HOMILIA
DEL DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos en el
Señor:
¿Cuántas
veces hemos pensado que por distintas circunstancias de la vida Dios nos ha
abandonado? ¿Cuántas veces vemos noticias, experimentamos situaciones en las
que pareciera que Dios se despreocupa totalmente? Como vemos, estas preguntas
no son ajenas al texto bíblico. El profeta Isaías también lo ha vivido en
primera persona en el pueblo de Israel, que padece en el exilio en Babilonia. A lo largo de la historia del pensamiento
humano, Dios no ha quedado al margen del mismo, sino que siempre, de una manera
u otra, ha copado el debate filosófico. Una de estas corrientes es el deísmo:
reconocer la existencia de un dios que ha creado el mundo pero que no se
preocupa lo más mínimo de él. Dios sería poco menos que un relojero que pone en
marcha la máquina del mundo y no se preocupa de más, un Deus ex machina.
Pero
frente a esa experiencia subjetiva, la realidad suele imponerse con frecuencia:
Dios siempre permanece al lado de sus hijos pues aunque una madre se olvidara
de sus hijos, yo no te olvidaré, nos
ha dicho Isaías. Y de alguna manera, Dios nos dice a cada uno de nosotros, con
las palabras del salmo responsorial: yo no te olvidaré porque soy tu descanso,
tu salvación, tu roca, tu alcázar y refugio, tu esperanza. Y estas palabras,
hermanos míos, deben llevarnos a confiar en Él y a desahogar nuestras
preocupaciones en Él.
Así
pues, Isaías nos presenta a un Dios que se muestra como Padre amoroso que cuida
de sus hijos. Es un Dios que se desvela por nosotros y se revela a nosotros
como amor y misericordia. ¡Qué hermosa imagen de Dios se nos ofrece para vivir
con paz y seguridad espiritual! Pero… ¿Nos lo creemos? ¿Lo experimentamos? La misma
idea va a recoger Jesús en el pasaje evangélico que acabamos de escuchar.
Podemos dividir este texto de Mateo en tres partes: el amor a Dios, la
providencia divina y la justicia divina.
Jesús
nos recuerda que no podemos amar a Dios y al dinero, es decir, no podemos tener
el corazón divido por dos señores. El texto griego usa la palabra “kyrios” que
significa señor. Éste era un título propio del emperador o gobernador que
pronto los cristianos aplicarán solo a Jesucristo, único y verdadero Señor de
su vida, de ahí que el primer dato de este pasaje evangélico sea que no podemos
rendir pleitesía a dos señores, sino que hemos de optar y hacerlo,
fundamentalmente por Dios como recuerda el primer mandamiento: amarás a Dios
sobre todas las cosas, es decir, sin anteponer nada a Él. Pero… ¿Cuántas veces
dejamos a Dios en un segundo o tercer lugar? ¿Cuántas excusas hay para que Dios
no ocupe el centro de nuestra vida? El problema es que a veces caemos en la
idolatría del dinero y de las riquezas, como si fuera lo único importante,
olvidando con frecuencia que esto solo es un medio para poder vivir y para
ejercer la generosa caridad.
La
providencia divina: podemos situar este evangelio dentro de una situación de
prosperidad económica en Galilea. Y con frecuencia suele ocurrir que a medida
que vamos teniendo las necesidades básicas cubiertas, van surgiendo otras
nuevas que calmar con el consiguiente embotamiento del corazón. Precisamente es
lo que podría ocurrir a los oyentes de Jesús, que preocupados por lo que comer,
beber o vestir hicieran de esto un ídolo, un fetiche, una obsesión relegando lo
espiritual y teológico a una segunda posición. Por eso Jesús les muestra la
naturaleza como ejemplo de cómo Dios cuida de todas sus criaturas y que si esto
hace con ellos, cuánto más no hará por nosotros, sus hijos. Aquí radica el
misterio de lo que la teología espiritual ha llamado providencia divina.
Providencia
divina es sinónimo de creación y cuidado por parte de Dios de su obra. Providencia
divina es el Dios pantocrátor de los frescos de las antiguas basílicas. Providencia
divina es la paternidad de Dios que hace que el mundo y el hombre sigan
adelante y ofrece, además, la posibilidad de que éste se convierta de su locura
y pecado. La fe en la providencia se enraíza en una relación especial con Dios
siendo realmente hijos e hijas de Dios, del Padre celestial. Pero… ¿en qué
grado me fio de Dios? ¿Siento su cuidado sobre mí? ¿Confío o desconfío de Él? ¿Me
reconozco necesitado de su amor y misericordia?
Por
último, encontramos el tema de la justicia del Reino: este ha de ser el objeto
último de nuestra búsqueda. Lo apremiante para un cristiano es acomodar su
justicia a la divina ¿qué significa esto? Tomar como referencia el actuar de
Dios para que nuestro obrar sea coherente, ver como mira, habla, siente y trata
Jesús a la gente para que por nuestra mirada, conversaciones, sentimientos y
relaciones podamos transparentar el Reino de Dios que hemos de construir ya en
este mundo pero que todavía debe aguardar su plenitud en los cielos.
Así
pues, hermanos míos, en este domingo el Señor nos recuerda que no tiene sentido
querer abarcar el mañana. Nos enseña a vivir el hoy, el momento presente, sin
más afán que el de construir su Reino hoy, en este momento. Todo lo que tenga
que venir, vendrá. Todo lo que tenga que acontecer, acontecerá: lo bueno y lo
malo, lo próspero y lo adverso, pero tened en cuenta que todo está dispuesto
por Dios y que a su providencia no escapa nada. Por tanto, asumámoslo con paz y
agradecimiento porque solo Dios puede sacar bienes de lo malo.
Dios
te bendiga
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