Antífona de entrada
«El Señor fue mi
apoyo: me sacó a un lugar espacioso, me libró, porque me amaba». Tomada del
salmo 17 versículos 19 al 20. Hoy, domingo, es el día en que Dios nos saca, de
nuevo, al lugar más espacioso jamás pensado: la misma celebración litúrgica.
Aquí no se necesitan respaldos humanos ni apoyaturas terrenales, el hombre que
entra en el espacio mistérico de la liturgia solo necesita de la gracia del
Espíritu como único asidero para vivir la liberación amorosa que Dios nos
concede cada domingo de nuestras tribulaciones, pecados y fatigas semanales.
Oración colecta
«Concédenos tu
ayuda, Señor, para que el mundo progrese, según tus designios, gocen
las naciones de una paz estable y tu Iglesia se alegre de poder
servirte con una entrega confiada y pacífica. Por nuestro Señor
Jesucristo». Este texto oracional aparece en varios sacramentarios
(veronense, gelasiano de Angouleme y el gregoriano) y en el misal romano de
1570. El misal de Pablo VI la tomó de la versión que ofrecen el gelasiano y el
gregoriano hadrianneo. Por el tenor literario del texto, esta oración se
compone en un momento para la Iglesia bastante vertiginoso: tiempo de
persecuciones y herejías que desestabilizan a la Iglesia.
Tres sujetos de la oración: mundo, naciones e Iglesia
y tres gracias para cada uno de ellos: progreso, paz estable y servicio
entregado. Todo ello en conjunto garantiza una paz social y una libertad
adecuada tanto para lo profano como para lo sagrado. El verdadero progreso del
mundo solo se garantiza mediante la paz y la estabilidad en las naciones y la
paz y estabilidad de las naciones solo se adquiere en tanto en cuanto se dejen
guiar por Dios (para prueba un botón).
«Señor, Dios
nuestro, tú mismo nos das lo que hemos de ofrecerte y miras esta
ofrenda como un gesto de nuestro devoto servicio; confiadamente
suplicamos que lo que nos otorgas para que redunde en mérito
nuestro nos ayude también a alcanzar los premios eternos. Por
Jesucristo, nuestro Señor». Tomada, tal cual, del sacramentario veronense
(s. V). Esta oración está marcada por la controversia contra la secta de los maniqueos. Para ellos, el mundo se divide en
bueno y malo, el bien y el mal. Todo lo que viene de la tierra, es decir, lo no
espiritual, es malo y por tanto no puede ser usado en la liturgia. De ahí la
afirmación “tú mismo nos das lo que hemos
de ofrecerte”.
Por la misma razón, ellos piensan que Dios no puede
aceptar ningún tipo de ofrenda ni sacrificio agradable, por eso el aserto “y miras esta ofrenda como un gesto de
nuestro devoto servicio”. Como el hombre es terreno no puede hacer nada
bueno ni ninguna obra buena por sí mismo sino en tanto en cuanto Dios se lo
permita, por eso la oración responde a esta herejía con la afirmación “lo que nos otorgas para que redunde en
mérito nuestro”. La conclusión es obvia: frente al pesimismo cosmológico y
antropológico del maniqueísmo, la liturgia nos previene señalando que la
creación puesta al servicio de Dios puede ayudarnos “a alcanzar los premios eternos”.
Antífona de comunión
«Cantaré al
Señor, porque me ha favorecido; alabaré el nombre del Señor Altísimo».
Inspirada en el salmo 12, versículo 6. En cada comunión Cristo se nos regala
como gracia para favorecernos. El Señor altísimo viene a nuestro encuentro en
cada pequeña forma de pan. Por esto, el corazón solo puede moverse, en este
momento, a la alabanza más serena y más sonora: cantar y alabar con el corazón
a Jesucristo es el primer ímpetu que la comunión sacramental inspira en el
fiel.
«Sabed que yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo -dice el Señor».
Del final del evangelio de Mateo (28, 20). Y esta promesa de Cristo se hace
presente, realidad y cumplimiento en este momento de la celebración. Cristo se
ha querido quedar con nosotros para siempre por medio de su presencia real en
la Eucaristía que luego será reservada en el tabernáculo o sagrario.
Oración después de la comunión
«Alimentados con
los dones de la salvación te pedimos, Padre de misericordia, que por
este sacramento con que ahora nos fortaleces nos hagas un día ser
partícipes de la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada
del sacramentario veronense. Las oraciones para después de la comunión suelen
tener, generalmente, una impronta escatológica ¿qué es escatológico? Que mira
hacia lo último, que está dirigida hacia la vida eterna, el último día. Pues
bien, aquí se aprecia esta característica de una manera explícita con esta
afirmación “que por este sacramento…ser
partícipes de la vida eterna”.
Visión de conjunto
Cualquier tiempo pasado
fue mejor. Nunca he estado de acuerdo con esta frase, me parece que es consuelo
de tontos. Cada época histórica tiene su afán, sus vivencias y sus
complicaciones. La historia de la Iglesia nunca fue fácil, desde su fundación
por Cristo siempre fue amenazada por la persecución y el cisma: gnosticismo,
maniqueísmo, adopcionismo, docetismo, arrianismo, macedonianismo, persecuciones
del imperio romano, persecuciones de los bárbaros, persecuciones del islam,
persecuciones protestantes, persecuciones en países de misión, persecución de
la revolución francesa, el kulturkampf
de Bismark, persecuciones de regímenes totalitarios (nazis, fascismo,
comunismo), guerras civiles y, en la actualidad: por el oriente el ISIS y por
el occidente, la ideología de género y los lobbys
de presión.
En este domingo, la
compilación del sacramentario veronense nos ofrece una serie de oraciones
compuestas en uno de esos contextos de tribulación por parte del papa san León
Magno. Los bárbaros están a las puertas de Roma, los maniqueos están ganando
adeptos (san Agustín fue uno de ellos en su juventud), el arrianismo está
conquistando vastas extensiones de la catolicidad y Eutiques está poniendo en
cuestión la doble naturaleza de Cristo afirmando que en la persona divina del
Verbo está absorbida y, por tanto, inexistente, la naturaleza humana de Cristo.
El Concilio de Calcedonia (451) hará frente a esta cuestión afirmando que
Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre.
La paz de la Iglesia nunca
está asegurada, ni tan siquiera del cristiano anónimo que no quisiera darse a
conocer. Leamos este texto del Eclesiástico: “Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba.
Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad.
Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te
sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación.
Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la
humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía
en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él” (2, 1-6).
Seamos sinceros: agradar a
Dios y seguir sus preceptos nunca puede ser compatible con los criterios de
este mundo. Jamás. Por eso la Iglesia, si quiere ser fiel a Dios, no puede
pretender granjearse el aplauso de la sociedad y si ésta le alabase, debería
mosquearse porque algo mal está haciendo. Evangelizar con verdad no es
sencillo. Hay que estar, como decía el pasaje bíblico anterior, preparados para
la prueba; para el desprecio y abandono de la sociedad y, lo que es más duro,
de las amistades, y, lo que es aún peor, de la propia familia.
Pero ésta es la hora de
los valientes; es la hora de la verdad. Es la hora de la verdadera Iglesia, la
de los testigos, la de los mártires. Es la hora de dar testimonio de Cristo y
su evangelio en su totalidad, sin edulcorantes, sin cortapisas. Es la hora de
la siega, de los cristianos que quieren dar su vida por Cristo y no por
opciones que se alejan de él. No es la hora de decir lo que otros quieren
escuchar para que no nos critiquen, al contrario, es la hora de ser la voz de
los pobres, de los enfermos, de los niños, de los que están por nacer, de los
defensores y apostadores de la vida desde su concepción natural hasta la
muerte; es la hora de hacer frente ante las imposiciones ideológicas que nos
están queriendo conquistar y apoderarse de nuestras conciencias y de nuestras
almas.
Hoy como en el s. V, la
Iglesia debe saber reponerse y hacer frente a quienes pretenden
desestabilizarla poniendo en duda las enseñanzas de Cristo y de los concilios. Es
la hora de los verdaderos testigos del evangelio, de los santos con mayúsculas
y no de esos advenedizos testigos, llamados ahora, del evangelio y que siempre
fueron herejes y cismáticos que rompieron la unidad de la Iglesia y de Europa.
¿Acaso no nos hemos refugiado en nuestra comodidad? ¿Acaso
no hemos perdido el sentido trascendente de nuestra vida cristiana? ¿Acaso no
somos conscientes de que hemos de rendir cuentas un día ante Dios? Te propongo
este domingo que hagas manifestación pública de tu fe: cuélgate una cruz o una
medalla por fuera; reza por los cristianos perseguidos y pide como gracia
especial de este domingo que Dios te de valentía y coraje para mantener y
defender siempre la fe de tu bautismo.
Dios te bendiga
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