«Todos ellos perseveraban unánimes en la
oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus
hermanos […]. Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el
mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento
que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados.
Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían posándose encima
de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse» (Hch 1, 14. 2,
1-4).
Debido
a las anteriores catequesis dedicadas a la ordenación episcopal, presentamos
ahora el icono del Tiempo Ordinario del actual misal. Como en ocasiones
anteriores, será el profesor don Ismael Pastor, licenciado en catequética y
director del secretariado diocesano de infancia y de catequesis, quien vuelva a
ayudarnos a comprender los distintos tiempos litúrgicos desde las ilustraciones
de la III edición del misal romano en lengua española.
Descripción de la
ilustración
La
ilustración del tiempo ordinario (Página 379 del misal), nos muestra el momento
de Pentecostés. Los doce apóstoles mirando en todas las direcciones posibles,
en el centro la figura de María, con los brazos abiertos y sobre ellos las 13
lenguas, como llamas de fuego, descendiendo sobre ellos.
Análisis mistagógico
Si
habíamos dicho que el primer criterio al contemplar las ilustraciones era el
cristocéntrico, esta parece contradecirnos. Sin embargo contemplar Pentecostés
desde una perspectiva meramente pneumatológica supone cercenar notablemente su
significado. No asistimos tan sólo a un descenso del Espíritu, sino que
contemplamos el nacimiento de la Iglesia, Cuerpo de Cristo y templo del
Espírito Santo. Es por ello que esta ilustración está situada como portada del
tiempo per annum.
Este
tiempo nos ayuda a contemplar la presencia del Señor en el camino de la
Iglesia, mostrando el tiempo cristiano, cualquier momento, cualquier día, como
referido al misterio de Cristo y a la historia de la salvación. Cada día,
especialmente en la celebración de la Eucaristía, supone la participación
cotidiana de la Pascua. La Iglesia,
Cuerpo de Cristo: los apóstoles de pie, con sus rostros iluminados, sobre los
que se posa la llama del Espíritu, con sus nombres, con su humanidad sobre la
cual aletea el Espíritu de Jesús, son la Iglesia, visible y humana. Ellos son
llamados a continuar con su misión.
La consagración del Espíritu es lo que faltaba
a los discípulos para ser el Cuerpo de Jesús. Por eso ahora reciben la misma
vida, la misma energía vital que estaba en él. Los apóstoles, testigos y
enviados, serán la palabra y voz de Cristo, mano que bendice y perdona, pie que
se cansa en el camino de la evangelización. Cada uno de ellos y todos juntos
(LG 7). Porque este Cuerpo, tal y como se muestra en la ilustración, es la
comunión de personas, su unidad. El Espíritu es quien ha consagrado a las
personas en la Iglesia y da fuerza divinizadora a sus actos: a la palabra para
que sea anuncio salvífico, a los signos, para que sean sacramento.
La
Iglesia templo del Espíritu: el cenáculo es el nuevo templo, consagrado por la
celebración del memorial de la Pasión en la última cena; iluminado por la
presencia del Resucitado, es el lugar de la Palabra y de la fracción del pan
hecha desde el misterio Pascual; es la nueva y definitiva manifestación de la
gloria de Dios en la teofanía de las lenguas de fuego de Pentecostés. Pero en
el cenáculo no se pone la atención en el lugar como tal, sino en los que hacen
el cenáculo. Los discípulos son el templo y en ellos habita el Espíritu Santo
como en su definitiva morada. La Iglesia es la casa del Espíritu.
La Virgen María, madre y modelo de la
Iglesia: en el icono de Pentecostés la Virgen está presente en medio de los
discípulos. María es discípula con los discípulos, apóstol con los apóstoles,
porque ella ha seguido al Maestro y será con los discípulos como un cofre que
encierra los recuerdos más íntimos de las palabras y de los gestos de Jesús,
testigo de su resurrección, es la primera fuente a quien los discípulos
interrogan para saber más acerca de su Hijo. En su centralidad en la imagen
aparece como Madre de los discípulos y eje de la Iglesia que es templo, porque
en su corazón ha resonado con intensa conmoción el gemido del Espíritu. Rostro
femenino de la Iglesia no representa su jerarquía, sino que transmite a la
Iglesia su identidad y su testimonio: ser Santa por el Espíritu que se le ha
dado en Pentecostés, el Espíritu Santo y santificador, enviado por Jesús a
perfeccionar su obra hasta su última venida.
Dios
te bendiga
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