Antífona de entrada
«Señor, yo
confío en tu misericordia: alegra mi corazón con tu auxilio y cantaré al Señor
por el bien que me ha hecho». Del salmo 12 versículo 6. El orante necesita
experimentar el auxilio de la misericordia de Dios para poder tener, de nuevo,
un motivo para cantar y exaltar de júbilo. La misa de este domingo pretende dar
esa razón al fiel para que pueda vivir la celebración con un corazón jubiloso ¿qué
motivo será? La doctrina de su palabra y el alimento de sus misterios.
Oración colecta
«Dios
todopoderoso y eterno, concede a tu pueblo que la meditación asidua
de tu doctrina le enseñe a cumplir, de palabra y de obra, lo que a ti
te complace. Por nuestro Señor Jesucristo». Esta
oración está presente tanto en el sacramentario gelasiano (s. VII-VIII) como en
el gregoriano (s. IX) se mantuvo en el misal romano de 1570 y el de Pablo VI lo
conservó tal cual.
La oración pivota sobre tres verbos: “meditar”- “cumplir”-
“complacer”. Para comprender esta oración hemos de partir de la voz de Dios en
el pasaje de la Transfiguración: “Este es
mi hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo” (cf. Mt 17,5; Mc 9,7 y Lc
9, 35) y unirlo a la descripción que hace Jesús de su nueva familia: “mejor, bienaventurados los que escuchan la
Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28 y cf. Mc 3, 35); de tal modo que,
lo que Dios pide es que escuchemos la doctrina de su hijo amado, Jesucristo, y
la pongamos por obra para formar parte, en verdad, de la familia de los hijos
de Dios.
Así pues, la gracia que demandamos en esta oración es
doble: por un lado, la de meditar la palabra de Dios (doctrina) y, por otro, la
coherencia fe-vida (cumplir de palabra y de obra) para agradar (complacer) a
Dios.
Oración sobre las ofrendas
«Al celebrar tus
misterios con culto reverente, te rogamos, Señor, que los dones ofrecidos para
glorificarte nos obtengan de ti la salvación. Por Jesucristo nuestro Señor».
Tomada de la compilación veronense (s. V). La doble dimensión de la liturgia
esta bellamente expresada en esta oración: la liturgia es culto y glorificación
de Dios y fuente de salvación y santificación para el hombre. Del mismo modo,
se destaca el tema de la participación activa de los fieles que han de asistir
a la celebración con una actitud de culto “reverente”, es decir, de manera
piadosa, consciente y atenta.
Antífonas de comunión
«Proclamaré
todas tus maravillas; quiero alegrarme y regocijarme en ti y cantar himnos a tu
nombre, Altísimo». Inspirada en el salmo 9 versículos del 2 al 3. Sigue en
la misma línea que la antífona de entrada de la misa. El orante ya ha
experimentado aquella gracia que pedía el salmo 12 y por eso, en el momento de
comulgar, el fiel puede tener razones, más que sobradas, para poder acercarse a
este misterio de unión con Dios y con el prójimo. La alegría y regocijo que se
experimenta en cada comunión sacramental debe ser transparentada y comunicada
externamente con el cambio de vida, que es el mejor himno de alabanza.
«Señor, yo creo
que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Del
capítulo 11 versículo 27 del cuarto evangelio. No es sino una confesión de fe
ante la presencia real y sacramental de Cristo. Pues bien sabemos los católicos
que en la blanca Hostia esta toda concentrada toda la divinidad y gloria del
cielo, esto es, el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús.
Oración después de la comunión
«Concédenos,
Dios todopoderoso, alcanzar un día la salvación eterna, cuyas
primicias nos has entregado en estos sacramentos. Por Jesucristo
nuestro Señor». Al igual que la oración colecta, la encontramos por vez
primera en el sacramentario gelasiano y luego en el gregoriano; fue conservada
en el misal romano de 1570 y el de Pablo VI nos la ha vuelto a ofrecer para
nuestra edificación espiritual.
La antífona del Magníficat para las II Vísperas del
Corpus dice: “Oh sagrado banquete, en que
Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena
de gracia y se nos da la prenda de la
gloria futura”. El banquete eucarístico que acabamos de celebrar se nos
presenta, precisamente, como prenda. Este vocablo en el Diccionario de la Real
Academia Española de la Lengua tiene varias acepciones, nos fijamos en la 4 y
la 5. Dice así: acepción 4: “f. Cosa que
se da o hace en señal, prueba o demostración de algo” y 5: “f. Cosa no material que sirve de seguridad y
firmeza para un objeto”.
En conjunto, la Eucaristía es prenda de la gloria
futura o primicia de la salvación eterna (cf. Jn 6, 54) en tanto en cuanto es
una señal que pretende demostrarnos lo que nuestros ojos, y no otros, un día
podrán ver (cf. Job 19, 27). Pero la Eucaristía no es una señal ficticia o
simbólica, sino una señal real y presencial de Cristo, por eso no es solo
prenda sino también primicia de aquel objeto, seguro y firme, de contemplación eterna.
Visión de conjunto
Seguramente, querido
lector, el defecto que menos soportamos una persona es, sin duda, la hipocresía,
es decir, el “fingimiento
de cualidades
o sentimientos contrarios a
los que verdaderamente se tienen
o experimentan” RAE dixit. Generalmente, la hipocresía viene
acompañada de la incoherencia hasta el punto de que hipocresía e incoherencia
no se distinguen clara y distintamente.
Precisamente, este es el
gran pecado del que se nos acusa a los cristianos, hasta tal punto es así, que
el mismo Concilio Vaticano II lo expresa con estas palabras: «en esta génesis del ateísmo pueden
tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de
la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o
incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más
bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión» (cf. GS 19c). Palabras duras éstas para tomar muy en
cuenta la vivencia coherente de nuestra fe.
En este domingo, la
oración colecta nos invita a la meditación asidua de la doctrina de Cristo;
pero seriamos muy ingenuos (por no decir protestantes) si la circunscribiremos
a los datos evangélicos, es decir, quedarnos solo con lo que literalmente se
expone en los cuatro evangelios. No. La doctrina de Cristo es la recogida tanto
en los escritos canónicos (la Biblia) como la comunicada por la Tradición de la
Iglesia. De ahí que cuando la Iglesia expone una verdad de fe hemos de tomarla
como si del mismo Cristo hablando se tratase.
Por desgracia, no siempre
esto se tiene muy claro. Basta ver cómo está el variopinto mosaico eclesial
para descubrir que sobre ciertos temas cada uno tiene su opinión y se pugna
para que sean verdad. Respecto a la última polémica suscitada por el tema del
acceso a la comunión por parte de los divorciados vueltos a casar (civilmente)
y que el mismo Cristo lo denominado “adulterio” (cf. Mt 5, 27-32; Mc 10, 11-12;
Lc 16,18) el dato tradicional y revelado es que no les está permitido por vivir
en desacuerdo a la ley de Dios, es decir, por vivir en pecado mortal; del mismo
modo que cualquier otro pecado mortal (robo, fornicación, infidelidad, matar,
blasfemar, profanar, injuriar, difamar, etc) impide el acceso a la comunión si
no se confiesa de ello y, además, no se hace un firme propósito de no persistir
en él (Decreto del Concilio de Trento del
25 de noviembre del 1551 cap. 4, DH 1676). Y sin embargo, vemos como hay episcopados
(Alemania, Malta o Filipinas) que lo permiten tan ricamente sin que nadie les
advierta de esto. Otro ejemplo: hace poco hemos visto como la mediática monja
de ¿clausura? Sor Lucia Caram sale en un programa de televisión ciscándose en
la virginidad de María y ¿creen ustedes que alguien ha dicho algo? Pues no. Según
ella, desde Roma le dicen que “esté tranquila”.
Pero con estas
incoherencia entre lo que predicamos y vivimos o entre dogma y pastoral, entre
teoría y práxis ¿Cómo vamos a evangelizar? ¿Cómo vamos a presentar un
testimonio coherente de fe y amor a Jesucristo?
Estamos, ciertamente, ante un momento importante de
plaga de incoherencia que no debemos permitir que siga campando a sus anchas. No.
El mundo espera de los cristianos algo diferente a lo que otros le presentan.
La defensa de la vida, de la familia, del matrimonio, de la libertad y dignidad
de los hijos de Dios no admite ni cortapisas ni esperas ni rebajas. Lo
contrario será siempre confundir misericordia con permisividad. Dios es justo y
misericordioso pero no es permisivo ni “pasota” al estilo “laissez faire laissez passer” proto-liberal.
Y para que esto no sea simple demagogia ideológica
vamos a acudir a un texto bastante elocuente de la Escritura: «No digas: «He pecado, y ¿qué me ha pasado?»,
porque el Señor sabe esperar. Del perdón no te sientas tan seguro, mientras
acumulas pecado tras pecado. Y no digas: «Es grande su compasión, me perdonará
mis muchos pecados», porque él tiene compasión y cólera, y su ira recae sobre
los malvados. No tardes en convertirte al Señor, ni lo dejes de un día para
otro, porque de repente la ira del Señor se enciende, y el día del castigo
perecerás» (Eclo 5, 4-7).
En fin, el tema central del formulario de la misa de este
domingo está en que no basta con solo conocer por teoría sino que debemos
esforzarnos para vivir coherentemente lo que sabemos que se debe hacer y para
ello la liturgia es la mejor y más eficaz ayuda ya que nos hace salir
místicamente de nosotros y nos pone cara a cara con el mismo Dios velado en los
signos sacramentales de su Palabra, del pan y del vino.
Así pues, como ejercicio espiritual para este domingo
hazte una lista de situaciones o motivos que te impiden vivir coherentemente la
fe, analiza sus causas y pídele a Dios la fuerza y la gracia para salir de
ellas y volver a Él, volver a experimentar su amor y su misericordia que, como
dice otra oración, nuestros pecados retardan.
Dios te bendiga
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