello que nuestras ofensas a Dios nos habían acarreado.
La
oración sobre las ofrendas está tomada del misal romano de 1570[3].
La gracia que se demanda en esta plegaria oblativa no es otra que gozar de la
compasión de Dios y de su segura guía para nuestras almas.
La
oración para después de la comunión tomada con algún cambio del sacramentario
gelasiano del s. VIII[4] y
presente, también, en el misal romano de 1570[5].
El tema central del texto eucológico es lo que el antiguo catecismo llamaba la
tercera condición para una buena confesión: “hacer propósito de enmienda”,
evitar cualquier ocasión de pecado y servir con pureza y alegría a Dios.
Formulario B:
La
oración colecta está tomada del misal romano de 1570[6],
de la misa “Pro petitione lacrimorum”.
Teniendo como base el texto de Ex 17, 6b en que se narra cómo Moisés golpeó a
la roca para que de ésta brotara agua que calmara la sed del pueblo. Así, la
oración que estudiamos construye una petición, sobre una alegoría, para que
nuestro corazón, duro como piedra, se convierta en un corazón de carne que
sienta y padezca el dolor que nuestros pecados causan a Dios. En otras
palabras, se pide el don de lágrimas.
La
oración sobre las ofrendas está tomada, en su primera parte del misal romano de
1570[7],
mientras que la segunda parte es de nueva creación. También el don de lágrimas está
muy presente en esta plegaria donde se nos recuerda que la cruz de Cristo es la
verdadera fuente de la reconciliación y del perdón.
La
oración sobre las ofrendas esta toma del misal romano de 1570[8]
con algún cambio, mientras que se le ha añadido la primera frase de la oración.
Las lágrimas que derramamos por los pecados son el agua que lavará los pecados
que comentemos por debilidad.
Los
textos bíblicos asignados para estas misas son: para la antífona de entrada el
texto de Sab 11, 23-24.26 donde se nos recuerda que Dios no quiere la
destrucción de sus criaturas sino que espera el arrepentimiento de los que
hacen el mal para que vuelvan al camino del bien. Para la antífona de comunión,
se ha elegido Lc 15,10 donde se nos recuerda la alegría inmensa que habrá en el
cielo cuando un pecador abandona su vida de pecado y vuelve al seno de la
Iglesia y del bien.
III.
Vida
Tener
una clara conciencia de pecado, una neta distinción entre el bien y el mal, lo
malo de lo bueno; es el principio y fundamento para tener una vida espiritual
cristiana, sana y que nos haga llegar a las más altas cotas de la santidad. A
este fin, el formulario litúrgico que presentamos hoy puede contribuir si
sabemos desentrañar las líneas teológico-morales que ofrece:
1.
Pecado y virtud: el pecado es una falta contra la razón, la verdad,
la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el
prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del
hombre y atenta contra la solidaridad humana. El pecado es una ofensa a Dios.
El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros
corazones. Hay dos clases de pecados: original y actual.
·
Pecado original: es aquel con que todos nacemos y que hemos
contraído por la desobediencia de nuestro primer padre Adán. Los daños del
pecado de Adán son: privación de la gracia, pérdida del paraíso, ignorancia,
inclinación al mal, la muerte y todas las demás miserias. El pecado original se
borra con el santo Bautismo.
·
Pecado actual: es el que comete con su libre voluntad el hombre
llegado al uso de razón. Hay dos clases de pecado actual: mortal y venial.
o Pecado mortal:
es una transgresión de la ley divina, por la que el pecador falta gravemente a
los deberes con Dios, con el prójimo o consigo mismo. Se Llama mortal porque da
muerte al alma, haciéndola perder la gracia santificante, que es la vida del
alma, como el alma es la vida del cuerpo. El pecado mortal priva al alma de la
gracia y amistad de Dios; le hace perder el cielo; la despoja de los méritos
adquiridos e incapacita para adquirir otros nuevos; la sujeta a la esclavitud
del demonio; la hace merecedora del infierno y también de los castigos de esta
vida. Para pecar mortalmente se requiere, además de materia grave, plena advertencia
de esta gravedad y deliberada voluntad de pecar.
o Pecado venial:
es una transgresión leve de la divina ley, por la que el pecador sólo falta
levemente a alguno de los deberes con Dios, con el prójimo o consigo mismo. Se
llama venial porque es ligero respecto del pecado mortal, no hace perder la
divina gracia y Dios más fácilmente lo perdona. El pecado venial: 1.º Debilita
y entibia la caridad; 2.º Dispone al pecado mortal; 3.° Nos hace merecedores de
grandes penas temporales en este mundo y en el otro.
Virtud es una cualidad del
alma que da inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el
bien. La virtud es una disposición
habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos
buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Las principales virtudes sobrenaturales
son siete: tres teologales y cuatro cardinales.
Las virtudes teologales tienen a Dios por objeto inmediato porque con la Fe
creemos en Dios y creemos todo cuanto Él ha revelado; con la Esperanza
esperamos poseer a Dios; con la Caridad amamos a Dios y en Él nos amamos a
nosotros mismos y al prójimo. Dios, por su bondad, nos infunde en el alma las
virtudes teologales cuando nos hermosea con su gracia santificante, y por esta
razón al recibir el Bautismo fuimos enriquecidos con estas virtudes y
juntamente con los dones del Espíritu Santo.
1. Fe:
es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y por la cual,
apoyados en la autoridad del mismo Dios, creemos ser verdad cuanto Él ha
revelado y por medio de la Iglesia nos propone para creerlo.
2. Esperanza:
es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y con la cual
deseamos y esperamos la vida eterna que Dios ha prometido a los que le sirven y
los medios necesarios para alcanzarla.
3. Caridad:
es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma, con la que
amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros
mismos por amor de Dios.
Las virtudes cardinales son: Prudencia, Justicia, Fortaleza y, Templanza.
Se llaman virtudes cardinales porque son como el quicio y fundamento de las
virtudes morales:
1. Prudencia:
es la virtud que ordena todas las acciones al debido fin, y para ello busca los
medios convenientes de modo que la obra salga bien hecha, y por tanto, agradable
al Señor.
2. Justicia:
es la virtud por la que damos a cada uno lo suyo.
3. Fortaleza:
es la virtud que nos hace animosos pata no temer ningún peligro, ni la misma
muerte, por el servicio de Dios.
4. Templanza:
es la virtud por la que refrenamos los deseos desordenados de los placeres
sensibles y usamos con moderación, de los bienes temporales.
2.
Perdón y misericordia: estas palabras del catecismo de la Iglesia son bastante elocuentes: «Dios,
“que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su
misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que
no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si
reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y
purificarnos de toda injusticia” (1 Jn
1,8-9)» (CEC 1847). La misericordia por los pecados se derrama copiosamente en la medida en que nos arrepentimos de los mismos y buscamos el cambio de vida que solo la gracia de Dios puede proporcionarnos.
3.
El don de lágrimas: aunque
el tema es desconocido, podemos definirlo como una gracia espiritual, un regalo espontáneo del Espíritu Santo que se concede a alguien para su sanación
interna. La Biblia, en el verso más pequeño (Jn 11, 35),
afirma que “Jesús lloró”
ante la tumba de su amigo Lázaro. Así pues, en la medida en que queremos
imitar lo más posible a Jesús, es legítimo llorar.
Incluso, Jesús dice que los que lloran son Bienaventurados (cf. Lc 6, 21).
Es cierto que el don de las
lágrimas no aparece ni en la
Biblia, ni en el Catecismo. Pero sí que es mencionado en los
autores espirituales desde muy temprano en la Iglesia, y se refiere a una
intensa experiencia personal de Dios que se desborda en abundantes lágrimas. Es un desbordamiento espiritual expresado de forma emocional y
fisiológica, que crea un gran confort en el
alma. El don de las
lágrimas puede conducir a experimentar el sabor del estado unitivo
espiritual, un
presagio transitorio de dicha eterna. Generalmente, estas lágrimas son abundantes y
no están acompañadas por el tipo habitual de llanto o distorsión de los
músculos faciales. Alguien que tiene un carácter especialmente sensible puede a
menudo ser movido a las lágrimas naturales por hermosas realidades
espirituales.
4.
Enmendar la vida: el fin del reconocimiento de los pecados no es solo la
confesión de los mismos, sino el cambio de vida. Solo cuando somos capaces de
poner nombre a los síntomas que padecemos el medico puede elaborar un diagnóstico
y poner una medicina apropiada a la enfermedad para sanarla. Del mismo modo
ocurre con el sacramento de la reconciliación. El fin no es otro que el
de no volver a cometer esos pecados y poder, así, cambiar de vida. Es lo que
llamamos el "propósito de enmienda".
Tras este
sacramento al pecador sanado se le abre un horizonte nuevo, plagado de la
gracia de Dios que lo sostiene en su firme propósito de "nunca mas
pecar" para que pueda ser santo, caminar en santidad. Este es el destino
al cual nos dirigimos, la meta de nuestra vida: la felicidad completa.
Saber que tendremos a Dios con nosotros para siempre.
Ojalá que estas letras nos muevan a la conversión de vida
y a acercarnos, sin temor ni vergüenza, al trono de la gracia, a Dios mismos
que es el dispensador de la misericordia, el perdón, la compasión y el hacedor
de todo bien.
Dios
te bendiga
[1] GeV78.
[2] GrH842.
[3] MR1570[624].
[4] GeV521.
[5] MR1570[835].
[6] MR1570[752].
[7] MR1570[600].
[8] MR1570[574].
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