Hoy
la Iglesia de España celebra la solemnidad de su santo Patrón, Santiago
Apóstol, el “santo adalid, Patrón de las
Españas, amigo del Señor”. No vamos a entrar en qué hay de verdad y qué de
leyenda en el hecho de que Santiago pisara nuestro suelo patrio, simplemente
quisiera compartir con ustedes, queridos lectores, algunas consideraciones
desde los textos de la Palabra de Dios que la Iglesia propone para esta fiesta.
Situación actual: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres».
En este primer punto haremos un planteamiento general de
la situación actual en que los católico españoles nos encontramos. Actualmente vivimos
en una sociedad que ha sido sometida a un programa sistemático de
des-cristianización. De unos años para acá, no han cesado de sucederse una
lenta y casi imperceptible marginación de los católicos en la sociedad. En aras
de la laicidad, el hecho religioso mayoritario de España ha ido arrinconándose
de tal modo, que diera la impresión de que el catolicismo más que configurar la
historia, la vida, la sociedad, la cultura, en una palabra el “alma de España”,
es, poco menos, que el mayor enemigo de la misma.
Ser católicos hoy supone una opción de riesgo y un objeto
de burla, mofa y befa por parte de los mass
media (cine, radio, televisión), así como de los mismos gobiernos, que se
suponen habrían de vigilar por la pacífica y feliz convivencia de todos los
ciudadanos.
De unos años para acá no han cesado de sucederse la
aprobación de leyes, decretos y normas que han ido en un directo ataque a los
católicos y a las raíces católicas de nuestro país:
·
En el año 1981 se aprobaba la ley del
divorcio en España. Ley elaborada por el entonces ministro Francisco Fernández
Ordóñez (UCD).
·
En el año 1985 se aprueba la ley de
supuestos del aborto por el gobierno de Felipe González. Y mantenida por los
gobiernos de Aznar (PP).
·
En el año 1998, siendo ministra de
sanidad Celia Villalobos (PP) comenzó a promoverse el uso de la píldora abortiva
o “píldora del día después” RU-460, siendo distribuida gratuitamente en el años
2004.
·
En el año 2005 el gobierno de Zapatero (PSOE)
aprueba la ley del matrimonio homosexual. Ley mantenida sin cambios por el
gobierno de Rajoy (PP). Y la del divorcio exprés, también mantenida por el PP.
·
En el año 2010 el gobierno de Zapatero (PSOE)
reformaba la ley del aborto de 1985 pasando de la ley de supuestos a una ley de
plazos. Lo más grave resultaba el libre acceso de las menores a abortar sin que
fuera necesario el consentimiento paterno. El gobierno de Rajoy (PP) mantuvo esta ley, cambiando solo lo
tocante a las menores.
·
En los últimos años en distintas comunidades
autónomas (Extremadura, Madrid, Andalucía, Cataluña, etc) se han ido aprobando
distintas leyes LGTB totalitarias que pueden acarrear multas cuantiosas, cuando
no la cárcel, a quienes osen discrepar, y más públicamente, de la ideología de
género o de los postulados LGTB. Estas regiones se señalan a continuación:
·
Y actualmente en España hay un empeño
por legalizar tanto la eutanasia como los llamados vientres de alquiler.
Y ante estas leyes desafiantes y los ataques que han de venir,
a los católicos españoles nos situamos ante la disyuntiva de aquellos
apóstoles: obedecer a Dios u obedecer a los hombres. Agradar a Dios o al mundo.
Hoy no es raro ver persecuciones y presión social contra obispos valientes que
hablan sin tapujos sobre la actual deriva ideológica de España. Algunos de
ellos son llevados a los tribunales civiles y otros al escarnio social y
mediático. La objeción de conciencia es ignorada en muchos casos.
Y lo que es más escandalosos es que esas leyes y esos
mismos gobiernos que las promueven han sido elegidos con el voto de los
católicos que tienen, hoy por hoy, su voto cautivo tanto por los dos grandes
partidos posibilistas como por los dos que van a la zaga de serlo. Los católicos
vivimos hoy en la orfandad política y cultural puesto que no hay partidos que recojan
la Doctrina Social de la Iglesia y si los hay, están condenados al silencio
mediático de la política monopolística de la información.
Así pues, los católicos españoles, a quienes muchas veces
se les niega el derecho a hablar, hoy por hoy tienen que optar: o servir a Dios
o servir al mundo. Con cuánta ligereza se prohíbe a los católicos hablar en
público desde su doctrina con el espurio argumento “en un estado laico no
pueden hablar las ideas religiosas” olvidando, al mismo tiempo, que son esos
mismo católicos los que pagan sus impuesto y participan en la vida política,
social y cultural del país.
¿Cómo actuar?: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir
y a dar su vida en rescate por muchos».
Ante este panorama tan poco alentador. La Palabra de Dios
nos ofrece la mejor actitud que como católicos y españoles debemos tomar: el
servicio desinteresado a la sociedad española actual en la que vivimos. Los
católicos no podemos asumir la extraña costumbre de la avestruz de esconder la
cabeza bajo tierra. No, no lo tenemos permitido.
Más
bien, al contrario, debemos involucrarnos en la vida social, política y
cultural de nuestro país. Y ese es el mayor servicio que podemos realizar en
favor de España en este momento. Como recuerda el mismo Catecismo de la
Iglesia: “El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de
gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y
el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su
responsabilidad en la vida de la comunidad política. La sumisión a la autoridad
y la corresponsabilidad en el bien común exigen moralmente el pago de los
impuestos, el ejercicio del derecho al voto, la defensa del país” (2239-2240).
Vemos,
pues, que el servicio profético está más que exhortado por parte de Cristo y de
su Iglesia. No es esta la hora de los cobardes, sino la de los valientes.
España y la sociedad española necesitan del testimonio fiel, verdadero y coherente
de los católicos para impedir que esta España agónica y lacerada por la corrupción
en todos los niveles; muera, irremediablemente, en nuestras manos.
Pero
para los católicos, este servicio profético no se ejerce a cualquier precio y de
cualquier forma, sino que está regido por la conciencia y la fidelidad de ésta
a las enseñanzas divinas y a la ley natural. Por eso mismo, el Catecismo,
también, dice lo siguiente: “El ciudadano
tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las
autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del
orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas
del Evangelio. El rechazo de la
obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son
contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la
distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política.
“Dad [...] al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). “Hay que obedecer a Dios
antes que a los hombres” (Hch
5, 29): «Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime
a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien
común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos
contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley
natural y evangélica» (GS 74, 5)” (2242).
Sin
olvidar, tampoco, que el Hijo del hombre ha venido a dar su vida en rescate por
muchos, los católicos estamos aquí para entregar, también, nuestra vida en pro
de la mejora de la calidad de vida y moral de nuestros coetáneos. En este
sentido, Cáritas ejerce una gran labor asistencial en la sociedad pero no basta
con solo dar pan y vivienda. La Iglesia está para evangelizar, y en este
sentido son más que elocuentes las palabras del papa Francisco “Puesto que esta Exhortación se dirige a los
miembros de la Iglesia católica quiero expresar con dolor que la peor
discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La
inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a
Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la
celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de
maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse
principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria” (200).
Y por supuesto, siguiendo el adagio latino de Horacio “Bonum et decorum est pro patria mori”, también los católicos hemos
de estar dispuestos a dar nuestra vida por la patria común de todos, llamada
España.
Consecuencias: «Para que también la
vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo».
Pero seríamos ingenuos si
pensáramos que esta entrega al bien de nuestros conciudadanos sería bien
acogida y correspondida. No es así. En este valeroso acto de servicio a España
y a los españoles, nos jugamos muchas cosas los católicos. Nos jugamos el
afecto de los nuestros, el respeto, la fama y la honra; nos jugamos el trabajo,
el prestigio, en otras palabras: la muerte civil. Así tenemos ejemplos en
España como el de la profesora Alicia Rubio, autora del libro “Cuando nos
prohibieron ser mujeres…y os persiguieron por ser hombres”, quien ha sufrido en
sus carnes varios escraches en su casa, en su instituto y en los lugares donde
ha ido a hablar del tema del libro; hasta el punto de haber sido relevada de
sus funciones en el instituto donde trabaja.
Las palabras de San Pablo ilustran muy bien la situación
de los católicos al querer servir a la sociedad en la que viven: “Atribulados en todo,
mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no
abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes
en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestro cuerpo” (1 Cor 4,7-8). Estamos,
pues, bajo el amparo divino en este momento de la historia. El miedo no es nuestro
aliado sino nuestro peor enemigo.
Los católicos nos encontramos en este mundo para operar
la salvación del mismo. Por eso es importante que en esta hora de la historia
nuestra oración sea, sobre todo, de intercesión. Orar con fervor e intensidad a
María por esta sociedad decadente que agoniza. No podemos permanecer impasivos
ante tanta frivolidad blasfema que atenaza las conciencias de los cristianos y
nos hace creer que está todo perdido.
Estos son momentos para ser vividos como ofrenda a Dios. Entregar
nuestra vida para que otros la tengan en abundancia, es decir, para que nuestra
sociedad se redima y se salve, tal como lo expone Pablo en el mismo texto: “Pues, mientras
vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús;
para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De
este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros”.
Sabiendo que nosotros, los católicos, nos pertrechamos hacia el mundo desde el
Espíritu del Resucitado. Nosotros somos el pueblo de la Pascua, el pueblo que
salió del sepulcro, de la región de entre los muertos.
Como en toda época de la historia, Dios está con nosotros
para darnos vida en medio de esta cultura de la muerte en la que nos
desenvolvemos; fortaleciendo nuestra fe frente al escepticismo ideológico de
quienes piensas que pueden enmendar la plana a Dios.
Punto final: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos
te alaben».
España ha sido la cuna de grandes santos: mártires
romanos, mártires visigodos y mozárabes, san Ignacio de Loyola, san Francisco
Javier, santa Teresa de Jesús, san Padre de Alcántara, y tantos cientos más.
Quizá
la mejor definición de España y su catolicidad la ha dado el genial Menéndez
Pelayo en su historia de los heterodoxos españoles: “España,
evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento,
espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra
unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al
cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes de taifas”.
En definitiva, el destino y misión del
catolicismo Español es el de hacer que todos se unan en la alabanza divina. Pero
para terminar, no seré yo quien ponga el punto y final, sino un gran literato
de nuestra tierra llamado Federico García Lorca: “He asistido también a oficios religiosos de diferentes religiones. Y he
salido dando vivas al portentoso, bellísimo, sin igual catolicismo español.No
digamos nada de los cultos protestantes. No me cabe en la cabeza (en mi cabeza
latina) cómo hay gentes que puedan ser protestantes. Es lo más ridículo y lo
más odioso del mundo.
Figuraos vosotros una iglesia que en
lugar de altar mayor haya un órgano y delante de él a un señor de levita (el
pastor) que habla. Luego todos cantan, y a la calle. Está suprimido todo lo que
es humano y consolador y bello, en una palabra. Aun el catolicismo de aquí es
distinto. Está minado por el protestantismo y tiene esa misma frialdad. Esta
mañana fui a ver una misa católica dicha por un inglés. Y ahora veo lo
prodigioso que es cualquier cura andaluz diciéndola. Hay un instinto innato de
la belleza en el pueblo español y una alta idea de la presencia de Dios en el
templo. Ahora comprendo el espectáculo fervoroso, único en el mundo, que es una
misa en España. La lentitud, la grandeza, el adorno del altar, la cordialidad
en la adoración del Sacramento, el culto a la Virgen, son en España de una
absoluta personalidad y de una enorme poesía y belleza.
Ahora comprendo también, aquí frente
a las iglesias protestantes, el porqué racial de la gran lucha de España contra
el protestantismo y de la españolísima actitud del gran rey injustamente
tratado en la historia, Felipe II.
Lo que el catolicismo de los Estados
Unidos no tiene es la solemnidad, es decir, calor humano. La solemnidad en lo
religioso es cordialidad, porque es una prueba viva, prueba para los sentidos,
de la inmediata presencia de Dios. Es como decir: Dios está con nosotros,
démosle culto y adoración. Pero es una gran equivocación suprimir el
ceremonial. Es la gran cosa de España. Son las formas exquisitas, la hidalguía
con Dios.
Sin embargo, yo he observado al
público católico esta mañana, y he visto una devoción extraordinaria, sobre
todo en los hombres, cosa rara en España. Han comulgado muchas gentes y era un
público serio, sin pamplinas y con una disciplina extraordinaria. He visto la
primera comunión de unos niños japoneses con unas caritas amarillas, vestidos
de blanco, de lo más delicado y frágil que se pueda soñar” (Carta del 14
de julio de 1929).
¡Oh glorioso apóstol
Santiago, elegido entre los primeros! Tú fuiste el primero, entre los
apóstoles, en beber el cáliz del Señor. ¡Oh feliz pueblo de España, protegido
por un tal patrono! Por ti el Poderoso ha hecho obras grandes. Aleluya.
Estimado fransisco, gracias una vez mas por compartir con tanta oratoria, como tu lo haz hecho. de mi parte, y de los chicos de la gran hermandad blanca estaremos al corriente. Besitos ♥ PAZ
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