DOMINGO
XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos en el
Señor:
¿Cuántas veces escuchamos “la intención es lo que cuenta”?
quizá por conformarnos con las migajas de la resignación, quizá por sobrevivir
a la amargura de la propia limitación. Pero no. No siempre la intención es lo
que cuenta. La vida no se vive de buenas intenciones por muy nobles que fueren.
Esto es así porque la intención pertenece al ámbito de lo íntimo humano, es
decir, a la subjetividad, lo que supone que el otro, el prójimo al que iba
destinada la acción no tiene porqué conocer dicha intención. La pura buena intención
a veces nos traiciona y no nos deja llevar a cabo los actos que nos proponemos:
todo lo quedamos en intenciones pero a la hora de la verdad nunca se concreta
nada. Así pues, será necesario vivir la simbiosis entre intención y actuación.
Esta es la diatriba de fondo en que se desarrollan las
lecturas de hoy. Se nos plantea un problema: Vivir la voluntad de Dios o dicho
de otra manera, vivir la dimensión obediente de la fe cristiana.
La voluntad de Dios es el designio amoroso y salvífico
que Dios dispone para que nuestra vida camine por la vía del bien y la
felicidad. La voluntad de Dios nos presenta un horizonte existencial que el
hombre debe aprehender para desarrollar su vocación a la santidad. Esta voluntad
divina se debe aceptar por la fe. Cuando lo hacemos, nuestra vida se llena de
paz en medio de la guerra espiritual en que nos debatimos.
Pero
las lecturas de hoy nos presentan dos actitudes a la hora de aceptar o no por
la fe la voluntad de Dios:
1.
La primera es la de aquellos que tienen buena intención y disposición para
cumplirla pero todo se queda ahí, no se lleva a efecto. Es – en palabras del
profeta Ezequiel – el justo que se aparta poco a poco del bien. El segundo hijo
de la parábola de hoy: “iré” pero no fue. Es una actitud que deviene en maldad
y pecado; porque esto es lo que supone el rechazo y la irrealización de la
voluntad de Dios.
2.
La segunda es la de aquellos que al principio se rebelan y no aceptan la
voluntad de Dios porque les parece incomprensible, porque es difícil, por una
mala experiencia que les hizo caer en el ateísmo, etc. pero que al final
recapacitan y la acometen. Es – en palabras de Ezequiel – la actitud del
pecador que se convierte y se salva. Según la parábola del Evangelio es la
actitud del primer hijo. Esto es lo que llamamos conversión y obediencia de fe.
¿En cuál de estas dos te encuentras tú actualmente? ¿Cuál es la que más abunda en tu vida? ¿Cómo has llegado a ella?
¿Por
qué es posible esta última actitud de obediencia de fe? nos lo recordaba el salmo:
porque el Señor recuerda su misericordia eternamente. El sabe de nuestra
debilidad y nuestra flaqueza, conoce los pecados de nuestra juventud, es decir,
de la primera reacción de rechazo pero prefiere primar la bondad de la acción
última del converso al que ha enseñado su camino.
¿Quién
nos ha ofrecido el ejemplo más eximio de cumplir la voluntad de Dios? No es
otro que el mismo Jesucristo quien siendo de condición divina se hizo hombre
hasta morir en la cruz y por eso se le concedió el ser exaltado sobre todo. Del
mismo modo quien se humilla para cumplir la voluntad de Dios se granjea la
gloria eterna, es decir, ser ensalzado sobre todo. De ahí que san Pablo nos exhorte
hoy a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
Pues
ánimo, hermanos, procuremos vivir nuestra vida santamente teniendo claro cuál
es la meta de nuestra vida: buscar el hacer siempre y en todo la voluntad de
Dios con buena disposición y sin intenciones “buenistas” que nunca se
concluyen. Solo lo haremos ayudados por la gracia de Dios que potencia y
conforta nuestra débil voluntad. Así sea.
Dios
te bendiga
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