Antífona de entrada
«Alégrate, Jerusalén, reuníos todos los que
la amáis, regocijaos los que estuvisteis tristes para que exultéis; mamaréis a
sus pechos y os saciaréis de sus consuelos» Inspirada del capítulo 66,
versículos 10 al 11 del libro de Isaías, concretamente, el llamado Tritoisaías.
Este libro del cuerpo isaiano cuenta la vuelta del destierro por parte del
pueblo de Israel. Cada domingo la Iglesia vuelve a emprender su particular
peregrinación desde diversas partes (las casas, las calles y barrios, la
sacristía) hacia el monte del Señor (Is 25) que es el altar de la Eucaristía.
Por
la primera palabra de la antífona “laetare (alégrate)” este domingo recibe el
nombre de “Domingo de laetare”. El sacerdote puede vestir con ornamentos rosas
y adornar sobriamente con flores el altar, así como usar música instrumental en
la celebración. Como vemos, esta antífona reúne una serie de verbos que
refuerzan esta idea teológica para el domingo “alégrate-regocijaos-exultéis”.
Vivamos, pues, con este espíritu esta celebración.
Oración colecta
«Oh, Dios, que, por tu Verbo, realizas de
modo admirable la reconciliación del género humano, haz que el pueblo cristiano
se apresure, con fe gozosa y entrega diligente, a celebrar las próximas fiestas
pascuales. Por nuestro Señor Jesucristo» hasta la expresión “género humano” está tomada del
sacramentario gelasiano (s. VIII), el resto es de nueva incorporación. Es el
domingo de la redención. Motivo más que suficiente para la alegría cristiana.
La
Cuaresma es una larga e intensa preparación para celebrar la noche de la
Pascua, es decir, el paso victorioso de Cristo, a través de la pasión, de la
muerte a la vida. Su victoria es nuestra victoria. Para ello es necesario una
“fe gozosa” y una “entrega diligente”
Oración sobre las
ofrendas
«Señor, al ofrecerte alegres los dones de la
eterna salvación, te rogamos nos ayudes a celebrarlos con fe verdadera y a
saber ofrecértelos de modo adecuado por la salvación del mundo» tomada del
gelasiano (s. VIII). Oración referida a los dones puestos en el altar como
oblación de alcance universal. El tono alegre sigue presente en esta oración.
Antífona de comunión
«El Señor untó mis ojos: fui, me lavé, vi y
creí en Dios» inspirada en el capítulo 9, versículo 11 del evangelio de
Juan. Se usa si se lee el evangelio del ciego de nacimiento. La comunión es,
por excelencia, el sacramento de la fe; el sacramento que da luz al alma para reconocer
todo lo que viene de Dios, su presencia en nosotros. La secuencia verbal de
este brevísimo versículo vuelve a repetirse en este momento de la celebración: fuimos
ante Cristo, nos lavamos con su sangre, lo vimos oculto en los accidentes del
pan y creímos en Él. Haremos nuestra, definitiva, la frase de aquellos
discípulos “Hemos visto al Señor”
(cf. Jn 20,25).
«Deberías alegrarte, hijo, porque este
hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado»
tomada de la parábola del hijo pródigo en Lc 15, 32. Se usa si se lee el
evangelio de la parábola del hijo pródigo. Estamos en el momento del banquete
que el Padre hace en honor del hijo regresado. Las palabras que dirige al hijo
mayor hoy son referidas para nosotros, los que se supone que hemos permanecido
en la casa. Estas palabras son, de nuevo, una invitación al banquete por el
hermano que hemos recobrado por la misericordia divina; y, también, por las
tantas veces que hemos sido nosotros los hijos pródigos. Así pues, si hemos
experimentado la misericordia divina, nosotros estamos llamados a ofrecer a
otros esa misma misericordia.
«Jerusalén está fundada como ciudad, bien
compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor, a celebrar tu nombre,
Señor» del salmo 121, versículos 3 al 4. Se usa si lee otro evangelio
distinto. En relación con la antífona de entrada, hemos de subir a la ciudad
santa de Jerusalén donde los cantos de júbilo pascuales se suceden
ininterrumpidamente por el gran acontecimiento que va a sucederse en ella. El misterio
pascual será el que recoja y una a las distintas tribus y pueblos de la tierra
haciendo un solo pueblo de los muchos que el pecado dividió. Hoy esto mismo se
realiza en los creyentes cuando al comulgar se unen en un solo corazón y en una
sola fe.
Oración de pos comunión
«Oh, Dios, luz que alumbras a todo hombre que
viene a este mundo, ilumina nuestros corazones con la claridad de tu gracia,
para que seamos capaces de pensar siempre, y de amar con sinceridad, lo que es
digno y grato a tu grandeza. Por Jesucristo, nuestro Señor» tomada del
misal romano de 1570. Esta oración, por su contenido, no es propiamente para
después de la comunión. El tema central es la luz de Dios ínsita en los
corazones humanos. Esta luz es la que ha de guiar los pensamientos y la razón
humana hacia todo aquello que agrada a Dios y lo hace presente en cada momento
de la vida.
Oración de bendición
sobre el pueblo
«Defiende, Señor, a los que te suplican,
fortalece a los débiles, vivifica siempre con tu luz a los que caminan en
sombras de muerte, y, libres de todo mal por tu compasión, concédeles llegar a
los bienes definitivos. Por Jesucristo, nuestro Señor» tomada con una
ligera modificación de la compilación veronense (s. V). Es una bendición muy
apropiada para este domingo especial en nuestra peregrinación cuaresmal. El
domingo de “laetare” nos ofrece una
oportunidad para el descanso en la penitencia y, por tanto, se convierte en un
lugar teológico para que la fortaleza divina de vida al pueblo cristiano en
medio del desierto cuaresmal. Tras esta peregrinación llegaremos a la cumbre de
la Pascua donde podremos gustar los bienes definitivos.
Visión de conjunto
En la vida hay momentos para todo: momentos para reír,
otros para llorar, otros para estar de fiesta, otros para estar de duelo;
momentos para comer, otros para andar, otros para dormir, y un largo etcétera
de situaciones que al cabo de una vida llegamos a pasar. Lo mismo ocurre en el
año litúrgico, que de alguna manera envuelve nuestra propia vida. Hay fiestas
de gran júbilo y alegría y otras que tienen un sabor más amargo y trágico. Popularmente
la cuaresma es un tiempo situado en los momentos penitenciales, amargos,
tristes del ciclo litúrgico, sin embargo, nos ofrece un domingo que rompe con
esta tendencia oscura.
El cuarto domingo de cuaresma está dedicado a hacer un
alto en el camino; tomarnos un respiro en medio de la cuesta penitencial. Es el
tradicional domingo de “laetare”, del
mismo modo que el tercer domingo de adviento se le denomina de “gaudete”, con las mismas características
que el anterior. Son domingos en que la liturgia adquiere un matiz especial
haciendo de contrapunto con el ambiente espiritual que impone el tiempo
litúrgico respectivo.
Si el domingo de “gaudete”,
en Adviento, nos recuerda la alegría por el pronto nacimiento del Señor; este
domingo despierta nuestro entusiasmo por la Resurrección del Señor, aunque será
precedida por la correspondiente pasión y muerte. Al hombre le viene la alegría
al saberse reconciliado con Dios, al experimentar la dicha de la paz
espiritual; al tomar conciencia de que ya puede dirigirse a Dios como un Padre
y presentarle el homenaje de su mente y su corazón.
La hazaña que está a punto de desarrollarse: la batalla
de Cristo contra la muerte y el pecado se saldará con la incuestionable
victoria del Señor Jesús, quien ascenderá a la cumbre llevando cautivos (cf. Sal
67). Conviene preguntarse, pues, en este domingo si este misterio del Señor es
causa de alegría en mi vida; si Cristo es, realmente, mi esperanza y la causa
de mi salvación. Conviene preguntarse, del mismo modo, si yo acojo o quiero
acoger los frutos de la redención del Señor; si en mi vida tiene incidencia el
saber que Jesús ha muerto por mí y resucitado para mí. Feliz domingo de “laetare”.
Dios
te bendiga
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