viernes, 8 de septiembre de 2017

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


                                  


Antífona de entrada

«Señor, tú eres justo, tus mandamientos son rectos. Trata con misericordia a tu siervo». Tomada del salmo 118, versículos del 137 al 124. Iniciamos la celebración confesando la fe en el Dios justo y recto. En este breve versículo se unen dos términos, aparentemente, contrapuestos: justicia y misericordia. Precisamente podemos pedir misericordia porque Dios es justo. Una persona injusta no usa la misericordia sino la arbitrariedad. Confiemos, pues, desde el inicio de la celebración en el Dios manifestado en Jesucristo e imploremos que nos trate siempre con la rectitud necesaria para que nuestros pecados conozcan la misericordia entrañable.
Oración colecta
            «Oh Dios, por ti nos ha venido la redención y se nos ofrece la adopción filial; mira con bondad a los hijos de tu amor, para que cuantos creemos en Cristo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor, Jesucristo». Tomada de los sacramentarios gelasiano antiguo (s. VIII) y de Angoulenme (s. IX); también aparece en el sacramentario gregoriano de Adriano (s. X). La salvación tiene un doble efecto en nosotros: uno negativo (la cancelación de la deuda del pecado, esto es, la redención) y otro positivo (el reestablecernos en la vida de la gracia, la adopción filial). El primer efecto supone la libertad respecto del pecado, mientras que el segundo supone heredar los bienes del Padre eterno, esto es, la eternidad.

Oración sobre las ofrendas

«Oh Dios, autor de la piedad sincera y de la paz, te pedimos que con esta ofrenda veneremos dignamente tu grandeza y nuestra unión se haga más fuerte por la participación en este sagrado misterio. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada de la compilación veronense (s. V). Esta antiquísima oración une en dos palabras todo lo que la liturgia eucarística realiza: piedad y paz, esto es, oración y reconciliación, plegaria y expiación. Con la ofrenda de Cristo al Padre la Iglesia glorifica al eterno Padre y actualiza la reconciliación entre Dios y los hombres efectuada por Jesucristo. Por otra parte, los cristianos nos co-ofrecemos con Cristo al Padre mediante la participación en los santos misterios.

Antífona de comunión

«Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo». Salmo 41, versículos 2 al 3. Con esta imagen tan plástica que nos ofrece el salmo, la liturgia expresa a la perfección el sentido espiritual de la procesión de los fieles hacia la recepción del Santísimo Sacramento. Acudimos prestos a Él para apagar nuestra sed de Dios y saciar nuestra hambre de vida eterna.

«Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida, dice el Señor» Tomada de Jn 8, 12. En este momento la luz que ilumina nuestro camino es la blanca Hostia que contiene esa vida verdadera e invulnerable que aspiramos y esperamos ya en este mundo. Dándose en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, Jesucristo quiere iluminar nuestro tránsito por este  mundo hasta que lleguemos un día a la Patria celestial.

Oración de pos comunión

«Concede, Señor, a tus fieles, alimentados con tu palabra y vivificados con el sacramento del cielo, beneficiarse de los dones de tu Hijo amado, de tal manera que merezcamos participar siempre de su vida. Él que vive y reina por los siglos de los siglos». De nueva creación. Está muy presente la impronta escatológica propia de las oraciones de pos comunión. Somos alimentados por los dones celestiales en este mundo anticipando, así, lo que u  día gozaremos plenamente en el cielo. Esta oración ofrece una síntesis de la doble mesa de la misa: la palabra y la Eucaristía.


Visión de conjunto

Si hay un título que acompaña al nombre de Cristo y que expresa su misión salvadora es el de “Redentor”. Estamos muy acostumbrados a discursos como “el Señor ha venido a salvarnos”, “El Señor ha muerto por nosotros”. Pero… ¿Qué significa esto? ¿Tiene sentido hablar hoy de salvación o redención? Vayamos por parte.

En primer lugar, hemos de considerar que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios creador, es decir, en gracia, justicia y santidad primera. Por lo tanto, antes que el pecado original, existió un estado de inocencia original. A esto lo llamaremos condición pre-lapsaria del hombre (lapsus=caída). Solo tras el engaño de la serpiente antigua, el demonio, el hombre pierde estos dones naturales primeros y se ve inficionado por el pecado pero esto no destruye su naturaleza sino que desfigura la imagen de Dios inscrita en él. A partir de este momento, el hombre se hace reo de culpa por el pecado que ha cometido transgrediendo el mandato divino. A esto lo llamamos condición post-lapsaria del hombre.

En esta segunda condición es donde se inserta la obra de Cristo, su misión salvífica. Jesucristo con su encarnación pretende mostrarnos cuál era y es la verdadera condición humana: la de  estar en gracia de Dios. Por tanto, la redención efectuada por Él no consistirá en otra cosa que en la de devolvernos al estado pre-lapsario, es decir, a la gracia, justicia y santidad original. De ahí que con razón el Concilio Vaticano II dijera que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22).

Así pues, se entiende bien que lo que significa que Jesús viniera a salvarnos. Esta expresión es sinónimo de devolvernos al estado original en que fuimos creados. En este sentido, dice el mismo número citado anteriormente “El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual” (GS 22).

Pero hoy, en pleno s. XXI, ¿Tiene sentido hablar de salvación? Por supuesto, el hombre y la mujer del s. XXI tienen, más que nunca si cabe, una urgente necesidad de ser salvado, de sentirse salvado en medio de tanta hostilidad como el mundo de hoy enfrenta al cristiano. En los tiempos que corren cuánta gente se ve afectada por el pecado: robos, violencias, adulterios, fornicaciones, abortos, eutanasia, fraudes, guerras, uxoricidios, pederastia, trata de blancas, herejías, difamaciones, mentiras, abandonos, etc… no cesan de sucederse por doquier apartando, cada vez más, a la gente de la luz divina y arrojándoles en manos del demonio, quien piensa que ha ganado la batalla contra Dios.

Frente a estas situaciones dolorosas y dañinas, Cristo vuelve hoy a mostrarse como médico de los cuerpos y de las almas. Ante la fuerza del pecado, Cristo quiere dar su gracia al hombre de hoy para perdonarlo y restituirlo a la vida de la gracia y la conversión. Cristo con su Evangelio quiere poner ante el hombre moderno un camino de justicia y misericordia. De Justicia para cancelar la deuda del pecado (cosa que ya hizo de una vez para siempre por medio de su sacrificio en la cruz) y misericordia para hacernos hermanos suyos e hijos del Padre eterno por adopción.

Las heridas lacerantes del pecado esperan ser sanadas con el bálsamo de la gracia divina que, perfectamente, podemos disfrutar gracias a la Encarnación del Verbo divino quien al unirse a nuestra naturaleza humana asumió en sí todo lo humano de tal modo que nada hay en el hombre que no halle eco en la intimidad divina, tal como recordó el mismo número del Concilio:

El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado. Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En El Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20). Padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido. El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos hermanos, recibe las primicias del Espíritu (Rom 8,23), las cuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor. Por medio de este Espíritu, que es prenda de la herencia (Eph 1,14), se restaura internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (Rom 8,23)” (GS 22).

Dios te bendiga

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