HOMILIA
DEL IV DOMINGO DE CUARESMA
Queridos hermanos en el
Señor:
El cuarto domingo de cuaresma, con ese sabor especial que
le da el título de “laetare” y el
color rosa de los ornamentos del sacerdote, nos trae hoy como tema central la “luz
de la fe”.
Si el domingo pasado era el agua, como imagen
cristológica y elemento bautismal, el tema central de las lecturas; éste nos
trae como elemento la luz: “mientras yo
estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo” (cf. Jn 9, 38) dice el mismo
Cristo. Y al igual que el pasaje de la samaritana, el capítulo del ciego de
nacimiento es una catequesis progresiva para reconocer la identidad de Jesús
como Señor, Cristo e Hijo del hombre. Si el domingo pasado, Jesús era el
portador del agua viva, el mismo don de Dios que apaga la sed del hombre de
hoy; este domingo Cristo se presenta como la luz que alumbra en medio de las
tinieblas guiándonos hasta la luz verdadera.
Para que esto sea posible, es necesaria la unción del
Santo Espíritu. En la iniciación cristiana este acontecimiento se produce en
dos momentos: en la unción pos-bautismal con el santo crisma y en el sacramento
de la confirmación. Todos los cristianos lo hemos recibido. Su acción en
nosotros invade toda nuestra vida. El “divino huésped del alma” enciende la luz
de la verdad y prepara el habitáculo donde ha de morar la Trinidad. David al
ser ungido con el aceite por parte del profeta Samuel siente como es invadido
por el Espíritu, que lo capacita para la gran misión que Dios le tiene
reservada.
Este Espíritu es el que da vida y santifica todo. Es el
que hace despertar a los dormidos y aletargados. San Pablo usa de un antiguo
himno bautismal donde dice: “Despierta,
tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz”. Esta
es la clave de comprensión del pasaje del ciego de nacimiento, un hombre
acusado de haber pecado y de ser el heredero del pecado de sus padres. A raíz
de este milagro surge una disputa violenta entre el ciego y los fariseos, entre
los padres del ciego y los fariseos; de nuevo, entre el ciego y los fariseos; y
por último, entre Jesús y los fariseos.
El ciego ha recibido la luz de Jesús. Ha pasado de la
oscuridad que le impedía ver a la visión más plena mediante la iluminación que
ha recibido. La ceguera espiritual viene dada por las situaciones de oscuridad
que podemos padecer a causa del pecado, del error, de la ignorancia, de la
desesperación, de la acedia. Son situaciones realmente desagradables e
incomodas al espíritu humano. Pueden venir provocadas por diversas causas, a
veces, difíciles de concretar. Sin embargo, hoy como ayer, Cristo quiere ser tu
luz. Cristo quiere pasar por tu lado y curar tu ceguera. En otras palabras,
Jesús quiere llevarte a la vida de la gracia, de la fe, de la sabiduría divina,
de la esperanza y la diligencia. Cristo no quiere que te quedes en el pecado y
en la amargura existencial, más bien, al contrario, Él quiere hacerte pasar por
el éxodo de la vida, es decir, que vivas tu propia pascua. Y esto solo se
realiza muriendo a uno mismo y dejándose resucitar por Él.
Pero que complicado es esto, ¿verdad? Reconocernos pecadores
es complicado porque estamos acostumbrados a hacerlo en abstracto simplemente
diciendo “soy pecador” pero este reconocimiento solo es efectivo cuando es
afectivo, es decir, cuando se concreta en qué soy pecador, cuál es mi pecado o
mis pecados. Esto, queridos hermanos, es el principio de la conversión y de la
propia pascua. Solo quien se reconoce como tal puede experimentar el amor de
Dios en su vida y salir de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida, del
error a la verdad, de la ignorancia a la sabiduría. Será necesario invocar al
Espíritu Santo a lo largo de este proceso.
La meta de este camino está en hacer nuestras aquellas
palabras del ciego al final del pasaje: “Creo, Señor”. El reconocimiento de los
pecados y el camino de la conversión tienen como fin la profesión cordial de la
fe. Hacer de Cristo el centro de nuestra existencia, el Señor de nuestra vida.
¿Seremos capaces? ¿Estamos dispuestos? Hay que intentarlo sin desanimarse. Ánimo,
hermanos.
Dios
te bendiga
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