viernes, 10 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO





Antífona de entrada

«Llegue hasta a ti mi súplica, inclina tu oído a mi clamor, Señor». Tomada del salmo 87, versículo 3. Al inicio de la celebración los fieles elevamos nuestra mirada y nuestras voces a lo alto del cielo para invocar a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Somos un pueblo nacido de la Pascua, salido del sepulcro pero por otra parte somos un pueblo en camino hacia la Patria eterna, donde mora Dios con la asamblea de sus santos y redimidos. Mientras caminamos, Dios no se desentiende de sus hijos e inclina su oído hacia nosotros, es decir, vuelve su rostro y dirige su atención a nuestras plegarias que fervientemente elevamos en cada asamblea dominical. Entremos, pues, con confianza, en esta celebración sabiendo que Dios siempre escucha a quien, con fe y humildad, le invoca.  

Oración colecta

«Dios de poder y misericordia, aparta, propicio, de nosotros toda adversidad, para que, bien dispuestos cuerpo y espíritu, podamos aspirar libremente a lo que te pertenece. Por nuestro Señor Jesucristo». Tomada del sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII). Esta oración está centrada en buscar y cumplir la voluntad de Dios,  aquello que le agrada. Pero es realista al pedir que para ello aparte todo lo que pueda ser adverso, contrario, a este fin. Es, por tanto, una oración que se mueve entre lo ideal y lo real, imagen perfecta de lo que es la vida cristiana: una firme decisión de caminar hacia Dios sabiendo que las piedras del pecado pueden hacernos tropezar o desviar el camino.

Oración sobre las ofrendas

«Mira con bondad, Señor, los sacrificios que te presentamos, para que alcancemos con piadoso afecto lo que actualizamos sacramentalmente de la pasión de tu Hijo. Él que vive y reina por los siglos de los siglos». Aunque las dos partes de la oración se encuentran por separadas en los sacramentarios gelasianos, encontramos la oración entera, con algunos cambios, en la oración sobre las ofrendas de la memoria de san Alberto Magno del misal romano de 1570.

Esta oración vuelve a concentrar, breve, concisa y bellamente, el tema, tratado ya con profusión anteriormente, de la “actualización de los misterios”. Pero aquí añade un matiz nuevo: alcanzar los efectos de lo actualizado. No se trata de repetir históricamente los hechos desnudos, sino los efectos de gracia que causan en nosotros. Al actualizar en el hoy, podemos experimentar los efectos salvíficos que ya tuvieron en otros momentos, es la gracia y no la historia la que nos alcanza.    

Antífonas de comunión

«El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas». Del salmo 22, versículos del 1 al 2. Este versículo situado en el momento de la comunión alberga reminiscencias del cristianismo primitivo cuando, al canto de este mismo salmo, los cristianos entraban en la Iglesia por vez primera para participar, junto al resto de la comunidad, del banquete eucarístico. Los pastos a los que somos conducidos hoy son la Eucaristía, pasto de eternidad.

«Los discípulos reconocieron al Señor Jesús al partir el pan». Inspirado en el capítulo 24, versículo 35 del evangelio según san Lucas. Jesús, hoy, sigue caminando con su Iglesia partiendo para nosotros el pan. Ahora es el momento del encuentro directo con el Maestro. Acudamos presurosos a comerlo y saciarnos de este manjar celestial que se parte y reparte para nosotros.

Oración después de la comunión

«Alimentados con este don sagrado, te damos gracias, Señor, invocando tu misericordia, para que, mediante la acción de tu Espíritu, permanezca la gracia de la verdad en quienes penetró la fuerza del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor». De nueva incorporación. La “fuerza del cielo” es un término ambiguo ¿A quién se refiere? Puede ser el Espíritu Santo o puede ser la misma eucaristía, que es alimento que fortalece a los débiles y pusilánimes. La Eucaristía es el pan para el camino, pan de la vida y de la verdad y ahí radica su provecho para nosotros. Por otra parte, solo puede reconocerse a Cristo en ese pan bendito, por la fuerza y acción del Espíritu Santo. Así pues, la “fuerza del cielo” englobaría a ambos términos: de la unción a la comunión.


Visión de conjunto

            Conviene siempre al tener que emprender alguna acción que suponga un gran esfuerzo, desprenderse de toda carga superflua que nos agote en balde y que lejos de beneficiarnos puede retrasar o impedir que concluyamos dicha acción como conviene, con buen fin.

            Estos lastres que a veces se nos adhieren van llenando nuestras sandalias del polvo del camino, van despistándonos hasta el punto de, creyendo atajar, tomar un camino incorrecto. Las inseguridades, las dudas, las sospechas, van retrasando nuestro progresivo avance porque no nos dejan ver claro y diáfano el horizonte que se va abriendo ante nuestros ojos.

            La vida espiritual no es otra cosa sino aspirar libremente a hacer, decir y pensar en todo aquello que agrada a Dios. “Queremos agradar a Dios” esa es la única aspiración del cristiano. Pero, lógicamente, este santo propósito no se ve exento de las dificultades que por el camino espiritual debe ir encontrando. También al cristiano se le puede ir pegando el polvo del pecado a las sandalias de la voluntad. Una voluntad humana que, inclinada hacia el mal como consecuencia del Pecado Original, le cuesta caminar hacia adelante sin distraerse por los cantos de sirena que reclaman su atención.

En este sentido, en la vida espiritual al cristiano le toca lidiar un feroz combate espiritual contra las potencias del mal, que buscan perderlo; de ahí la necesidad de estar, constantemente, invocando el auxilio de la gracia de Dios para que su libertad no devenga en esclavitud. Esta libertad siempre se verá atendida por la fuerza espiritual del cielo que irá enderezando su ánimo para estar pronto a la voz de Dios que lo llama para sí. La libre voluntad humana buscará, denodadamente, también, agradar a su Señor sirviéndole a Él. Es una libertad para servir a Dios, única forma de que ésta aumente y sea cada vez más, radicalmente, libre. ¡Qué paradoja! Cuanto más se sirve a Dios más libre se es ante el mundo y sus pompas.

Vivamos, pues, esta aspiración libre del alma de agradar a Dios para estar cada día más dispuestos a servirlo en la consecución del bien, de la caridad y de la fe.

Dios te bendiga

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