HOMILÍA DEL DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos en el Señor:
Cuando
el año litúrgico va llegando a su fin, las lecturas de hoy, de alguna manera,
nos anticipan el Adviento puesto que si tuviéramos que glosar los textos
bíblicos de este domingo en una idea sería esta: “buscar y dejarnos encontrar”.
El
libro de la Sabiduría nos presenta a ésta como un ser personal que tiene como
ansias de entablar diálogo con todo aquel que quisiera acercarse a ella. Pero
para este fin, lo primero que debemos querer es buscarla, pues “quienes la buscan la encuentran”.
Pasamos la
vida buscando cosas: buscamos éxitos, buscamos promoción, buscamos agradar a la
gente, buscamos, en definitiva, calmar nuestra ansia de felicidad y bienestar;
y la ausencia de preocupaciones o inquietudes, sin darnos cuenta que la
búsqueda de lo primero conlleva la generación de lo segundo. Pero somos
humanos, seres carnales sujetos a las pasiones y veleidades de este mundo y muy
pocas veces nos apercibimos de la futilidad e insustancialidad de esas pequeñas
búsquedas cortoplacistas.
Las
lecturas de hoy, en este sentido, vienen a ser un aviso, un toque de atención
para volver a lo fundamental de la vida, a buscar la felicidad verdadera y
permanente, a buscar los más altos ideales en la vida, en otras palabras,
buscar a Dios. El cristiano está llamado a vivir en esta tensión constante:
buscar a Dios, tener a Dios, estar con Dios, vivir con Dios. Es el camino de la
santidad.
Con el
salmo podemos decir que esta búsqueda del Dios vivo y verdadero crea en
nosotros una sed irremediable de eternidad, que nuestra alma tiene sed de Dios
y nuestra carne mortal, ansía de su eternidad como la tierra reseca, agostada y
sin agua suspira por las lluvias.
Las
vírgenes prudentes de la parábola lo tenían todo dispuesto y preparado para
pertrecharse en esa búsqueda del esposo que suponía aguardar en vela hasta su
regreso. Y, aunque a mitad de la noche pudieron sucumbir a la tentación y
despiste del sueño, tenían sus lámparas bien cargadas de aceite. Una metáfora
de la vida espiritual, pues aunque en nuestro camino hacia Dios podamos
sucumbir a las tentaciones o podamos despistarnos por malos consejos y engaños
diabólicos, si nuestra alma está bien esponjada del amor de Dios y de la gracia
divina, podrá resistir y re-emprender el camino de vuelta.
Pero… ¡ay
paradoja divina! ¡Desconcierto gracioso y bienhallado! Cuando creemos que la
búsqueda de Dios es un propósito que nace de nuestra bien pensar y nuestro buen
hacer, resulta que todo se basa en dejarse alcanzar por Dios, en dejarse
encontrar por aquel que buscábamos. Cuando pensábamos que éramos nosotros
quienes buscábamos a Dios, en verdad es Él quien salía a nuestro encuentro,
pues no podemos olvidar, queridos hermanos, que todo inicio de la fe y de conversión
es puro don de la gracia de Dios; que, al fin y al cabo, es la Sabiduría la que
nos encuentra a nosotros.
Así pues,
en este domingo ya próximo a acabar el año litúrgico, dispongámonos al
encuentro con Dios dejándonos alcanzar por su gracia y amor. Vivamos siempre
sin relajar la tensión de la búsqueda de Dios sabiendo confiadamente que él ya
nos encontró primero. No seamos como las vírgenes necias que nunca buscaron ni
velaron, es decir, hombres u mujeres in fe ni esperanza que piensan que Dios
les ha olvidado o que están tan ocupados en sus cosas que no encuentran tiempos
para buscar a Dios. Que no tenga el Señor que decir de nosotros: “No os conozco”.
Así sea.
Dios te
bendiga
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