Ayer 18 de noviembre tuve la oportunidad de poder celebrar la santa misa en el venerable rito hispano-mozárabe en la basílica de santa Eulalia en la ciudad de Mérida, capital de Extremadura. Aquí les dejo la homilía que pronuncié y una selección de fotos de la celebración litúrgica.
Quisiera manifestar mis más sincera acción de gracias a la asociación UBI SUNT? y a su coro-capilla gregroriana del santísimo Cristo del Calvario por los preparativos y por habernos hecho partícipes de esta primera vez que se celebra este rito en dicho lugar. También al párroco-rector de la Basílica, don Juan Casco por su acogida y generosidad.
Sin mas, reitero mi deseo de que este sea el germen, la semilla, de una nueva comunidad mozárabe en Mérida, cuna de la fe de Extremadura.
HOMILÍA EN LA MISA HISPANO-MOZÁRABE
EN LA BASÍLICA DE SANTA EULALIA DE MÉRIDA
«La Liturgia Hispano-Mozárabe representa,
pues, una realidad eclesial, y también cultural, que no puede ser relegada al
olvido si se quieren comprender en profundidad las raíces del espíritu
cristiano del pueblo español».
Querido
señor rector de esta basílica, queridos hermanos sacerdotes, acólitos, capilla
gregoriana, hermanos todos en el Señor:
Con
estas palabras, el santo Papa Juan Pablo II nos invitaba a recuperar y estimar
el venerable rito litúrgico con el que la fe en España fue celebrada desde la
llegada del cristianismo a estas tierras hasta aproximadamente el s. XI. El
mismo Papa la celebró en la basílica de san Pedro en el Vaticano el 28 de mayo
de 1992 avalando, así con su ministerio el rico patrimonio espiritual con que
el pueblo español contribuyó a la gloria de Dios, al bien de la Iglesia, a la
santificación de los hombres y a la evangelización de los paganos.
Prueba
de los frutos espirituales de la liturgia celebrada en las tierras hispanas
desde los primeros siglos fue el nacimiento y crecimiento en ella de
importantes comunidades eclesiales, de entre las cuales destaca la sede de Emerita (hoy Mérida). Esta vetusta
ciudad no solo se conformó con dar gloria y esplendor al imperio romano sino
que pronto, desde el inicio, abrazó a Cristo y al Evangelio dando aún más
gloria al Dios único y verdadero. De esta Iglesia emeritense no son pocos los
éxitos de su madurez espiritual pues cuando en esta sede se habían sentado obispos
indignos de ello no dudaron en buscar los cauces necesarios para deponerlos
como así se realizó con el libelático Marcial a quien en la carta 67 de San
Cipriano de Cartago, la Iglesia de Mérida lo rechaza porque Mérida no pagaba
traidores a la causa de Cristo por muy obispo que fuera.
Pero
si aquella hazaña ya habla de la excelencia de Mérida aún más gloria le reporta
el valor intrépido de aquella niña que con solo trece añitos no dudó en
enfrentarse a los enemigos de Cristo y perseguidores de la Iglesia para
mantener la dignidad de los cristianos y la verdad y pureza de la fe. Con gran
lirismo lo expresó Prudencio en su Peristephanon:
Eulalia, ilustre y
noble por su cuna,
Aunque, más noble
que por la prosapia,
Por la clase de
muerte que ha sufrido,
Es la virgen
sagrada,
Ornamento magnífico
de Mérida;
De Mérida, a quien
ama,
Donde vio la
primera luz del mundo
Donde sus huesos en
paz descansan.
|
Y
no se agotó la grandeza de Mérida con el sublime martirio de esta santa pues
aún los padres emeritenses más gloria debieran darla. De ellos, recordaremos el
ejemplo valiente y virtuoso del obispo Masona quien ante el ataque del arriano
rey Leovigildo no dudó en hacerle frente junto a san Hermenegildo para salvar
la fe católica de la Hispania visigoda. Por influencia de esa grandeza de
espíritu la monarquía goda acabó convirtiéndose al catolicismo con el rey
Recaredo en el III Concilio de Toledo donde la patria española obtuvo, por vez
primera, su unidad política, territorial y religiosa. La unidad religiosa en
torno al catolicismo de rito hispano. Rito que se vio enriquecido por las
disposiciones de varios concilios visigóticos celebrados en esta misma ciudad,
de los cuales no conservamos sus actas tan solo por referencias pero si
conocemos al del año 666 que enriqueció enormemente el rito hispano que hoy
celebramos y que tras el año 1085 fue suprimido en la Península Ibérica y tan
solo se conservó en Toledo, gloria de España y luz de sus ciudades, como la
llamó Cervantes.
Ante
el riesgo de perderse en el olvido y en la decadencia que impone la obligación
de mantener una costumbre que no se conoce, un hombre extraordinario, de los
que de vez en cuando da nuestro solar patrio, decidió en 1500 pagar de su pecunia una capilla y un cabildo para la
reforma y mantenimiento de dicho rito. Se trata del fraile, cardenal, virrey y
regente de España, Francisco Jiménez de Cisneros, cuyo quinto centenario de su
muerte estamos celebrando en este año.
Así
pues, hermanos, al celebrar esta solemne liturgia hispano-mozárabe nos
acercamos a nuestra tradición más original y prístina donde tantos y tantos
santos se santificaron y donde se conservó, se oró y se defendió la fe cuando
las hordas musulmanas invadieron nuestra tierra y los cristianos tuvieron que
huir hacia el norte de España dejando reliquias e imágenes desperdigadas por
toda la geografía ibérica. En Extremadura dejaron los restos de san Fulgencio y
Florentina, custodiados hoy en Berzocana; y la imagen bendita de la Santa Madre
de Dios, venerada en estas tierras con el nombre de Guadalupe.
Por
tanto, vemos cómo las raíces de nuestra tierra extremeña están muy ligadas a
este venerable rito que tanto tiene que decirnos hoy. Porque también los
extremeños tenemos un pasado de fe y devoción que debemos mantener. Nosotros, católicos,
estamos también preocupados del progreso material y espiritual de nuestra recia
tierra extremeña que esta mañana se concitaba en Madrid para pedir un tren
digno para esta región. Fueron hombres de esta tierra los que un día zarparon
en barcos al otro lado del mar para llevar la fe cristiana, la palabra del
Evangelio y para engrandecer la gloria de España. Como bien decimos en el himno
guadalupano “somos los hijos del gran
Pizarro, los hijos somos de Hernán Cortés”. Pero también lo somos de Núñez
de Balboa, de Orellana, de Pedro de Valdivia, y tantos otros.
Finalmente,
queridos hermanos, no olvidemos todo esto: que somos un pueblo de fe,
impregnado de fe, nacido de la fe. Que somos herederos de una historia de
santidad y martirio como lo demuestran santa Eulalia, Donato y Hermógenes. Que
somos una región que solo hallará su sentido y su brújula en la medida en que
no pierda sus raíces cristianas hispanas y mozárabes. Que somos una tierra que
la providencia divina se escogió para propagación de la fe católica, única y
verdadera, en todo el mundo.
Pidamos, pues, hoy, la intercesión de la niña
santa Eulalia para que nuestra fe no decaiga sino que siempre nos pertrechemos
con ánimo generoso en la vivencia de la fe, la esperanza y la caridad. Así sea.
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