HOMILIA
DEL XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos en el Señor:
Si el domingo pasado el Señor nos ilustraba con parábolas
cómo es el Reino de Dios, en éste pretende ilustrarnos, por el mismo método,
cómo descubrirlo vivo y actuante en nosotros. En otras palabras, hoy el Señor
quiere enseñarnos a discernir.
El jesuita Thomas H. Green nos ofrece una definición de
discernimiento que pueda arrojar suficiente luz para entender todo lo que en la
homilía se dirá: “el proceso por el cual nosotros examinamos, a la luz de la
fe y en la connaturalidad del amor, la naturaleza de los estados espirituales
que experimentamos en nosotros y en los demás. El propósito de tal examen es
decidir lo más posible cuáles de los movimientos que experimentamos nos llevan
al Señor y a un servicio más perfecto de Él y de nuestros hermanos, y cuáles
nos apartan de este fin”. Esta definición se basa, como no podía ser de
otra manera, en lo que dispone san Ignacio de Loyola en el principio y
fundamento de los ejercicios espirituales: “y las otras cosas sobre la haz de
la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución
del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar
dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para
ello le impiden” (EE.EE 23).
En primer lugar, el discernimiento es un don de Dios. Así
lo muestra el pasaje del primer libro de los Reyes que hemos leído hace un
momento. Salomón se siente abrumado por la pesada carga que supone el gobierno
de la nación y pide a Dios que le conceda la sabiduría necesaria para
desempeñarlo fielmente. Dios le premia con el don del discernimiento. Por
tanto, queridos hermanos, para una sana vida espiritual lo primero es pedir a
Dios que nos conceda la capacidad de saber pedir en cada momento lo que mejor
nos conviene. No lo que nos apetece; no lo que nos gustaría; no lo que
precisamos inmediatamente. Es sabido que uno de los dones del Espíritu Santo es
el don de sabiduría, otro el de conocimiento y otro el de ciencia. Estos tres
están interconectados en el discernimiento porque suponen la potenciación no
solo de nuestras capacidades intelectuales sino también las sensoriales.
Para mejor discernir en cada ocasión, Dios se mostró
siempre diáfano y presente al hombre a través de la ley moral natural, los
preceptos evangélicos y los mandamientos. Lo bueno y lo malo no se mueven,
pues, en el confuso devenir de las épocas, sino que permanecen fijos y seguros
en la absoluta revelación divina. El gran pecado de nuestro tiempo es el haber
invertido los valores y juicios morales acerca del bien y del mal. Hoy, el
diablo ha confundido tanto las conciencias que cuesta valorar la realidad en su
justa medida. Es el triunfo del relativismo del que tantas veces nos advertía
el papa Benedicto XVI. Un fundamento inestable que va creando insatisfacción e
inseguridad desembocando en un totalitarismo ideológica en que al no existir
verdades absolutas, se alzan tan violentamente las opiniones que se acaban
imponiendo como verdades.
Por
ello, es cada vez más necesario retomar la oración impetrante al Espíritu
Santo. Porque con su luz santísima disipa las tinieblas del error y nos conduce
hasta el sentido profundo de las verdades últimas. Puede servirnos esta clásica
oración: “Oh Dios, que has iluminado los
corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; haznos dóciles a tu
Espíritu para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo”.
Queridos
hermanos, el discernimiento es una constante en la vida cristiana por eso hemos
de entenderla bien para vivirla mejor. Pueden servirnos algunas preguntas como:
¿Esto es bueno o es malo?, ¿Agradará a Dios o lo entristecerá?, ¿Dios lo
contempla en su ley o está al margen de su voluntad?, ¿Beneficiará a mi prójimo
o lo perjudicará?, ¿He pedido consejo al director espiritual o he actuado por
cuenta propia?, ¿He calculado seriamente las consecuencias?, ¿Lo he orado?, etc
Ánimo
hermanos, pensemos bien en este punto crucial de la vida espiritual. Pidamos,
cada día, la luz del Espíritu Santo para acertar en las decisiones y cumplir
siempre y en todo la voluntad de Dios, aunque cueste. Así sea.
Dios
te bendiga
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