El
próximo sábado 25 la Iglesia celebra la solemnidad de la Anunciación del Señor.
Una fiesta que hunde sus raíces en el relato evangélico de la anunciación del
Ángel a María (cf. Lc 1, 26-38). Esta fiesta surgió en Constantinopla en el s.
VI llegando al occidente en el s. VII como vemos tanto en Roma como en Hispania
y la Galia. La fiesta se celebró desde el principio el 25 de marzo aunque en
España por indicación de san Ildefonso de Toledo, el X concilio de Toledo (656) cambió la fecha al 18 de diciembre para evitar que dicha solemnidad cayera en Cuaresma.
La
actual liturgia de la Iglesia presenta la Encarnación de Cristo en términos
oblativos, es decir, como si Cristo fuera la ofrenda perfecta al Padre por su
encarnación. Así lo comprobamos al entonar la antífona de entrada tomada de la
carta a los Hebreos «El Señor al entrar
en el mundo dice: he aquí que vengo para hacer tu voluntad» (cf. 10, 5.7) y
por las mismas lecturas para la Misa.
La
oración colecta entronca con el sentido navideño de este misterio: el admirable
intercambio entre la naturaleza divina y la humana efectuada en Cristo. Dios se
ha hecho hombre para que el hombre pueda participar de la divinidad «Oh Dios, has querido que tu Verbo asumiera
la verdad de la carne humana en el seno de la Virgen María, concédenos que
cuantos confesamos a nuestro Redentor Dios y hombre merezcamos ser partícipes
también de su naturaleza divina». Este filón teológico tiene su corolario
en la oración de poscomunión (única tomada del misal romano de 1570) donde el
misterio de la encarnación se pone en relación con el pascual, pues si bien
sabemos que Cristo viene al mundo para morir y resucitar, el fruto principal de
la participación divina es la de compartir la gloria eterna «te pedimos, Señor, que confirmes en nuestros
corazones los sacramentos de la verdadera fe, para que cuantos confesamos al
Hijo concebido por la Virgen, merezcamos llegar a la alegría eterna por la
fuerza de su resurrección».
El
prefacio para esta solemnidad es propio. Destacamos en él las siguientes ideas:
1)
“la Virgen escuchó con fe”: María
concibe por la palabra que se le anuncia. Es la Virgen audiente, la Virgen
atenta a lo que Dios quiere de ella.
2)
“iba a nacer entre los hombres y en favor
de los hombres”: según nos dice Gal 4,4. Cristo se inserta en la historia
humana asumiéndola tal cual es para conducirla a la salvación.
3)
“el Espíritu Santo que la cubrió con sus
sombra”: de gran calado bíblico, donde la sombra es una imagen epicléptica,
esto es, presencia del Espíritu Santo. Sombra con la nube del desierto, sombra en
el bautismo, sombra en la Transfiguración, sombra en los sacramentos de la
Iglesia.
4)
“promesas hechas a los hijos de Israel”:
como lo muestran las distintas profecías del Antiguo Testamento.
5)
“se manifestara la esperanza de los
pueblos”: pues Cristo está puesto como estandarte de las naciones, para que
todo el que lo vea tenga vida eterna. Sus palabras y obras tienen la pretensión
de traspasar las fronteras del espacio y del tiempo y alcanzar, así, a todos
los hombres y mujeres de la tierra.
En
definitiva, esta fiesta nos recuerda que el carácter sacrificial de la
Encarnación de Cristo que es sacerdote, víctima y altar; así como el camino
abierto a los hombres para llegar a la patria eterna.
En
este día, también la Iglesia celebra la jornada por la vida. Teniendo en cuenta
que el realismo craso de la Encarnación llega hasta la gestación natural del
niño Dios en el seno de la Virgen María, la Iglesia pretende recordarnos el
valor sagrado de la vida humana desde su concepción hasta la muerte.
La
jornada por la vida es un momento importante para los católicos para renovar
nuestro compromiso por la dignidad humana. Hoy son muchos los peligros que
atentan a la dignidad de la vida humana desde su concepción hasta la muerte
para ir enumerándolos me ayudaré de la exhortación apostólica Evangelii
Gaudium. En estos momentos de la historia en que la economía polariza todas las
dimensiones de la vida, los católicos elevamos nuestra voz para decir ¡No a una
economía que mata! No a un sistema que
no tiene en cuenta a las personas sino a los intereses de unos pocos ricos amos
del dinero.
El Papa nos recuerda que los cristianos estamos llamados a cuidar a
los más frágiles de la tierra (cf. EvG209). Otro peligro que amenaza a las
personas es la precariedad laboral, gente que no tiene trabajo, que ya no sirve
para trabajar, que impide sacar beneficios a los patrones; gente que no puede
llegar a fin de mes; familias que no tienen ingresos y no tienen qué dar de
comer a sus hijos; padres de familia angustiados por que ven desaparecer sus
ilusiones, sus sueños, sus esperanzas de construir familia o mantenerla.
Otro
peligro es el de los emigrantes, que son víctimas de la explotación y de las
mafias, lo que el Papa ha denunciado como la trata de personas; los emigrantes
a los que se les ha privado del derecho a la sanidad simplemente por ser
extranjeros; a estos mismos se les tiene trabajando en condiciones inhumanas,
clandestinamente en otros casos, la dignidad de estos hijos de Dios clama al
cielo justicia.
Los
católicos elevamos nuestra voz ante las atroces leyes de la muerte que
persiguen acabar con la población: los genocidios y asesinatos que se cometen
todos los días y a nadie interesa; los pobres que mueren de hambre porque a los
gobiernos de los países ricos les interesa; o la carrera armamentística que
sigue generando millones de euros y dólares en la fabricación y venta de armas
que sirven para matar. Pero si estos problemas nos duelen y tocan nuestro
corazón también lo hace la fragilidad de la vida de los no nacidos. El aborto
se ha convertido hoy en un derecho reclamado por las naciones, pero sobre todo
por los poderes fácticos. Los católicos decimos ¡NO!
Los católicos decimos si a
la vida en toda sus dimensiones; decimos si a los niños que están por nacer;
decimos si a los niños con minusvalías físicas o psíquicas que se están gestando
en el seno materno; decimos si a esas madres valientes que se empeñan a sacar a
su hijo hacia adelante; decimos si, en definitiva, a la vida humana. Los
católicos decimos, por otra parte no al engaño perverso de quienes defienden el
aborto como solución rápida a los problemas; decimos no al aborto como supuesto
“derecho” de la mujer en perjuicio del derecho del niño, porque un derecho que
conlleve la eliminación de otro derecho nunca será justo ni humano; decimos no
a la falsificación del lenguaje y del debate con que se presenta esta cuestión.
La historia nos juzgará por este momento histórico como la generación que
consistió la muerte de sus hijos.
Querido
lector, quiero que esto quede claro: los católicos no necesitamos ser de
izquierdas para defender a los emigrantes ni ser de derechas para oponernos al
aborto; no necesitamos ser de izquierdas para defender a las clases sociales más
pobres ni necesitamos ser de derechas para apostar por la vida humana en todas
sus etapas. Esto lo digo para que no nos entre complejos de inferioridad sino
que nos sintamos cómodos y libres para defender a las personas humanas. Nuestra
vida está en las manos de Dios y de Él depende toda nuestra existencia. No nos
dejemos robar nuestra fe. No nos dejemos robar nuestra esperanza. No nos
dejemos robar la caridad. No nos dejemos robar el evangelio de la vida.
Son
muchas las dificultades que nos encontraremos pero este es un momento para
optar “o somos o no somos católicos”. Empuñemos las armas de la misericordia y
del amor porque son las únicas que pueden salvarnos en la batalla contra el
mal. Termino con estas palabras del Papa “La
sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida
humana, pero si además la miramos desde la fe, toda violación de la dignidad
personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como
ofensa al Creador del hombre” (cf. EvG215).
Pues,
ánimo y valentía en estos momentos difíciles. Nuestra única ley es el
Evangelio, nuestra patria la libertad y nuestra meta la eternidad. Pero esto
nos lo jugamos en estos momentos de la historia en la lucha por defender la
vida y la familia.
Dios
te bendiga
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