HOMILÍA
DEL V DOMINGO DE PASCUA
Queridos hermanos en el
Señor:
Mientras cada domingo vamos deshojando las páginas de los
Hechos de los apóstoles y la primera carta del apóstol san Pedro, estamos más
cerca de la Ascensión del Señor a los cielos, de ahí que la liturgia traiga hoy
uno de los discursos de despedida de Jesús en el evangelio de Juan.
Jesús exhorta a sus discípulos a creer. Es este uno de
los puntos fundamentales de la teología joánica: la fe en Jesucristo “creed en Dios, creed también en mí”.
Jesús reclama la fe para Él. Él, enviado del Padre, es la imagen más perfecta,
plena y acabada de la Divinidad, por tanto, esa expresión es una redundancia.
Jesús es el Salvador. El único que puede prometer, con verdad, que tras su
muerte volverá y llevará a su reino a aquellos que crean en Él. Jesús ofrece,
así, una promesa que no defrauda. La fe que reclama Jesús es una fe que no nos
hace temblar, que no agita el alma ni la inquieta sino que le da seguridad,
firmeza y paz.
De alguna manera, estas palabras que Jesús dirige a los
discípulos que estaban reunidos con Él en aquel cenáculo, están dirigidas,
también, a los discípulos de todos los tiempos; y, en particular, a los de hoy.
Queridos hermanos, es verdad que los tiempos que corren no son los más
favorables para ser cristianos; es cierto que la doble persecución a la que
asistimos pone en jaque nuestras convicciones más profundas; no es menos cierto
que hay discursos que suenan bien cuando los oímos fuera pero que se hacen
amargos cuando los oímos y vivimos en nuestras familias; pero, aun así, también
hoy, nuestro corazón no debe temblar. Si nuestro corazón está firme en el Señor
nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios. Se trata pues, de vivir en la
más radical y profunda esperanza arraigada en Cristo. Confiar en que Él cumple
sus promesas.
Pero Jesús no es solo el guía de nuestra salvación, sino
el origen y la misma salvación que se goza si vivimos la vida buscando la
verdad. Él mismo nos lo indica con la famosa expresión “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. No hay otro acceso al Padre
sino es a través del mismo hijo de Dios, esto es, Jesús. Con tres imágenes describe
Jesús su papel como mediador entre Dios y los hombres: el camino (= odós): medio recto y seguro de acceso a
Dios. Sus palabras, sus obras, sus ejemplos son estímulo y modelo para
emprender una vida cristiana sana y estable. La verdad (= aleteia) : que no es solo un puro concepto
filosófico abstracto, sino algo operativo. La verdad es la transformación de la
vida, salir de la doble vida y abandonar toda hipocresía. La verdad que Jesús
ofrece es operar un cambio de vida donde el evangelio sea el eje que la mueva. La
verdad es descubrir lo objetivo de la biología, de la razón, de la fe; la
verdad es rendir el juicio y la voluntad hacia lo que Dios quiere y ha
establecido, desechando de nosotros todo capricho e infantilismo intelectual y
espiritual. La vida (= zoé):
plena, querida, buscada, deseada. Así es la vida que nos ofrece Jesucristo. Lo que
todos los humanos buscan, solo nos lo ofrece Él. La vida es la salvación en
toda su amplitud, el fin del camino y la consecuencia de la verdad.
El último aspecto que aparece en este pasaje de san Juan
es el conocimiento de Cristo tal como Él se ha revelado. Conocerle a Él es
conocer al Padre, porque comparten la misma divinidad. Pero no se trata de un
conocimiento intelectual, racional o lógico. El conocimiento de Cristo se
adquiere por la fe. Para ello, es necesario recibir el bautismo, sacramento por
el cual entramos a formar parte de una raza elegida, de un pueblo sacerdotal,
una nación consagrada para que, como hemos cantado en el salmo, la misericordia
de Dios llegue a todos los que la esperan.
Queridos hermanos, la elección divina por el bautismo no
es un privilegio de unos pocos, ni algo que nos separe del resto de la gente;
al contrario, es una alta responsabilidad la que tenemos por ser católicos. Si
Cristo es la piedra angular donde fundar la vida, no podemos olvidar que, como
dice san Pedro, esta piedra puede ser “piedra
de tropezar y roca de estrellarse” para los que rechazan al mismo Cristo,
para los que desprecian al evangelio y para los que persiguen a los cristianos.
Así pues, queridos hermanos, debemos permanecer fieles al conocimiento del
Señor, mantener una fe contra viento y marea para que nuestro corazón este
fuertemente anclado en Dios y no se deje turbar por las contradicciones de este
mundo. Ánimo, hermanos, sabemos el camino, la verdad como señal y la vida como
fin pleno. Por tanto, no hay nada que temer.
Dios
te bendiga
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