MISA POR LOS SACERDOTES
I. Misterio
No pasarán nunca de moda estas palabras de san Juan
Pablo II: “Los presbíteros son, en la
Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza
y Pastor, proclaman con autoridad su palabra; renuevan sus gestos de perdón y
de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia
y la Eucaristía; ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso
del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de
Cristo en el Espíritu” (PDV 15).
Tras su Ascensión a los cielos, Cristo envió a sus
apóstoles a predicar al mundo entero. A la muerte de éstos, sus sucesores, los
obispos, unieron a su ministerio, en grado subordinado, a los presbíteros “para que, constituidos en el orden del
presbiterado, fueran los colaboradores del orden episcopal para realizar
adecuadamente la misión apostólica confiada por Cristo” (PO 2b). Pero no
erremos el tiro, la autoridad de los presbíteros dimana del oficio sacerdotal
de Cristo tal como lo propuso el mismo Concilio Vaticano II: “El ministerio de los presbíteros, por estar
unido al Orden episcopal, participa de la autoridad con que Cristo mismo forma,
santifica y rige su Cuerpo. Por lo cual, el sacerdocio de los presbíteros
supone, ciertamente, los sacramentos de la iniciación cristiana” (PO 2c).
Pero cómo se “hace” un sacerdote, el mismo Concilio responde: “se confiere por un sacramento peculiar por
el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan marcados con
un carácter especial que los configura con Cristo Sacerdote, de tal forma, que
pueden obrar en nombre de Cristo Cabeza” (PO 2c).
El sacerdocio ministerial es signo y expresión de la
unión vital de Cristo con su Iglesia tal como lo ha recordado, recientemente,
el Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros: “el sacerdocio ministerial hace palpable la
acción propia de Cristo Cabeza y testimonia que Cristo no se ha alejado de su
Iglesia, sino que continúa vivificándola con su sacerdocio permanente” (DVMP
1c). Pero no podemos obviar el sustrato humano del presbítero: el sacerdote es,
ante todo, un humano. Único e insustituible en su humanidad. El orden
sacerdotal supone un cambio ontológico pero no una disolución de lo humano en
él. Dios no borra la personalidad del sacerdote, es más, la requiere
completamente (cf. DVMP 2d).
Tras esta breve introducción teológica sobre el ser
y el ministerio de los presbíteros, entremos a examinar el formulario litúrgico
para encontrar pistas que nos ayuden a comprender y a valorar a los sacerdotes.
II. Celebración
Entramos ahora en la celebración misma de esta misa.
Se ofrecen varios formularios, que veremos a continuación. Antes, digamos
alguna palabra a rasgos generales de cómo puede celebrarse: para esta misa se
recomienda la plegaria eucarística primera para las misas por diversas
necesidades pero también puede emplearse el prefacio I de las ordenaciones con
las plegarias eucarísticas I, II o III. Las ropas pueden ser blancas o verde,
pues no debe olvidarse que esta misa solo puede celebrarse en el Tiempo Ordinario,
fuera de este ciclo litúrgico será necesario permiso expreso del ordinario.
Antes de entrar a analizar las oraciones que
configuran el formulario hemos de advertir que mientras que en la “editio typica latina” del 2002 se
ofrecen dos colectas, y una de ofrendas y una de postcomunión, la edición
española ofrece dos colectas, tres de ofrendas y dos de postcomunión
¿Enriquecimiento? No. Puesto que la segunda del ofertorio (B) es igual que la
segunda colecta (B) con el orden de palabras o frases alteradas[1],
Ofertorio
B
|
Colecta
B
|
Señor Dios nuestro, que para
regir a tu pueblo has querido disponer del ministerio de los
sacerdotes, concédeles un servicio perseverante según tu voluntad,
para que, en su ministerio y en su vida, sean capaces de procurar tu
gloria en Cristo.
|
Señor Dios nuestro, que para
regir a tu pueblo has querido [servirte] del ministerio de los sacerdotes,
concédeles [perseverar] [al servicio de tu voluntad], para que, en su
ministerio y en su vida, [puedan buscar] tu gloria en Cristo.
|
y lo mismo ocurre con la tercera del ofertorio (C)
que es igual que la primera del ofertorio (A).
Ofertorio
C
|
Ofertorio
A
|
Oh Dios, tú has querido que tus
sacerdotes sean servidores de los santos altares y del pueblo,
concede propicio, por la eficacia de este sacrificio, que su
ministerio […] te sea siempre grato y dé, en tu Iglesia, el fruto que
siempre permanece.
|
Oh Dios, tú has querido que tus
sacerdotes sean [ministros] [del santo altar] y del pueblo, concede propicio,
por la eficacia de este sacrificio, que [el] ministerio [de tus siervos] te
sea siempre grato y dé, en tu Iglesia, [frutos] que siempre [permanezcan].
|
La oración colecta A está tomada del misal romano
del 1570[2] de
la que se ofrece para la misa de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote con
variantes como se muestra en el cuadro siguiente:
1570
|
2002
|
Deus,
qui [ad maiestatis tuae gloriam et
generis humani salutem,] Unigenitum
tuum summum [atque] aeternum
constituisti Sacerdotem: praesta; ut quos ministros [et] mysteriorum [suorum] dispensatores elegit in accepto
ministerio adimplendo Fidel[e]s
inveniantur
|
[…] Deus, qui
Unigenitum tuum summum
aeternumque constituisti sacerdotem, praesta, ut, quos ministros tuorumque
mysteriorum dispensatores elegit, in accepto ministerio adimplendo fidelis
inveniantur.
|
Como vemos, está centrada en Jesucristo el único
Sumo y Eterno Sacerdote que elige ministros y administradores de sus misterios.
La colecta B, de nueva creación, dice que Dios, para regir a su pueblo, quiso
servirse del ministerio de los sacerdotes y para ello, concede a estos mismos la
perseverancia y el interés por buscar la gloria de Cristo. La oración sobre las
ofrendas A, de nueva creación, indica que el sacrificio se ofrece por los
sacerdotes, a los que llama ministros del altar y del pueblo; para que sean
gratos a Dios y den frutos en la Iglesia. La oración de postcomunión, también
de nueva creación, señala que el sacrificio, al ser ofrecido y comulgado, llena
de vida a clero y pueblo para que, juntos, puedan servir a Dios.
III. Vida
Analizado, pormenorizadamente, el
formulario veamos algunos puntos que pueden ayudarnos a unos a comprender mejor
el ministerio sacerdotal y lo que comporta y a otros a vivirlo coherentemente.
El misterio de la elección: es lo primero de lo que nos informan las oraciones
de hoy: Jesucristo es el único que elige “con
amor de hermano, a hombres de este pueblo” para investirles de su poder
sacerdotal y así poder regir a este mismo pueblo de donde han sido sacados.
Pero este gobierno, en los presbíteros, se ejerce en comunión y
co-responsablemente con el obispo. Así pues, nadie puede arrogarse el honor de
ser sacerdote; no es sacerdote el que quiere sino el que Dios llama. No es
cuestión de sexos sino de misterio de elección por Cristo. El sacerdocio
femenino no tiene cabida porque no se halla en la voluntad salvífica de
Jesucristo ni dio ninguna indicación al respecto. Luego, la Iglesia no puede
hacer nada que su Señor y fundador no dispusiera.
El ministerio sacerdotal: es, ante todo, un servicio. No un honor ni un
cargo ni un derecho adquirido por adquirir. Es un servicio dado que
etimológicamente, ministerio viene del latín “ministerium” y este del vocablo
“minus” que significa “el menor” o “el que sirve”. El presbítero es un servidor
del altar y del pueblo, en este orden lo marca la lex orandi. Del altar, porque ha sido investido de autoridad para
ello, para la confección de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía
como lo recuerda el IV Concilio de Letrán: “Y
este sacramento nadie ciertamente puede realizarlo sino el sacerdote que
hubiere sido debidamente ordenado…” (DS 802). Todo lo demás pueden hacerlo
perfectamente los seglares. Pero también es servidor del pueblo en cuanto que
los sacramentos son celebrados para santificación de los fieles. También son
servidores del pueblo ejerciendo como Padres del mismo, paño de lágrimas,
consejero en problemas, acompañante de duelos y partícipe de alegrías. Aun mejor
lo exponen estas palabras de san Policarpo: “los presbíteros han de ser compasivos y misericordiosos con todos; han
de recuperar a los que yerran, visitar a todos los enfermos, atender a las
viudas, huérfanos o pobres; preocuparse de hacer el bien ante Dios y ante los
hombres, abstenerse de toda ira, acepción de personas, juicio injusto, alejarse
de toda avaricia, no creer rápidamente las acusaciones contra alguien; no ser
demasiado severos en el juicio; tener conciencia de que todos somos pecadores (Ad
Philp. VI, 1)”
El ministerio dentro del pueblo de Dios: el ministerio sacerdotal, por la configuración
ontológica que supone y los misterios tan excelsos que trae entre manos, debe
ser vivido de cara a Dios, con el ánimo la voluntad de buscar siempre agradar a
Dios. Sabemos que la vida sacerdotal no es fácil, ni está exenta de
dificultades pero es Dios quien da la gracia para perseverar en ella, para que
cooperemos en la edificación de un pueblo bien dispuesto que abunde en buenas
obras. Los sacerdotes, ante todo, están puestos al frente del pueblo para
buscar, junto con éste, la gloria de Dios, único fin de la vida del hombre.
La vida de todo fiel, pero en especial la de un sacerdote,
debe ser una constante ofrenda asumiendo la cruz como requisito indispensable
para un ministerio eficaz, pues con razón se nos dice en la ordenación “conforma tu vida con el misterio de la cruz
del Señor” (cf. Pontifical Romano, ordenación de presbíteros, 163). Vivir
la vida sacerdotal como prolongación del sacrificio eucarístico, sabiendo que
es por nuestras manos mediante las que Cristo, nuevamente, se ofrece en el ara
de la cruz por la salvación del mundo. Pero también, y no menos importante, el
sacerdote es testigo de la Pascua de Cristo, transparencia del Resucitado que
sigue asistiendo a su Iglesia en su peregrinación terrena como acompañó un día
a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24). Así es como mejor podría entenderse el
ministerio sacerdotal vivido en medio del pueblo santo de Dios del cual fuimos
extraídos y al cual hemos sido enviados.
Oremos, pues, por los sacerdotes para que sean
fieles a la noble y grave tarea que Dios les ha conferido, para que sean
celosos administradores de la gracia de Dios que se nos da mediante los
sacramentos. Ojalá que a la grey no le falte la solicitud de sus pastores ni a
los pastores la docilidad de su grey.
Dios te bendiga
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