miércoles, 15 de noviembre de 2017

7. MISA PRO SEIPSO SACERDOTE


MISA POR EL MISMO SACERDOTE



I. Misterio

            El post anterior estuvimos hablando del sacerdocio a rasgos generales. El formulario de la misa que hoy estudiaremos quiere concretar esos aspectos en la vida de cada ministro; para ello, la misa por el mismo sacerdote nos ofrecerá ver al presbítero ejerciendo el ministerio en el campo concreto asignado por la Iglesia, en concreto, como párroco o en otra forma de la cura de almas. Nos ayudaremos de las palabras del Código de Derecho Canónico (cc. 512-530) que recoge una rica teología acerca de esto y disposiciones prácticas que nos serán de gran utilidad.

Comencemos explicando qué es una parroquia

La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio. Normalmente, la parroquia ha de ser territorial, es decir, ha de comprender a todos los fieles de un territorio determinado; pero, donde sea necesario, se constituirán parroquias personales en razón del rito, de la lengua o de la nacionalidad de los fieles de un territorio, o incluso por otra determinada razón.

También la cura pastoral de una o más parroquias a la vez puede encomendarse a varios sacerdotes, con tal que uno de ellos sea el director de la cura pastoral, que dirija la actividad conjunta y responda de ella ante el Obispo. Si, por escasez de sacerdotes, el Obispo diocesano considera que ha de encomendarse una participación en el ejercicio de la cura pastoral de la parroquia a un diácono o a otra persona que no tiene el carácter sacerdotal, o a una comunidad, designará a un sacerdote que, dotado de las potestades propias del párroco, dirija la actividad pastoral.

Pero… ¿Quién es el párroco?

El párroco es el pastor propio de la parroquia que se le confía, y ejerce la cura pastoral de la comunidad que le está encomendada bajo la autoridad del Obispo diocesano en cuyo ministerio de Cristo ha sido llamado a participar, para que en esa misma comunidad cumpla las funciones de enseñar, santificar y regir, con la cooperación también de otros presbíteros o diáconos, y con la ayuda de fieles laicos, conforme a la norma del derecho. Para que alguien pueda ser designado párroco válidamente debe haber recibido el orden sagrado del presbiterado. El párroco debe tener estabilidad y por tanto debe ser nombrado por tiempo indefinido; sólo puede ser nombrado por el Obispo diocesano para un tiempo determinado, si este modo de proceder ha sido admitido, mediante decreto, por la Conferencia Episcopal. Quien ha sido promovido para llevar la cura pastoral de una parroquia, la obtiene y está obligado a ejercerla desde el momento en que toma posesión.

Y… ¿Qué obligaciones tiene el párroco? 

El párroco está obligado a procurar que la palabra de Dios se anuncie en su integridad a quienes viven en la parroquia; cuide por tanto de que los fieles laicos sean adoctrinados en las verdades de la fe, sobre todo mediante la homilía, que ha de hacerse los domingos y fiestas de precepto, y la formación catequética; ha de fomentar las iniciativas con las que se promueva el espíritu evangélico, también por lo que se refiere a la justicia social; debe procurar de manera particular la formación católica de los niños y de los jóvenes y esforzarse con todos los medios posibles, también con la colaboración de los fieles, para que el mensaje evangélico llegue igualmente a quienes hayan dejado de practicar o no profesen la verdadera fe. Esfuércese el párroco para que la santísima Eucaristía sea el centro de la comunidad parroquial de fieles; trabaje para que los fieles se alimenten con la celebración piadosa de los sacramentos, de modo peculiar con la recepción frecuente de la santísima Eucaristía y de la penitencia; procure moverles a la oración, también en el seno de las familias, y a la participación consciente y activa en la sagrada liturgia, que, bajo la autoridad del Obispo diocesano, debe moderar el párroco en su parroquia, con la obligación de vigilar para que no se introduzcan abusos.

Reconozca y promueva el párroco la función propia que compete a los fieles laicos en la misión de la Iglesia, fomentando sus asociaciones para fines religiosos. Coopere con el Obispo propio y con el presbiterio diocesano, esforzándose también para que los fieles vivan la comunión parroquial y se sientan a la vez miembros de la diócesis y de la Iglesia universal, y tomen parte en las iniciativas que miren a fomentar esa comunión y la consoliden.

Entremos ya a estudiar el formulario litúrgico donde se asiente y dimana todo el ser y el hacer del párroco esbozado anteriormente.


II. Celebración

Esta misa ofrece tres formularios (A-B-C). Los formularios A y B están previstos para un sacerdote con cura de almas, es decir, para un párroco; mientras que el formulario C lo está para el aniversario de la propia ordenación. Puede decirse bien con ornamentos blancos o del día siempre que no se contravenga la norma general de respetar la oportunidad y el tiempo litúrgico. Con este formulario puede usarse la plegaria I para las diversas necesidades o bien el prefacio I para las ordenaciones con las plegarias eucarísticas I, II o III.

El formulario A contiene: una oración colecta, tomada de los sacramentarios gelasianos[1] con algunas variaciones sintácticas. Esta oración acentúa la generosa elección divina frente a la debilidad humana que no hace méritos para ello. El sacerdote ha de cumplir el ministerio que le compete celebrando los sacramentos y guiando al pueblo de Dios. La oración sobre las ofrendas ha sido adaptada de la compilación veronense[2]. Se centra en la relación pastor-grey acentuando la necesaria obediencia de unos y la solicitud pastoral del otro. La oración de pos-comunión ha sido tomada, también de la compilación veronense[3]. Dios es la fuente y plenitud de las virtudes con lo cual solo a Él se debe el que el sacerdote pueda hacer el bien, predicar, ofrecer los misterios y exponer el conocimiento de Dios.

Los textos bíblicos seleccionados para este primer formulario son: para la antífona de entrada, Col 1, 25-28 donde se sitúa el sacerdocio como un administrador elegido por Dios para comunicar su gracia y su palabra al pueblo; y para la antífona de comunión, Jn 15, 9 donde recuerda al ministros que la clave de todo “éxito” pastoral está el permanecer en el amor de Dios. El sacerdocio es un oficio de amor: de amor a Dios y de amor al pueblo de Dios.

El formulario B es de nueva creación. Contiene una colecta inspirada en el salmo 85, 1: “Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre desamparado”, que junto con la acción iluminadora del Espíritu Santo hace posible en el sacerdote que éste celebre los misterios, sirva a la Iglesia y ame a Dios como este merece ser amado por sus ministros. La oración sobre las ofrendas contiene un tratado condensado sobre la configuración del ministro con Cristo sacerdote y víctima. La oración de pos comunión se basa en el misterio eucarístico como fuente de fortaleza y gozo para proseguir en el ministerio sacerdotal.

Los textos bíblicos asignados a este formulario son eminentemente afectivos: para la antífona de entrada el salmo 15, 2.5 recuerda al ministro que toda su felicidad y todo lo bueno está cifrado en Dios y fuera de Él no va a encontrar ningún otro aliciente para su vida y ministerio. La antífona de comunión está tomada de Lc 22, 28-30 donde Jesús promete el banquete del Reino verdadero a los que perseveren con Él en el trabajo pastoral, esto es, sus pruebas; pues, la configuración con Cristo o es plena y totalizante o no será.

El formulario C es más complejo: la oración colecta es de nueva creación. Recopila los temas de los formularios anteriores: la usencia de méritos en la debilidad del sacerdote, la gracia de la elección, la participación en el sacerdocio de Cristo, el servicio a la Iglesia, la predicación del Evangelio y la celebración de los misterios divinos. La oración sobre las ofrendas es del sacramentario gregoriano del papa Adriano[4]. Vuelve a recordar la ausencia de méritos en el sacerdote lo que conlleva la necesidad de que el ministerio progrese y se perfeccione a lo largo de la vida. Para la oración de pos-comunión, la primera parte “Para alabanza…mi sacerdocio” se encuentra en la compilación veronense[5] y los gelasianos[6] mientras que la segunda parte “he celebrado…en el sacrificio” es de nueva creación. Esta oración retoma el tema importante de la configuración cristológica en el ser sacerdote y víctima (Eucaristía perfecta) de Cristo.  

Los textos bíblicos parejos a este formulario son: para la antífona de entrada Jn 15, 16 donde se recuerda el misterio de la elección del sacerdote por parte de Cristo en orden a una misión concreta: dar frutos de vida eterna; mientras que para la antífona de comunión se ha tomado de 1 Cor 10, 16, centrada en el cáliz y en el pan como sello de la alianza hecha por Dios en Cristo con los humanos y especialmente con el sacerdote que celebra su aniversario, quien físicamente eleva el cáliz y parte (fracciona) el pan de vida.


III. Vida

            Una vez analizados los diversos formularios, establezcamos algunos puntos sustanciales extraídos de los mismos para una mejor comprensión del sacerdocio como dimensión personal del ministro y como responsable de la cura de almas.

            1. La elección divina y el sustrato humano: en líneas generales, de los formularios se desprende que el sacerdote ha sido elegido por la gracia y la providencia divina para proveer a su pueblo de Pastores. Pero esta elección no se hace atendiendo a criterios humanos sino por disposiciones que sólo Dios conoce. Pero Dios, total conocedor de la debilidad humana, cuando elige no elige a los capacitados sino que su gracia, por el sacramento del Orden, es la que capacita a los electos para que ejerzan el ministerio en pro de la edificación del Cuerpo místico de Cristo. Los méritos humanos poco o nada valen, las cualidades humanas poco o nada aportan para la elección, aunque si para el ejercicio del mismo. Entonces ¿Por qué Dios elige para el sacerdocio a unos y a otros no? Solo Él lo sabe. No cabe otra respuesta que pretenda agotar la solución. Por ello, cuando uno es elegido para el ministerio solo queda dar gracias por ello y ponerse en las manos de Dios para que Él disponga lo que quiera.

            2. Relación párroco-feligreses: hay una frase paradigmática en el formulario A que puede ayudarnos a entenderla: “para que al pastor no le falte la obediencia de su grey, ni a la grey el cuidado de su pastor”. Aparentemente la frase pareciera que establece un vínculo puramente jurídico entre ambas partes, pero, aun siendo verdad la base jurídica, realmente entre estos dos términos de la relación lo que prima es la caridad pastoral puesto que la obediencia que le debe la feligresía al párroco o a los que trabajan con él en el ministerio solo se hace efectiva si somos capaces de remontarnos del signo a la realidad, es decir, la obediencia al párroco no se demanda por razones afectivas (si me cae bien o me cae mal) sino porque representa a Cristo-Pastor en la comunidad. La obediencia, por tanto, se tiene en cuanto éste exponga la fe y la moral de la Iglesia en comunión con ella y nunca con las opiniones y gustos personales de los mismos.   

            La segunda parte de esta frase debe entenderse en la misma perspectiva: el cuidado de la grey, aunque a veces cueste, no se realiza en virtud de la bondad o maldad de la gente que forme la grey sino que en la pequeña feligresía se contiene el germen de toda la Iglesia universal, de ahí que cuando el párroco vela con solicitud por cada niño, cada joven, cada adulto, cada anciano, cada enfermo, está cuidando a los niños, jóvenes, adultos, ancianos y enfermos de toda la Iglesia. Aquí también hay que saber remontarse del signo a la realidad: la parroquia es signo concreto de la Iglesia universal, santa y católica. En este sentido se hace real la vivencia de la estructura sacramental de la Iglesia.

            3. La cura de almas: es la labor fundamental del sacerdote encargado de una parroquia o que trabaja en ella cooperando con otros presbíteros. Los tres formularios en conjunto concretan en qué consiste este cuidado de las almas (= personas en su totalidad): 1. Predicación: el ministro debe preparar la predicación y estar pronto para acometer esta importante labor pues para ello cuenta con la fuerza del Espíritu Santo; 2. Hacer el bien: es una tarea de todo cristiano pero en un párroco reviste una especial importancia, pues el ministro debe destacarse por una caridad sincera y generosa con todos por igual y sin acepción de personas; 3. Celebrar los misterios: tarea primera, principal e ineludible de los ministros. Como dijimos en páginas anteriores, esto es lo único que pueden hacer los sacerdotes y nadie más[7]. La celebración litúrgica debemos entenderla como un servicio, tal como este formulario propone al hablar de “administrar los misterios”, “administrador de la gracia”, o similares; 4. Servir a la Iglesia: que es la dimensión totalizante de la vida del ministro ordenado porque es la que aglutina todo lo anterior. El presbítero debe estar siempre dispuesto a llevar a cabo toda aquella encomienda de la Iglesia para edificar y guiar hasta la plenitud al Pueblo de Dios.

            4. Participación del sacerdocio de Cristo: este es un principio de toda vivencia del sacerdocio. Todo parte de aquella oración pronunciada sobre nosotros en el día de la ordenación: “conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor[8]. Este aserto, aunque breve y conciso en su formulación, contiene una densidad teológica que el formulario de la misa que comentamos puede ayudarnos a escrutar. Generalmente cuando se plantea el tema de la participación en el sacerdocio de Cristo tiende a acentuarse la dimensión del “poder sacerdotal”, es decir, la capacitación de la gracia para confeccionar eficazmente los sacramentos, y en especial la misa. Pero la participación con Cristo, sin negar lo anterior, va más allá de la “potestas ordinis”; el ministro participa del sacerdocio de Cristo, ante todo, existencialmente como víctima que se ofrece en sacrificio. El ministro ordenado es vivencia concreta, personal y singular de aquello que san Pablo exhorta a todos los cristianos: “que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual” (Rom 12, 1).


            El misterio de la cruz del Señor es un misterio de amor, de entrega, de sacrificio, de víctima viva. Y aquí es donde el párroco se juega el todo de su sacerdocio y de su ministerio. Para ser buen olor de Cristo hemos de abrasados por el carbón de la entrega como el incienso es abrasado por los carboncillos del incensario y así desprende un aroma suave y agradable. Así como la vela que alumbra al Santísimo se consume gritando a todos que Jesús está aquí, el ministro ordenado debe gastar su vida consumiéndose en hacer presente a Cristo en medio de la comunidad parroquial.

            Así pues, en conclusión, qué importante es la labor del párroco en medio de la parroquia o de cualquier comunidad cristiana. Y, por ello, cuánto más importante será rezar por aquellos que tienen el encomendado el ministerio sacerdotal para edificar la Iglesia y guiarla hasta el día de Cristo, mediante la celebración de la santa misa y de los sacramentos y el ejercicio generoso de la caridad pastoral. Ánimo y recen por sus párrocos.

Dios te bendiga



[1] GeV 774 y GeA 2108.
[2] Ve 997.
[3] Ve 1003.
[4] GeH 703.
[5] Ve 999.
[6] GeV 776 y GeA 2110.
[7] Ciertamente puede haber celebraciones litúrgicas que puedan celebrarla los laicos pero siempre de manera delegada y en casos excepcionales, no de ordinario.
[8] cf. Pontifical Romano, ordenación de presbíteros, 163.

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