miércoles, 19 de julio de 2017

LUZ EN LA OSCURIDAD






            En este post os dejamos con estas palabras de Benedicto XVI en el entierro de su amigo el cardenal Meisner, de Colonia (Alemania). Luego haremos un breve comentario.


Palabras de saludo del papa emérito Benedicto XVI en el funeral del cardenal Joachim Meisner el 15 de julio de 2017.


En esta hora, en la que la Iglesia de Colonia y los creyentes de otros lugares  se reúnen para dar su despedida al cardenal Joachim Meisner, también yo en mi corazón y en mi pensamiento estoy con vosotros,  y siguiendo con placer el deseo del cardenal Woelki,  os envío una palabra de recuerdo.


Cuando el miércoles pasado supe a través de una llamada telefónica la muerte del cardenal Meisner, en primer lugar no quería creerlo. La tarde anterior habíamos hablado por teléfono. En su voz sonaba el agradecimiento. Ahora estaba ya de vacaciones, después de que el domingo anterior hubiese tomado parte en la beatificación del obispo Teofilius Matulionis en Vilna. El amor hacia la Iglesia en los países vecinos del Este, los que habían sufrido bajo la persecución comunista, cómo el agradecimiento por la perseverancia en la aflicción de aquél tiempo lo había formado durante toda su vida. Y lo que es probablemente una coincidencia, que la última visita de su vida se tratase a un confesor de la fe en su país.


Lo que me ha sorprendido en la última conversación con el difunto cardenal, es que era la serenidad aliviada, la alegría interior y la confianza que él había encontrado. Sabemos que a él, el  pastor apasionado y cuidador de almas le costaba dejar su servicio, y esto solo en un momento, en el que la Iglesia tiene la necesidad urgente de pastores convincentes, que resistan la dictadura del espíritu de la época y opten todo por vivir y pensar en la fe.


Pero mucho más me agita, me impulsa que en este último periodo de su vida ha aprendido a  dejar ir y vivió mucho más  desde la certeza profunda que el Señor no abandona a su Iglesia, aunque a veces la barca está cargada por completo para comenzar a virar en la dirección contraria.

En el último tiempo dos cosas le han asegurado más y más agrado:

Sobre la primera siempre me contaba cómo le llenaba de profunda alegría como la gente joven, incluidos los hombres jóvenes, alcanzaban en el sacramento de la penitencia la gracia del perdón, el regalo de haber encontrado la vida que para ellos solo puede dar Dios.

La otra la que siempre le volvía a tocar una y otra vez y a hacerle feliz, era el crecimiento de la adoración eucarística. En la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, para él fue este el punto central, que la adoración daba un sosiego en el que solamente el Señor hablaba para las personas y para el corazón. Algunos expertos de pastoral y de liturgia tienen la opinión  de que no se consigue un cierto sosiego en la contemplación multitudinaria del Señor. Algunos probablemente también creen que la adoración eucarística está como tal anticuada, ya que el Señor es recibido en el pan eucarístico y no quieren ser vigilados, pero no se puede comer este pan como cualquier alimento ya que para recibir al Señor en el sacramento eucarístico  se exigen todas las dimensiones de nuestra existencia, que la recepción debe ser en el culto  se ha convertido en algo muy claro. Así, el tiempo de la adoración eucarística en la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia se ha convertido en un evento interior, que permaneció inolvidable para el cardenal.


Cuando en su última mañana el cardenal Meisner no apareció en la misa, fue encontrado muerto en su habitación. El breviario se había deslizado de las manos. Había muerto rezando. Su mirada en el Señor. Conversando con el Señor. La forma de morir que le fue regalada, demuestra una vez más cómo vivió. Mirando al Señor y hablando con Él. Podemos recomendar su alma con confianza a la bondad de Dios.

Señor te damos gracias por el testimonio de tu servidor Joachim. Que él sea ahora tu intercesor para la Iglesia en Colonia y en todo el mundo.

Requiescat in pace.

Benedicto XVI. Papa emérito.




Hermosas palabras del pastor emérito, que en la quietud de su clausura está dedicado solamente a orar por la Iglesia de Cristo, a la cual guio sabia y prudentemente, durante ocho años. Hemos decidido ponerlas en este blog, sobre todo, por los últimos párrafos donde hay una mención a la liturgia tanto de la adoración eucarística como de las Horas.

Respecto de la adoración eucarística es maravilloso ver la alegría del cardenal Meisner sobre el aumento experimentado en esta práctica de oración, sobre todo en la Vigilia eucarística de la JMJ Kolonia 2005, donde éste que escribe tuvo la dicha de asistir y de orar. La Eucaristía es el sacramento de la presencia escondida y misteriosa de Cristo en medio de su pueblo, como ya hemos comentado otras veces: es el cumplimiento de la gran promesa que cierra el evangelio de Mateo “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cf. Mt 28, 20).

Ciertamente, este alimento fue legado para ser comido, para que nos sirviera de sustento como banquete del Reino; pero no es menos cierto que con la profundización de la teología en este misterio, la Iglesia fue tomando conciencia de la realidad sacramental que suponía y advirtió pronto la necesidad de que también fuera adorado. Por eso, la Eucaristía, como dice el pastor emérito: “no se puede comer este pan como cualquier alimento ya que para recibir al Señor en el sacramento eucarístico se exigen todas las dimensiones de nuestra existencia, que la recepción debe ser en el culto  se ha convertido en algo muy claro”.

Respecto de la Liturgia de las Horas, son más que elocuentes las preciosas palabras con que Benedicto describe la relación entre el orante y el Señor “Había muerto rezando. Su mirada en el Señor. Conversando con el Señor”. Esta forma de orar, a veces, tan denostada por quienes debieran practicarla con asiduidad, expresa la conciencia de la Iglesia de ser la esposa de Cristo que junto al Espíritu dicen ¡ven, Señor! (cf. Ap 22, 17) y de ser la voz por las que las demás criaturas alaban y ensalzan a su Señor con el superno canto del “Santo, Santo, Santo” (Misal romano, IV plegaria eucarística).

Creo que la mejor frase que define al cardenal difunto es la siguiente: “La forma de morir que le fue regalada, demuestra una vez más cómo vivió. Mirando al Señor y hablando con Él”. Ojalá que así fuera la muerte de todos los que se profesan cristianos, rechazando lo que es indigno de este nombre y con el de Jesús en los labios. La muerte es imagen de cómo hemos vivido y cumplimiento de lo que hemos anhelado. Mirar al Señor cada día y conversar con Él ha de ser la brújula para no despistarnos en este camino. No olvidemos que somos hombres y mujeres en movimiento, en camino a la Patria eterna y que al participar en la liturgia de la tierra pregustamos la del cielo, la que se celebra en la Jerusalén celeste.



Gracias, señor cardenal Meisner, por una vida entregada, gastada y degastada en el servicio a Dios y a la Iglesia. Gracias por su compromiso con la verdad hasta las últimas consecuencias. Y gracias Benedicto XVI por seguir ahí rezando por nosotros y regalarnos, de vez en cuando, joyas como este pequeño escrito para seguir alentándonos en el camino del seguimiento total a Cristo. Estas palabras siempre son estímulo frente al confuso mensaje que hoy nos agobia. Por eso, hoy con Meisner y con Benedicto rezamos por aquellos “pastores convincentes, que resistan la dictadura del espíritu de la época y opten todo por vivir y pensar en la fe”.

Dios te bendiga


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