Antífona de entrada
«Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa
contra gente sin piedad; sálvame del hombre traidor y malvado porque tú eres mi
Dios y mi fortaleza» Tomada del salmo 42, versículos 1 a 2. Este era el
salmo que debía rezarse a los pies del altar por parte del sacerdote y el
pueblo (a dos coros) antes de subir al presbiterio. De alguna manera, llegados
a la recta final de la escalada cuaresmal, necesitamos la defensa por parte de
Dios contra los enemigos que nos atacan y no permiten que avancemos en el
proceso de santificación personal.
Oración colecta
«Te pedimos, Señor Dios nuestro, que, con tu
ayuda, avancemos animosamente hacia aquel mismo amor que movió a tu Hijo a
entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Por nuestro Señor Jesucristo».
De nueva incorporación. Esta oración invita al pueblo cristiano a salir de sí
mismo y ponerse en camino.
Si
el domingo pasado hacíamos un alto en la peregrinación cuaresmal, este domingo
hemos de retomar la marcha hacia la pascua. La pascua es definida como misterio
de amor que se hace entrega. Este texto invita a cada uno de nosotros a asumir
este fruto de la pascua. La cuaresma nos debe preparar para una entrega sin
límite, para imitar el amor que Dios ha tenido por nosotros.
Oración sobre las
ofrendas
«Escúchanos, Dios todopoderoso, y, por la
acción de este sacrificio, purifica a tus siervos, a quienes has iluminado con
las enseñanzas de la fe cristiana. Por Jesucristo, nuestro Señor». Con algunos
modificaciones semánticas, ha sido tomada de la familia de los sacramentarios
gelasianos (ss. VIII-IX). Para una mejor comprensión de esta oración debemos
decir que estamos en el domingo en que se realiza el tercer y último escrutinio
sobre los catecúmenos que se están preparando para recibir el bautismo. En su
itinerario preparatorio, ya han recibido la “enseñanza de la fe cristiana” que
ha de iluminar, en adelante, su vida. Esto mismo debe extenderse a todos los
miembros de la comunidad, aun ya bautizados, que a veces olvidan la doctrina
cristiana y asumen los turbios dogmas del mundo.
Antífonas de comunión
«El que está vivo y cree en mí no morirá para
siempre, dice el Señor» en relación con el evangelio del ciclo A, inspirada
en Jn 11,26. Se ha de hacer cuando se
lee el evangelio de la resurrección de Lázaro. La Eucaristía es viático para la
eternidad. Es prenda de salvación. Es anticipo de la eternidad. Con esta
seguridad y certeza no dudemos en acercarnos a recibir a Jesucristo en santo
alimento, con un corazón bien dispuesto para que no sea para nosotros causa de
condenación.
«Mujer, ¿ninguno te ha condenado? Ninguno,
Señor. Tampoco yo te condeno. En adelante no peques más» tomada de Jn 8,
10-11. Se ha de hacer en el año B cuando se lee el evangelio de la mujer
adúltera. Cristo se nos da como el único que puede restaurar nuestra dignidad
perdida por el pecado. Pero la Eucaristía no es solo remedio para el pecador
sino también propósito y estímulo para emprender una vida de gracia que evite
el pecado y sus ocasiones.
«En verdad, en verdad os digo: si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto»
tomada de Jn 12, 24-25 el año C cuando se lee el evangelio del grano que cae en
tierra. Cristo viene en cada misa para morir y, así, darnos vida. Esta realidad
mística se produce en cada uno de los fieles que al comulgar entierran la
Sagrada forma en sus bocas para que al deshacerse la presencia real de Jesucristo
se haga moral y espiritual en las almas.
Oración después de la
comunión
«Te pedimos, Dios todopoderoso, que nos
cuentes siempre entre los miembros de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre hemos
recibido. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos». Esta oración está
presente en los sacramentarios gelasianos (ss. VIII-IX), en el sacramentario
gregoriano de Adriano (s. VII) y en el misal romano de 1570. La petición que se
contiene en este breve y conciso texto es eminentemente escatológica, es decir,
que mira hacia lo eterno: “nos cuentes
siempre entre los miembros de Cristo”. Esta gracia está recogida al final del
canon romano “y acéptanos en su compañía (de
los santos), no por nuestros méritos,
sino conforme a tu bondad”. Esta es la mayor aspiración del cristiano:
morar un día con Cristo en el cielo en compañía de los santos y de toda la
Iglesia triunfante que ya ha llegado al final de su peregrinación.
Oración sobre el pueblo
«Señor, bendice a tu pueblo que espera
siempre el don de tu misericordia, y concédele, inspirado por ti, recibir lo
que desea de tu generosidad. Por Jesucristo, nuestro Señor». A partir de
las palabras “que…” ha sido tomada
tanto del sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII) y su rama de Angouleme (s.
IX). Esta bendición sobre el pueblo recoge dos elementos: 1. “don de tu misericordia”: es lo propio
del tiempo de cuaresma, tiempo de gracia y misericordia para que seamos
purificados de nuestros pecados; 2. “inspirado
por ti, recibir de lo que desea”: dice san Pablo que nosotros no sabemos
pedir lo que conviene por ello necesitamos que sea el Espíritu Santo el que ore
en nosotros (cf. Rom 8, 26); de ahí que esta oración acentúe la necesidad de la
inspiración divina para desear aquello que es bueno, sano y justo tanto para
nosotros como para los que nos rodean; tanto en la vida material como la
espiritual.
Visión de conjunto
Una de las grandes obsesiones del hombre de todos los
tiempos ha sido el afán de supervivencia, de vivir y perpetuarse
indefinidamente. Es misma noble aspiración humana tiene un eco importante en la
liturgia de la misa del V domingo de cuaresma. Las oraciones que configuran el
formulario de esta página del misal tienen una proyección antropológica: la
eternidad. Pero no podemos conformarnos con una eternidad mediocre como las
teorías de la reencarnación nos propone; sino que hemos de aspirar a una
eternidad en libertad y sin peajes.
La reencarnación es una doctrina que, en síntesis, dice
que el hombre esta condenado a volver a la vida una vez después de muerto
adoptando formas diversas según sea su grado de purificación, que irá alcanzando
según las diversas vidas hasta quedar totalmente limpio de maldad y disolverse
en la nada. Esta teoría, lejos de asegurar una vida temporal permanente, más
bien supone una anulación de la persona, una continua condena que se va
renovando tras la muerte.
Los
cristianos no creemos en la reencarnación. Nosotros queremos dar un paso
adelante. Los cristianos creemos en la eternidad en libertad. Sabemos que ya
alguien ha expiado nuestros pecados: que Jesucristo, como decimos en el pregón
pascual, ya “ha pagado por nosotros al eterno padre la deuda de Adán”. La
eternidad es vivir en la felicidad más auténtica y permanente que se pueda
pensar. Es compartir el gozo inefable de los bienaventurados.
¿Vivimos
con esta esperanza? ¿Nuestra vida se ve alentada por la fuerza de la
resurrección de Cristo? ¿Crees en la resurrección o en la reencarnación? ¿Conocemos
y nos fiamos de la doctrina de la Iglesia, la enseñanza de la fe? A veces, la
vida se hace cuesta arriba pero debemos seguir avanzando asidos de la mano de
Cristo. Él nos espera al final del camino, camino que recorre a nuestro lado.
Dios
te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario