viernes, 26 de mayo de 2017

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR




Antífona de entrada

«Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Volverá como lo habéis visto marcharse al cielo. Aleluya». Tomada de los Hechos de los apóstoles capítulo 1, versículo 11. Llega el momento de la despedida. Nuestro anhelo por estar con Cristo puede llevarnos a estar constantemente mirando al cielo como si esperáramos su pronta venida sin tener en cuenta que cada domingo vuelve a nosotros bajo las especies del pan y del vino. El que se marchó ante el asombro jubiloso de los ángeles vuelve ante el estupor de los fieles y de la corte de los santos. De este modo, esta promesa de los ángeles a los discípulos se cumple en cada misa aguardando su cumplimiento definitivo al final de los tiempos.

Oración colecta

Se ofrecen dos textos:

«Dios todopoderoso, concédenos exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa acción de gracias, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo. Por nuestro Señor Jesucristo». Nueva creación. Se aprecia notablemente la visión antropológica de la teología católica donde la unidad psico-somática del hombre está llamada, toda ella y entera, a participar de la gloria eterna. Esta oración pretende ofrecernos una visión de la solemnidad de la Ascensión despojada de conceptos locativos (arriba o abajo), acentuando la cuestión del estado de salvación eterna, que no es otro sino compartir el destino último de Cristo, esto es, ocupar nuestro lugar en el santuario del cielo ante la presencia del Padre eterno.

«Dios todopoderoso, concédenos habitar espiritualmente en las moradas celestiales a cuantos creemos que tu Unigénito y Redentor nuestro ascendió hoy a tu gloria. Él, que vive y reina contigo». Tomada del sacramentario gregoriano de Adrianno (s. IX) y presente en misal romano de 1570. Esta antigua oración sitúa los frutos de la Ascensión en una mera perspectiva espiritual: como consecuencia de creer en este misterio que hoy celebramos, podemos habitar en el cielo. En comparación con la colecta anterior vemos que la teología actual es más completa al recoger la renovada escatología cristiana.

Oración sobre las ofrendas

«Te presentamos ahora, Señor, el sacrificio para celebrar la admirable ascensión de tu Hijo; concédenos, por este sagrado intercambio, elevarnos hasta las realidades del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII) y del gregoriano de Adriano (s. IX) y presente en el misal romano de 1570. La oración está redactada en términos geográficos (ascensión-elevarnos-arriba) propio de las ideas de la antigüedad cristiana. Sin embargo, el sacrificio ofrecido en nuestra dimensión terrenal es el que puede hacer posible elevar el corazón a las realidades celestes de las que el pan y el vino son figura.

Antífona de comunión

«Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos. Aleluya». Tomada del capítulo 28 del evangelio de Mateo, versículo 20. Del mismo modo que la antífona de entrada, el último versículo del evangelio según san Mateo haya su cumplimiento en este momento de la Eucaristía. En la comunión sacramental Cristo se hace presente en medio de su pueblo con el fin de ser para ellos alimento de vida y compañía en la travesía.

Oración de pos comunión

«Dios todopoderoso y eterno, que, mientras vivimos aún en la tierra, nos concedes gustar los divinos misterios, te rogamos  que el efecto de nuestra piedad cristiana se dirija allí donde nuestra condición humana está contigo. Por Jesucristo, nuestro Señor». Es el resultado de dos textos oracionales, unidos por el verbo “quaesumus” (= te rogamos). La primera parte de la oración solo se halla en la compilación veronense (s. V), la otra parte se encuentra tanto en la compilación veronense como en los sacramentarios gelasiano antiguo (s. VIII), de Angoulenme (s. IX) y el gregoriano del papa Adriano (s. IX), pero no en el misal romano de 1570. El tema escatológico está muy presente en esta oración que, por otra parte, se sitúa en la misma línea que la oración sobre las ofrendas: el sacrificio de la misa, al hacer presente a Cristo bajo las especies del pan y del vino, nos permite pre-gustar, anticipar, el banquete eterno que llegará a su cumplimiento definitivo cuando pasemos de la figura de este mundo a las realidades del cielo, donde Cristo, cabeza de la Iglesia, espera a ésta que es su cuerpo. Es, en definitiva, la fiesta de la carne glorificada que, por medio de Cristo, ha entrada en el cielo.

Visión de conjunto

            “¿Qué hacéis mirando al cielo?” le preguntan los ángeles a aquellos atónitos apóstoles que veían, con tristeza y admiración, cómo su Señor y su amigo desaparecía de su vista mientras ascendía a lo más alto de los cielos. Con frecuencia ocurre que los cristianos podemos adoptar estas actitudes, quedarnos “embobados” mirando al cielo, esperando que Dios nos hable o realice algún prodigio. Es la actitud descorazonada de quien se siente perdido o como abandonado de un Dios que sabe que existe pero al que no logra ver, ni sentir, ni manipular. Porque esta es otra tentación: el pretender manipular a Dios, y en ella se cae cuando buscamos nuestros intereses en la oración. Creo en Dios en la medida en que Éste me hace caso y atiende todas mis necesidades del modo que yo quiero. A esto lo llamamos hacernos un dios a nuestra medida.

            Como consecuencia de estas actitudes, podemos correr el riesgo de no ver que Aquel que se ha ido al cielo, lo ha hecho para estar más cerca, aún si cabe, de nosotros. La solemnidad de la Ascensión nos enseña, por el contrario, que entrando en el santuario del cielo, Cristo inaugura un tiempo nuevo en la historia de la humanidad que está imbuido de su presencia, sobre todo, por medio de la liturgia. Del misterio de la Ascensión podemos colegir que es el tiempo de la presencia íntima de Dios en la vida de los fieles. La Ascensión del Señor hace posible la gracia en las acciones litúrgicas de la Iglesia, es decir, la Ascensión tiene como consecuencia, primera y directa, el Pentecostés, el derramamiento del Espíritu Santo sobre su Iglesia. En cada celebración pública de la Iglesia se produce un nuevo Pentecostés.

            Así pues, como vemos, la solemnidad de la Ascensión es la que hace posible que Cristo cumpla su promesa de estar siempre con nosotros hasta el final de los tiempos, porque como dice un prefacio del misal: “Él mismo, habiendo entrado en el santuario del cielo una vez para siempre, intercede ahora por nosotros como mediador que asegura la perpetua efusión del Espíritu” (Prefacio para después de la Ascensión). Su presencia habitual, tanto en la liturgia como en el alma de los fieles, solo es posible mediante la acción del Espíritu Santo, de ahí que Ascensión y Pentecostés son inseparables, dos caras de una misma moneda.

            Pero esto no queda aquí, la inhabitación del Señor en nosotros supone, más que un privilegio, una grave responsabilidad para llevar una vida en gracia rechazando todo pecado y realizando las buenas obras. Oración y caridad es el binomio en que se concentra la vida del cristiano. En el elemento oración incluimos la celebración de la santa misa, la oración personal, la lectio divina, el Rosario, etc; mientras que por caridad comprendemos las obras de misericordia (todas), el rechazo a vivir una vida fragmentada por situaciones irregulares, el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios y de la santa madre Iglesia. En otras palabras, del sagrario al mundo y del mundo al sagrario; Cristo en los pobres y los pobres en Cristo.

            Ánimo, queridos lectores; les deseo una muy feliz fiesta de la Ascensión y ojalá que nos convenzamos de la presencia de Cristo en nuestras vidas gracias a la efusión del Espíritu Santo. Liturgia y vida; Misterio, celebración y vida; oración y caridad. Estas son las reglas a seguir para una sólida, seria y estable vida espiritual.

Dios te bendiga

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