HOMILÍA
DEL XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos en el
Señor:
Este
domingo del año A nos ofrece un mosaico de parábolas y textos que pretenden ser
un intento pedagógico para comprender qué y cómo es Dios y el Reino de Dios.
La
lectura del libro de la Sabiduría nos ofrece la imagen entrañable de un Dios
providente y con entrañas de misericordia. Son pequeños versos que más que
palabras demandan silencio y reflexión para ser comprendidos.
Ante
todo, lo primero es reconocer la soberanía de Dios. Es el único Dios, no hay más.
El resto son creaturas o, simplemente, pura idolatría. Y esta unicidad es lo
que hace que pueda disponer de su perdón sin tener que rendir cuentas ni verse
menoscabada su gloria y su poder. Es un Dios indulgente y por tanto quien mejor
puede enseñarnos a ser misericordiosos.
Este
texto de la Sabiduría nos enseña que “el justo debe ser humano”. Esto es, tener
la capacidad de compadecerse con el dolor ajeno, con la situación del pecador
pero nunca con el pecado. “Ser humano” supone ponerse al nivel del pecador, del
que ha obrado torpemente sin mirarlo con desdén ni por encima del hombro. Solo
quien experimenta la justicia de Dios puede gozar de la dulce esperanza que da
el saber que el mal no es para siempre, sino que siempre hay lugar para el
arrepentimiento. O como decimos en nuestro refranero tan castizo “en el pecado lleva la penitencia”. Este
aforismo es más que iluminador para entender esta primera lectura. En el pecado se da lugar al arrepentimiento
porque Dios es bueno y clemente, como nos ha dicho el salmo.
Y
este arrepentimiento es suscitado en nosotros por la acción del Espíritu Santo
que, como nos ha dicho san Pablo, viene en nuestra debilidad. La acción del
Paráclito nos dispone a volvernos constantemente a Dios, a pedir perdón, y
sobre todo, a ser perdonados.
Pero
seríamos ingenuos si pensáramos que esto es así de fácil. Nosotros, los
bautizados vivimos en la progresiva instauración del Reino de Dios. Un Reino
que, como dice el Señor, ya está entre nosotros pero que solo en la eternidad
se hará una realidad completa y total. Por eso, una buena comparación es la de
la parábola del grano de mostaza: la semilla más pequeña e insignificante pero
que al crecer se convierte en un frondoso arbusto que cobija a toda clase
pájaros. Del mismo modo, el Reino se va haciendo en la invisibilidad y la
insignificancia del día a día para quien
sabe leer los signos de los tiempos pero un día llegará a su plenitud y todos
los redimidos tendrán cabida en él.
Este
poder de Dios se despliega en la historia humana, en lo ordinario de la
existencia. La levadura hace un trabajo callado de dar volumen y forma a la
pura masa. Hoy, en medio de la masa del mundo, los cristianos actúan como esa
levadura. En sus ambientes, en sus trabajos, familias, etc, es donde les
compete dar testimonio de su fe como un día hicieran aquellos pocos que
creyeron en Jesús. Son los causantes de este sorprendente efecto de un pequeño
grupo en toda la sociedad. El Reino de Dios no es una cosa dada, si no que
depende de nuestro trabajo el que se lleve a cabo poco a poco hasta el fin.
Pero,
ciertamente, no es un trabajo fácil ni se realiza en situaciones cómodas. La
parábola del trigo y la cizaña nos da una gran enseñanza. En el mundo
(gr.=kosmos) Dios ha sembrado la semilla del Reino para que fructifique pero
“un enemigo” sembró la de la cizaña para impedir ese crecimiento. Esto explica
por qué existe en mal en el mundo y por qué convive junto al bien y la bondad.
Lo sencillo sería arrancarlo de raíz pero esto desdeciría de la universal
providencia e indulgencia divina. Dios mantiene su tolerancia y paciencia hasta
la siega final, es decir, hasta que todo se aclare y el bien venza por sí mismo
frente a un mal que está abocado a devorarse a si mismo. Que es duro, cierto.
Que es difícil de admitir, quién lo duda. Pero que es posible vivirlo en
esperanza, qué duda cabe. Y aunque, a veces, pensemos que esto lo resolvemos
nosotros; no podemos dudar de que el juicio final solo pertenece a Dios.
En
conclusión, hermanos, hablar del Reino de Dios es, ante todo, decir que
pertenecemos a un pueblo elegido y sacerdotal cuyo Señor es un Dios de
misericordia y providente. Este Reino ha sido plantado en este mundo, como el
grano de mostaza, para que poco a poco, como la levadura en la masa, vaya
creciendo y creciendo hasta su eclosión final en que el trigo dará su fruto y
la cizaña será arrancada y exterminada del campo del mundo.
Dios
te bendiga
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