Antífona
de entrada
«Señor, da la
paz a los que esperan en ti, y saca veraces a tus profetas, escucha la súplica
de tus siervos y de tu pueblo Israel». Tomada del libro del Eclesiástico,
capítulo 36, versículo 15. Al comenzar la celebración, nos reconocemos como
aquellos que lo esperan todo de Dios y por eso imploramos de su bondad el don
de su misericordia. La asamblea cristiana que se reúne cada domingo es imagen y
cumplimiento del Israel peregrino que suplica con gran confianza a Dios para
que le conceda profetas y ser profetas en medio del mundo. Pedimos profetas que
anuncien y denuncien, que sean testigos valientes y veraces de lo que Dios
dispone para nuestra salvación. Por otra parte, pedimos el carisma de la
profecía para que con nuestras palabras y nuestra vida denunciemos las
injusticias del mundo y seamos signo de la vida nueva y joven que Dios nos
regala.
Oración
colecta
«Míranos, oh
Dios, creador y guía de todas las cosas, y concédenos servirte de todo corazón,
para que percibamos el fruto de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo».
Tomada de la compilación veronense (s. V). Esta oración, de las más antiguas de
la Iglesia, recoge las características de la composición eucológica romana: la
brevedad y la concisión: en primer lugar, Dios es denominado como “creador y
guía”, es decir, como el providente; 2. Como consecuencia de esa providencia y
confiados en ella, pedimos que nos mire para obtener misericordia; 3. Solo asím
animados por su providencia e impulsados por su misericordia, podremos servirle
denodadamente de “todo corazón”.
Oración
sobre las ofrendas
«Sé propicio a
nuestras súplicas, Señor, y recibe complacido estas ofrendas de tus siervos,
para que la oblación que ofrece cada uno en honor de tu nombre sirva para la
salvación de todos. Por Jesucristo, nuestro Señor». Con alguna variación
gramatical, la hallamos en el misal romano de 1570. Esta oración recoge lo que
en el credo decimos “Creo-creemos”. Me explico: la dimensión personal de la fe
y la dimensión comunitaria o eclesial de la misma. Lo mismo ocurre con la
deposición de dones en el altar: junto al sacrificio que ofrece la Iglesia
entera, tributando una alabanza perfecta al Padre por medio de Cristo en el
Espíritu Santo, tenemos los sacrificio personales que cada uno vive y ofrece a
lo largo de la semana realizando así una existencia cultual como dispone su
condición sacerdotal por el bautismo. Pero todo esto se realiza sabiendo que
tanto la ofrenda eclesial como la personal va encaminada a conseguir la
salvación de todos y cada uno de los que se acercan a Cristo, único sacerdote y
único salvador.
Antífonas
de comunión
«Qué
inapreciable es tu misericordia, oh Dios. Los humanos se acogen a la sombra de
tus alas». Del salmo 35, versículo 8. En Dios no suele abundar lo
llamativo, ni lo estruendoso, ni lo ruidoso, más bien todo lo contrario. Como prueba
singular de esto tenemos el sacramento de la Eucaristía donde de forma
inapreciable Dios se contiene todo entero y se nos da para nuestra fortaleza. Al
recibir la Santa Comunión nuestra alma se cobija a la sombra y el amparo del
Dios altísimo que viene a ella para hacer morada en nosotros. Un don
inapreciable pero de un valor infinito.
«El cáliz de
la bendición que bendecimos es comunión de la Sangre de Cristo; el pan que partimos
es participación en el Cuerpo del Señor». Inspirado en la primera carta de
san Pablo a los Corintios, capítulo 10, versículo 16. Esta antífona poco
comentario precisa ya que expresa muy a la perfección lo que se produce en este
momento de la celebración: Dios y la humanidad entran en contacto sacramental
sin que cada una de las partes pierda ni un ápice de su individualidad.
Oración
de poscomunión
«Te pedimos,
Señor, que el fruto del don del cielo penetre nuestros cuerpos y almas, para
que sea su efecto, y no nuestro sentimiento, el que prevalezca siempre en
nosotros. Por Jesucristo, nuestro Señor». Su origen más remoto está en los
sacramentarios gelasianos antiguo (s. VIII) y de Angoulenme (s. IX) pero donde la oración ya se encuentra
tal como la conocemos hoy es en el misal romano de 1570. Esta breve oración nos
plantea un tema complejo de la fe que veremos a continuación: el efecto de la
gracia como antídoto ante cualquier interpretación sentimental de la fe o de la
gracia. Los efectos de la comunión, según el Catecismo de la Iglesia son: 1. La
comunión acrecienta nuestra unión con Cristo; 2. La comunión nos separa del
pecado; 3. Nos
preserva de futuros pecados mortales; 4. Procura la unidad del Cuerpo místico. 5. La Eucaristía entraña un compromiso a favor de
los pobres.
Visión
de conjunto
Con harta frecuencia pensamos que la
fe es un sentimiento o una emoción. Hay gente que solo reza cuando se emociona
y cuando no siente nada deja de orar hasta que vuelva a apetecerle y el cuerpo
se ponga en disposición para volver a derretirse en amor, impostado pero amor.
La oración última de la misa de este
domingo nos propone reflexionar sobre el sentimiento en la fe. Ante todo hemos
de decir que reducir la fe a un puro y mero sentimiento es una herejía
modernista condenada por Pio X en la encíclica “Pascendi”. Veamos los orígenes:
Plantear la fe como un sentimiento o
como mera experiencia subjetiva de revelación se lo debemos a un teólogo
protestante liberal llamado Friederich Schleiermacher (1768-1834), quien junto
a otros autores como Sabatier concebían la fe como una pura experiencia a la
que resulta extraña los conocimientos y nociones de la misma fe. De tal modo
que la fe al ser sentimiento subjetivo no necesita de doctrinas ni de
revelación ninguna; cada uno cree en lo que quiere y en aquello que
experimenta, siente o le emociona.
Siguiendo este planteamiento
sentimentalista de la fe, la conclusión se impone dada su evidencia: la
realidad divina se desvanece en la nebulosa de la subjetividad hasta el punto
de que se cree en una divinidad más o menos subjetiva e impersonal sin
incidencia moral en la vida. Todo esto ha quedado bastante bien concentrado en
la expresión “Yo creo en Dios a mi manera”.
Y esto, queridos lectores, es el
problema al que se enfrenta el catolicismo en estos momentos.
El sentimentalismo religioso que
prima la emoción por encima de lo objetivo y eclesial ha dado como resultado un
“catolicismo light” en el que todo se puede cuestionar y del que todo se puede
dudar. La subjetividad de la fe por encima del aspecto eclesial de la misma da
como resultado la percepción de una deidad más o menos real, a la que puedo dirigirme
cuando lo necesito sin más compromiso que el dar alguna dádiva o cumplir una
promesa en el caso de que la deidad me haya escuchado y atendido mi petición.
Este sentimentalismo sin fundamento
acaba haciendo de Dios una mera proyección personal o bien de todo lo bueno que
quisiéramos ser o tener o bien de las aspiraciones más nobles de lo humano. Así
lo concibió Arthur Schopenhauer (1788-1860) quien definió al hombre como animal
metafísico y por tanto Dios solo sería una proyección de lo bueno del hombre y
su ansía de infinitud. En este sentido Schopenhauer sigue la filosofía atea de
Feuerbach (1804-1872).
Así pues, sin entrar en mas
profundidas vemos el peligro en el que se puede caer si comprendemos la fe y la
vida espiritual como un puro sentimiento o una reducción a la emoción.
La fe es creer en lo que Dios ha
revelado y dicho de sí mismo. Y esto entregarme totalmente y sin reservas, como
nos indica el Concilio Vaticano II: “Cuando
Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el
hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando "a Dios revelador el
homenaje del entendimiento y de la voluntad", y asintiendo voluntariamente
a la revelación hecha por El. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de
Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual
mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da "a
todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad". Y para que la
inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo
perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones” (DV 5).
La oración y la vida espiritual
siguen el mismo camino: el objeto último de la oración no es la emoción ni
sentir nada, sino simplemente estar con Él, alabarlo y adorarlo. Dejar que Él
actúe silenciosa y discretamente en nosotros sin querer percibir nada más que
la serenidad y la paz que da el saber que aunque no lo sintamos Él nunca
abandona nuestra casa ni nuestra vida. Así pues, queridos lectores, no se
preocupen sin no sienten nada en la oración, si su corazón no se esponja lo
suficiente si se distraen o pasan el rato ante el sagrario sin decir nada…sepan
solamente que Cristo está ahí y el hace todo cuando nosotros no somos capaces
de hacer nada. La peor oración es la que no se hace porque se pierden las
gracias que podrían venir.
Dios te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario