HOMILIA
DEL III DOMINGO DE CUARESMA
Queridos hermanos en el Señor:
Con
el tercer domingo de cuaresma entramos en la segunda parte de la cuaresma. Tras
haber sido llevados al desierto para ser tentados y al monte alto para
contemplar la gloria de Jesucristo, en el primer y segundo domingo, respectivamente;
a partir de ahora iniciamos nuestro camino de subida a Jerusalén para celebrar
la Pascua del Señor. Pero ahora, la cuaresma toma un carácter más catecumenal:
los domingos tercero, cuarto y quinto de cuaresma, recogen una antiquísima tradición
de exponer los tres temas más inmediatos a la recepción de los sacramentos de
la iniciación cristiana: el agua, la luz y la vida.
Estos
tres elementos, se fusionan en la expresión “fos-zoé” (= luz y vida). Un
binomio que recoge la experiencia humana del re-nacer espiritual propio de los
cultos iniciáticos antiguos. El cristiano recoge esta tradición remitiéndola a
Cristo como luz y como vida, o dicho de otra manera, Cristo como luz que da
vida al mundo.
En
este domingo meditaremos sobre la imagen cristológica del agua. En el caso de
la primera lectura, Moisés golpea con su cayado la roca y, al punto, mana el
agua. Este portento viene provocado por la duda y desesperación del pueblo israelita
que siente el ardor de la sed que el sol del desierto provoca. En el Evangelio,
será Jesús el que pide agua para calmar su propia sed; sin embargo, pronto hará
girar el objeto de su petición haciéndolo necesario para la samaritana. Es Jesús
quien provoca en ella una sed de Él. El agua que Jesús ofrece es el mismo don
de Dios, es decir, el Espíritu que se nos dará tras la Ascensión.
El
diálogo de Jesús con aquella mujer tiene tres ideas principales: 1) el agua
como don de Dios; 2) El culto en “espíritu y verdad” y 3) La autorevelación de
Jesús como Mesías y Cristo.
El
agua como don de Dios: con esta idea Jesús inicia un camino
catequético con la samaritana en el que progresivamente va a ir revelando su
identidad divina. Le da dos señales de su poder: Él es superior a Jacob, porque
aquel construyó un pozo, pero éste es la misma agua que calma la sed y… ¿Qué es
un pozo sin agua? ¿Para qué sirve? El don de Dios no se queda en una quietud
silenciosa en lo profundo de las personas, sino que tiene un poder dinámico,
arrollador, como si fuera un “surtidor de agua” que nos lleva a la vida eterna.
En definitiva, el gran don de Dios es la misma vida eterna. Para el que va a
ser bautizado en el agua consagrada, es necesario saber que va a ser
introducido en la salvación, es decir, en la vida eterna. Por otra parte, Jesús
muestra su divinidad y poder adivinando la situación sentimental de ésta cuando
le muestra que ha tenido cinco maridos y el de ahora no lo es.
El
culto en “espíritu y verdad”: los judíos y los
samaritanos estaban divididos por una cuestión teológica, entre otras: para los
primeros, el culto a Dios estaba localizado y centrado en el templo de
Jerusalén y fuera de él no había ni sacerdote, ni sacrificio ni Shekiná (presencia de Dios); mientras
que para los segundos, Dios había elegido el monte Garizim (donde estaba Samaria) para que se le rindiera culto, era
el monte de las bendiciones, el, llamado, ombligo del mundo. Jesús viene a
decir que, efectivamente, la salvación viene de los judíos en cuanto son el
pueblo elegido por Dios para esta misión, pero que el culto que Dios quiere es
un culto puro y purificado tanto en lo externo como en lo interno; en la
intención, en el corazón y en la ejecución. Jesús no pretende abolir el culto
ni crear un culto inmaterial y abstracto, sino imbuir el culto de la pureza
necesario para nuestro corazón. De tal manera que el creer, el obrar y el
hablar concuerden y no se contradigan.
La
autorevelación de Jesús: al final de este Evangelio, Jesús
hará ver su verdadera identidad a la mujer recurriendo a dos testimonios: hacer
la voluntad de su Padre y autodenominándose “Mesías” y “Señor” precedido de la
fórmula veterotestamentaria “Yo soy”.
Así
pues, queridos hermanos, es un buen día para reavivar el don de la fe en
nosotros; para sentir cada día una sed nueva de Jesús y de la eternidad a la
que nos llama. ¿Tienes sed de Dios? ¿Estás tan saciado de cosas de este mundo
que no te acuerdas de Dios? ¿Crees en el don de la vida eterna? Hermanos míos,
adelante y a caminar guiados por la fe en Jesús y pidiendo, cada día, sentir
sed de esta agua viva que nos hace saltar a la eternidad.
Dios
te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario