sábado, 25 de marzo de 2017

LEVÁNTATE PORQUE CRISTO ES TU LUZ


HOMILIA DEL IV DOMINGO DE CUARESMA


Queridos hermanos en el Señor:

            El cuarto domingo de cuaresma, con ese sabor especial que le da el título de “laetare” y el color rosa de los ornamentos del sacerdote, nos trae hoy como tema central la “luz de la fe”.

            Si el domingo pasado era el agua, como imagen cristológica y elemento bautismal, el tema central de las lecturas; éste nos trae como elemento la luz: “mientras yo estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo” (cf. Jn 9, 38) dice el mismo Cristo. Y al igual que el pasaje de la samaritana, el capítulo del ciego de nacimiento es una catequesis progresiva para reconocer la identidad de Jesús como Señor, Cristo e Hijo del hombre. Si el domingo pasado, Jesús era el portador del agua viva, el mismo don de Dios que apaga la sed del hombre de hoy; este domingo Cristo se presenta como la luz que alumbra en medio de las tinieblas guiándonos hasta la luz verdadera.

            Para que esto sea posible, es necesaria la unción del Santo Espíritu. En la iniciación cristiana este acontecimiento se produce en dos momentos: en la unción pos-bautismal con el santo crisma y en el sacramento de la confirmación. Todos los cristianos lo hemos recibido. Su acción en nosotros invade toda nuestra vida. El “divino huésped del alma” enciende la luz de la verdad y prepara el habitáculo donde ha de morar la Trinidad. David al ser ungido con el aceite por parte del profeta Samuel siente como es invadido por el Espíritu, que lo capacita para la gran misión que Dios le tiene reservada.

            Este Espíritu es el que da vida y santifica todo. Es el que hace despertar a los dormidos y aletargados. San Pablo usa de un antiguo himno bautismal donde dice: “Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz”. Esta es la clave de comprensión del pasaje del ciego de nacimiento, un hombre acusado de haber pecado y de ser el heredero del pecado de sus padres. A raíz de este milagro surge una disputa violenta entre el ciego y los fariseos, entre los padres del ciego y los fariseos; de nuevo, entre el ciego y los fariseos; y por último, entre Jesús y los fariseos.

            El ciego ha recibido la luz de Jesús. Ha pasado de la oscuridad que le impedía ver a la visión más plena mediante la iluminación que ha recibido. La ceguera espiritual viene dada por las situaciones de oscuridad que podemos padecer a causa del pecado, del error, de la ignorancia, de la desesperación, de la acedia. Son situaciones realmente desagradables e incomodas al espíritu humano. Pueden venir provocadas por diversas causas, a veces, difíciles de concretar. Sin embargo, hoy como ayer, Cristo quiere ser tu luz. Cristo quiere pasar por tu lado y curar tu ceguera. En otras palabras, Jesús quiere llevarte a la vida de la gracia, de la fe, de la sabiduría divina, de la esperanza y la diligencia. Cristo no quiere que te quedes en el pecado y en la amargura existencial, más bien, al contrario, Él quiere hacerte pasar por el éxodo de la vida, es decir, que vivas tu propia pascua. Y esto solo se realiza muriendo a uno mismo y dejándose resucitar por Él.

            Pero que complicado es esto, ¿verdad? Reconocernos pecadores es complicado porque estamos acostumbrados a hacerlo en abstracto simplemente diciendo “soy pecador” pero este reconocimiento solo es efectivo cuando es afectivo, es decir, cuando se concreta en qué soy pecador, cuál es mi pecado o mis pecados. Esto, queridos hermanos, es el principio de la conversión y de la propia pascua. Solo quien se reconoce como tal puede experimentar el amor de Dios en su vida y salir de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida, del error a la verdad, de la ignorancia a la sabiduría. Será necesario invocar al Espíritu Santo a lo largo de este proceso.

            La meta de este camino está en hacer nuestras aquellas palabras del ciego al final del pasaje: “Creo, Señor”. El reconocimiento de los pecados y el camino de la conversión tienen como fin la profesión cordial de la fe. Hacer de Cristo el centro de nuestra existencia, el Señor de nuestra vida. ¿Seremos capaces? ¿Estamos dispuestos? Hay que intentarlo sin desanimarse. Ánimo, hermanos.

Dios te bendiga

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