HOMILIA
DEL XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos en el
Señor:
En este caluroso mes de julio, el decimocuarto domingo
del “Tempus per annum” nos invita a revisar nuestra actitud ante las enseñanzas
que vienen de Dios. Creo que el conjunto del mensaje bíblico de hoy se puede
estructurar en dos puntos: la forma que Dios tiene de comunicarse y la actitud
con la que nosotros acogemos la revelación.
El profeta Zacarías no presente la venida del Mesías de
un modo sencillo y humilde, sin pompa y sin algaradas. Él vendría en un pollino
a restaurar la dignidad del pueblo elegido por Dios. Esta profecía se cumplirá
en la entrada de Jesús en Jerusalén pero no es hoy día para comentarlo,
simplemente nos fijaremos en la “modestia” con la que Dios viene a nuestro
encuentro.
Entendemos por Revelación la auto-comunicación que Dios
ha hecho de si mismo a los hombres. Esta fue progresiva a lo largo de la
Historia de la Salvación y se dio en total plenitud con la llegada de
Jesucristo. La Revelación es diálogo, es comunicar lo que Dios es, lo que
debemos saber de su vida divina y lo necesario para la salvación. La Revelación
reclama un “otro” con el que hablar, ese “otro” es el hombre, el único ser
creado sobre la faz de la tierra con inteligencia y racionalidad capaz de
escuchar, hablar y comprender todo lo que Dios le manifieste.
Pero Dios no realiza esta Revelación de un modo exigente
y arcano. Dios es un Dios del encuentro, de la intimidad. Dios no quiere imposiciones,
sino aceptación de su palabra con la inteligencia y el corazón. Dios es un
cercano. Dios se hace prójimo de todo hombre y mujer que lo busca con sincero
corazón. Pero esto no quita para que su comunicación sea veraz, firme, dinámica,
interpelante, definitiva. La Revelación, en definitiva, es digna de crédito,
digna de fe.
Jesús en el Evangelio de hoy eleva una típica oración judía
de bendición y alabanza porque a Dios le ha parecido bien revelarse, darse a
conocer. Pero Jesús hace una distinción: “gente sencilla” y “gente sabia y
entendida”. Y aquí, queridos hermanos, debemos aclarar algunas cosas. A veces hemos
caído en el error de hacer una interpretación según la cual gente sencilla es
sinónimo de analfabeto o de puramente carismático, mientras que gente sabia y
entendida es sinónimo de preparación intelectual, de formación especial. Nada más
lejos de la realidad.
La erudición en temas teológicos no es una lacra ni de “sabios
y entendidos” sino más bien de gente sencilla que busca entender su fe y se la
cuestione y la profundiza. La gente sabia y entendida es, más bien, ese tipo de
persona que no reconoce su ignorancia y que va presumiendo de saber mucho y por
tanto, nada puede aportarle nadie. Jesús quiere revelarse para todos,
especialmente, para aquellos que quieran conocerle, profundizar en su misterio.
Sin embargo, la soberbia intelectual y la testarudez mental nos alejan de poder
disfrutar de su mensaje.
¿Cuál es nuestra
actitud? ¿Nos formamos o no nos interesa formarnos? ¿Estamos abierto a todo lo
que Dios nos enseña o ya estamos de vuelta de todo? En definitiva, la fe es un
modo de conocer. Por la fe conocemos a Dios. Pero no es una fe ciega o por
impulso irracional. Sino que, en palabras de san Agustín, es una fe que busca
entender: “Credo ut intellegam, intellego
ut credam” (= creo para entender, pienso para creer).
Con frecuencia a los católicos se nos hace una importante
crítica acerca de nuestra escasa formación. Y hasta cierto punto es una
acusación verdadera dado el poco interés que hay por acudir a cursos de
formación o a plataformas académicas que parroquias, obispados y universidades
ofrecen.
En nosotros está acoger la Revelación con afecto,
sabiendo que viene de Dios. Acoger la Revelación como quien acoge a Cristo que
se ha hecho uno de nosotros. Jesús nos invita a acudir a Él, a dirigirnos con
total y desasida confianza en su amor. Cargar con su yugo es cargar con su ley,
con la dulce interpretación de la ley. De ahí que su yugo sea llevadero y su
carga ligera, porque Jesús ha querido centrar la ley en lo esencial: amar a
Dios y amar al prójimo.
La Revelación, pues, no es solo un conjunto de verdades
intelectuales sino también una experiencia de vida: de vida divina, de vida
eterna. Esta es la razón por la que frente a los agobios y cansancios que la
existencia impone, nosotros podemos acercarnos a la fuente de la Revelación, a
la cual solo se accede por la herida abierta del Corazón de Jesucristo. Un Corazón
manso y humilde, lleno de bondad. Un Corazón que ofrece solaz, descanso,
refrigerio tras el cansancio que provoca el trabajo del día a día. Este Corazón
nos está aguardando. Acudamos, hermanos, con total confianza para poder
disfrutar de sus insondables tesoros.
Dios
te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario