HOMILIA
DEL V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos en el
Señor:
No es poco a lo que el Señor nos está invitando a ser en
este quinto domingo del tempus per annum.
Hoy se nos presenta un reto importante para nuestra vida cristiana: ser sal de
la tierra y luz del mundo. El oráculo del profeta Isaías enumera una serie de
obras de misericordia que vienen a especificar cuál debería ser el verdadero programa
de vida de un piadoso israelita: asistir al hambriento, al desnudo, al
indigente,… en este se concentra la verdadera y pura religión que Yahvé quiere.
El sacrificio ofrecido a Yahvé solo es grato y acepto por éste si va acompañado
de las buenas obras.
De alguna manera, Dios hace depender su presencia en
medio del pueblo al ejercicio constante de la caridad humilde. Cuando la
humildad una a todos los hombres y mujeres entonces la presencia gloriosa del
Señor descansará sobre ellos. Dios se dejará encontrar en tanto en cuanto lo
busquemos por medio de un corazón puro y limpio. Y esta limpieza solo se
obtiene practicando la misericordia. Ciertamente, el cambio hacia un nuevo día
comienza en el interior de los pecadores cuando iluminados por la luz de la
gracia se vuelven a Dios y dan frutos de amor al prójimo.
No se trata, pues, de contraponer culto y misericordia,
sino de unirlos para alcanzar la pureza del primero y la verdad de la segunda.
Así es como actúan los justos. ¿Qué es ser “justo” en el lenguaje bíblico? Ante
todo, es un hombre amigo de Dios, un celoso judío cumplidor de la ley que
destaca por un gran amor a Dios y al prójimo. Ejemplos de justos en la
Escritura es Abraham, Moisés, Job, san José. Ser justo es ser piadoso. En el
lenguaje actual, ser justo es ser santo. Porque los santos son los que han
brillado como luz en medio de las tinieblas de cada época histórica.
Siguiendo, de este modo, la línea teológica del profeta
Isaías, Jesús nos llama a no pasar desapercibidos por este mundo. En el mundo
antiguo, la sal y la luz eran elementos muy valorados en la sociedad hasta el
punto de que en su obra Historia natural,
Plinio dice que “nada es tan necesario como la sal y el brillo del sol”. Jesús usa
de estas imágenes para describir cómo ha de ser la existencia de un cristiano
en la medida en que vive las bienaventuranzas.
La
sal es un condimento que aviva el sabor de las comidas; sirve para conservar
los alimentos y, además, cuando es puesta sobre una herida hace que ésta
cicatrice. Del mismo modo los cristianos hemos de ser sal de la tierra: que de
sabor a esta sociedad marchita y decadente harta de inmoralidades; hemos de ser
sal que conserve el depósito de la fe verdadera y que haga denuncia profética
sobre las heridas que afligen a este mundo sean estas cuales sean. De lo
contrario, esta sal no será otra cosa sino un elemento inútil e impuro que solo
valga para que la pisoteen las gentes. Y, a veces, como Iglesia corremos el
riesgo de ser una sal impura cuando corrompemos el evangelio de Cristo y la
tradición de los apóstoles; cuando nos dejamos arrastrar por las corrientes de
este mundo esperando el aplauso fácil y olvidamos la eterna ley de Dios.
La
luz del mundo. El mismo Jesucristo dijo de sí mismo que era la luz del mundo (cf.
Jn 8, 12) que ha venido como luz para todo hombre (cf. Jn 1, 9). Por tanto,
nosotros no somos, en este sentido, sino un reflejo de su luz en medio del
mundo. El cristiano está llamado a iluminar el mundo por el cumplimiento
íntegro de la nueva ley del evangelio. Solo seremos luz en la medida en que
irradiemos la misericordia y la caridad que vienen de Jesucristo. Seremos luz
por el testimonio de amor que demos con nuestras obras y palabras a Dios y al
prójimo. Solo así seremos luz, como luz fueron la insigne pléyade de mártires
de todas las épocas, los confesores, las vírgenes consagradas, los matrimonios
santos, los laicos apóstoles, y un largo etcétera de cristianos anónimos que
están en el cielo.
Los
cristianos en medio del mundo somos como aquella ciudad puesta en lo alto de un
monte para ser guía y referencia a los errantes y perdidos de la vida. No podemos
acobardarnos de la misión que Cristo nos ha confiado, porque el discípulo de
Cristo no vive para sí mismo sino para los demás. Pero del mismo modo que la
sal, la luz puede apagarse en nosotros si no somos fieles al aceite que hemos
recibido de la tradición de la Iglesia. Hoy en día, ser luz radiante es muy difíciles
porque las tinieblas del pecado cada vez son más espesas, pero aun así no
podemos olvidar que nuestra luz viene de Cristo y que en su luz vemos nuestra
luz (cf. Sal 36,9).
Concluye,
el Señor, diciendo que las buenas obras moverán a los otros a la glorificación
de Dios. Y esto, hermanos, hemos de tenerlo muy presente para obtener un sano
equilibrio entre la realización de las buenas obras y nuestro orgullo personal,
es decir, para evitar el atribuirnos a nosotros el mérito de las obras buenas. La
ejercitación del bien no es un fin en sí mismo sino un medio para la
evangelización. El cristiano no realiza obras buenas por una razón altruista o
filantrópica sino para que Dios sea glorificado en todo. Del mismo modo que
Cristo no realizó milagros para su beneficio si no para despertar la fe de
aquellos de entonces.
El
cristianismo tiene, como vemos, un reto importante en el mundo de hoy:
despertar las conciencias, transmitir la fe, no pasar desapercibido, mostrarse
como actual. Solo así, brillaremos como luz en medio de las tinieblas y se dirá
de nosotros, parafraseando al salmo: el cristiano brilla en las tinieblas como
una luz.
Dios
te bendiga
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