sábado, 22 de julio de 2017

UN REINO DE INDULGENCIA Y AMOR


HOMILÍA DEL XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

Este domingo del año A nos ofrece un mosaico de parábolas y textos que pretenden ser un intento pedagógico para comprender qué y cómo es Dios y el Reino de Dios.

La lectura del libro de la Sabiduría nos ofrece la imagen entrañable de un Dios providente y con entrañas de misericordia. Son pequeños versos que más que palabras demandan silencio y reflexión para ser comprendidos.

Ante todo, lo primero es reconocer la soberanía de Dios. Es el único Dios, no hay más. El resto son creaturas o, simplemente, pura idolatría. Y esta unicidad es lo que hace que pueda disponer de su perdón sin tener que rendir cuentas ni verse menoscabada su gloria y su poder. Es un Dios indulgente y por tanto quien mejor puede enseñarnos a ser misericordiosos.

Este texto de la Sabiduría nos enseña que “el justo debe ser humano”. Esto es, tener la capacidad de compadecerse con el dolor ajeno, con la situación del pecador pero nunca con el pecado. “Ser humano” supone ponerse al nivel del pecador, del que ha obrado torpemente sin mirarlo con desdén ni por encima del hombro. Solo quien experimenta la justicia de Dios puede gozar de la dulce esperanza que da el saber que el mal no es para siempre, sino que siempre hay lugar para el arrepentimiento. O como decimos en nuestro refranero tan castizo “en el pecado lleva la penitencia”. Este aforismo es más que iluminador para entender esta primera lectura.  En el pecado se da lugar al arrepentimiento porque Dios es bueno y clemente, como nos ha dicho el salmo.

Y este arrepentimiento es suscitado en nosotros por la acción del Espíritu Santo que, como nos ha dicho san Pablo, viene en nuestra debilidad. La acción del Paráclito nos dispone a volvernos constantemente a Dios, a pedir perdón, y sobre todo, a ser perdonados.


Pero seríamos ingenuos si pensáramos que esto es así de fácil. Nosotros, los bautizados vivimos en la progresiva instauración del Reino de Dios. Un Reino que, como dice el Señor, ya está entre nosotros pero que solo en la eternidad se hará una realidad completa y total. Por eso, una buena comparación es la de la parábola del grano de mostaza: la semilla más pequeña e insignificante pero que al crecer se convierte en un frondoso arbusto que cobija a toda clase pájaros. Del mismo modo, el Reino se va haciendo en la invisibilidad y la insignificancia del día  a día para quien sabe leer los signos de los tiempos pero un día llegará a su plenitud y todos los redimidos tendrán cabida en él.

Este poder de Dios se despliega en la historia humana, en lo ordinario de la existencia. La levadura hace un trabajo callado de dar volumen y forma a la pura masa. Hoy, en medio de la masa del mundo, los cristianos actúan como esa levadura. En sus ambientes, en sus trabajos, familias, etc, es donde les compete dar testimonio de su fe como un día hicieran aquellos pocos que creyeron en Jesús. Son los causantes de este sorprendente efecto de un pequeño grupo en toda la sociedad. El Reino de Dios no es una cosa dada, si no que depende de nuestro trabajo el que se lleve a cabo poco a poco hasta el fin.


Pero, ciertamente, no es un trabajo fácil ni se realiza en situaciones cómodas. La parábola del trigo y la cizaña nos da una gran enseñanza. En el mundo (gr.=kosmos) Dios ha sembrado la semilla del Reino para que fructifique pero “un enemigo” sembró la de la cizaña para impedir ese crecimiento. Esto explica por qué existe en mal en el mundo y por qué convive junto al bien y la bondad. Lo sencillo sería arrancarlo de raíz pero esto desdeciría de la universal providencia e indulgencia divina. Dios mantiene su tolerancia y paciencia hasta la siega final, es decir, hasta que todo se aclare y el bien venza por sí mismo frente a un mal que está abocado a devorarse a si mismo. Que es duro, cierto. Que es difícil de admitir, quién lo duda. Pero que es posible vivirlo en esperanza, qué duda cabe. Y aunque, a veces, pensemos que esto lo resolvemos nosotros; no podemos dudar de que el juicio final solo pertenece a Dios.

En conclusión, hermanos, hablar del Reino de Dios es, ante todo, decir que pertenecemos a un pueblo elegido y sacerdotal cuyo Señor es un Dios de misericordia y providente. Este Reino ha sido plantado en este mundo, como el grano de mostaza, para que poco a poco, como la levadura en la masa, vaya creciendo y creciendo hasta su eclosión final en que el trigo dará su fruto y la cizaña será arrancada y exterminada del campo del mundo.

Dios te bendiga


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