domingo, 19 de noviembre de 2017

MISA MOZÁRABE EN SANTA EULALIA DE MÉRIDA


            Ayer 18 de noviembre tuve la oportunidad de poder celebrar la santa misa en el venerable rito hispano-mozárabe en la basílica de santa Eulalia en la ciudad de Mérida, capital de Extremadura. Aquí les dejo la homilía que pronuncié y una selección de fotos de la celebración litúrgica. 
          Quisiera manifestar mis más sincera acción de gracias a la asociación UBI SUNT? y a su coro-capilla gregroriana del santísimo Cristo del Calvario por los preparativos y por habernos hecho partícipes de esta primera vez que se celebra este rito en dicho lugar. También al párroco-rector de la Basílica, don Juan Casco por su acogida y generosidad. 
            Sin mas, reitero mi deseo de que este sea el germen, la semilla, de una nueva comunidad mozárabe en Mérida, cuna de la fe de Extremadura.

HOMILÍA EN LA MISA HISPANO-MOZÁRABE EN LA BASÍLICA DE SANTA EULALIA DE MÉRIDA



«La Liturgia Hispano-Mozárabe representa, pues, una realidad eclesial, y también cultural, que no puede ser relegada al olvido si se quieren comprender en profundidad las raíces del espíritu cristiano del pueblo español».

Querido señor rector de esta basílica, queridos hermanos sacerdotes, acólitos, capilla gregoriana, hermanos todos en el Señor:

Con estas palabras, el santo Papa Juan Pablo II nos invitaba a recuperar y estimar el venerable rito litúrgico con el que la fe en España fue celebrada desde la llegada del cristianismo a estas tierras hasta aproximadamente el s. XI. El mismo Papa la celebró en la basílica de san Pedro en el Vaticano el 28 de mayo de 1992 avalando, así con su ministerio el rico patrimonio espiritual con que el pueblo español contribuyó a la gloria de Dios, al bien de la Iglesia, a la santificación de los hombres y a la evangelización de los paganos.


Prueba de los frutos espirituales de la liturgia celebrada en las tierras hispanas desde los primeros siglos fue el nacimiento y crecimiento en ella de importantes comunidades eclesiales, de entre las cuales destaca la sede de Emerita (hoy Mérida). Esta vetusta ciudad no solo se conformó con dar gloria y esplendor al imperio romano sino que pronto, desde el inicio, abrazó a Cristo y al Evangelio dando aún más gloria al Dios único y verdadero. De esta Iglesia emeritense no son pocos los éxitos de su madurez espiritual pues cuando en esta sede se habían sentado obispos indignos de ello no dudaron en buscar los cauces necesarios para deponerlos como así se realizó con el libelático Marcial a quien en la carta 67 de San Cipriano de Cartago, la Iglesia de Mérida lo rechaza porque Mérida no pagaba traidores a la causa de Cristo por muy obispo que fuera.


Pero si aquella hazaña ya habla de la excelencia de Mérida aún más gloria le reporta el valor intrépido de aquella niña que con solo trece añitos no dudó en enfrentarse a los enemigos de Cristo y perseguidores de la Iglesia para mantener la dignidad de los cristianos y la verdad y pureza de la fe. Con gran lirismo lo expresó Prudencio en su Peristephanon:



Eulalia, ilustre y noble por su cuna,
Aunque, más noble que por la prosapia,
Por la clase de muerte que ha sufrido,
Es la virgen sagrada,
Ornamento magnífico de Mérida;
De Mérida, a quien ama,
Donde vio la primera luz del mundo
Donde sus huesos en paz descansan.


Y no se agotó la grandeza de Mérida con el sublime martirio de esta santa pues aún los padres emeritenses más gloria debieran darla. De ellos, recordaremos el ejemplo valiente y virtuoso del obispo Masona quien ante el ataque del arriano rey Leovigildo no dudó en hacerle frente junto a san Hermenegildo para salvar la fe católica de la Hispania visigoda. Por influencia de esa grandeza de espíritu la monarquía goda acabó convirtiéndose al catolicismo con el rey Recaredo en el III Concilio de Toledo donde la patria española obtuvo, por vez primera, su unidad política, territorial y religiosa. La unidad religiosa en torno al catolicismo de rito hispano. Rito que se vio enriquecido por las disposiciones de varios concilios visigóticos celebrados en esta misma ciudad, de los cuales no conservamos sus actas tan solo por referencias pero si conocemos al del año 666 que enriqueció enormemente el rito hispano que hoy celebramos y que tras el año 1085 fue suprimido en la Península Ibérica y tan solo se conservó en Toledo, gloria de España y luz de sus ciudades, como la llamó Cervantes.


Ante el riesgo de perderse en el olvido y en la decadencia que impone la obligación de mantener una costumbre que no se conoce, un hombre extraordinario, de los que de vez en cuando da nuestro solar patrio, decidió en 1500 pagar de su pecunia una capilla y un cabildo para la reforma y mantenimiento de dicho rito. Se trata del fraile, cardenal, virrey y regente de España, Francisco Jiménez de Cisneros, cuyo quinto centenario de su muerte estamos celebrando en este año.

Así pues, hermanos, al celebrar esta solemne liturgia hispano-mozárabe nos acercamos a nuestra tradición más original y prístina donde tantos y tantos santos se santificaron y donde se conservó, se oró y se defendió la fe cuando las hordas musulmanas invadieron nuestra tierra y los cristianos tuvieron que huir hacia el norte de España dejando reliquias e imágenes desperdigadas por toda la geografía ibérica. En Extremadura dejaron los restos de san Fulgencio y Florentina, custodiados hoy en Berzocana; y la imagen bendita de la Santa Madre de Dios, venerada en estas tierras con el nombre de Guadalupe.


Por tanto, vemos cómo las raíces de nuestra tierra extremeña están muy ligadas a este venerable rito que tanto tiene que decirnos hoy. Porque también los extremeños tenemos un pasado de fe y devoción que debemos mantener. Nosotros, católicos, estamos también preocupados del progreso material y espiritual de nuestra recia tierra extremeña que esta mañana se concitaba en Madrid para pedir un tren digno para esta región. Fueron hombres de esta tierra los que un día zarparon en barcos al otro lado del mar para llevar la fe cristiana, la palabra del Evangelio y para engrandecer la gloria de España. Como bien decimos en el himno guadalupano “somos los hijos del gran Pizarro, los hijos somos de Hernán Cortés”. Pero también lo somos de Núñez de Balboa, de Orellana, de Pedro de Valdivia, y tantos otros.


Finalmente, queridos hermanos, no olvidemos todo esto: que somos un pueblo de fe, impregnado de fe, nacido de la fe. Que somos herederos de una historia de santidad y martirio como lo demuestran santa Eulalia, Donato y Hermógenes. Que somos una región que solo hallará su sentido y su brújula en la medida en que no pierda sus raíces cristianas hispanas y mozárabes. Que somos una tierra que la providencia divina se escogió para propagación de la fe católica, única y verdadera, en todo el mundo.

Pidamos, pues, hoy, la intercesión de la niña santa Eulalia para que nuestra fe no decaiga sino que siempre nos pertrechemos con ánimo generoso en la vivencia de la fe, la esperanza y la caridad. Así sea.     

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