viernes, 31 de marzo de 2017

V DOMINGO DE CUARESMA




Antífona de entrada

«Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad; sálvame del hombre traidor y malvado porque tú eres mi Dios y mi fortaleza» Tomada del salmo 42, versículos 1 a 2. Este era el salmo que debía rezarse a los pies del altar por parte del sacerdote y el pueblo (a dos coros) antes de subir al presbiterio. De alguna manera, llegados a la recta final de la escalada cuaresmal, necesitamos la defensa por parte de Dios contra los enemigos que nos atacan y no permiten que avancemos en el proceso de santificación personal.

Oración colecta

«Te pedimos, Señor Dios nuestro, que, con tu ayuda, avancemos animosamente hacia aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Por nuestro Señor Jesucristo». De nueva incorporación. Esta oración invita al pueblo cristiano a salir de sí mismo y ponerse en camino.

Si el domingo pasado hacíamos un alto en la peregrinación cuaresmal, este domingo hemos de retomar la marcha hacia la pascua. La pascua es definida como misterio de amor que se hace entrega. Este texto invita a cada uno de nosotros a asumir este fruto de la pascua. La cuaresma nos debe preparar para una entrega sin límite, para imitar el amor que Dios ha tenido por nosotros.

Oración sobre las ofrendas

«Escúchanos, Dios todopoderoso, y, por la acción de este sacrificio, purifica a tus siervos, a quienes has iluminado con las enseñanzas de la fe cristiana. Por Jesucristo, nuestro Señor». Con algunos modificaciones semánticas, ha sido tomada de la familia de los sacramentarios gelasianos (ss. VIII-IX). Para una mejor comprensión de esta oración debemos decir que estamos en el domingo en que se realiza el tercer y último escrutinio sobre los catecúmenos que se están preparando para recibir el bautismo. En su itinerario preparatorio, ya han recibido la “enseñanza de la fe cristiana” que ha de iluminar, en adelante, su vida. Esto mismo debe extenderse a todos los miembros de la comunidad, aun ya bautizados, que a veces olvidan la doctrina cristiana y asumen los turbios dogmas del mundo.

Antífonas de comunión

«El que está vivo y cree en mí no morirá para siempre, dice el Señor» en relación con el evangelio del ciclo A, inspirada en  Jn 11,26. Se ha de hacer cuando se lee el evangelio de la resurrección de Lázaro. La Eucaristía es viático para la eternidad. Es prenda de salvación. Es anticipo de la eternidad. Con esta seguridad y certeza no dudemos en acercarnos a recibir a Jesucristo en santo alimento, con un corazón bien dispuesto para que no sea para nosotros causa de condenación.

«Mujer, ¿ninguno te ha condenado? Ninguno, Señor. Tampoco yo te condeno. En adelante no peques más» tomada de Jn 8, 10-11. Se ha de hacer en el año B cuando se lee el evangelio de la mujer adúltera. Cristo se nos da como el único que puede restaurar nuestra dignidad perdida por el pecado. Pero la Eucaristía no es solo remedio para el pecador sino también propósito y estímulo para emprender una vida de gracia que evite el pecado y sus ocasiones.

«En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» tomada de Jn 12, 24-25 el año C cuando se lee el evangelio del grano que cae en tierra. Cristo viene en cada misa para morir y, así, darnos vida. Esta realidad mística se produce en cada uno de los fieles que al comulgar entierran la Sagrada forma en sus bocas para que al deshacerse la presencia real de Jesucristo se haga moral y espiritual en las almas.

Oración después de la comunión

«Te pedimos, Dios todopoderoso, que nos cuentes siempre entre los miembros de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre hemos recibido. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos». Esta oración está presente en los sacramentarios gelasianos (ss. VIII-IX), en el sacramentario gregoriano de Adriano (s. VII) y en el misal romano de 1570. La petición que se contiene en este breve y conciso texto es eminentemente escatológica, es decir, que mira hacia lo eterno: “nos cuentes siempre entre los miembros de Cristo”. Esta gracia está recogida al final del canon romano “y acéptanos en su compañía (de los santos), no por nuestros méritos, sino conforme a tu bondad”. Esta es la mayor aspiración del cristiano: morar un día con Cristo en el cielo en compañía de los santos y de toda la Iglesia triunfante que ya ha llegado al final de su peregrinación.

Oración sobre el pueblo

«Señor, bendice a tu pueblo que espera siempre el don de tu misericordia, y concédele, inspirado por ti, recibir lo que desea de tu generosidad. Por Jesucristo, nuestro Señor». A partir de las palabras “que…” ha sido tomada tanto del sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII) y su rama de Angouleme (s. IX). Esta bendición sobre el pueblo recoge dos elementos: 1. “don de tu misericordia”: es lo propio del tiempo de cuaresma, tiempo de gracia y misericordia para que seamos purificados de nuestros pecados; 2. “inspirado por ti, recibir de lo que desea”: dice san Pablo que nosotros no sabemos pedir lo que conviene por ello necesitamos que sea el Espíritu Santo el que ore en nosotros (cf. Rom 8, 26); de ahí que esta oración acentúe la necesidad de la inspiración divina para desear aquello que es bueno, sano y justo tanto para nosotros como para los que nos rodean; tanto en la vida material como la espiritual.

Visión de conjunto

            Una de las grandes obsesiones del hombre de todos los tiempos ha sido el afán de supervivencia, de vivir y perpetuarse indefinidamente. Es misma noble aspiración humana tiene un eco importante en la liturgia de la misa del V domingo de cuaresma. Las oraciones que configuran el formulario de esta página del misal tienen una proyección antropológica: la eternidad. Pero no podemos conformarnos con una eternidad mediocre como las teorías de la reencarnación nos propone; sino que hemos de aspirar a una eternidad en libertad y sin peajes.

            La reencarnación es una doctrina que, en síntesis, dice que el hombre esta condenado a volver a la vida una vez después de muerto adoptando formas diversas según sea su grado de purificación, que irá alcanzando según las diversas vidas hasta quedar totalmente limpio de maldad y disolverse en la nada. Esta teoría, lejos de asegurar una vida temporal permanente, más bien supone una anulación de la persona, una continua condena que se va renovando tras la muerte.

Los cristianos no creemos en la reencarnación. Nosotros queremos dar un paso adelante. Los cristianos creemos en la eternidad en libertad. Sabemos que ya alguien ha expiado nuestros pecados: que Jesucristo, como decimos en el pregón pascual, ya “ha pagado por nosotros al eterno padre la deuda de Adán”. La eternidad es vivir en la felicidad más auténtica y permanente que se pueda pensar. Es compartir el gozo inefable de los bienaventurados.

¿Vivimos con esta esperanza? ¿Nuestra vida se ve alentada por la fuerza de la resurrección de Cristo? ¿Crees en la resurrección o en la reencarnación? ¿Conocemos y nos fiamos de la doctrina de la Iglesia, la enseñanza de la fe? A veces, la vida se hace cuesta arriba pero debemos seguir avanzando asidos de la mano de Cristo. Él nos espera al final del camino, camino que recorre a nuestro lado.

Dios te bendiga


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