Antífona de entrada
«Anunciadlo con gritos de júbilo, publicadlo
y proclamadlo hasta el confín de la tierra. Decid: “El Señor ha rescatado a su
pueblo”. Aleluya». Inspirada en Isaías 48, versículo 20. De todos los
pensamientos espirituales que pueden surgir en este tiempo litúrgico, ninguno
como el de hoy resumen tan acertadamente la gran hazaña obrada por Cristo: la
Pascua es la consecuencia del rescate; es el tiempo para gozarnos y recrearnos
en la victoria de Cristo sobre el pecado, el demonio y la muerte. Los
cristianos, pues, este domingo tenemos una gran noticia que dar al mundo: hemos
sido arrebatados de las garras del mal gracias a la generosa entrega de nuestro
Señor Jesucristo.
Oración colecta
«Dios todopoderoso, concédenos continuar
celebrando con fervor sincero estos días de alegría en honor del Señor
resucitado, para que manifestemos siempre en las obras lo que repasamos en el
recuerdo. Por nuestro Señor, Jesucristo». De nueva incorporación. Es un
domingo para recordar todo lo que el Señor ha hecho por nosotros; recordar que
nos ha dado una vida nueva, ha devuelto la vida a la creación entera, nos ha
hechos mujeres y hombres nuevos. El sexto domingo de la pascua, cuando estamos
a las puertas de la solemnidad de la Ascensión, nos permite repasar cuántos
dones hemos recibido en estos días santos. Siempre es aconsejable que los
cristianos nos paremos a pensar, de vez en cuando, los momentos en que Cristo
se ha hecho presente en nuestras vidas para ser fieles a Él en el futuro.
Oración sobre las
ofrendas
«Suban hasta ti, Señor, nuestras súplicas con
la ofrenda del sacrificio, para que purificados por tu bondad, nos preparemos
para el sacramento de tu inmenso amor. Por Jesucristo, nuestro Señor». Es
una oración creada a partir de fragmentos precedentes en todos los
sacramentarios romanos, mientras que la segunda parte del texto se encuentra en
el sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII). Tres ideas se concitan en este
breve texto: 1. Siguiendo el salmo 140, queremos que nuestra oración suba a la
presencia de Dios con el alzar de nuestra manos, como incienso a la hora de la
tarde; 2. El sacrificio que ofrecemos es, eminentemente, expiatorio y
purificador; 3. Tiene como fin prepararnos para recibir el gran sacramento del
amor, pues el pan y el vino que presentamos sobre el altar serán para nosotros
el pan de la vida eterna y el cáliz de la salvación perpetua.
Antífona de comunión
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos,
dice el Señor. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté
siempre con vosotros. Aleluya». Tomada del capítulo 14 del evangelio de
Juan, versículos 15 al 16. Como un eco del evangelio de este domingo, este
texto nos sitúa en una nueva perspectiva del misterio eucarístico. Es indudable
que la Eucaristía es el Cuerpo santísimo de nuestro Señor Jesucristo, pero no
podemos olvidar que esto solo es posible por la acción del Espíritu Santo. Esto
se debe a lo que en teología se denomina
la “ley fundamental de la trinidad” según la cual todo le es común a las
personas divinas excepto la relación por oposición “omniaque sunt unum ubi non obviat relationis oppositio” (Concilio
de Florencia, DH 1330).
No
hay obra de las personas divinas que, aun siendo propias de cada una no estén
involucradas las otras dos. Toda obra trinitaria, aunque se atribuya a una de
las Personas, las otras dos también están presentes. Si esto es así, será
lógica, pues, concluir que, de alguna manera, al comulgar con el Cuerpo
santísimo del Señor, también estamos comulgando con el Padre y el Espíritu
Paráclito. Por eso, al recibir la comunión sacramental recibimos la fuerza del
Espíritu Santo para poder guardar los mandamientos divinos.
Oración de pos comunión
«Dios todopoderoso y eterno, que en la
resurrección de Jesucristo nos has renovado para la vida eterna, multiplica en
nosotros los frutos del Misterio pascual e infunde en nuestros corazones la
fortaleza del alimento de salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor». Está
presente en los sacramentarios gelasianos antiguos (s. VIII) y de Angoulenme
(s. IX), sin embargo el cuerpo central de la oración es de nueva creación. La
oración es el colofón de los temas expuestos anteriormente. El recuerdo del
efecto de la muerte y resurrección del Señor en nosotros, que místicamente se
han actualizado en esta celebración eucarística, debe avivar en el corazón de
los fieles los deseos más profundos de vivir en consonancia con ellos, es
decir, ser coherente con lo que Él ha hecho por nosotros.
Visión de conjunto
Hacer memoria o recordar es un saludable ejercicio que,
de vez en cuando, deberíamos hacer. Un profundo repaso a los hechos de nuestra
vida nunca viene mal. Es normal hacerlo cuando estamos en grupos de amigo que
hace tiempo no se ven, cuando queremos iluminar algún momento o situación en la
vida de nuestros hijos o nietos. Y, además, lo hacemos con harta satisfacción y
con tanto esmero que hasta los recuerdos negativos les damos una interpretación
positiva o, al menos, relativamente menos dolorosa.
En la vida espiritual, es también, un ejercicio muy
recomendable hacer memoria del paso de Dios por nuestra vida. Tomemos como base
el siguiente texto bíblico “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes
soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo
son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has
trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo
contra ti, que has dejado tu primer amor” (Ap 2, 2-4). Con harta frecuencia
podemos caer en la rutina de la vida espiritual, hacer triviales las cosas de
Dios. Es, quizás, lo peor que como cristianos puede ocurrirnos: acostumbrarnos
a las cosas de Dios. Esto es lo que, de alguna manera, significa olvidarnos del
amor primero.
Pero frente a esta tentación, hemos de poner algunos
remedios. Yo propongo los siguientes:
1.
El recuerdo agradecido: se nos invita
a una constante acción de gracias a Dios por todo lo que hace por nosotros.
2.
Memoria actualizante: esto es, la
celebración litúrgica de los misterios del Señor; pues a través de la liturgia
el Señor derrama sobre nosotros las gracias que Él ya dispensó en su vida
mortal.
3.
Redescubrir lo sagrado: como novedad
en nuestra vida. Para ello será necesario dejarnos sorprender por Dios;
“ponernos a tiro” para que el Señor derrame su gracia y bondad en nuestras
almas, se irá generando así, poco a poco, un gusto por lo divino que nos hará
apetecer la oración y rechazar el pecado de acedia, esto es la pereza
espiritual.
4.
Vivir la caridad: como expresión
externa de la acción de la gracia de Dios en nosotros. Para los cristianos, la
caridad no es una opción, ni un concepto altruista para satisfacer nuestras
conciencias. No. La caridad brota de las entrañas de Cristo que se da en
alimento a los fieles transformando la vida y la capacidad relacional de éstos.
De este modo, la caridad será una actitud espontánea que prolonga la vida
cristiana más allá de la intimidad del corazón.
Hagamos,
pues, queridos lectores, memoria de Cristo en nuestra vida; volvamos al amor
primero; no nos acostumbremos a las cosas de Dios y rompamos con la tendencia
que la rutina cotidiana nos impone. Ojalá que en esta pascua que ya termina,
hayamos tomado, al menos, conciencia del mucho amor de Cristo por cada uno de
nosotros.
Dios
te bendiga
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