Entremos con espíritu nuevo en la liturgia que se nos
da como regalo en este domingo VI del tiempo ordinario (tempus per annum).
Antífona de entrada
«Sé la roca de mi refugio, Señor, un baluarte donde me salve, tú que
eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame». Tomada del
salmo 30 versículos 3 al 4. Es un salmo de lamentación. El orante se dirige a
Dios en medio del peligro con una recia actitud de confianza pues sabe que solo
Dios puede salvarlo. Con esa misma confianza somos invitados a entrar en la
celebración. Dios es la única protección de nuestra vida, el único puerto donde
nuestro corazón descansa tranquilo.
«Señor, tú que
te complaces en habitar en los rectos y sencillos de corazón, concédenos
vivir por tu gracia de tal manera que merezcamos tenerte siempre con
nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo». Tomada del
sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII) en la misa de vigilia de la Ascensión
del Señor. Con una gran carga bíblica: un corazón no ambicioso (cf. Sal 130,1),
los pequeños (cf. Mt 11, 25 y Lc 10,21), recto es el corazón de José de
Arimatea (Lc 23, 50), la sencillez de corazón está recomendada por el apóstol
Pablo (cf. Flp 2, 15). El corazón es la sede de las pasiones y sentimientos del
hombre. Para el mundo hebreo, el corazón es sinónimo de espíritu, memoria o
conciencia. Dios conoce el corazón del hombre (cf. Sal 138, 1.23), no juzga por
apariencias (cf. 1Sam 16,7). Esta oración recoge toda esta tradición y pide estar
siempre muy unido a Dios, es decir, se trata de la inhabitación de Dios en el
justo, puesto que la expresión “rectos y
sencillos” es sinónimo de “hombre justo”.
Oración sobre las ofrendas
«Señor, que esta oblación nos purifique
y nos renueve, y sea causa de eterna recompensa para los que cumplen
tu voluntad. Por Jesucristo nuestro Señor». Esta oración no se halla
en los sacramentarios precedentes por lo que pensamos que ha sido incorporada
en el misal del beato Pablo VI. Recoge y continúa el tema de la oración
colecta, esto es, un corazón puro y renovado (cf. Sal 50, 12) para que Dios
pueda morar en él, auténtica y verdadera recompensa del hombre justo.
Antífonas de comunión
«Ellos comieron y se saciaron, el Señor les
dio lo que habían pedido; no fueron defraudados». Inspirada en el salmo 77
versículos 29 al 30. En verdad, el Señor es el único que nunca defrauda. Cuando
los fieles se acercan a comulgar ponen gran confianza en que el Cuerpo del
Señor les renovará y sanará las heridas de su corazón y esas expectativas son
cumplidas, con creces, puesto que Dios se vuelve generosísimo ante el hombre
que pide su alimento (cf. 104, 27-28).
«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su
Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan
vida eterna». Del Evangelio de Juan capítulo 3 versículo 16. El Señor es
salvación y el Señor dado en comunión es entregado nuevamente al mundo para su
salvación, esto es, la vida eterna.
Oración después de la comunión
«Alimentados con el manjar del cielo te
pedimos, Señor, que busquemos siempre las fuentes de donde brota la vida
verdadera. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del sacramentario
gelasiano antiguo y presente también en el misal romano de 1570 en el VI
domingo después de Epifanía. Es una oración eminentemente bucólica. Hay un
manjar y una bebida. El manjar del cielo es el alimento eucarístico que nos
impulsa a ir a las fuentes del agua de la gracia que purificarán el corazón
para que esté pueda suspirar por la eternidad, o en palabras de san Agustín “nos hiciste, Señor, para ti y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones 1, 1,1).
Visión de conjunto
Todos
pasamos la vida deseando algo que no tenemos. Con frecuencia tenemos sueños por
realizar, planes por desarrollar y metas que alcanzar. Cada cual la suya. Pero hay
una aspiración que reside, de una manera u otra, en el deseo de los hombres: la
felicidad. Nos repugna la tristeza, la amargura, el dolor, etc. Sin embargo, la
vida esta tejida, cual tapiz, por el binomio felicidad-infelicidad. La felicidad
no es un fin en si mismo, sino un medio para vivir.
Pasar
la vida buscando la felicidad por sí misma es una continua utopía, es decir,
algo inalcanzable por ser inexistente. La felicidad no es un lugar en el que
vivir sino un estado de vida a mantener, de tal modo que habrá gente que en la
peor de sus desgracias mantenga un ánimo impertérrito y una felicidad
constante.
Pero
la felicidad no surge de la nada ni por generación espontánea ni por azar, sino
que tiene una causa y un origen. La felicidad esta en Dios mismo. Dios es la
felicidad absoluta y en la medida en que creamos en Él y nos fiemos de Él
podremos experimentar la felicidad en nosotros. ¿Pero esto como es posible? ¿Cómo
llega esta felicidad a mi vida?
La
teología espiritual ha hablado siempre de un concepto teológico, misterioso y
sorprendente, al que ha llamado “inhabitación
de la Trinidad en el justo”; o dicho con otras palabras: la presencia de
Dios en el corazón del hombre piadoso. La
Sagrada Escritura dice: “Si
alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14, 23). Eso es lo que pretende, precisamente,
Dios con cada uno de nosotros: hacer morada, poner su tienda en nosotros. Pero
para que esto pueda darse son necesarias algunas condiciones: un corazón puro,
recto y sencillo.
La
vida de la gracia es conditio sine qua
non para que Dios haga verdad su palabra en nosotros. Vivir en gracia de
Dios debe ser el propósito de cada cristiano al comenzar el día. Evitar el
pecado, ayudado por la misericordia de Dios, es lo primero que debemos
programar. Vivir en gracia es vivir conforme a lo que Dios quiere y pide de
nosotros. La coherencia fe - vida se hace hoy más necesaria que nunca. El corazón,
pues, se hace puro en la medida en que es sanado por la gracia misericordiosa
de Dios que se derrama en los sacramentos, en particular dos: comunión y
reconciliación.
Por
otra parte, el corazón se hace recto en cuanto que es dirigido por la ley
divina que lo inspira, es decir, por los mandamientos (los diez) y los
preceptos morales del Evangelio. Y el corazón se vuelve sencillo mediante la
docilidad que presta a la gracia de Dios y a las inspiraciones divinas.
En este
corazón es donde Dios quiere habitar. En cada participación de la Eucaristía se
actualiza y anticipa la participación escatológica en la cena del Cordero (cf.
Ap 3, 20) pero para que este mortal encuentro se dé la casa ha de estar
preparada y dispuesta, es decir, limpia de pecado.
Una vez
efectuado este encuentro gozoso, la felicidad hará morada en el corazón del
hombre piadoso y nunca se apartará de él, venga lo que venga, y se desarrollen
las circunstancias que se desarrollen.
Así pues, en
este domingo proponte hacer una buena confesión en cuanto te sea posible.
Cuando comulgues, pídele a Dios que habite en lo más profundo de tu alma, que
nunca se separe de ti.
Dios te
bendiga
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