Se
acerca el día 19 de marzo, fecha entrañable en el calendario litúrgico
católico. En este día se concitan varias efemérides: san José, el día del
padre, pero sobre todo, el día del seminario. Aunque este año al caer en el III
domingo de cuaresma se haya trasladado al día 20.
El
origen de esta festividad se debe al sacerdote mártir español beato Pedro Ruiz
de los Paños, que siendo rector del seminario de Plasencia (1917-1927), mi
diócesis, publicaba dos revistas
vocacionales: “la hoja vocacional” y “El
sembrador”, de carácter infantil; promoviendo, así, esta misma fiesta en este
día extendiéndose, rápidamente, a toda España. Es por ello una buena ocasión
para dedicarle un espacio del blog al que ha sido llamado “el corazón de la diócesis”, aunque este corazón a veces parece que
esté infartado.
El
seminario debería ser “la niña de sus ojos” de toda la diócesis, pues en él se
forman los que un día serán los sacerdotes de la misma. Es una casa grande
donde viven chicos jóvenes (alguno no tan joven) que aman al Señor, que han
recibido de Él una llamada y con valentía y gran confianza quieren seguirlo. Lo
que se espera de ellos es que perseveren en este don y sean fieles a aquel que
inicio su camino y lo habrá de llevar a buen término.
Por
la importancia que tiene su existencia para la vida y futuro de la diócesis, el
seminario debería ser la causa de los desvelos de todos los que formamos la
gran familia de la diócesis, sea la que sea. En primer lugar, debe ser el
desvelo del señor obispo, el cual en sus primeras entrevistas tras su anuncio
ha dicho que por su trayectoria como rector del seminario de Ávila estará muy
pendiente de Él, cosa que nos alegra. Pero el señor obispo debe conocer bien a
en quienes pondrá su confianza para formar a los alumnos del mismo.
En
segundo lugar, ha de ser el desvelo de los sacerdotes que componen el
presbiterio diocesano. De todos y cada uno de ellos y sin excepción. Desde hace
unos años comenzó a inocularse en el mundo católico cierta corriente teológica,
ambigua y extraña, que negaba el carácter sacerdotal de Jesucristo, arguyendo
que Jesús era un laico. Quizás se debiera a esa necesidad patógena del clero de
estar como pidiendo perdón a los laicos por ser curas. Y es que cuando una
teología ni se asume ni se aprende bien, ocurren estos disparates. Negar el
sacerdocio de Cristo tiene serias consecuencias:
1.
Si Cristo no fue sacerdote no podría haber comunicado su sacerdocio a sus fieles y por
tanto ellos no podrían ser, en virtud del bautismo, sacerdotes.
2.
Si negamos el sacerdocio de Cristo, no solo el sacerdocio bautismal
desaparecería, sino que el sacerdocio ministerial sería inexistente y por ello,
todos los sacramentos y toda la liturgia sería vacía y estéril. Puro teatro.
3.
Si Cristo no fuera sacerdote y solo laico, y por tanto, el sacerdocio de los
fieles y de los ministros no existiera; la Iglesia no sería pueblo sacerdotal,
sino solo pueblo laical; de ahí la no necesidad de la vocación sacerdotal.
4.
En definitiva la Iglesia no sería más que una asociación filantrópica, una
teosofía y no habría trascendencia posible.
Pues
bien, esta teología de la que algunos sacerdotes, supongo que por moda o
desconocimiento, asumieron y propagaron esta a la base de la despreocupación
por parte del clero de no buscar ni promover vocaciones sacerdotales. Por eso,
el clero diocesano, debe esmerarse en el arte de la pastoral vocacional, sobre
todo, con los monaguillos.
En
tercer lugar, los mismos laicos deben tomar conciencia de la escasez de
sacerdotes y la importancia de buscar, animar y apoyar las posibles vocaciones
que puedan surgir en sus familias o en las parroquias. Los laicos, como
co-responsables en la misión evangelizadora de la Iglesia, no pueden estar al
margen de la vida del seminario ni dejar de colaborar con Él en sus necesidades
y actividades.
Con
todo esto, es necesario ir creando una cultura vocacional. Para ello nuestro
seminario ha
elaborado un plan vocacional llamado “es hora de bregar” donde
están comprometidos un nutrido grupo de sacerdotes jóvenes de la diócesis, no
todos lógicamente, y que llevan a cabo una serie de actividades con, por ahora,
poco éxito. No obstante este blog apoyará y difundirá dichas acciones
puntuales.
Por
lo que a este blog respecta, quisiera aprovechar esta festividad para hablar de
la dimensión litúrgico-celebrativa en la vida del seminario. Es la más
importante y la base fundamental del resto. Partamos de estas palabras del
mismo Concilio Vaticano II: «La formación
espiritual ha de ir íntimamente unida con la doctrinal y la pastoral, y con la cooperación, sobre todo, del director
espiritual; ha de darse de forma que los alumnos aprendan a vivir en
continua comunicación con el Padre por su Hijo en el Espíritu Santo. Puesto que
han de configurarse por la sagrada ordenación a Cristo Sacerdote, acostúmbrense a unirse a El, como amigos,
en íntimo consorcio de vida. Vivan el misterio pascual de Cristo de tal manera
que sepan unificar en él al pueblo que
ha de encomendárseles. Enséñeseles a buscar a Cristo en la meditación fiel
de la palabra de Dios, en la íntima comunicación
con los sacrosantos misterios de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía y
en el Oficio; en el Obispo que los envía y en los hombres a los que son
enviados, especialmente en los pobres, en los niños y en los enfermos, en los
pecadores y en los incrédulos. Amen y veneren con amor filial a la Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús
en la cruz fue entregada como madre al discípulo» (Optatam Totius 8).
Los
seminaristas de hoy se preparan para ser los cultores del mañana, es decir, los
sacerdotes que celebrarán la misa y dispensarán los sacramentos, que es lo
específico del ministerio sacerdotal. Y decimos específico porque solo pueden
hacerlo ellos y no otros. De ahí que la vivencia de la liturgia sea tan
importante para que el corazón de estos jóvenes pueda irse troquelando por el
amor de Dios, pues la liturgia no es otra cosa que un misterio de santificación y de amor. El seminarista debe aprender,
a través de la liturgia, a orar por el pueblo que un día se le encomendará para
que pueda decirse de él el versículo responsorial del oficio de pastores: “este es el que ama a sus hermanos, el que
ora mucho por su pueblo”. Pero dejemos que sea el seminarista encargado de
la liturgia de nuestro seminario, Miguel Ángel Palacios Pino como viven ellos
esta dimensión:
El
aspecto litúrgico es uno de los más importantes en la vida de un presbítero.
Por eso, ya desde el Seminario tratamos de cuidar con delicadeza y dignidad
nuestras celebraciones diarias: la misa, la liturgia de las horas (laudes,
vísperas y completas) y otros momentos de adoración al Señor. Todas estas
celebraciones son la fuente de nuestro día a día ya que por medio de ellas nos
acercamos más a Dios, configurándonos más con Cristo, y en ellas sentimos como
Dios nos ayuda y nos da su fuerza para todas las demás actividades.
Mi
tarea en el seminario es estar atento a estas celebraciones diarias. Es algo
importante, ya que en la liturgia va nuestra relación con Jesucristo.
Leccionarios, Misal, ornamentos, cantos… son los instrumentos con los que
contamos para las celebraciones, a las que intentamos cuidar.
Desde
pequeñito me ha gustado mucho la música, siento que es un pequeño don que me ha
dado el Señor y lo intento potenciar para alabarle cada día más. “Quien canta,
reza dos veces” nos decía san Agustín, y es que desde tiempo de los primeros
cristianos se ha considerado al canto como un camino mediante el cual dirigir
nuestras oraciones a Dios. Testigo de esto es san Pablo en Ef 5,19: “recitad
entre vosotros cantos, himnos y salmos inspirados; cantad y tocad con toda el
alma para el Señor”.
Los
talentos hay que ponerlos al servicio de los demás; por eso animo las
celebraciones con la música, tanto con el órgano como con la guitarra o “a
cappella”. Puedo sentir cada día como la música nos eleva hacia Dios y nos une
más entre nosotros, que cantamos con una misma voz al Autor de Maravillas. La
música les da el toque festivo, ya que mediante ella distinguimos los días más
importantes de otros más sencillos; pero también da el toque solemne
ayudándonos a adentrarnos en el misterio de lo que estamos celebrando y
conmemorando.
Las
celebraciones que más me gustan y mejor vivo en el seminario son las
dominicales ya que desde por la mañana se nota que es un día especial y más
solemne: las laudes son presididas y sus salmos cantados; acudimos a la
Eucaristía en las parroquias en las que servimos; al caer la tarde adoramos al
Señor revestidos todos de túnicas blancas y cantamos las vísperas, que también
son presididas. Por la noche concluimos el día con las completas, encomendando
nuestro descanso nocturno al Señor.
En
verdad hay una bella armonía en todas esas celebraciones: por la mañana
acudimos al Señor recordando su resurrección diciéndole “Oh Dios, tu eres mi
Dios, por ti madrugo” y reconociéndole como origen de nuestra vida; a la tarde
nos acercamos a Él a recordar su muerte y nos revestimos con túnicas blancas,
igual que la multitud que le alaba en el libro del Apocalipsis: “Alegrémonos y
gocemos y démosle gracias” y por la noche nos acordamos de que el lugar al que estamos
destinado es la cena nupcial del cordero en la nueva Jerusalén: “Verán al Señor
cara a cara y llevarán su nombre en la frente”.
Una
madre es la que cuida todo el seminario, desde el más pequeño al mayor. Ella es
la reina de esta casa a la cual amamos veneramos de forma especial todos los
sábados: la Inmaculada
Concepción,
nuestra patrona. Por la mañana celebramos la misa de Santa María en sábado y
por la tarde rezamos todos juntos el rosario, a lo que añadimos la Oración a
nuestra patrona la Inmaculada por la noche, en la que pedimos a María que
interceda maternalmente por todos los sacerdotes de nuestra diócesis, por los
que nos formamos en el seminario y por el aumento de vocaciones.
Dos
fechas son las más importantes en esta casa: la Inmaculada y san José. La
fiesta de la Inmaculada tiene gran tradición y se celebra de un modo especial,
preparándonos antes con la novena y la escucha de los predicadores que nos dan
palabras de ánimo y consejos para seguir adelante en este camino que el Señor
nos ha puesto. Otra fiesta de gran importancia es la de san José, día del
Seminario y precedido de un triduo donde le pedimos que cuide de nosotros igual
que lo hizo con el mismo Jesús.
Así
pues, Miguel Angel, Javier, Francisco José y Pablo, la diócesis pone sus ojos
en vosotros. No os canséis y perseverad en el amor de Cristo. Sed fieles a su
llamada y dejaos acompañar por la Iglesia. La comunidad diocesana reza por
vosotros y se alegra de vuestra generosidad.
Que
Dios os bendiga.
P.D:
Oremos por nuestros seminaristas y para pedir vocaciones sacerdotales:
Oh Dios que quisiste dar pastores a
tu pueblo,
derrama sobre tu Iglesia el
espíritu de piedad y fortaleza,
que suscite dignos ministros de tu
altar
y los haga testigos valientes y
humildes de tu evangelio.
Te pedimos que germinen las
semillas
que esparces generosamente en el
campo de tu Iglesia,
de manera que sean cada vez más
numerosos
los que elijan el camino de
servirte en los hermanos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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