Antífona de entrada
«Tengo los ojos puestos en el Señor, porque
él saca mis pies de la red. Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy solo
y afligido». Tomada del salmo 24, versículos 15 a 16. Como cada domingo,
los cristianos sentimos la premura de querer estar con Dios, de poder gozar de
su paz y de su amor. Sobre todo, en este tiempo penitencial de cuaresma, el
domingo nos da un respiro en medio del camino ascético.
«Cuando, por medio de vosotros, haga ver mi
santidad, os reuniré de todos los países; derramare sobre vosotros un agua pura
que os purificará de todas vuestras inmundicias, y os daré un espíritu nuevo,
dice el Señor». Inspirada en el capítulo 36 del profeta Ezequiel,
versículos 23 al 26. Muy apropiada para este domingo de la samaritana, donde el
agua ocupa un puesto importante en el ambiente espiritual de la liturgia. Dios
quiere llamar a los hombres y mujeres dispersos por el mundo para congregarles
en un solo pueblo, su Iglesia. Esta idea está concentrada en un texto muy
antiguo de la Iglesia para la liturgia “Como este pan fue repartido sobre
los montes, y, recogido, se hizo uno, así sea recogida tu Iglesia desde los
límites de la tierra en tu Reino porque tuya es la gloria y el poder, por
Jesucristo, en los siglos” (Didajé IX,3).
Oración colecta
«Oh, Dios, autor de toda misericordia y
bondad que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros
pecados, mira con amor el reconocimiento de nuestra pequeñez y levanta con tu
misericordia a los que nos sentimos abatidos por nuestra conciencia. Por
nuestro Señor Jesucristo». Tomada del sacramentario gelasiano antiguo con
algún cambio gramatical. Esta antigua oración pone de manifiesto que desde
siempre la Iglesia valoró la triple práctica penitencial de
ayuno-oración-limosna no solo como perdón para los pecados sino como concreción
y manifestación del don de la misericordia.
Otro
filón teológico de la oración es la conciencia. Sentirse “abatidos por nuestra
conciencia” es reflejo de una conciencia rectamente formada, esto es, de aquel
que reconoce su pequeñez ante la inmensidad insondable de Dios. Pero no basta
con sentirse “abatidos” como aquel que ha perdido la esperanza, sino como aquel
cuya actitud es la de volver confiadamente hacia Dios. La conciencia rectamente
formada sabe que Dios ante todo es padre misericordioso y que si muchas son
nuestras ofensas, infinito es su perdón. Que si en el pecado va la penitencia,
en la penitencia va la gracia de su misericordia. Por eso, la intensidad de
este texto pivota en estos dos verbos “mira con amor” y “levanta”. Porque su misericordia
es sanante y elevante. La gracia restaura al hombre desde el interior
convirtiéndolo en criatura nueva. Devolviéndolo a su inocencia original.
Oración sobre las
ofrendas
«Señor, por la celebración de este sacrificio
concédenos, en tu bondad, que, al pedirte el perdón [de] nuestras ofensas, nos
esforcemos en perdonar las de nuestros hermanos». Aparece en el sacramentario
gelasiano antiguo, también en el gregoriano adrianneo y mantenido en el misal
romano de 1570. Esta oración, contenida en los diversos sacramentarios, está
inspirada en la antepenúltima petición del Padre nuestro “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden”. La Eucaristía es sacrificio de reconciliación; en palabras de san
Agustín “signo de reconciliación y vínculo
de unión fraterna” y en este momento es donde mejor se expresa.
Antífonas de comunión
«El que beba del agua que yo le daré, dice el
Señor, se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la
vida eterna» inspirada en Juan 4, versículos 13 al 14 para cuando en este
domingo se lee el evangelio de la Samaritana. El agua es el don de la fe que
por el bautismo nos hace herederos de la eternidad. Ahora ese don se actualiza
en la comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor.
«Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la
golondrina, un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor del
universo, Rey mío y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa, alabándote
siempre». Del salmo 83, versículos 13 al 14. Se usa cuando se lee otro
evangelio distinto al de la Samaritana. Lo que decíamos al comienzo de la misa
en la antífona de entrada se hace realidad ahora en la recepción de la sagrada
comunión: por medio de ella, Cristo nos une y nos asocia a sí mismo para que pongamos
nuestro nido en su corazón, en su pecho abierto por nuestro amor, de donde
brotan los sacramentos que nos dan la vida.
Oración después de la
comunión
«Alimentados ya en la tierra con el pan del
cielo, prenda de eterna salvación, te suplicamos, Señor, que se haga realidad
en nuestra vida lo que hemos recibido en este sacramento. Por Jesucristo,
nuestro Señor». De la compilación veronense. De claro contenido
escatológico, al comulgar sacramentalmente con el cuerpo y la sangre del Señor
estamos anticipando el cielo y la eternidad en el “aquí y ahora” de nuestra existencia. Por ello mismo queremos vivir
en coherencia con lo que esperamos un día gozar eternamente, aunque de momento
haya que esperarlo y actualizarlo aquí en la temporalidad limitada de nuestra
vida.
Oración sobre el pueblo
«Señor, que tu pueblo reciba los frutos de tu
generosa bendición para que, libre de todo pecado, logre alcanzar los bienes
que desea. Por Jesucristo, nuestro Señor». De nueva incorporación, aunque
la primera parte está tomada del veronense. Esta oración está en sintonía con
la de poscomunión inmediatamente anterior.
Visión de conjunto
Decía
el beato Newman que la conciencia es una ley de nuestro espíritu, pero que va
más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y
esperanza; es la mensajera que nos instruye y gobierna. La conciencia es el
primero de todos los vicarios de Cristo.
El
formulario litúrgico de este domingo nos ofrece la oportunidad de meditar sobre
el tema de “obrar en conciencia”. El Concilio
Vaticano II definió la conciencia como “el
núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que esta solo con Dios, cuya
voz resuena en lo más íntimo de ella” (Gaudium
et Spes 16). La conciencia, además, nos dice el Catecismo, “hace posible asumir la responsabilidad de
los actos realizados” (cf. CEC1781).
Para
un cristiano, la conciencia nunca es un tema baladí, sino algo capital para una
vida cristiana seria y recta. La conciencia es el espacio íntimo donde Dios
habla al hombre, como vimos más arriba. Es importante, por este motivo, que una
persona que se preocupe de su vida espiritual forme convenientemente su
conciencia de tal modo que esta devenga como recta y veraz. Esta es una tarea
de toda la vida, desde que tenemos uso de razón hasta el final.
Solo
quien se esfuerza por ir educando su conciencia podrá lograr la libertad y la
paz del corazón. ¿Cuántas veces nos vemos envueltos en situaciones difíciles de
enfrentar? Pues la conciencia rectamente formada es el gran salvavidas para
obrar con rigor y no errar. En este sentido el Catecismo de la Iglesia nos dice
que “la educación de la conciencia es
indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por
el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas”
(1783).
La
oración colecta de la misa de hoy nos da unas claves para que la conciencia
cristiana se vea rectamente guiada y son: por un lado las prácticas ascéticas
de la limosna, el ayuno y la oración; y por otra, la misericordia sanadora de
Dios. Los cristianos debemos aprovechar este tiempo de gracia y salvación para
volvernos hacia Dios y hacer de él lugar donde anidar, donde descansar. La conciencia
sana es aquella capaz de perdonar, y de un perdón generoso.
Así
pues, queridos lectores, estamos llamados a cultivar una conciencia cristiana
que no se case con las pompas y lisonjas que el mundo ofrece; una conciencia
que responda ante Dios y no solo, y siempre, a los criterios y leyes humanas. ¿Qué
hacemos para formarnos? ¿Qué lecturas espirituales nos guían? ¿Qué tiempo dedicamos
a leer la Escritura o el catecismo de la Iglesia?
Dios
te bendiga
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