miércoles, 8 de noviembre de 2017

6. MISA PRO SACERDOTIBUS


MISA POR LOS SACERDOTES



I. Misterio

No pasarán nunca de moda estas palabras de san Juan Pablo II: “Los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor, proclaman con autoridad su palabra; renuevan sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía; ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Cristo en el Espíritu” (PDV 15).

Tras su Ascensión a los cielos, Cristo envió a sus apóstoles a predicar al mundo entero. A la muerte de éstos, sus sucesores, los obispos, unieron a su ministerio, en grado subordinado, a los presbíteros “para que, constituidos en el orden del presbiterado, fueran los colaboradores del orden episcopal para realizar adecuadamente la misión apostólica confiada por Cristo” (PO 2b). Pero no erremos el tiro, la autoridad de los presbíteros dimana del oficio sacerdotal de Cristo tal como lo propuso el mismo Concilio Vaticano II: “El ministerio de los presbíteros, por estar unido al Orden episcopal, participa de la autoridad con que Cristo mismo forma, santifica y rige su Cuerpo. Por lo cual, el sacerdocio de los presbíteros supone, ciertamente, los sacramentos de la iniciación cristiana” (PO 2c). Pero cómo se “hace” un sacerdote, el mismo Concilio responde: “se confiere por un sacramento peculiar por el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan marcados con un carácter especial que los configura con Cristo Sacerdote, de tal forma, que pueden obrar en nombre de Cristo Cabeza” (PO 2c).

El sacerdocio ministerial es signo y expresión de la unión vital de Cristo con su Iglesia tal como lo ha recordado, recientemente, el Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros: “el sacerdocio ministerial hace palpable la acción propia de Cristo Cabeza y testimonia que Cristo no se ha alejado de su Iglesia, sino que continúa vivificándola con su sacerdocio permanente” (DVMP 1c). Pero no podemos obviar el sustrato humano del presbítero: el sacerdote es, ante todo, un humano. Único e insustituible en su humanidad. El orden sacerdotal supone un cambio ontológico pero no una disolución de lo humano en él. Dios no borra la personalidad del sacerdote, es más, la requiere completamente (cf. DVMP 2d).

Tras esta breve introducción teológica sobre el ser y el ministerio de los presbíteros, entremos a examinar el formulario litúrgico para encontrar pistas que nos ayuden a comprender y a valorar a los sacerdotes.


II. Celebración

Entramos ahora en la celebración misma de esta misa. Se ofrecen varios formularios, que veremos a continuación. Antes, digamos alguna palabra a rasgos generales de cómo puede celebrarse: para esta misa se recomienda la plegaria eucarística primera para las misas por diversas necesidades pero también puede emplearse el prefacio I de las ordenaciones con las plegarias eucarísticas I, II o III. Las ropas pueden ser blancas o verde, pues no debe olvidarse que esta misa solo puede celebrarse en el Tiempo Ordinario, fuera de este ciclo litúrgico será necesario permiso expreso del ordinario.

Antes de entrar a analizar las oraciones que configuran el formulario hemos de advertir que mientras que en la “editio typica latina” del 2002 se ofrecen dos colectas, y una de ofrendas y una de postcomunión, la edición española ofrece dos colectas, tres de ofrendas y dos de postcomunión ¿Enriquecimiento? No. Puesto que la segunda del ofertorio (B) es igual que la segunda colecta (B) con el orden de palabras o frases alteradas[1],

Ofertorio B
Colecta B
Señor Dios nuestro, que para regir a tu pueblo has querido disponer del ministerio de los sacerdotes, concédeles un servicio perseverante según tu voluntad, para que, en su ministerio y en su vida, sean capaces de procurar tu gloria en Cristo.
Señor Dios nuestro, que para regir a tu pueblo has querido [servirte] del ministerio de los sacerdotes, concédeles [perseverar] [al servicio de tu voluntad], para que, en su ministerio y en su vida, [puedan buscar] tu gloria en Cristo.



y lo mismo ocurre con la tercera del ofertorio (C) que es igual que la primera del ofertorio (A).

Ofertorio C
Ofertorio A
Oh Dios, tú has querido que tus sacerdotes sean servidores de los santos altares y del pueblo, concede propicio, por la eficacia de este sacrificio, que su ministerio […] te sea siempre grato y dé, en tu Iglesia, el fruto que siempre permanece.
Oh Dios, tú has querido que tus sacerdotes sean [ministros] [del santo altar] y del pueblo, concede propicio, por la eficacia de este sacrificio, que [el] ministerio [de tus siervos] te sea siempre grato y dé, en tu Iglesia, [frutos] que siempre [permanezcan].



La oración colecta A está tomada del misal romano del 1570[2] de la que se ofrece para la misa de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote con variantes como se muestra en el cuadro siguiente:

1570
2002
Deus, qui [ad maiestatis tuae gloriam et generis humani salutem,] Unigenitum tuum summum [atque] aeternum constituisti Sacerdotem: praesta; ut quos ministros [et] mysteriorum [suorum] dispensatores elegit in accepto ministerio adimplendo Fidel[e]s inveniantur
[…] Deus, qui
Unigenitum tuum summum aeternumque constituisti sacerdotem, praesta, ut, quos ministros tuorumque mysteriorum dispensatores elegit, in accepto ministerio adimplendo fidelis inveniantur.



            Como vemos, está centrada en Jesucristo el único Sumo y Eterno Sacerdote que elige ministros y administradores de sus misterios. La colecta B, de nueva creación, dice que Dios, para regir a su pueblo, quiso servirse del ministerio de los sacerdotes y para ello, concede a estos mismos la perseverancia y el interés por buscar la gloria de Cristo. La oración sobre las ofrendas A, de nueva creación, indica que el sacrificio se ofrece por los sacerdotes, a los que llama ministros del altar y del pueblo; para que sean gratos a Dios y den frutos en la Iglesia. La oración de postcomunión, también de nueva creación, señala que el sacrificio, al ser ofrecido y comulgado, llena de vida a clero y pueblo para que, juntos, puedan servir a Dios. 


III. Vida

            Analizado, pormenorizadamente, el formulario veamos algunos puntos que pueden ayudarnos a unos a comprender mejor el ministerio sacerdotal y lo que comporta y a otros a vivirlo coherentemente.

El misterio de la elección: es lo primero de lo que nos informan las oraciones de hoy: Jesucristo es el único que elige “con amor de hermano, a hombres de este pueblo” para investirles de su poder sacerdotal y así poder regir a este mismo pueblo de donde han sido sacados. Pero este gobierno, en los presbíteros, se ejerce en comunión y co-responsablemente con el obispo. Así pues, nadie puede arrogarse el honor de ser sacerdote; no es sacerdote el que quiere sino el que Dios llama. No es cuestión de sexos sino de misterio de elección por Cristo. El sacerdocio femenino no tiene cabida porque no se halla en la voluntad salvífica de Jesucristo ni dio ninguna indicación al respecto. Luego, la Iglesia no puede hacer nada que su Señor y fundador no dispusiera.

El ministerio sacerdotal: es, ante todo, un servicio. No un honor ni un cargo ni un derecho adquirido por adquirir. Es un servicio dado que etimológicamente, ministerio viene del latín “ministerium” y este del vocablo “minus” que significa “el menor” o “el que sirve”. El presbítero es un servidor del altar y del pueblo, en este orden lo marca la lex orandi. Del altar, porque ha sido investido de autoridad para ello, para la confección de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía como lo recuerda el IV Concilio de Letrán: “Y este sacramento nadie ciertamente puede realizarlo sino el sacerdote que hubiere sido debidamente ordenado…” (DS 802). Todo lo demás pueden hacerlo perfectamente los seglares. Pero también es servidor del pueblo en cuanto que los sacramentos son celebrados para santificación de los fieles. También son servidores del pueblo ejerciendo como Padres del mismo, paño de lágrimas, consejero en problemas, acompañante de duelos y partícipe de alegrías. Aun mejor lo exponen estas palabras de san Policarpo: “los presbíteros han de ser compasivos y misericordiosos con todos; han de recuperar a los que yerran, visitar a todos los enfermos, atender a las viudas, huérfanos o pobres; preocuparse de hacer el bien ante Dios y ante los hombres, abstenerse de toda ira, acepción de personas, juicio injusto, alejarse de toda avaricia, no creer rápidamente las acusaciones contra alguien; no ser demasiado severos en el juicio; tener conciencia de que todos somos pecadores (Ad Philp. VI, 1)

El ministerio dentro del pueblo de Dios: el ministerio sacerdotal, por la configuración ontológica que supone y los misterios tan excelsos que trae entre manos, debe ser vivido de cara a Dios, con el ánimo la voluntad de buscar siempre agradar a Dios. Sabemos que la vida sacerdotal no es fácil, ni está exenta de dificultades pero es Dios quien da la gracia para perseverar en ella, para que cooperemos en la edificación de un pueblo bien dispuesto que abunde en buenas obras. Los sacerdotes, ante todo, están puestos al frente del pueblo para buscar, junto con éste, la gloria de Dios, único fin de la vida del hombre.


La vida de todo fiel, pero en especial la de un sacerdote, debe ser una constante ofrenda asumiendo la cruz como requisito indispensable para un ministerio eficaz, pues con razón se nos dice en la ordenación “conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor” (cf. Pontifical Romano, ordenación de presbíteros, 163). Vivir la vida sacerdotal como prolongación del sacrificio eucarístico, sabiendo que es por nuestras manos mediante las que Cristo, nuevamente, se ofrece en el ara de la cruz por la salvación del mundo. Pero también, y no menos importante, el sacerdote es testigo de la Pascua de Cristo, transparencia del Resucitado que sigue asistiendo a su Iglesia en su peregrinación terrena como acompañó un día a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24). Así es como mejor podría entenderse el ministerio sacerdotal vivido en medio del pueblo santo de Dios del cual fuimos extraídos y al cual hemos sido enviados.

Oremos, pues, por los sacerdotes para que sean fieles a la noble y grave tarea que Dios les ha conferido, para que sean celosos administradores de la gracia de Dios que se nos da mediante los sacramentos. Ojalá que a la grey no le falte la solicitud de sus pastores ni a los pastores la docilidad de su grey.

Dios te bendiga



[1] Señalaremos las diferencias con subrayados y corchetes [].
[2] MR1570 [253]

No hay comentarios:

Publicar un comentario