Antífona de entrada
«La misericordia del Señor llena la tierra,
la palabra del Señor hizo el cielo. Aleluya». Tomada del salmo 32,
versículos del 5 al 6. En el mismo tono espiritual, de nuevo es la creación
entera (cielo y tierra) las beneficiarias del don de la Pascua. Por un lado, la
tierra, donde ha caminado el Hijo de Dios, ha conocido el don de la misericordia
porque, durante su vida mortal, Jesucristo, rostro de la misericordia del
Padre, la introdujo en ella con su predicación y sus obras. Por otra parte, el
cielo es el estado natural donde habita la Palabra divina. Desde allí,
Jesucristo, Palabra de Dios, asegura el don del Espíritu. Así pues, esta
antífona nos habla, de una manera u otra, del mismo Jesucristo, misericordia y
palabra de Dios, quien ha sido enviado al mundo para dirigirlo a Dios, es decir,
para pastorearlo y llevarlo a los prados eternos.
Oración colecta
«Dios todopoderoso y eterno, condúcenos a la
asamblea gozosa del cielo, para que la debilidad del rebaño llegue hasta donde
le ha precedido la fortaleza del Pastor. Él, que vive y reina». Ha sido
reelaborada de su versión original presente en el sacramentario gelasiano
antiguo (s. VIII) y en gregoriano de Adriano (s. IX). Esta oración contrapone
la debilidad de la grey a la fuerza del Pastor. El pueblo de Dios es un rebaño
en constante peregrinación hacia un destino preciso y concreto: “la asamblea
gozosa del cielo”. En este camino, los fieles no están exentos de tropezar y
caer en las piedras del pecado; es un rebaño débil, asediado por el ataque de
los lobos. Por ello, necesita de un Pastor fuerte y poderoso que empuñe su
cayado y lo guíe y defienda en esta travesía. En el caso que nos ocupa, Cristo
no es solamente este Pastor sino que además se ha hecho pasto para alimentar y
fortalecer al pueblo.
Oración sobre las
ofrendas
«Concédenos, Señor, alegrarnos siempre por
estos misterios pascuales y que la actualización continua de tu obra redentora
sea para nosotros fuente de gozo incesante. Por Jesucristo, nuestro Señor».
Está presente como tal en los sacramentarios gelasianos y gregorianos, también
en el misal romano de 1570. Esta oración pretende mantener el tono espiritual
de la Pascua: el júbilo y la alegría que la Resurrección ha impreso en el
corazón de los bautizados. También, recoge el corazón de la teología de la
santa misa, esto es, la continuación y actualización de la obra redentora de
Cristo.
Antífonas de comunión
«Ha resucitado el Buen Pastor, que dio la vida
por sus ovejas y se dignó morir por su rebaño. Aleluya». Es un texto muy
antiguo del antifonario y que se ha conservado en el misal hasta hoy. Incluso Tomás
Luis de Victoria (1548-1611) o Mendelssohn (1809-1847) han compuesto música
para ella. Esta antífona concentra la síntesis del misterio pascual de
Jesucristo. En cada Eucaristía es Jesucristo, buen Pastor, quien entrega su
cuerpo y su sangre como alimento para su grey.
Oración de pos comunión
«Pastor bueno, vela compasivo sobre tu rebaño
y conduce a los pastos eternos a las ovejas que has redimido con la sangre
preciosa de tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos».
Tomada de la compilación veronense (s. V) y de los sacramentarios gelasianos. Sin
embargo la versión original ha sido reformada eliminando la última proposición
e introduciendo el verso nuevo “conduce a los pastos eternos”. La última oración
de esta misa recopila los temas precedentes referidos a Cristo-Pastor: es el
Pastor celoso que “vela compasivo” por sus ovejas; es el Pastor-guía que “conduce
a los pastos eternos”; es el Pastor-pasto que alimenta al rebaño con su “sangre
preciosa”. Guardia-guía-alimento son las tres propiedades que definen al Pastor
bueno. Modelo para los ministros y seguridad para los fieles.
Visión de conjunto
El
IV domingo de la Pascua, la Iglesia celebra la jornada mundial de las
vocaciones. Un día especialmente dedicado a orar para que el Señor envíe
sacerdotes a su Iglesia. La liturgia de este domingo, llamado del Buen Pastor,
nos ofrece una perfecta radiografía de cómo deben ser los pastores que el Señor
pone al frente de su grey. Veamos algunos rasgos:
“Pastores fuertes”: la fuerza de un
sacerdote no radica en si mismo, sino en la oración de cada día. El pastor debe
ser, ante todo, un hombre de oración. Que ame y cuide con mimo cada día su
trato con el Señor a través de la liturgia y la oración personal. En un mundo
tan complicado y hostil, para el sacerdote la oración no es una opción, ni tan
siquiera una estricta obligación canónica, sino una necesidad imperiosa si
quiere mantenerse como transparencia de Cristo. La fortaleza del pastor no está
en un carácter más o menos agrio o impositivo, ya que esto denota más bien una
debilidad y un complejo, sino que la fortaleza debe estar acompañada de la
humildad, la mansedumbre, la fe, la paciencia, la misericordia, la justicia, el
respeto, etc.
“Pastores guías”: el sacerdote, como
cooperador inmediato del orden de los obispos, ha sido puesto al frente de un
pueblo, que, a veces, puede concretarse en una parroquia. Y esto, lejos de ser
un privilegio o una prerrogativa personal, supone una responsabilidad
eminentemente grave. Estar al frente del pueblo obliga al sacerdote a estar en
constante diálogo con Dios para saber qué hacer, qué decir, cómo actuar. Estar al
frente del pueblo, significa para un sacerdote ser y actuar como un padre de
las almas de sus feligreses, estar preocupados por la salvación y la situación
de cada uno de ellos. Estar al frente de un pueblo habrá de ser entendido como
un ministerio, es decir, como un “estar al servicio” de la feligresía.
“Pastores celosos”: esto es, pastores que
se desvelen por defender a su rebaño del ataque violentísimo de los lobos que
buscan cercenar su grey. Hoy adolecemos de pastores que empuñen el cayado y
alcen su voz contra aquellos que están envenenando al pueblo de Dios. Hoy asistimos
impávidos al rebrote de las viejas herejías del pasado: un neo-arrianismo en
que Cristo es presentado como un profeta, un revolucionario, un buen hombre, un
modelo moral para la humanidad al nivel de cualquier otro; un sincretismo en
que Cristo es puesto a la altura de Buda o Confucio; una rehabilitación solapada
del mayor destructor de la Iglesia y de Europa como fue Lutero; una
relativización de la moral matrimonial donde, diciendo sin decir, hoy todo vale
y nada es del todo bueno o malo; donde bajo la expresión “nuevo paradigma” o “realidad
poliédrica” hoy se justifica y se aprueba todo; asistimos callados a la imposición
de la ideología de género que pretende re-escribir la naturaleza humana y enmendar
la plana al Creador; asaltan nuestros templos y profanan nuestras imágenes y no
hay respuestas enérgicas entre los pastores.
Por
todo esto y más, necesitamos despertar el celo pastoral en los ministros que
hagan suya estas palabras de san Atanasio de Alejandría: «¡Que Dios les consuele! Lo que les entristece es el hecho de que otros
han ocupado las iglesias por la violencia, mientras que durante este tiempo
ustedes están en el exterior. Es un hecho que tienen las instalaciones – pero
ustedes tienen la fe apostólica. Ellos pueden ocupar nuestras iglesias, pero
están fuera de la verdadera fe. Ustedes permanecen fuera de los lugares de
culto, pero la fe habita en ustedes. Consideremos: ¿qué es más importante, el
lugar o la fe? La verdadera fe, obviamente. ¿Quién ha perdido y quién ha ganado
en la lucha, el que mantiene las instalaciones o el que mantiene la fe? Es
cierto que las instalaciones son buenas cuando se predica la fe apostólica
allí; son santas si todo lo que tiene lugar allí es de una manera santa.
Ustedes son los que son felices; ustedes que permanecen dentro de la Iglesia
por su fe, que permanecen firmes en los fundamentos de la fe que les ha llegado
de la tradición apostólica. Y si unos celos execrables han tratado de
sacudirlos en varias ocasiones, no han tenido éxito. Ellos son los que se han
separado de ella en la crisis actual. Nadie, nunca, prevalecerá contra su fe,
amados hermanos. Y creemos que Dios nos devolverá nuestras iglesias algún día».
“Pastores-pasto”: los sacerdotes, a
imitación de su modelo que es Cristo, deben vivir la vida en continua entrega. El
sacerdote está llamado a ser Eucaristía viviente, es decir, a ser alimento para
el pueblo. El pastor debe nutrir a su pueblo con los sacramentos, con la
predicación y con el ejemplo de una vida santa.
“Pastores compasivos”: que estén al lado
de los que más necesitan de su compañía. Los pastores han de ser compasivos con
los enfermos, con los pobres, con los pecadores. No debe faltarles una cercanía
especial con aquellas personas, hombres y mujeres, que llevan a sus espaldas
las heridas de la vida; gente que se han visto decepcionadas, defraudadas,
abandonadas; personas que no tienen quien les ame, que no han conocido ni
experimentado el ser amado.
Este
domingo, en conclusión, tradicionalmente se le ha considerado el día del
párroco y de la parroquia. Ser imagen del Buen Pastor es empeño de todos, tanto
de los que tienen el oficio pastoral como de aquellos que deben verse
beneficiados de este servicio. Oremos, pues, al Señor, para que no abandone
nunca a su Iglesia y siga suscitando, en medio de su pueblo, pastores santos y
eximios que, imitando a Cristo, Pastor bueno, conduzcan al débil rebaño a los
pastos eternos del cielo.
Dios
te bendiga
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