Queridos lectores de este incipiente blog, permítanme que
en el artículo que hoy les presento abuse de su tiempo y su paciencia pero no
es necesario que ustedes lo lean entero de un golpe, es mejor que cada apartado
lo lean tranquilamente en distintos momentos.
Quisiera
exponerles hoy algunas claves para valorar y acoger un elemento litúrgico que,
no sé por qué, despierta más detractores que defensores. Les hablo del tan
amado y odiado incienso en la liturgia. Esta sustancia resinosa al ser quemada
despide abundante humo blanquecino, de olor agradable, que sube como columna de
humo e impregna el lugar de su uso y a las personas que en él se encuentran.
Historia del uso del incienso
en la liturgia cristiana
Aunque
hoy nos parezca normal verlo en las iglesias, no siempre fue así. Su introducción
en el culto cristiano no fue del todo pacífica. Su uso es antiquísimo,
precristiano. Muy común en las diversas culturas y religiones como símbolo de honor
a los difuntos, de respeto a las autoridades, sacrificio a los dioses y como
signo de alegría y atmósfera sagrada. Este uso estrictamente pagano duró hasta
el s. IV, sobre todo reservado a emperadores y dioses. Solo tras la paz de Constantino
(313) fue progresivamente desapareciendo esas connotaciones paganas, entrando,
así, poco a poco, en el culto cristiano[1].
Algunos
datos de su paulatina entrada nos lo ofrece el diario de viaje de la Peregrina
Egeria en la Anastasis de Jerusalén
en el s. IV; Constantino regaló incienso a la basílica de Letrán para perfumar
su ambiente pero no para uso litúrgico en el mismo siglo; en las pinturas de
san Vitale en Rávena del s. VI. Por el contrario, los más acérrimos enemigos de
esta inclusión fueron Tertuliano, quien en su Apologeticum argumenta «… que de las hostias que mandó ofrecer
ofrezco, la opima, la mayor, la oración nacida de un alma cándida, de un ánimo
inocente, de un pecho donde el Espíritu Santo habita. No le ofrezco granos de
incienso, lágrimas de un árbol que valen un maravedí» (30) y san Agustín en
sus Enarrationes in Psalmos dice «Podemos estar tranquilos, no tenemos que ir a Arabia a
buscar incienso, ni registrar los fardos del avaro negociante: lo que Dios pide
de nosotros es un sacrificio de alabanza» (49,14).
El
caso es que, aún con cierta oposición, acabó entrando en el culto cristiano. Al
inicio, tanto los cirios y el incienso formaban parte del honor con el cual era
rodeado tanto el Evangeliario (libro de los Evangelios) y algunas
personalidades. Se sacó de los usos ceremoniales de la magistratura, de las
cuales participaban los obispos, considerados como magistrados y funcionarios
del aparato burocrático del estado. Veamos los hitos más importantes de esta
interesante historia[2]:
· s. VII-VIII es un gesto de honor
tributado al Papa y al Evangeliario.
·
Ordo
romano I: el incensado es usado respecto al Papa cuando es
recibido por el clero, cuando se dirige al altar, cuando se lee el Evangeliario
y cuando el Papa regresa a la sacristía.
·
Sacramentario
gelasiano: dice que cuatro diáconos llevan cuatro
Evangeliarios precedidos de dos incensarios.
·
Pontifical
de la Curia del s. XIII: reserva la cruz y el incienso
para la llegada del emperador.
·
En el s. IX la misa romana se ve
influenciada por la liturgia galicana introduciendo en ella el uso del incienso
tanto para el altar, como para el clero y las ofrendas.
·
Ordo
romano XIV de Mabillon (1300): regula el uso del
incensario substancialmente como lo hallamos en las rúbricas del misal de 1570.
Hasta
aquí la historia del uso de este elemento litúrgico. El próximo dia entraremos en su uso en la liturgia.
Muy interesante la historia del uso del incienso en el culto Cristiano
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