MISA POR LOS MINISTROS DE LA
IGLESIA
I. Misterio
“Ministro” es una palabra que procede del
vocablo latino “minister,-tra,-trum”
que, a su vez, deriva del adjetivo latino en grado comparativo “minor,-oris” y que significa “más pequeño”, “menor”; de ahí que “ministro”
literalmente signifique “el que ayuda”
o “el que sirve”.
Queridos
lectores, me ha parecido interesante comenzar con este apunte filológico para
mejor comprender el tema del que hablaremos hoy. Para la Iglesia, un ministerio
es, ante todo, un servicio carismático que alguien desempeña en favor de la
comunidad eclesial bien sea en la liturgia, bien en la caridad, bien en la
evangelización. Decimos que es “servicio carismático” porque solo se realiza en
la medida en que uno es investido de la gracia divina para realizarlo. Este servicio-ministerio
puede ser ordenado, instituido o designado, como veremos más adelante.
Por el
contexto en que desarrollaremos este pequeño tratado nos centraremos en los
ministerios que intervienen en la celebración litúrgica. Como marco
interpretativo partiremos de este texto del Concilio Vaticano II: «En las celebraciones litúrgicas, cada cual,
ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que
le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas» (SC
28).
Antes de
entrar en la calificación antes apuntada, permítanme un brevísimo apunte
histórico. A lo largo de los primero siglos de la Iglesia se fueron
configurando los diversos ministerios que intervenían en la liturgia (ahorraremos
los detalles) hasta concluir en la septiforme distribución de éstos dándoles el
nombre de órdenes (mayores y menores). Las ordenes mayores son: obispo,
presbíteros y diáconos; y las órdenes menores son: subdiácono, lector,
exorcista y ostiario. Hay quienes a estas siete añaden una octava que sería el
acólito. Otros incluyen la tonsura. Esta distribución ha sido así hasta el año
1972 en el que el papa Pablo VI reformó estos órdenes suprimiendo varios quedándose
solo con dos: el acolitado y el lectorado. Esta reforma se llevó a cabo Motu Proprio
“Ministeria Quaedam”, que invito a
leer en http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/motu_proprio/documents/hf_p-vi_motu-proprio_19720815_ministeria-quaedam.html.
Veamos los ministerios:
A) Ministerios ordenados:
El obispo: posee la plenitud del sacerdocio
y el supremo pastoreo en una porción del Pueblo de Dios, llamada Diócesis. En
las celebraciones litúrgicas sacramentales le corresponde el ministerio de
presidir y actuar in persona Christi et
in nomine Ecclesiae, predicar la Palabra de Dios y dirigir y moderar toda
la celebración. Si no preside la misa sino que delega, a él le corresponde
presidir la liturgia de la Palabra y dar la bendición al final de la Misa.
El presbítero: su sacerdocio está
subordinado al del obispo, de quien es cooperador. En las celebraciones
litúrgicas, los presbíteros actúan como ministros de Cristo y representantes
del obispo. Hacen las mismas funciones que éste salvo lo reservado por las
normas litúrgicas.
El diácono: reciben la imposición de manos
no en orden al sacerdocio sino al ministerio. En la celebración litúrgica deben
proclamar y predicar, a veces, el Evangelio, proponer a los fieles las
intenciones de la plegaria universal, sugerir a la asamblea los gestos que
deben adoptar. Son los encargados del cáliz y pueden administrar la comunión a
los fieles. Son ministros ordinarios de la comunión, del Bautismo, de la
Exposición y bendición eucarística; son delegados del matrimonio, de la
Liturgia de las Horas y de las Exequias.
B)
Ministerios instituidos:
Llamamos
ministros instituidos a los que, mediante un rito son habilitados para realizar
determinados ministerios en la comunidad eclesial. Son dos:
El lector: su objetivo específico es la
proclamación de la Palabra de Dios excepto el Evangelio. Son instituidos de
modo estable solo los varones que cumplan ciertos requisitos. Ha de tener la
debida aptitud y preparación. Y un gran amor por la Escritura. Dice así la
oración de institución:
¡Oh Dios, fuente de toda luz y
origen de toda bondad!, que nos enviaste a tu Hijo único, Palabra de vida,
para que revelara a los hombres el misterio escondido de tu amor: bendice ╬ a estos hermanos nuestros, elegidos para el ministerio de lectores;
concédeles que, al meditar asiduamente tu palabra, se sientan penetrados y
transformados por ella y sepan anunciarla, con toda fidelidad, a sus
hermanos. Por Jesucristo, Nuestro Señor.
|
El acólito: es instituido para el servicio
del altar y como ayudante del sacerdote y del diácono. Le compete la
preparación del altar y los vasos sagrados y distribuir la comunión entre los
fieles, de la que es ministro extraordinario. Veamos cómo lo refleja la
liturgia:
Padre misericordioso, que por
medio de tu Hijo único has dado a la Iglesia el pan de vida, bendice ╬ a estos hermanos nuestros, elegidos para el ministerio de acólitos;
que tu gracia, Señor, los haga asiduos en el servicio del altar, para que
distribuyendo con fidelidad el pan de vida a sus hermanos, y creciendo
siempre en la fe y en la caridad, contribuyan a la edificación de tu Iglesia.
Por Jesucristo, Nuestro Señor.
|
C)
Ministerio designados o no instituidos:
Son
ministros de facto aquellos que realizan funciones litúrgicas sin estar
instituidos. Los fieles, en virtud de su participación en el sacerdocio de
Cristo mediante el sacerdocio común, están ontológicamente capacitados para
participar en las acciones litúrgicas. Esta es su tarea principal. Puede ser
interna, con atención de mente y sintonía de corazón; o externa mediante
gestos, palabras, cantos, etc. La máxima participación en la Eucaristía se
obtiene comulgando sacramentalmente el Cuerpo del Señor.
II. Celebración
El actual misal de Pablo VI en su
tercera edición del 2002 nos ofrece un único formulario para esta misa. No le
acompaña ninguna indicación para su uso; pero el ritual para la institución de
lectores y acólitos es el formulario que trae a colación en su capítulo III. Por
lo tanto, podemos usar esta misa tanto en las respectivas celebraciones
indicadas como cualquier otro día del año siempre que se respeten las normas
litúrgicas pertinentes a estas misas por diversas necesidades, ya indicadas. El
color de estas misas puede ser blanco o bien el propio del tiempo litúrgico en
que se celebren (verde o morado). Por último debemos señalar dos cosas: para
esta misa puede usarse la plegaria eucarística primera por diversas necesidades
y no habría inconveniente en usar el actual segundo prefacio de órdenes con las
plegarias eucarísticas I, II o III. En segundo lugar, indicaremos que este
formulario es de nueva creación.
La oración colecta ha tomado como
pie el texto de Mt 20, 28 para indicar la importancia y sentido del servicio
dentro de la Iglesia que debe realizarse como competencia, mansedumbre y
perseverancia. La oración sobre las ofrendas se sitúa en la línea de Jn 13,
4-15 haciendo un paralelo entre el ejemplo de entrega de Cristo y la entrega
propia del ministro. La oración de post-comunión demanda la gracia de la
fidelidad a los ministros en su servicio al Evangelio, a los sacramentos y a la
caridad pues esto conlleva la gloria de Dios y la santificación de los hombres.
Los textos bíblicos han sido tomados
de 1Cor 12, 4-6 para la antífona de entrada, con el fin de indicar que los
ministerios en la Iglesia son muy diversos pero que contribuyen a un único fin
y que tienen un mismo origen y fuente en Dios Padre. Para la antífona de
comunión se nos ofrece Lc 12, 37 donde se recuerda que el ministerio en la
Iglesia hallará su recompensa en el cielo cuando sea el mismo Jesucristo quien
nos invite a su banquete y nos sirva.
III. Vida
Veamos que enseñanzas morales
podemos entresacar de los textos que hemos analizado:
·
El ministerio es un servicio a ejemplo de Jesucristo: en su ministerio público Jesús nos enseñó que “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a
servir” (cf. Mt 20, 28). Nos instruyó
en el arte de servir y para ello dio ejemplo lavando los pies a sus discípulos
como anticipo de su participación en el reino de los cielos (cf. Jn 13, 4-15). De
estos textos debemos sacar una conciencia clara del papel que cada uno
desempeña en la comunidad cristiana en la que está: es un SER-VI-CIO para la
edificación de la Iglesia particular. No es ni poder, ni privilegio ni
autoridad, sino que se trata de poner al servicio de la Iglesia los dones y
talentos que tenemos; y procurar el bien espiritual y material de cada hermano.
·
El ministerio conlleva una ofrenda personal del
ministro y de cada creyente: se trata de
vivir la vida con un carácter oblativo, es decir, de entrega a Dios. Cada uno
puede y debe ofrecer a Dios un sacrificio personal vivido en la liturgia de la
vida cotidiana pero esos pequeños sacrificio personales deben unirse al gran sacrificio
que ofrece la Iglesia, pueblo sacerdotal, en la Eucaristía del domingo. De este
modo nos unimos más estrechamente a Cristo.
·
Hay una forma concreta de ejercerlo para la gloria
de Dios y la santificación de los hombres:
esta forma se manifiesta en
o “Competencia en la acción”: es decir, que
se esté capacitado y se tenga aptitudes para ello. No se puede poner a leer a
quien no sabe; o a dar catequesis a quien no conoce la fe.
o “Mansedumbre en el servicio”: se debe
ejercer con espíritu pacífico y con ánimo magnánimo y liberalidad. Sin aspereza
y sin malos modos. Como Cristo lo hacía con gran cariño y viendo a un hermano
en aquel a quien se sirve.
o “Perseverancia en la oración”: es
fundamental para que cualquier trabajo en la Iglesia tenga éxito. Sin la
oración no se puede servir ni vivir. Esta oración deberá estar marcada por la
liturgia y por el ministerio propio que se desempeñe, pero siempre con espíritu
de intercesión.
o “Espíritu de humildad”: sabiendo que el
ministerio no es nuestro sino algo delegado de Dios. Es Él quien actúa en
nosotros y a través de nosotros. Si esto lo tenemos claro podremos evitar
formas abusivas y autoritarias que más propias son de los poderes mundanos que del de los
cristianos.
o “Espíritu de
amor”: como dice san Pablo, “debe ser el ceñidor de la unida consumada” (cf.
Col 3, 14). Este amor en el ministerio adquiere una doble dimensión: por un
lado es amor a Dios, a quien servimos y por quien servimos; por otro lado, un
amor generoso a los hermanos y prójimos a quienes servimos de las distintas
maneras establecidas.
Por tanto, es un buen día hoy para orar por tantos y
tantos fieles que desempeñan un ministerio (servicio) en la Iglesia: orar por los
sacristanes, por los organistas, por los monaguillos, por los lectores, los
acólitos, los diáconos (sean permanentes o no) y por todos y cada uno de los
que de una manera u otra (catequistas, visitadoras de enfermos, voluntarios de
caritas, etc) construyen la Iglesia desde Cristo, para Cristo y por Cristo.
Gracias y que Dios os bendiga.
Dios te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario