2.
Ritos propios de la ordenación episcopal.
Prólogo:
Canto del himno “Veni Creator”.
Hemos
optado por denominarlo como prólogo a los ritos ya que se hace justamente
después de haberse leído el Evangelio. De tal modo que la Palabra de Cristo que
ha resonado en el templo sigue presente por la acción del Espíritu tanto en los
oídos de los fieles como del candidato. No podemos perder de vista que la
presencia del Espíritu se simbolizará de varias formas.
El
primer dato de este himno introducido en el rito de ordenación episcopal lo
hallamos en el Pontifical del s. XII pero adquiere carta de ciudadanía en la
liturgia romana en el s. XIII con el Pontifical de Durando. Durante la reforma
litúrgica quiso suprimirse ya que en la liturgia anterior tenía una función
meramente de relleno mientras el obispo realizaba otros ritos. Pero esta idea
no gustó a Pablo VI quien se empeñó en mantenerlo buscándolo acomodo en el
ritual que saliera de la reforma.
A)
Presentación del candidato
«Reverendísimo Padre, la Iglesia de Plasencia
pide que ordenes Obispo al presbítero José Luis» se ha mantenido la fórmula
del Pontificale Romanum de 1962,
salvo que en la edición de 1989 se especifica que la Iglesia que lo pide es la
del lugar (en este caso Plasencia) y el nombre del candidato al sagrado orden
(en este caso, José Luis). Desde el s. VIII sabemos que comenzó a pedirse el
sufragio del pueblo para la elección de un obispo. Esta consulta se ha hecho de
diversos modos a lo largo de la historia bien por aclamación popular como el
caso de san Ambrosio de Milán, bien consultando al clero de la ciudad, hasta la
forma actual de la terna. Sea como fuere, el Pontifical romano ha querido
reflejar este consenso con la fórmula que venimos comentando; acuñada por
Durando en su pontifical en el s. XIII, y
que se usaba en alguna Iglesia metropolitana de Francia.
Como
particularidad de esta fórmula, señalamos la expresión latina con la que se
define el episcopado “ad onus episcopatus
ordines” (=ordenes a la carga del episcopado). La palabra latina “onus, oneris” significa “una carga
pesada”, “algo que se lleva a las espaldas”. Con estos datos, vemos el craso
realismo con que la liturgia expone el verdadero sentido del episcopado: no es
un honor, ni un premio ni un privilegio, sino una dura carga que Dios confía a
un hombre al cual, con su gracia, va a capacitar y fortalecer en esta
celebración y con este sacramento.
«¿Tenéis el mandato apostólico? Lo tenemos. Léase» Tomado de la
tradición precedente. A
pesar del modo de elección, que puede variar en las diversas áreas geográficas
y a lo largo de los siglos, lo que siempre es necesario es que el candidato sea
ratificado por el Papa, emitiendo este una carta de nombramiento o elección.
B)
Escrutinio
«La antigua regla de los santos Padres
establece que quien ha sido elegido para el Orden episcopal sea, ante el
pueblo, previamente examinado sobre su fe y sobre su futuro ministerio». En
esencia se mantiene el tenor de la monición que propone el Pontificale Romanum de 1962. Con toda probabilidad la antigua regla
se remonta a los llamados “Statuta
ecclesiae antiquae” (= normas de la Iglesia antigua), un documento del s. V
compilado en las Galias y recogido por la “colectio
hispana”. En este documento se lee: “Qui episcopus
ordinandus est, ante examinetur si…” (= quien es ordenado
obispo, antes sea examinado si…) y se enumera las cuestiones acerca de su vida,
sus virtudes, su fe, sus costumbres, etc. En el Pontificale Romanum de 1962 todavía se conservaban estas preguntas.
Las
del actual Pontifical son de nueva creación tal como afirma uno de los miembros
del Coetus encargado de la reforma
del Pontifical: “…Compusimos, pues, una
serie de preguntas casi nuevas del todo (sólo la que concierne al acogimiento
de los pobres y de los inmigrantes está sacada del Pontifical Romano), para
poner de manifiesto el ministerio pastoral del obispo”. Veamos
las preguntas que se le formularán en la celebración para atisbar cuán alta
gravedad tiene el ministerio de un obispo:
«¿Quieres consagrarte, hasta la
muerte (= usque ad mortem explere), al ministerio episcopal que hemos heredado
de los Apóstoles, y que por la imposición de nuestras manos (= per impositionem
manuum nostrarum) te va a ser confiado (= tradendum) con la gracia del Espíritu
Santo?». Hemos indicado la expresión original latina de tres ideas importantes
y que nos dan la clave para entender el sacramento del orden episcopal: en
primer lugar, el orden episcopal es definitivo, esto es, algo que no es temporal
ni puede dejar de serse. Ser obispo es algo estable y no sujeto a emociones, ni
ideas, ni gustos. En segundo lugar, la fórmula recoge el gesto sacramental: la
imposición de manos, acompañada de un tercer elemento que la el sentido
concreto: la palabra “tradendum” viene del verbo “trado, tradere” que significa
“entregar a alguien”, “confiar algo a alguien”. Por tanto, por la imposición de
las manos, el orden episcopal es algo que se entrega, que se confía a un sujeto
introduciéndolo en la cadena ininterrumpida de la sucesión apostólica.
«¿Quieres anunciar con fidelidad y constancia
el Evangelio de Jesucristo?». Para el cual el obispo será constituido
primer responsable del mismo. Esta pregunta se hará explícita más adelante con
la entrega de los Evangelios. En esta fórmula se concentran las antiguas
preguntas sobre el credo y los dogmas de fe.
«¿Quieres conservar íntegro y puro el
depósito de la fe, tal como fue recibido de los Apóstoles y conservado en la
Iglesia y en todo lugar?». El obispo, tanto individualmente como en el
conjunto del colegio episcopal, tiene el sagrado deber de exponer fielmente y
custodiar celosamente el depósito de la fe. En el Pontifical anterior se
especificaban las cuestiones más agudas que debían ser mantenidas: las verdades
de fe, la ortodoxia católica y el combate contra las herejías.
«¿Quieres edificar la Iglesia, Cuerpo de
Cristo, y permanecer en su unidad con el Orden de los Obispos, bajo la
autoridad del sucesor de Pedro?». Esta fórmula fue compuesta, según indica
el autor de la misma, con la intención de señalar el papel del obispo en la
Iglesia en relación al resto de obispos y bajo la autoridad del Papa. Pretende
situar la obediencia al Papa en una perspectiva teológica.
«¿Quieres obedecer fielmente al sucesor de Pedro?».
Esta pregunta es una duplicación de la anterior con el fin de concretar y
especificar la necesaria obediencia al Papa, recogiendo la idea del Concilio
Vaticano II “cum Petro et sub Petro”
(cf. LG 22-23, ChD 4). La repetición de la expresión “sucesor de Pedro”
responde a la idea de continuidad con la pregunta precedente. El sucesor de
Pedro no es distinto al Sumo pontífice, ni un señor feudal al que hubiera que
hacer vasallaje.
«Con amor de Padre, ayudado de tus
presbíteros y diáconos (= comministris tuis), ¿quieres cuidar del pueblo santo de Dios y dirigirlo por el camino de
la salvación?». Esta cuestión debe hacer caer en la cuenta al obispo de que
su labor no debe desarrollarse individualmente sino en perfecta y sincera
colaboración con sus presbíteros y diáconos, a los que la fórmula en latín
llama “conministros”. Pero la pregunta está enfocada, más que en un tono
legislativo, en un tono paternal: “con amor de Padre” es la clave para ejercer
el gobierno en la diócesis. El obispo ha de ser el padre de sus presbíteros y
de sus diáconos, así como de todo el pueblo de Dios al que debe cuidar y
dirigir hacia los pastos eternos.
«Con los pobres, con los inmigrantes, con
todos los necesitados ¿quieres ser siempre bondadoso y comprensivo?». Esta
pregunta está tomada del Pontificale
Romanum anterior. Son la clase social más vulnerable y marginal y, por
tanto, la que goza de mayor predilección por parte de Dios mismo. La actitud
bondadosa y comprensiva del obispo quiere transparentar esa cercanía y
misericordia que Dios tiene respecto de ellos.
«Como buen pastor, ¿quieres buscar las ovejas
dispersas y conducirlas al aprisco del Señor?». Esta pregunta está
fundamentada en la parábola de la oveja perdida (cf. Lc 15, 4-7; Mt 18, 12-14)
y en la apropiación que Jesús hace para sí de la imagen del Buen Pastor
esperado por Israel (cf. Jn 10, 11-16). Como primer heraldo del Evangelio, el
obispo será el primer comprometido en ir a los más alejados. Las periferias
humanas, sean geográficas sean existenciales, no pueden ver aplazadas sus
demandas por parte de los pastores de la Iglesia. Esto nos impele a todos a
tomar partido de este mandato divino al frente del cual estará el obispo y el
resto del pueblo secundando su acción.
«¿Quieres rogar continuamente a Dios
todopoderoso por el pueblo santo y cumplir de manera irreprochable las
funciones del sumo sacerdocio?». La Sagrada Escritura nos dice: “este es el que ama a sus hermanos, el que
ora mucho por su pueblo y la ciudad santa” (2Mac 15,14). Este es el oficio
del bueno obispo, y que la liturgia le recuerda con esta fórmula y en el
responsorio breve de las vísperas del común de pastores: orar continuamente a
Dios por todos y cada uno de los fieles que se le ha encomendado. El sumo
sacerdote era el que cada año se ponía al frente del pueblo para implorar a
Dios; el que vivía en el templo para que cada día se ofreciera el sacrificio
agradable a Dios. Como sumo sacerdote, el obispo debe vivir su vida en
correspondencia con aquello que celebra. El obispo debe ser un hombre de
intenso y cotidiano diálogo con Dios.
La
Iglesia confirma el propósito con la siguiente expresión: «Dios, que comenzó en ti la obra buena, Él mismo la lleve a término».
Porque es Él quien está al comienzo y al final de la Historia de salvación
personal de cada hombre y mujer que viene a este mundo.
C)
Súplica litánica
«Oremos, hermanos, para que, en bien de la
santa Iglesia, el Dios de todo poder y bondad, derrame sobre este elegido la
abundancia de su gracia» tomado del Pontificale
Romanum de 1962.
La monición a las letanías señala claramente que el don que Dios otorga al
candidato no es para provecho propio sino para la edificación de la Iglesia, en
este caso de la Iglesia que peregrina en Plasencia.
Las
letanía son un antiguo elemento romano que respondería a la oración que hace la
comunidad en la ordenación de Bernabé y Saulo (cf. Hch 13, 1-3). En las
letanías actuales se ha conservado la petición “para que bendigas, santifiques
y consagres a este elegido” que fue introducida por Durando (1296) en el
pontifical tomándolo del rito de consagración del Papa.
«Escucha, Señor, nuestra oración, para que al derramar sobre este siervo
tuyo la plenitud de la gracia sacerdotal, descienda sobre él la fuerza de tu
bendición». Tomado del Pontificale
Romanum de 1962.
Se trata de la tradicional oración “propitiare”
que ya se contiene en el Sacramentario Veronense y siempre ha estado en la
Iglesia, excepto en el sacramentario gelasiano. Esta oración tiene la función
de ser una introducción a la plegaria consecratoria que viene a continuación.
Expresa la asistencia de Dios sobre el acto que se va a realizar.
Dios te bendiga
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