HOMILÍA
DEL XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos en el
Señor:
Las
lecturas de este domingo son tan reales como la vida misma. Ser cristiano y,
además, estar comprometido con el anuncio de la Palabra de Dios hoy en día no
es algo fácil ni agradable. La experiencia del profeta Jeremías nos evoca a
tantas situaciones de cansancio espiritual que podemos experimentar cuando
vemos que por mucho que hagamos y prediquemos, no siempre obtenemos los
resultados pretendidos. El hastío, la desgana y la tristeza se apoderan
fácilmente de nosotros y parece que no tiene sentido nada, e incluso rechazamos
el seguir confiando y creyendo en Dios.
Jeremías,
como puede ocurrirnos a nosotros, ha conocido a Dios, ha experimentado el poder
de atracción del amor de Dios y esto le ha llevado a comunicar a su pueblo los
mandatos y preceptos divinos. Pero el mensaje que le tocaba a Jeremías era
bastante calamitoso: “Violencia” y “Destrucción”. Y es que, ciertamente, la
Palabra de Dios tal como va el mundo hoy, y por los derroteros a los que se
encamina, cada vez va a ser más desagradable predicarla y, aún más duro, oírla.
Sin embargo, nosotros estamos aquí para anunciar, para edificar, derribar,
plantar y exhortar a la conversión.
La
Palabra de Dios se había vuelto oprobio para el profeta pero no podía
abandonarla, aunque quería, porque su alma estaba sedienta de ella. En efecto,
la Palabra de Dios acarrea problemas pero no puede obviarse en la vida porque
tiene poder de atracción y seducción, por eso nuestra alma la anhela
constantemente. Lo mismo tuvo que sufrir Jesús. Jesucristo debe asumir el
precio de ser fiel a la Palabra de Dios, que predica. Frente a Pedro, que
quiere una teología de la gracia y la gloria, y rechaza, por tanto, la pasión y
la cruz de Cristo, Jesús llama a sus seguidores a unirse a Él en su
destino, a participar de su cruz y
obtener, así, la gloria de la Resurrección.
El
evangelio de hoy nos llama al seguimiento decidido de Cristo. Pedro no quiere
ver la cruz de su Señor, no admite que Cristo tenga que morir. Pero Jesús, a
pesar de compararle con el mismísimo Satanás, no lo rechaza, comprende su
debilidad y torpeza por eso le dice “ponte detrás de mi” (gr-= episo mou/ lat.= Vade post me). No es esta una expresión baladí. Solo podemos ser
fieles comprometidos con la Palabra de Dios en la medida en que nos pongamos
tras el Señor y sigamos sus pasos. Negarse a sí mismo supone, ante todo,
someterse a la voluntad de Dios, hacer del Evangelio la suprema ley de nuestra
vida.
La
expresión “cargar con su cruz” era un refrán acuñado ya en la época de Jesús
que servía para expresar el sufrimiento y el dolor que comportaba la vida y con
el que había que aprender a vivir. Hoy, este proverbio, no ha perdido ni un
ápice de su significado y su valor para nosotros. Cargar la cruz supone cargar
con la propia vida, toda y en su conjunto, pero solo podremos hacerlo amando
cada instante de la existencia como un regalo que Dios nos da. Podríamos buscar
la felicidad en cosas vanas y pasajeras que el mundo y sus pompas nos ofrece,
pero la felicidad le es esquiva a quien la busca directamente. La verdadera
felicidad está en buscar agradar a Dios cumpliendo su voluntad.
La
cruz puede revestir diversas formas a lo largo de la vida: la cruz de la
enfermedad, la cruz de la precariedad laboral, la cruz del ser despreciado, la
cruz de no sentirse querido, la cruz de ver frustradas las esperanzas y las expectativas
de progresar, la cruz de no ser escuchado, la cruz de ver como los malos triunfan
y los buenos son discriminados, etc… pero si por un momento pensáramos que
todas estas cruces nuestras se unen a la gran cruz de Cristo, viviríamos con más
gozo el sentido pascual de nuestra vida. Pues hay, queridos hermanos, dos
momentos para la cruz: el viernes santo y la cruz de mayo. La primera es una
cruz de muerte, sufrimiento y dolor; la
segunda es una cruz de gloria, triunfo y esperanza, ustedes elijan dónde
quieren estar y qué quieren vivir. Sea como fuere, la cruz solo adquiere
sentido y rigor si la cargamos detrás de Jesús, Él será nuestro cirineo.
Dios
te bendiga
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