Antífona
de entrada
«Galileos,
¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Volverá como lo habéis visto marcharse al
cielo. Aleluya». Tomada de los Hechos de los apóstoles capítulo 1,
versículo 11. Llega el momento de la despedida. Nuestro anhelo por estar con
Cristo puede llevarnos a estar constantemente mirando al cielo como si esperáramos
su pronta venida sin tener en cuenta que cada domingo vuelve a nosotros bajo
las especies del pan y del vino. El que se marchó ante el asombro jubiloso de
los ángeles vuelve ante el estupor de los fieles y de la corte de los santos. De
este modo, esta promesa de los ángeles a los discípulos se cumple en cada misa
aguardando su cumplimiento definitivo al final de los tiempos.
Oración
colecta
Se
ofrecen dos textos:
«Dios
todopoderoso, concédenos exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa
acción de gracias, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra
victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra cabeza, esperamos
llegar también los miembros de su cuerpo. Por nuestro Señor Jesucristo».
Nueva creación. Se aprecia notablemente la visión antropológica de la teología
católica donde la unidad psico-somática del hombre está llamada, toda ella y
entera, a participar de la gloria eterna. Esta oración pretende ofrecernos una
visión de la solemnidad de la Ascensión despojada de conceptos locativos (arriba
o abajo), acentuando la cuestión del estado de salvación eterna, que no es otro
sino compartir el destino último de Cristo, esto es, ocupar nuestro lugar en el
santuario del cielo ante la presencia del Padre eterno.
«Dios
todopoderoso, concédenos habitar espiritualmente en las moradas celestiales a
cuantos creemos que tu Unigénito y Redentor nuestro ascendió hoy a tu gloria.
Él, que vive y reina contigo». Tomada del sacramentario gregoriano de
Adrianno (s. IX) y presente en misal romano de 1570. Esta antigua oración sitúa
los frutos de la Ascensión en una mera perspectiva espiritual: como
consecuencia de creer en este misterio que hoy celebramos, podemos habitar en
el cielo. En comparación con la colecta anterior vemos que la teología actual
es más completa al recoger la renovada escatología cristiana.
Oración
sobre las ofrendas
«Te
presentamos ahora, Señor, el sacrificio para celebrar la admirable ascensión de
tu Hijo; concédenos, por este sagrado intercambio, elevarnos hasta las
realidades del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del
sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII) y del gregoriano de Adriano (s. IX) y
presente en el misal romano de 1570. La oración está redactada en términos
geográficos (ascensión-elevarnos-arriba) propio de las ideas de la antigüedad
cristiana. Sin embargo, el sacrificio ofrecido en nuestra dimensión terrenal es
el que puede hacer posible elevar el corazón a las realidades celestes de las
que el pan y el vino son figura.
Antífona
de comunión
«Sabed que yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos. Aleluya».
Tomada del capítulo 28 del evangelio de Mateo, versículo 20. Del mismo modo que
la antífona de entrada, el último versículo del evangelio según san Mateo haya
su cumplimiento en este momento de la Eucaristía. En la comunión sacramental
Cristo se hace presente en medio de su pueblo con el fin de ser para ellos
alimento de vida y compañía en la travesía.
Oración
de pos comunión
«Dios
todopoderoso y eterno, que, mientras vivimos aún en la tierra, nos concedes
gustar los divinos misterios, te rogamos
que el efecto de nuestra piedad cristiana se dirija allí donde nuestra
condición humana está contigo. Por Jesucristo, nuestro Señor». Es el
resultado de dos textos oracionales, unidos por el verbo “quaesumus” (= te rogamos). La primera parte de la oración solo se
halla en la compilación veronense (s. V), la otra parte se encuentra tanto en
la compilación veronense como en los sacramentarios gelasiano antiguo (s.
VIII), de Angoulenme (s. IX) y el gregoriano del papa Adriano (s. IX), pero no
en el misal romano de 1570. El tema escatológico está muy presente en esta
oración que, por otra parte, se sitúa en la misma línea que la oración sobre
las ofrendas: el sacrificio de la misa, al hacer presente a Cristo bajo las
especies del pan y del vino, nos permite pre-gustar, anticipar, el banquete
eterno que llegará a su cumplimiento definitivo cuando pasemos de la figura de este
mundo a las realidades del cielo, donde Cristo, cabeza de la Iglesia, espera a
ésta que es su cuerpo. Es, en definitiva, la fiesta de la carne glorificada que,
por medio de Cristo, ha entrada en el cielo.
Visión
de conjunto
“¿Qué hacéis mirando al cielo?” le preguntan los
ángeles a aquellos atónitos apóstoles que veían, con tristeza y admiración, cómo
su Señor y su amigo desaparecía de su vista mientras ascendía a lo más alto de
los cielos. Con frecuencia ocurre que los cristianos podemos adoptar estas
actitudes, quedarnos “embobados” mirando al cielo, esperando que Dios nos hable
o realice algún prodigio. Es la actitud descorazonada de quien se siente
perdido o como abandonado de un Dios que sabe que existe pero al que no logra
ver, ni sentir, ni manipular. Porque esta es otra tentación: el pretender
manipular a Dios, y en ella se cae cuando buscamos nuestros intereses en la
oración. Creo en Dios en la medida en que Éste me hace caso y atiende todas mis
necesidades del modo que yo quiero. A esto lo llamamos hacernos un dios a
nuestra medida.
Como consecuencia de estas
actitudes, podemos correr el riesgo de no ver que Aquel que se ha ido al cielo,
lo ha hecho para estar más cerca, aún si cabe, de nosotros. La solemnidad de la
Ascensión nos enseña, por el contrario, que entrando en el santuario del cielo,
Cristo inaugura un tiempo nuevo en la historia de la humanidad que está imbuido
de su presencia, sobre todo, por medio de la liturgia. Del misterio de la
Ascensión podemos colegir que es el tiempo de la presencia íntima de Dios en la
vida de los fieles. La Ascensión del Señor hace posible la gracia en las
acciones litúrgicas de la Iglesia, es decir, la Ascensión tiene como
consecuencia, primera y directa, el Pentecostés, el derramamiento del Espíritu
Santo sobre su Iglesia. En cada celebración pública de la Iglesia se produce un
nuevo Pentecostés.
Así pues, como vemos, la solemnidad
de la Ascensión es la que hace posible que Cristo cumpla su promesa de estar
siempre con nosotros hasta el final de los tiempos, porque como dice un
prefacio del misal: “Él
mismo, habiendo entrado en el santuario del cielo una vez para siempre,
intercede ahora por nosotros como mediador que asegura la perpetua efusión del
Espíritu” (Prefacio para
después de la Ascensión). Su presencia habitual, tanto en la liturgia como en
el alma de los fieles, solo es posible mediante la acción del Espíritu Santo,
de ahí que Ascensión y Pentecostés son inseparables, dos caras de una misma
moneda.
Pero esto no queda aquí, la
inhabitación del Señor en nosotros supone, más que un privilegio, una grave responsabilidad
para llevar una vida en gracia rechazando todo pecado y realizando las buenas
obras. Oración y caridad es el binomio en que se concentra la vida del
cristiano. En el elemento oración incluimos la celebración de la santa misa, la
oración personal, la lectio divina,
el Rosario, etc; mientras que por caridad comprendemos las obras de
misericordia (todas), el rechazo a vivir una vida fragmentada por situaciones
irregulares, el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios y de la
santa madre Iglesia. En otras palabras, del sagrario al mundo y del mundo al
sagrario; Cristo en los pobres y los pobres en Cristo.
Ánimo, queridos lectores; les deseo
una muy feliz fiesta de la Ascensión y ojalá que nos convenzamos de la
presencia de Cristo en nuestras vidas gracias a la efusión del Espíritu Santo.
Liturgia y vida; Misterio, celebración y vida; oración y caridad. Estas son las
reglas a seguir para una sólida, seria y estable vida espiritual.
Dios te bendiga
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