HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE NUESTRO
SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Queridos
hermanos en el Señor:
Llegados al final del año litúrgico
la Iglesia nos permite celebrar hoy aquello que con tanta prolijidad repiten
los textos neo-testamentarios: que Cristo es Rey y que su reino, aun no siendo
de este mundo, sí que se extiende a toda la creación y, por tanto, a todas las
naciones. Una de las propiedades que tiene el oficio real de Cristo es la de
ser el recapitulador final de todo cuanto existe, ha existido y existirá. Por eso,
tiene sentido que tras la reforma del Concilio esta fiesta cambiara de fecha de
ser el último domingo de Octubre a ser el último domingo del año litúrgico.
Como cada domingo, dentro de un
momento recitaremos aquellas bimilenarias palabras “y vendrá a juzgar a vivos y muertos; y su reino no tendrá fin”. Este
aserto que cierra el ciclo cristológico del Credo fue introducido en el
Concilio I de Nicea para reforzar la co-igualdad divina entre el Padre y el
Hijo en la Trinidad. El pasaje evangélico que hoy se nos propone nos ofrece una
preciosa y plástica descripción de cómo podrá ser ese momento escatológico y
definitivo: “Cuando venga en su gloria
el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su
gloria y serán reunidas ante él todas
las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de
las cabras. Y pondrá las ovejas a su
derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey”.
Cristo se muestra como un juez con
todos los poderes y prerrogativas para emitir un veredicto. En esta gesta no
está solo, pues su testimonio vendrá reforzado por los ángeles del cielo que actuarán
como testigos ante los hombres. Usando una imagen típica apocalíptica, el juez
del mundo se sentará sobre el trono en el que reina – como dice san Pablo –
hasta que Dios haga a los enemigos estrado de sus pies. Del mismo modo que los
ancianos del Apocalipsis se sientan en sus tronos (cf. Ap 11, 17). Y una vez
que esta todo dispuesto, comienza el juicio. Para ello todas las naciones
estarán dispuestas ante ese mismo trono.
Al final de la historia el Evangelio
ha tenido que llegar a todo el orbe de la tierra sin excepción, lo que
significa que durante el tiempo que falta hasta la Parusía la Iglesia debe
estar inmersa en la hazaña misionera. Esas naciones que comparecerán ante Dios
pueden lanzar contra la Iglesia la acusación de que se vieron abandonadas u
olvidadas porque no les llegó el Evangelio. Con lo cual hay aquí una primera
responsabilidad de cara a preparar el reinado de Cristo. Pero también, y no es
menos cierto, que habrá naciones que tendrán que responder del rechazo al
Evangelio cuando este llegó bien por motivos religiosos o bien porque lo extirparon
de la sociedad tras siglos de arraigo y configuración de la misma.
Pero dentro de esas naciones, el
juicio que hará el rey será individual y singular a cada persona. Jesucristo ha
querido buscar a las ovejas descarriadas, sacarlas de los lugares oscuros donde
se perdieron por el pecado. Ésta ha sido la obra misionera de la Iglesia. Pero
ahora no queda más remedio que separar las ovejas que valen de los cabritos
cuyo valor es más bajo. Cristo no pregunta por la fe de las naciones o los
individuos sino por la esencial expresión de esa fe cristiana que es la caridad.
Las obras de misericordia son la prueba más fehaciente de que la fe se ha
implantado en la historia y en los pueblos. Son las pruebas del juicio.
Por otra parte, Cristo se identifica
con los pobres y menesterosos que han recibido la ayuda y la caridad lo que
supone que el juicio ya ha comenzado en cada acto de la vida. Cada acto bueno o
malo obrado va disponiendo al alma para el juicio final. La identificación de
Cristo con los pobres define perfectamente la comprensión cristiana de la
caridad y de la justicia social. El cristiano no se conforma con ser buena
persona ni con el altruismo filantrópico de hacer el bien para sentirnos mejor
con nosotros y con el mundo. No. Para el cristiano, la máxima aspiración es la
de ser santo. Y…¿qué es ser santo? Reconocer en el otro al mismo Cristo y por
tanto estar prontos y prestos a ejercer la caridad generosa, que es expresión
concreta de la fe cristiana.
Y la caridad la pueden ejercer las
naciones en su conjunto en cuanto fundamentan sus leyes en la ley natural o en
los preceptos cristianos. O la pueden ejercer los ciudadanos individuales
cuando el Estado ha abandonado la ley natural o los preceptos cristianos. En este
segundo lugar, el cristiano tiene que ejercer no solo la caridad sino mantener
la fe frente a las políticas anti-religiosas o ateas de los gobiernos, y una de
estas acciones es la objeción de conciencia. Frente a la apostasía de las
naciones, la Iglesia debe permanecer como un pequeño resto fuerte y afianzado
en Dios para presentarse con las manos llenas de amor y verdad ante el tribunal
de Cristo.
Perseverancia y fidelidad es lo que
hará que nuestras almas sean salvadas. Si mantenemos encendidas las lámparas de
la esperanza y hemos puesto a producir los talentos del don de la fe
practicando una caridad generosa con los hermanos más pequeños podremos ser
invitados a pasar al gozo de nuestro Señor, al banquete de bodas del Cordero. Pero
mientras tanto, las oportunidades se nos dan aquí, en esta vida, y el banquete
final se nos adelanta en la Eucaristía. Procuremos y vivamos ya el reinado de
nuestro Señor Jesucristo. ¡Viva Cristo Rey!
Dios te bendiga
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