Antífona de entrada
«Dios vive en su santa morada. Dios, el que
hace habitar juntos en su casa, él mismo dará fuerza y poder a su pueblo».
Del salmo 67, versículos 6 al 7 y 36. Esta antífona al inicio de la celebración
nos recuerda el lugar donde estamos. Hoy, en un mundo donde se confunde lo
sagrado con lo profano; donde incluso hay teólogos que niegan esta misma
distinción, este versículo del salmo 67 pone a los fieles ante la realidad: hay
un espacio único y reservado para Dios: su templo santo. Lugar donde quiere
reunir a sus hijos, todos juntos, cada domingo para dar su fuerza y su gracia
quienes se unen en la alabanza.
Oración colecta
«Oh Dios, protector de los que en ti esperan
y sin el que nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros tu
misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, de tal modo nos sirvamos
de los bienes pasajeros que podamos adherirnos ya a los eternos. Por nuestro
Señor Jesucristo». Tomada del Gelasiano antiguo (s. VIII) y presente en el
misal romano de 1570. Una antigua antífona bizantina, que hoy ha quedado como
jaculatoria, decía así: “Santo Dios,
Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros”.
Frente
al pecado humano, decimos “Santo Dios”; ante la debilidad humana clamamos “Santo Fuerte”; frente a la contingencia
y la finitud humana, nosotros recurrimos a Dios gritando “Santo Inmortal”. Solo de Dios viene la santidad y la fuerza del
pueblo que tiene que caminar por este mundo, guiados por la iluminación del
Espíritu Santo que se concreta en los preceptos y mandatos divinos. Esto se
vive en medio de las limitaciones materiales del mundo que son un simple medio
para alcanzar los tesoros que perduran en lo eterno.
Oración sobre las
ofrendas
«Recibe, Señor, las ofrendas que te
presentamos gracias a tu generosidad, para que estos misterios, donde tu poder
actúa eficazmente, santifiquen los días de nuestra vida y nos conduzcan a las
alegrías eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del misal romano
de 1570. ¿Podemos ofrecer algo a Dios? ¿El dominio de Dios sobre el universo
está mutilado o incompleto? Ciertamente no a los dos interrogantes. Por eso la
expresión “las ofrendas que te
presentamos gracias a tu generosidad” significa reconocer que todo lo hemos
recibido de Él y que a Dios le agrada que le tributemos un culto y nos da los
elementos necesarios para ello.
La
segunda idea importante la recoge la expresión “donde tu poder actúa eficazmente”. Hace notar que no es pura acción
humana, sino que en el culto Dios compromete su poder y su palabra. El culto
solo es posible en tanto en cuanto la acción del Espíritu potencia la desnuda
naturaleza elevándola a alimento sobrenatural para el alma.
La
tercera idea se ve enriquecida con una doble perspectiva del fin de la
Eucaristía. Por un lado, es alimento para fortalecimiento de la peregrinación
cristiana que transita este mundo “santifiquen
los días de nuestra vida”; por otro, la Eucaristía es viático para la vida
eterna y prenda de la gloria futura, antesala del banquete celestial y anticipo
de las bodas del Cordero; por eso dice la oración “y nos conduzcan a las alegrías eternas”.
Antífonas de comunión
«Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides
sus beneficios». Tomado del salmo 102, versículo 2. ¿Puede haber mayor
bendición o mayor beneficio que recibir a Cristo real y sacramentalmente en la comunión? Esta
reflexión es la que nos sugiere la actual antífona. Éste es el precioso don que
recibimos en este momento de la celebración.
«Dichosos los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios». Del evangelio según san Mateo, capítulo 5, versículos del 7 al 8.
Esta antífona expresa dos frutos que la comunión crea en nosotros: un corazón
misericordioso y un corazón limpio de impureza. Pero también dos actitudes con
las que hemos de acercarnos a comulgar: seremos dignos de recibir al Señor en
comunión si hemos practicado la misericordia con el prójimo y si estamos en
gracia de Dios.
Oración para después de
la comunión
«Hemos recibido, Señor, el santo sacramento,
memorial perpetuo de la pasión de tu Hijo; concédenos que este don, que él
mismo nos entregó, con amor inefable, sea provechoso para nuestra salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor». Siguiendo la línea teológica normal, esta
oración nos remite a la perspectiva escatológica de la Eucaristía: el alimento
de la salvación, la recepción de los frutos salvíficos del misterio pascual de
Jesucristo.
Visión de conjunto
San Ignacio de Loyola en su “principio y fundamento”, al
inicio de los Ejercicios Espirituales afirma lo siguiente respecto de los
bienes materiales: “El hombre es criado para alabar,
hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su
ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre,
y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se
sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y
tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden”.
Esta sentencia del santo español puede ayudarnos, hoy, a
comprender qué sentido y qué valor tienen, para los cristianos, los bienes
materiales. Sobre todo, frente a los espiritualismos desencarnados y a las
corrientes pauperistas radicales que bajo el esquema marxista y al paraguas de
la Teología de la Liberación han ido inoculándose en el pueblo de Dios como un veneno
corrosivo.
Esto ha provocado
interpretaciones de tinte político del santo evangelio hasta el punto de
ligar la salvación a la clase social a la que se perteneciera. Y a decir
verdad, los pobres no se salvan por ser pobres por la misma razón que los ricos
no se salvan por ser ricos; sino más bien, pobres y ricos se salvan por cumplir
con los preceptos morales inspirados por Dios y el cumplimiento de ley natural.
El problema, en este sentido, es cuando se ha querido, como dije antes,
interpretar la salvación conforme al esquema marxista de la lucha de clases:
pobres contra ricos, comunidades de base contra Iglesia oficial.
Pero ni la Escritura, ni la liturgia, ni san Ignacio
indican nada de esto. Sino más bien se nos llama a hacer un justo uso de las
riquezas. Para eso, la Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece cinco
principios basales sobre los que se estructura la mejor comprensión del uso que
hemos dar a los bienes.
1.
Principio del bien común: se trata del conjunto de condiciones de la
vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros
el logro más pleno y más fácil de la propia perfección. Es decir, la suma del
bien de cada uno de sus miembros. Una forma preciosa de romper con el egoísmo y
el individualismo que nos hace encerrarnos en nuestro propio “yo”. El bien común es un deber de todos los
miembros de la sociedad: ninguno está exento de colaborar, según las
propias capacidades, en su consecución y desarrollo. Y por ello, conlleva unas
exigencias que se recogen en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia:
“compromiso por la paz, a la correcta
organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la
salvaguardia del ambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las
personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre:
alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte,
salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad
religiosa. Sin olvidar la contribución que cada Nación tiene el deber de dar
para establecer una verdadera cooperación internacional, en vistas del bien
común de la humanidad entera, teniendo en mente también las futuras
generaciones” (CDSI 166).
La
doctrina de la Iglesia, además, puntualiza a quién compete garantizar este bien
común y qué papel tiene cada institución intermedia: “La responsabilidad de
edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al
Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política.
[…] La persona concreta, la familia, los
cuerpos intermedios no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno
desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya
finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios —materiales,
culturales, morales, espirituales— para gozar de una vida auténticamente
humana. El fin de la vida social es el bien común históricamente realizable”
(CDSI 168).
2.
Principio del destino universal de los bienes: se trata ante todo de un
derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre. El principio del destino universal de los
bienes de la tierra está en la base del derecho universal al uso de los bienes.
Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar necesario para su
pleno desarrollo. Y añade: “El principio del destino universal de los bienes
invita a cultivar una visión de la economía inspirada en valores morales que
permitan tener siempre presente el origen y la finalidad de tales bienes, para
así realizar un mundo justo y solidario, en
el que la creación de la riqueza pueda asumir una función positiva. La riqueza,
efectivamente, presenta esta valencia, en la multiplicidad de las formas que
pueden expresarla como resultado de un proceso productivo de elaboración
técnico-económica de los recursos disponibles, naturales y derivados; es un
proceso que debe estar guiado por la inventiva, por la capacidad de proyección,
por el trabajo de los hombres, y debe ser empleado como medio útil para
promover el bienestar de los hombres y de los pueblos y para impedir su
exclusión y explotación” (CDSI 174).
3.
Principio de subsidiariedad:
es
imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los
grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva,
aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural,
deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida
espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social. Es éste el ámbito
de la sociedad civil, entendida como el conjunto de las relaciones entre
individuos y entre sociedades intermedias, que se realizan en forma originaria
y gracias a la « subjetividad creativa del ciudadano». La red de estas
relaciones forma el tejido social y constituye la base de una verdadera
comunidad de personas, haciendo posible el reconocimiento de formas más
elevadas de sociabilidad (cf. CDSI 185). El
principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las
instancias sociales superiores e insta a estas últimas a ayudar a los
particulares y a los cuerpos intermedios a desarrollar sus tareas. Este
principio se impone porque toda persona, familia y cuerpo intermedio tiene algo
de original que ofrecer a la comunidad.
4.
Principio de participación: consiste en una serie de actividades
mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros,
directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida
cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece.
La participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo
responsable y con vistas al bien común. La participación no
puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida
social, dada su importancia para el crecimiento, sobre todo humano, en
ámbitos como el mundo del trabajo y de las actividades económicas en sus
dinámicas internas, la información y la cultura y, muy especialmente, la vida
social y política hasta los niveles más altos, como son aquellos de los que
depende la colaboración de todos los pueblos en la edificación de una comunidad
internacional solidaria. Desde esta perspectiva, se hace imprescindible la
exigencia de favorecer la participación, sobre todo, de los más débiles, así
como la alternancia de los dirigentes políticos, con el fin de evitar que se
instauren privilegios ocultos; es necesario, además, un fuerte empeño moral,
para que la gestión de la vida pública sea el fruto de la corresponsabilidad de
cada uno con respecto al bien común (cf. CDSI 189).
5.
Principio de solidaridad: la
solidaridad nace de la sociabilidad de la persona humana, de la igualdad de
todos en dignidad y derechos, del camino común de los hombres y de los pueblos
hacia una unidad cada vez más convencida. La solidaridad es la determinación firme y perseverante de
empeñarse por el bien común; es
decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente
responsables de todos ».La
solidaridad se eleva al rango de virtud
social fundamental, ya que se coloca en la dimensión de la justicia,
virtud orientada por excelencia al bien
común, y en « la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a
"perderse", en sentido evangélico, por el otro en lugar de
explotarlo, y a "servirlo" en lugar de oprimirlo para el propio
provecho (cf. CDSI 193).
Ojalá
que estos principios básicos nos ayuden para hacer siempre un uso recto y bueno
de los bienes que por gracia de Dios podemos gozar hoy. Que nuestro corazón no
ambicione ni codicie nada que ponga en peligro la salvación de nuestra alma.
Sino que usemos de los bienes de este mundo amando intensamente los del cielo.
Dios
te bendiga
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