Hoy miércoles de ceniza la Iglesia comienza oficialmente el tiempo santo llamado "Cuaresma", es decir, cuarenta días para prepararnos a celebrar la gran solemnidad de la noche de Pascua. El artículo de hoy nos lo ofrece el Rev. Lic. Dn. Ismael Pastor González, presbítero de la diócesis de Plasencia, párroco de Hervás, director del secretariado de catequesis y pastoral de Infancia y profesor de catequética en el Instituto de Ciencias Religiosas "Santa María de Guadalupe" y del Instituto de Teología del Seminario diocesano de Plasencia.
El profesor don Ismael colaborará con nuestro blog al inicio de cada tiempo litúrgico explicándonos la ilustración de la nueva edición del misal romano asignada a cada tiempo. Hoy presentamos la del tiempo de Cuaresma.
Seis días más tarde,
Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos
aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro
resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. De
repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro entonces
tomó la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si
quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa lo cubrió con su sombra y una
voz desde la nube decía: “Este es mi hijo, el amado, en quien me complazco.
Escuchadlo”. Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: “Levantaos, no temáis”. Al alzar los
ojos no vieron a nadie más que a Jesús solo (Mt 17, 1-8).
Descripción
de la ilustración
La ilustración (página
181 del misal) nos presenta la escena de la transfiguración del Señor. Jesús,
de pie, aparece iluminado, por el contraste que ofrecen las dos tintas. Resalta
como la luz, rodeado de una mandorla luminosa de la que proceden rayos de luz.
Con la mano derecha se encuentra bendiciendo, mientras que en la izquierda
sostiene un pergamino. Aparecen los dos textos griegos que lo definen
como Jesucristo y como la vida.
Junto a él, en dos
montañas contiguas aparecen las dos figuras del Antiguo Testamento: Elías y
Moisés. Moisés es identificado por sostener las dos tablas de la ley. Ambos
señalan a Jesucristo, aunque en el caso de Moisés no se ve al tener la mano
cubierta. En la parte inferior de la ilustración vemos a los tres apóstoles que
acompañan a Jesús, en medio del estupor, por tierra, cegados y sorprendidos.
Destaca Pedro a la izquierda, pues es, por el gesto de su mano, el único que se
atreve a intentar hablar ante la escena
Análisis
mistagógico
La escena sitúa el
tiempo de la cuaresma. No sólo por reflejar el Evangelio del segundo domingo,
sino por recordar el significado de este tiempo. Este tiempo, marcado por la
penitencia en forma de ayuno, oración y limosna, no tiene por finalidad el
sufrimiento en sí. No es un camino hacia la semana Santa, como a veces es
vivido, sino que es un camino de preparación a la Pascua. Los distintos
domingos nos acercan al misterio de Jesús, que sólo alcanzará pleno sentido en
su resurrección. Jesús se muestra como Dios, para alentar a sus discípulos
antes de la Pasión, para que comprendan que la cruz es sólo un paso y no un
final, pues Dios no puede ser derrotado. Igualmente nos recuerda a nosotros que
la cuaresma es un camino hacia el tiempo de Pascua. Los personajes de la imagen
nos ayudan a comprender y profundizar en este misterio:
El misterio de Cristo:
Cristo es la figura central. Está en lo alto del Tabor y su mirada se fija en
nosotros. Su actitud es de bendición, mostrando la benevolencia del Padre hacia
los hombres. Su aureola vuelve a mostrar como es el viviente. Sus vestidos
blancos muestran que él es la fuente de la luz, “Dios de Dios, luz de luz” (DH
125) y de ellos salen rayos que apuntan a todas las otras figuras de la escena.
Aparece en medio de una mandorla de luz. Este signo pictórico quiere reflejar
la nube de la narración evangélica, que es signo de la presencia de Yahveh, y
por lo tanto, un signo del Espíritu Santo que está dentro de Jesús, que lo
envuelve, que lo empuja, que impregna toda su humanidad de una manera velada
hasta el momento de la resurrección. En su mano izquierda sujeta un pergamino,
signo de la revelación que está realizándose, pues en la transfiguración,
Cristo se desvela y manifiesta toda la Trinidad: Dios Padre, quien habla
afirmando “este es mi Hijo”, Cristo, el amado, revelado como Palabra y
complacencia del padre y el Espíritu, en la nube, que indica la gloria y la
presencia sobre el Hijo amado.
Inmóvil en su
trascendencia, Jesucristo es una presencia que se impone, una mirada, un
rostro, una palabra. Es el orante, el que adora y glorifica, el que revela y
desvela el misterio del amor de Dios. Es la hermosura de Dios, su fulgor suave,
su claridad infinita que todo lo envuelve. De esta forma ofrece una palabra de
ánimo y esperanza a quienes lo acompañaran en su paso por la cruz, mostrándoles
su naturaleza y la razón de su victoria definitiva.
Los personajes del
Antiguo Testamento: Jesús es acompañado por dos personajes. Uno con efigie de
anciano, que es Elías y otro más joven, Moisés, quien además es representado
con las tablas de la ley. Ambos representan a la ley y a los profetas, quienes
dan testimonio de Jesucristo. Ambos son amigos de Dios, hombres de la montaña y
de oración. Por eso aparecen también sobre dos montes: el Sinaí (Moisés) y el
Carmelo o el Horeb (Elías). Los dos representan a la totalidad de los hombres:
Moisés a los muertos y Elías, de quien la escritura dice que fue arrebatado en
un carro de fuego (2Re 2, 11), a los vivos, porque Jesús es Señor de vivos y
muertos. Los dos buscaron el rostro de Dios, pero no lo vieron y ahora lo
contemplan en Cristo, imagen del Padre. Ante el Cristo de la Transfiguración la
ley cede a quien es la ley. La manifestación del Señor ya no es la brisa suave
del monte Horeb que sorprende a Elías, sino la revelación plena de la palabra
del Padre. A las teofanías del Antiguo Testamento sigue ahora la Cristofanía,
la manifestación de Cristo, el Señor de la gloria.
Los discípulos: En la
parte inferior del icono están los discípulos predilectos de Jesús: Pedro, Juan
y Santiago. El contraste de su postura es evidente. Jesús y los testigos
veterotestamentarios reflejan la paz de la vida eterna, mientras que los
discípulos aparecen tirados por tierra, aterrados por la gloria del Señor, en
postura de terror sagrado. Pedro, vuelto hacia Jesús, todavía tiene ánimo para
decir “hagamos tres tiendas”. Juan, el más joven, el testigo del Verbo, parece
tropezar en un intento de huida, mientras se cubre el rostro ante el resplandor
de una luz que parece cegar más que el mismo sol. Santiago también cae
tapándose el rostro, incapaz de contemplar la gloria de su maestro cara a cara.
Los tres son testigos de la gloria y de la divinidad de Jesús, como serán
testigos de la agonía de Jesús, de su verdadera humanidad.
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