viernes, 10 de marzo de 2017

II DOMINGO DE CUARESMA




Antífona de entrada Sal  26, 8-9

«Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.» Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro». Tomada del salmo 26 versículos 8 al 9. Hoy toda la liturgia está centrada en el rostro resplandeciente de Cristo, contemplado así en la Transfiguración. La misa desde el principio marca un itinerario espiritual que persigue que el fiel descubra en su vida la presencia transfigurante del Señor escuchando su palabra para entrar en la gloria.

«Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas. Que no triunfen de nosotros nuestros enemigos; sálvanos, Dios de Israel, de todos nuestros peligros». Inspirada en el salmo 24 versículos 6, 2 y 22. En esta misa se propone otra antífona que pone ante nuestros ojos el misterio de la misericordia divina. Ese don gratuito de Dios que vence a las fuerzas del mal (nuestros enemigos) librándonos de todos los peligros de alma y cuerpo.

Oración colecta

«Oh Dios, que nos has mandado escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; para que, con mirada limpia, contemplemos gozosos la gloria de tu rostro. Por nuestro Señor Jesucristo». De nueva incorporación al sacramentario del beato Pablo VI. Es una síntesis de lo mejor que se destila del pasaje de la Transfiguración, aunque la expresión “alimenta nuestro espíritu con tu palabra” pretende enlazar con la temática del domingo anterior, de las tentaciones.

Oración sobre las ofrendas

«Te pedimos, Señor, que esta oblación borre nuestros pecados y santifique los cuerpos y las almas de tus fieles, para que celebren dignamente las fiestas pascuales. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del sacramentario gregoriano de Adriano (s. VII) y presente en el misal romano de 1570, se ha mantenido en el actual. Una mirada limpia, como hemos pedido en la colecta, solo brota de un corazón puro y para ello es necesario que sea el mismo Cristo, mediante su sacrificio redentor, quien lo purifique; de ahí surge esta súplica que recoge la oración sobre las ofrendas.

Antífona de comunión

«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo» de Mt 17, 5. Última confesión de fe inmediatamente antes de recibir la comunión sacramental en el cuerpo de Cristo, no ya transfigurado, sino ahora transubstanciado por la acción del mismo Espíritu que entonces lo envolvió en la sombra de la nube y ahora en la sombra de la epíclesis con la imposición de manos, la inclinación y las palabras de la consagración.

Oración después de la comunión

«Te damos gracias, Señor, porque al participar en estos gloriosos misterios nos haces recibir, ya en este mundo, los bienes eternos del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor». El sustrato más primitivo lo hallamos en el veronense (s. V) y con alguna modificación pasó al gelasiano antiguo (s. VIII). El misal de Pablo VI lo retomó con algunos cambios gramaticales. Es el fin de todo este proceso espiritual de búsqueda del rostro divino: hemos escuchado sus palabras y alimentado con su pan previa purificación de nuestros ojos y corazón por su sacrificio redentor; y esto nos conduce a entrar en la eternidad del cielo, cuyos dones y gloria hemos anticipado en la comunión sacramental con el Hijo de Dios.

Oración sobre el pueblo

«Señor, protege con tu mano poderosa a este pueblo suplicante; dígnate purificarlo y orientarlo para que, consolado en el presente, tienda sin cesar hacia los bienes futuros. Por Jesucristo, nuestro Señor». De nueva incorporación. Es una oración, eminentemente dinámica, es decir, expresa un movimiento progresivo del pueblo cristiano que camina sin cesar hacia los “bienes futuros”. Pero no es una empresa exclusiva del hombre, sino que requiere de la orientación (ad orientem) del mismo Dios, que como un día hiciera en el desierto con su pueblo, hoy sigue asistiéndonos con la columna de fuego, que es el Espíritu, y con la nube del desierto que es la maternidad de María.

Visión de conjunto

            Hoy el mundo es un constante ajetreo. Los hombres y mujeres que lo pueblan van constantemente de acá para allá, de la ceca a la meca sin otra preocupación de llegar pronto a los sitios, estar el menos tiempo posible y volver a sus casas, donde hallan solaz y brotes de estrés. Pasamos la vida buscando cosas que nos satisfagan, que aplaquen nuestras primarias necesidades y luego las secundarias y después las que nosotros mismos nos creamos. Esta búsqueda no se realiza sin dificultad. Pues con frecuencia tropezamos con nuestros miedos, incertidumbres y, lo que es peor, la disyuntiva de tener que pisar a alguien para conseguir lo que buscamos. Esto último es terrible.

            La liturgia de este domingo nos invita a hacer un alto en esta fatigosa tarea que nos autoimponemos todos los días. Se nos invita a buscar lo único importante que puede satisfacer los anhelos profundos de cada uno de nosotros: el rostro de Dios. “Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro” nos hacía suspirar el salmo de la antífona de entrada. Ojalá que fuera este nuestro programa de vida: anhelar día tras día el poder ver a Dios, querer estar con Él para siempre.

            Para ello será imprescindible una vida jalonada de la escucha, lectura y práctica de la Palabra de Dios, de la comunión sacramental (siempre en gracia), de la confesión frecuente y de una caridad sin límites, de esto último nunca estaremos satisfechos.

Dios te bendiga


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