Antífona de entrada
«Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi
vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es
bueno». Tomada del salmo 53, versículos 6 y 8 centonizados. Esta antífona
nos sitúa en la realidad que vamos a efectuar en la celebración: ofrecer un
sacrificio de acción de gracias a la bondad divina de quien es nuestro auxilio
en la vida. Se nos invita a hacer, desde el inicio de la celebración, una
intensa confesión de fe en Dios como el providente que sustenta la existencia
humana.
Oración colecta
«Muéstrate propicio con tus siervos, Señor, y
multiplica compasivo los dones de tu gracia sobre ellos, para que, encendidos
de fe, esperanza y caridad, perseveren siempre, con observancia atenta, en tus
mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo». De nueva incorporación. Esta
oración invoca los dones de la gracia de Dios dados en el santo bautismo, que
no son otros sino las virtudes cardinales (fe, esperanza, caridad) que son
infundidas en el corazón del hombre para que éste pueda conocer y perseverar en
el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios.
Oración sobre las
ofrendas
«Oh Dios, que has llevado a la perfección del
sacrificio único los diferentes sacrificios de la ley antigua, recibe la
ofrenda de tus fieles siervos y santifica estos dones como bendijiste los de
Abel, para que la oblación que ofrece cada uno de nosotros en alabanza de tu
gloria, beneficie a la salvación de todos. Por Jesucristo, nuestro Señor».
Tomada del sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII). Esta antiquísima oración
concentra dos líneas teológicas que se unen: por un lado, resume muy bien la
línea progresiva de los sacrificios con los que el hombre ha querido aplacar y
agradar a la divinidad hasta su plenitud en Cristo; Por otra, concreta estos
sacrificios con el personal de cada uno. Veamos estos dos filones teológicos:
Respecto de la evolución en los cultos
hasta la venida de Jesucristo:
a) El culto en las religiones
pre-judeocristianas: el culto se ofrece a divinidades que tienen que ver
con un elemento natural o con un gremio.
b) El culto en el Antiguo
Testamento: la existencia de un culto como relación básica entre Dios y los
hombres nos lo ofrecen las ofrendas de Caín y de Abel (cf. Gn 4, 3-5). Será el
relato del Éxodo el que nos de las claves de un verdadero culto centrado en la
adoración al Dios único. La liberación efectuada por Moisés es la clave de
bóveda de toda la dinámica religiosa judía. Será con David cuando Jerusalén se
convierta en la capital espiritual de Israel, sobre todo, a partir de la
edificación del Templo en tiempos de Salomón.
c) El culto en el Nuevo Testamento: plenitud de la Revelación. El
acontecimiento central de la Historia de la Salvación es Jesucristo, quien
redimensiona toda acción cultual de su tiempo. La Iglesia naciente leerá toda
la vida de Jesús desde las Sagradas Escrituras en clave de cumplimiento y por
tanto estará convencida de que con Jesús surge un nuevo culto en Israel bajo la
acción del Espíritu Santo.
Respecto a la relación entre el
culto personal y el comunitario es importante entenderlo desde el sacerdocio
común de los fieles. Cada uno de los laicos, tiene un altar personal en el
banco del trabajo, sea éste el que sea. Ahí, donde se desarrolle su vida
(trabajo, familia, descanso, ocio, aficiones) puede y debe
ofrecerse a Dios como Hostia agradable. De tal manera que cuando el domingo
acuda, con todo lo suyo y todos los suyos, a la celebración de la santa misa,
podrá unir esos pequeños sacrificios diarios de su vida personal al gran
sacrificio de Cristo al Padre en la Eucaristía para provecho propio, para alabanza
y gloria de la Trinidad y bien de la Santa Iglesia.
Antífonas de comunión
«Ha hecho maravillas memorables, el Señor es
piadoso y clemente. Él da alimento a los que lo temen». Tomada del salmo
110, versículos 4 al 5. La sagrada comunión es la maravilla diaria que Dios
sigue realizando por nosotros ¿cuándo nos daremos cuenta de ello? Vivimos
esperando grandes milagros y grandes intervenciones divinas sin percatarnos de
que recibir a Cristo en gracia es lo más a lo que podemos aspirar en esta vida.
Porque como bien dice la antífona eucarística O sacrum convivium: “¡Oh,
sagrado convite!, en el que Cristo es tomado. Se rememora la pasión de Cristo;
el alma se llena de gracia; y se nos da una prenda de la futura gloria, aleluya”.
«Mira, estoy a la puerta y llamo, dice el
Señor. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré
con él y él conmigo». Del Apocalipsis capítulo 3, versículo 20. Vuelve a
aparecer aquí el efecto más inmediato de la comunión eucarística: la
inhabitación del Señor en nuestro corazón, siempre que esté dignamente
preparado. Durante la celebración hemos escuchado la voz del Señor y ahora toca
abrir nuestra puerta íntima para que entre y tome posesión de nuestro yo, aun
aquel que nos resistimos a abandonar.
Oración para después de
la comunión
«Asiste, Señor, a tu pueblo y haz que pasemos
del antiguo pecado a la vida nueva los que hemos sido alimentados con los
sacramentos del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor». De nueva
incorporación. Si antes dijimos que el primer efecto de la comunión eucarística
es la inhabitación del Señor en el alma; el segundo, y como consecuencia del
primero, es la conversión, esto es, sentir repugnancia del pecado y abrirnos al
don de la gracia que Cristo nos da. Por eso la oración une la idea del abandono
del antiguo pecado, la antigua condición pecadora con la idea de la comunión
como alimento.
Visión de conjunto
Definimos
asépticamente “virtud” como hábito operativo bueno, es decir, a la
perseverancia en toda acción buena. La virtud puede ser una acción puramente
humana movida por un ideal o una filosofía o la desnuda filantropía. Una
disposición natural a hacer algo que suponga un beneficio para sí mismo o para
otros. A veces, la virtud puede estar influenciada para la educación recibida
en una cultura determinada de tal manera que un mismo acto puede ser catalogado
como heroísmo para unos y como terrorismo para otros.
Pero
además de las virtudes humanas, que quedan en el plano moral del individuo, la
experiencia de fe, base de la teología, nos ha enseñado que existen una serie
de virtudes infundidas por el mismo Dios en el bautismo que nos permiten tener
una relación íntima con Él; a éstas las llamamos “virtudes teologales” y son, a
saber, la fe, la esperanza y la caridad. Veamos cómo las define y explica el
Catecismo de la Iglesia Católica (1813): “Las
virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano.
Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el
alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la
vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en
las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la
esperanza y la caridad (cf 1 Co
13, 13)”.
Las
virtudes teologales son la base del obrar cristiano. Los cristianos todo lo que
hacemos hemos de hacerlo referido a Dios que es quien inspira, acompaña y hace
finalizar los santos propósitos. Y aquí es donde radica la diferencia entre ser
cristiano y ser buena persona. Lo segundo se le presupone a todo el mundo (mientras
no se demuestre lo contrario) siendo incluso el mejor sustrato antropológico
para ser buen cristiano. Pero el cristiano no se conforma con ser “buena
persona”. No hace obras buenas por puro amor al ser humano, sino porque en
ellos reconoce al mismo Dios, como nos dice Jesús en el evangelio “cada vez que
lo hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”
(cf. Mt 25, 40).
Y
en estos, queridos lectores, hemos de estar muy atentos porque de un tiempo a
esta parte se ha ido reduciendo el mensaje cristiano al “buenísmo” descafeinado
en que con “ayudar al prójimo hay bastante”. Se reduce el mensaje de la
salvación a una ético intramundana sin trascendencia alguna. La eternidad no
tiene sentido, pues lo importante es ser feliz y hacer feliz al otro en esta
vida. Y lo peor de este “buenísmo” es que esta preñado de pelagianismo. ¿Qué es
el pelagianismo? Es una herejía del s. IV, cuyo difusor fue Pelagio (de ahí el
nombre) según la cual la gracia de Dios no nos aporta nada sino que Jesucristo
es un ejemplo eximio para nuestro obrar. Se sustituye la gracia por la pura
voluntad humana. Dios no interviene en nada sino que todo es decisión
voluntaria y personal del hombre.
Por
consiguiente, el pelagianismo derivó en una moral autónoma, es decir, regida
por las decisiones de uno mismo sin tener en cuenta ningún fundamento absoluto.
Al fin y al cabo, esta herejía, tan actual como antigua, deviene en un ateísmo
práctico o lo que es peor, en una religión a la carta y sin incidencia en la
vida personal. El drama del cristianismo del s. XX es que nos hemos dado
cuenta tarde de que no hay asunción
personal de la fe, originándose un catolicismo social sin repercusión en la
vida privada.
Frente
al pelagianismo que hoy nos inunda, los católicos volvemos a revindicar la
necesidad de la gracia. Sin el auxilio del cielo no podemos hacer nada. La voluntad
es débil y si no está guiada por las inspiraciones divinas puede ir apartándose
de la verdad hasta el punto de desacreditar la misma fe, perder la esperanza y banalizar
la caridad. Los católicos no podemos permitirnos, aunque quisiéramos, relajar
la fe y la doctrina católica. No tenemos derecho a hacer del Magisterio y la
tradición “la irrisión y burla de los malvados” (cf. Sal 31), sino el grave
deber de transmitirlo íntegro a las generaciones futuras. Esta será la gran
aportación de los cristianos a la sociedad humana y la vivencia plena de las
virtudes.
Dios
te bendiga
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